viernes, febrero 18, 2005

La confesión de Lavín: una apuesta técnica

La confesión de Lavín: una apuesta técnica


La derecha no quiere abandonar la competencia presidencial. Pero es evidente que se ha establecido una zona de peligro para la candidatura. Si Lavín no remonta tras las vacaciones, no estará cumpliendo las condiciones mínimas que le asignan desde su sector.

Una cosa es perder en una competencia estrecha, al menos digna, pero otra cosa es ser arrasado en una contienda desigual. Lo último con el inconveniente de afectar a las cartas de reemplazo, que necesitarían acortar la gran distancia acumulada con la Concertación en el lapso siguiente al establecimiento del gobierno.

Lavín requería una señal potente que hiciera retroceder al espíritu derrotista que cada día se iba expandiendo. Primero hubo un esbozo de reacción con la incorporación de las líderes femeninas mejor posicionadas por las encuestas. Luego, la designación de la jefa de campaña. Al principio se buscó el aumento del respaldo público con figuras conocidas y, luego, se intervino la dirección técnica de la campaña.

Es claro: el primer movimiento no está completo, ya que, naturalmente, debía incluir a la segunda figura mejor posicionada (Sebastián Piñera) de un modo más destacado que el de las otras líderes. Eso no ha ocurrido.

El problema de Lavín es necesitar más apoyo que el que ahora tiene, pero, al mismo tiempo, no estar dispuesto a pagar el precio. Mayor respaldo implica convocar a figuras de peso pero poco controlables. Si las acerca demasiado, afecta la disputa parlamentaria entre sus partidos, lo que le trae problemas.

Aun suponiendo que Lavín estuviera dispuesto a dar este peligroso paso, de seguro su partido, la UDI, no estaría en condiciones de aceptarlo. Piñera en el comando es una cosa, pero otorgarle poder es distinto. Con ese paso se estaría condicionando la disputa por la vacante que dejará Lavín. Y los partidos no están dispuestos a concederle eso a un líder que, como un yogurt, tiene fecha conocida de vencimiento.

Es difícil pensar que una vez que Piñera fuera nominado en una posición gravitante en la campaña se ajuste a alguna disciplina. No se sabría si está operando en favor del candidato o de él. Lavín es un candidato débil -mirado desde la clase política-, lo que lo hace no soportar apoyos fuertes.

Es dudosa la apuesta de Lavín, quien actúa como alguien que está seguro de su base de apoyo y busca ampliarla fuera de sus límites naturales. Lo primero que un buen candidato hace es consolidar su apoyo cercano, no darlo por supuesto. Cuando la premura es mucha, se cometen faltas importantes.

Lo que el ex alcalde no parece percibir es que su natural base de apoyo está cada vez más desafectada. Si la maneja como campaña de mercadeo, lo que conseguirá es que hasta quienes quieren ayudarlo se sientan fuera de lugar, en algo que ha dejado de ser una empresa colectiva y se ha convertido en una aventura personal, presumiblemente la última.

Es un riesgo. Pero no tiene alternativa. La inercia lo está matando. Y es mejor ser un vivo que pisa callos a un personaje catatónico que parece invitar a un permanente funeral. Así que la reacción se impone a toda costa, aunque sin excesiva prolijidad en los detalles. De hecho sus acciones se asemejan más a la búsqueda de cualquier posibilidad de remontar las encuestas que a un plan diseñado con anticipación, que se implementa contra viento y marea. Busca sorprender, “romper esquemas”, volver a estar en el centro de la noticia.

Se propuso encargar la campaña a una profesional con vínculos en la Concertación. Este es un buen síntoma de apertura, pero también una mala señal política para sus adherentes cercanos. Recurrir al expediente de una dirección técnica de la campaña dice una cosa a gritos: que no tiene plena confianza en los apoyos políticos con que cuenta. No es un capricho o una actitud paranoica. Es una percepción sensata de lo que está ocurriendo.

No se trata de que los partidos de Lavín sean una tropa de desleales. Lo que ocurre es que la defensa de los intereses partidarios lentamente ha empezado a diferir de los intereses de la candidatura. Hasta hace poco Lavín intentaba intervenir los partidos e imponer gente de su confianza. Hoy es un mérito que haya hecho una designación que le permite mantener bajo su control su comando.

¿Ante qué amenaza está respondiendo Lavín? Ante una muy compleja: la cercana, la de los dirigentes que lo ven débil y quieren controlarlo. Por eso la designación de Cristina Bitar. En el contexto en el que le toca moverse, es el mejor paso táctico.

Aunque parezca irónico, luego de llegar a identificarse tan fuertemente como un político más, ahora toma distancia de los partidos y de “los políticos”. Dado este primer paso, lo obvio es esperar movimientos complementarios en la misma línea.

Puestos en una situación por demás complicada, los partidos de derecha saben que ha llegado el momento de respaldar a Lavín en sus decisiones. Cualquiera sean las aprensiones que despierte. Saben que sin este apoyo, las posibilidades de despegue son nulas.

Terminadas las vacaciones los líderes de derecha se aprestan a volver “optimistas y convencidos del triunfo” (oficialmente, se entiende). Dispuestos al respaldo, pero también a evaluar cuando corresponda por qué les fue como les fue, y a quién se lo deben.