viernes, enero 21, 2005

Un ciclo de renovación política

Un ciclo de renovación política


Entre el número dos y las dos candidatas

Una cosa es derrotar a Lavín y otra distinta derrotar a la derecha. Todo depende de a qué apueste cada cual. Pero el que declina es el candidato, no el sector. Hemos dicho que la campaña de la derecha ocultará el despliegue tentativo de posibles sucesores, de modo que la oposición tendrá un importante dinamismo en su presentación justo cuando sus adversarios esperarían que bajara los brazos. Puesta por los hechos en la obligación de posicionar a alguien como número dos (e inmediato sucesor), entra en un proceso donde se empeñará por renovar sus liderazgos, su discurso y sus tácticas.

La derecha llegó a la necesidad de la renovación por la ruta de constatar una gran diferencia entre el potencial electoral y las escasas posibilidades de ganar la carrera presidencial. Apostó todo a una carta y apostó mal. Está cazada en su opción, sin posibilidades de giros importantes dentro de un plazo relativamente breve.


Del cambio de Lavín al "cambiemos a Lavín"

Pero está contenta de estarlo. El debate sobre su incómoda posición solo en parte logra ser reservado. La pregunta sobre el posible cambio de candidato es cada vez más pública. Pero las posibilidades de algo por el estilo son mínimas.

Hay que pensar que Lavín empezó a ser proyectado como figura presidenciable, por sectores importantes de la derecha, desde fines de 1995. Un año después era el líder mejor perfilado en la oposición. Consolidarse en este sitial le costó dos años más. Mientras, se hacía un esfuerzo paralelo por eliminarle competencias de la forma tan poco fina que se acostumbra por estos pagos.

Esta apuesta tiene el defecto de que se desgastó antes de lo que sus auspiciadores esperaban, pero no por eso se les puede acusar de improvisación. Saben que una candidatura a La Moneda se prepara, al menos, con el doble o el triple del tiempo disponible.

En otras palabras, un cambio de candidato ahora sólo lograría la eliminación de dos cartas presidenciable en vez de una. Muchos voluntarios no van a encontrar para esta inmolación sin destino. Es mucho más fácil meterse en una trampa que salir de ella.

Pero a nivel parlamentario el cuadro opositor es mucho menos desalentador. Sus posiciones son sólidas, el sistema los favorece para atrincherarse y, si reemplazan sus candidatos más débiles por liderazgos más atractivos, pueden dar más de una sorpresa.

El interés de la oposición se empieza a centrar en el desempeño electoral a este nivel. Aprovechará estos meses para testear sus liderazgos más prometedores. Mostrando una evidente falta de prejuicios, seguirá el sabio consejo de Mao: “que florezcan mil flores” aunque, claro, no en número tan excesivo y nunca por mucho tiempo.

Así, hay un fuerte incentivo al mejor desempeño posible ante la Concertación pero, en realidad, comparándose entre sí. Se enfrentarán con el oficialismo pero, en el fondo, estarán compitiendo entre ellos. Cada cual tiene mucho que ganar, pero también mucho que perder si no le va bien. Y sabemos que en la derecha ser un líder de reemplazo de aquel que aparezca como cabeza de serie es de las posiciones más inconfortables que se conocen, por las costumbres antropofágicas del sector.


El primero que lo logre, gana

Si ahora miramos hacia la Concertación, también nos encontraremos el comienzo de una transformación profunda. Lo que más llama la atención es el hecho inédito de contar con dos precandidatas. Pero el que sean mujeres quienes encabecen el conglomerado no es lo único que cambia, sino que es demostrativo de una fuerte regeneración de dirigentes que se apresta a concretarse también en pocos meses.

Estamos ante un notable cambio de estilo en el liderazgo. Para muestra un botón: en la competencia entre Lagos y Andrés Zaldívar se pudieron haber esperado muchas cosas. En particular de sus sacristanes. Pero que se tomaran un tecito para irse tranquilos de vacaciones supera a la imaginación más fecunda.

Es tiempo de figuras emergentes con aceptación ciudadana. De allí el papel protagónico de Trivelli en el comando de Alvear, cuadro que con toda seguridad tendrá su equivalente en el equipo de Bachelet. Es una tendencia, no de una pura sucesión de episodios dispersos.

Quienes crean que se está hablando de un “nuevo gobierno” de la Concertación en vez de simplemente el cuarto de una serie simplemente como recurso publicitario, subestiman lo que está pasando. Es un proceso real. Parece un eslogan cuando en realidad se trata de un auténtico desafío. Lo que está en juego en el trasfondo de la política en Chile es la rapidez y efectividad con que cada conglomerado político entra en un ciclo de renovación al que se ven impelidos por la acumulación de cambios políticos y sociales experimentados en el último tiempo.

La tarea es más fácil para la derecha porque, quiéralo o no, va enfrentando los temas gradualmente. En cambio la Concertación tiene varias pruebas que pasar simultáneamente. Otras veces lo ha logrado siendo el equipo más afiatado desde el inicio el que acompañó a Aylwin, por razones obvias. Luego costó. Ahora se trata de reducir el tiempo de ajuste y adquirir una cierta identidad de gestión al mínimo.

No es para menos porque el gobierno mismo de la primera Presidenta será corto y porque la derecha estará en un proceso paralelo de renovación. Queda claro que no son únicamente los candidatos los que compiten; son dos conglomerados que se enfrentan para mostrar quién hace mejor política. Y no está decidido de antemano quien gana.