Lavín: cambiar a los demás es más fácil
Lavín: cambiar a los demás es más fácil
La idea de “intervención fina” no está en el vocabulario de la derecha. Cuando se quiere afectar a los partidos se hace de la manera menos elaborada posible, de lo cual ha vuelto a dar una prueba el abanderado de la Alianza.
Está claro que tras una aparente propuesta destinada a constituir de mejor forma un comando de campaña, se está intentando influir en determinar la conducción política de la derecha, más allá de Lavín.
Todo esto es sumamente extraño. Los adherentes al ex alcalde continúan a la espera de saber qué es lo que cambiará en el comportamiento y en el discurso del propio Lavín, para que resurjan sus posibilidades de llegar a La Moneda. En lugar de esto, lo que se plantea es de una envergadura tal que (de intentarse en serio) significaría un fuerte desgaste de energía para intentar cambiar a quienes le rodean.
Si Lavín pierde la próxima elección, en una fecha para la que falta algo poco menos de un año, ya no será otra vez candidato presidencial. Es decir, el liderazgo en la derecha quedará vacante. Esto es lo más probable que ocurra. Y cada vez más acciones en la oposición tienen que ver con el prepararse para este escenario.
La propuesta apunta a privilegiar en la campaña a Allamand en la relación con RN y a Longueira en la UDI. Ambos aparecen ahora reconciliados y hermanados en la idea de superar los actuales partidos. Para esto se utilizaría una superestructura, alojada en el comando, que posteriormente pueda derivar a un partido más integrador.
Todo esto fue alegremente difundido por los medios de comunicación de la derecha, y mostrado como ejemplo de la capacidad del ex alcalde de reaccionar con certeza en los momentos difíciles. Amplificaron una iniciativa que en menos de veinticuatro horas quedó en evidencia como un grave error.
Más que cuál es el partido que más se vería beneficiado con esta forma de organización, la pregunta más pertinente es sobre las personas que salen favorecidas o perjudicadas y sobre el método empleado.
Lo más torpe del mecanismo es que no hay partidos beneficiados con su implementación. Hay sí dirigentes tocados por un dedo mágico. No hay partido que se vea fortalecido por aceptar, por segunda vez, una intervención externa. Entenderlo no resulta sencillo: hace poco, sacar a Longueira de la dirección de la UDI era bueno; ahora, volver a ponerlo en el lugar privilegiado es todavía mejor. Si esto es difícil de digerir, todavía lo es más que Allamand insista en relacionarse con su propio partido de la mano de Lavín.
Es obvio que esta reorganización excede las necesidades de mejor funcionamiento de un comando. Si un candidato presidencial es muy fuerte y su gobierno es inminente, entonces puede que se justifique una intervención (otra más, porque esta ya parece corresponder más a una costumbre que a una necesidad), en vista del acomodo al poder. Pero no es el caso.
¿Por qué un candidato debilitado se propone tomar medidas cada vez más fuertes? Tal parece que quiere dejar marcado un futuro político de su sector, más allá de su retiro de las pistas. Pero esto no se entiende ni se justifica.
Las definiciones políticas en curso tienen que ver cada vez menos con la carrera presidencial próxima, y cada vez más con la elección parlamentaria y… con la sucesión del liderazgo pos-Lavín.
Es justo entonces preguntarse a quién benefician estos cambios, al parecer tan técnicos, pero -en el fondo- tan políticos. Los partidos se cambian por convencimiento, no por asalto. La propuesta “de Lavín” parece hecha como anillo al dedo para una idea de siempre de Longueira: el Partido Popular o la Alianza Popular: una criatura a gusto de su padre, pero un medio ambiente bastante hostil para líderes como Piñera y Espina.
¿Es esto lo que cabía esperar del candidato opositor? No. Los pasos lógicos de un candidato triunfador serían cambiar su propio comportamiento; volcarse a las propuestas programáticas; moverse por el país mostrando cómo aplicaría las soluciones que encarna; esperar la recuperación en las encuestas y solo después meterse a intervenir partidos. Si se salta la secuencia obvia y se mete a destiempo donde no lo llaman, es porque su posición está empeorando. Es una confesión pública de debilidad.
Lavín afirma que vuelve a competir de chico a grande y que -como la vez pasada- terminará por dar una sorpresa al final. Pero lo que olvida decir es que él mismo no tiene idea cómo esto volverá a acontecer. No es que esté en un “momento” malo: está en un ciclo a la baja que no se detiene. Desde que se perfilaron Bachelet y Alvear, Lavín no ha dejado de descender en las preferencias y aumentar el grado de rechazo que despierta.
Para subir hay que tener espacio al frente. La vez anterior Lavín creció porque podía pasar de poco conocido a muy conocido; de no tener discurso a repetir cuñas que pasaban por ideas; de presentarse como un alcalde realizador a un posible Presidente realizador. Ahora todos lo conocen, pocos lo escuchan y viene de ser un alcalde que defraudó. ¿Cómo espera crecer?
Estas son malas noticias para todos. Si la derecha no se recupera, la falta de contrapeso deja demasiadas puertas a la Concertación para que cometa errores por exceso de confianza. Mejor para unos y otros que la oposición se aplique y se recupere… un poco, claro.
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