viernes, octubre 30, 2009

La importancia de estar en segundo lugar

La importancia de estar en segundo lugar

Víctor Maldonado

No hay un plan B, Piñera no está preparado para afrontar a un contendor que acorta distancia. Esto queda en evidencia con la respuesta a la encuesta de la UDP.

Los números cambian, las posiciones se mantienen


Una idea empieza a instalarse en la mente de los electores y sobre esa base tomarán sus decisiones en diciembre: es Frei quien pasará a segunda vuelta y puede vencer a Piñera.

Las ideas destilan con lentitud y luego se decantan. Pero una vez asimiladas producen fuertes efectos. Imperceptiblemente al inicio, pero luego de un modo más evidente, todos se adaptan al nuevo escenario. Lo que hacen es ajustar -en lo que pueden- su conducta a la certeza que produce saber que los números cambian de encuesta en encuesta, pero no así las posiciones relativas entre los competidores.

La candidatura de Frei recibe las buenas noticias como una recompensa justa por parte de quienes están realizando un trabajo en terreno, y como una sorpresa por parte de una elite en extremo propensa al desaliento y más lenguaraz que movilizada.

La campaña oficialista se empezó a desplegar con fuerza y eso está produciendo resultados constatables. Por supuesto, se han cometido errores en el camino y no toda acción ha tenido la pulcritud y la elegancia del gusto de paladares exigentes. Pero lo que hay que ver es el movimiento completo y no sólo las faltas.

En lo medular, la candidatura del senador oficialista se ha vigorizado. Es más, ha ganado en espontaneidad y alegría, lo que anteriormente brillaba por su ausencia. Al parecer la campaña encontró su veta y, si quiere ganar, no ha de abandonarla bajo ninguna circunstancia. Lo que hay que evitar, entonces, es recaer en polémicas de poca profundidad, alta intensidad y que despiertan escaso interés en el electorado.

Para decirlo en corto, a la candidatura concertacionista le va bien hablándole al electorado en vivo y en directo, y mal cuando se dedica a polemizar directamente con las otras candidaturas.

Los datos disponibles ponen en una difícil situación a la candidatura de Enríquez-Ominami. En pocos días más la encuesta CEP lo ratificará en un tercer lugar y esto exige hacerse cargo de la situación.

Lo lógico en estas circunstancias es que la esperanza se desplace hacia eventos futuros que pudieran marcar un giro distinto a los acontecimientos, como el desarrollo de la franja televisiva y el aporte pleno de Karen Doggenweiler a la campaña.

La opción por el espacio comunicacional

Eso está muy bien. Aunque también hay que considerar un problema con las expectativas involucradas. Se le atribuye al diputado independiente tales dotes para el uso de la televisión que ya se espera no se sabe qué maravilla en la pantalla. El aporte de Doggenweiler no puede ser desmerecido y refuerza el importante apoyo ciudadano alcanzado. Pero nada de esto mueve a esta candidatura de la tercera posición y eso no puede ser ocultado indefinidamente.

Un creciente desasosiego se hace presente en el cada vez más reiterado uso de los emplazamientos en tono agresivo que está ocupando esta candidatura. Lo cierto es que quien se presenta como la renovación de las prácticas políticas no puede ocupar demasiado el lenguaje negativo sin perder atractivo. Pero más cierto aún resulta ser que se está buscando entrar en polémica frontal con los otros, en especial con Frei, a fin de ubicarse en la primera línea de la noticia, lugar del que puede ser desplazado por la dinámica de los apoyos.

Los emplazamientos de Enríquez-Ominami tienen todos la característica de ser de fácil consumo en los medios de comunicación. Son directos y agresivos. Si se toman literalmente pueden implicar un ataque moral que haría imposible cualquier diálogo posterior. Pero el tema en este caso no es el significado literal, sino el impacto comunicacional. De entrar en una polémica de esta índole, el interlocutor colabora a llenar espacio en los medios y, sin embargo, no llegará a ninguna conclusión productiva. Pero habrá ayudado a ocupar tiempo en televisión al que generó la polémica. Del contenido y de las propuestas de fondo, nunca más se supo.

Siempre será un error ponerse a contestar a todo ataque y polémica mediática sin atender a su sentido y propósito. Siempre hay que recordar que en política no está mejorando posiciones el que contesta más, sino el que plantea las preguntas.

Los presidentes conducen al país, y los candidatos exitosos deciden sobre lo que quieren hablar y a quiénes les hablan de preferencia. No son dirigidos, sino que dirigen. Frei ha de escoger las peleas en las que se quiere meter, y no debe aceptar cualquier invitación al conflicto de superficie. Mantenerse en su línea, sin distracciones, le es absolutamente necesario.

Saber aguantar presiones y no dejarse llevar por los diferentes climas electorales, que oscilan entre la depresión y la euforia, es la característica del buen candidato.

Triunfador en las cuerdas

La estrategia de Piñera consiste en posicionarse en todo momento como ganador indiscutido e indiscutible. Dispersar y ayudar a fragmentar a la competencia, a fin de que se entretenga en objetivos secundarios, mientras el empresario pone “toda la carne a la parrilla” en lo más intenso de la primera vuelta.

Quiere ganar apabullando por el despliegue de medios; por hacer la distancia de sus contendores en la primera oportunidad como algo abiertamente irremontable; acercarse en diciembre tanto al 50% que la segunda vuelta sea irrelevante, porque no puede sino llegar por inercia y comodidad a trasponer holgadamente la mayoría absoluta. Quiere ser un gigante en una multitud de pigmeos enojados unos con otros, dispuestos a subdividirse todavía más si cabe luego de una derrota inapelable.

No es una exageración esperar que esta estrategia esté definida hasta incluir los detalles. De otro modo no se podría explicar la dedicación y disciplina que ha estado mostrando el candidato de derecha en relación con su comando y base de apoyo política. El problema está en que no hay un plan B. Vale decir, no está preparado para afrontar a un contendor que acorta distancia y que se muestre capaz de superarlo. Que esta posibilidad deja sin conducta a la Alianza y a sus socios queda en evidencia con la respuesta dada a la encuesta de la Universidad Diego Portales. Sus medios de comunicación escrito optaron por ¡eliminar la noticia! No supieron qué hacer con el mensaje, así que se contentaron con matar al mensajero.

Hay que decir que no es ésta la forma en que la Concertación reacciona ante la adversidad. La centroizquierda se aglutina ante el peligro y lo mira de frente. La derecha, en cambio, pierde impulso. Está preparada para arrasar o perder, pero la competencia estrecha la incomoda en lo más íntimo.

En cualquier caso, la Concertación ya sabe que, para vencer, no le basta con su despliegue territorial, no puede ganar en solitario ni tampoco le basta el rechazo siempre presente a la derecha. Necesita aglutinar una mayoría, asumir planteamientos destacados por otros, convencer sin prepotencia, mejorar conductas y desempeño sin caer en el autocastigo. En otras palabras, la coalición de gobierno ganará sólo si consigue más votos y si practica una política de mejor calidad que la de Piñera.

Por ahora el oficialismo tiene que tender puentes. Pero los puentes no están dirigidos a los comandos, sino a los adherentes a otras candidaturas. Lo otro tendrá que esperar a que cada cual sepa cuánto pesa y hasta dónde puede llegar. Lo que hay que saber desde ya es que ese momento llegará antes de empezar a votar.

viernes, octubre 23, 2009

En la hora del despliegue

En la hora del despliegue

Víctor Maldonado

Los bostezos se contagian, pero la alegría también. La Concertación quiere jugar a ganar y para eso tiene que hacer sentir su presencia. El oficialismo no ha ganado nunca una elección multiplicando las reuniones o los análisis, sino la presencia en terreno y en la calle. Parece que ya recordó esta constante.


Cada cual en lo suyo

La suerte está echada. Las apuestas políticas ya se han realizado, lo que queda es esperar que se haya hecho blanco en los anhelos y necesidades del país y actuar con coherencia.

Cada candidatura presidencial puede perfeccionar el camino escogido, pero ya no es posible empezar a oscilar, “tentando cómo nos va” con otras opciones. Las candidaturas han de ser fieles a lo que son y al enfoque que han decidido libremente asumir.

Lo que siempre se puede hacer es el acomodo de los equipos humanos. Se puede ganar en dinamismo, en conquistar espacios y se puede perfeccionar en trabajo coordinado con las campañas parlamentarias. Pero, en el fondo, se trata de “variaciones sobre el mismo tema”.

¿En qué consiste la apuesta de cada cual? La más obvia es la que está implementando Piñera desde la derecha. Ella consiste en presentarse simultáneamente como una alternativa de gobierno y como el continuador de la protección social de Michelle Bachelet.

En eso consiste su fórmula ganadora. En mostrarse como un buen emprendedor, con mentalidad empresarial e intérprete de la cultura de “hacer bien las cosas”. Al mismo tiempo, ha decidido anticipar sucesivos anuncios de medidas de beneficio social para sus posibles electores, con un desprendimiento y generosidad envidiable.

Se trata de un candidato que cree haber encontrado el camino que lo llevará a La Moneda. Por eso está repitiendo a diario la misma pauta de presentación, sin salirse de un marco bien delimitado.

Piñera, y sobre todo su entorno, tienen más que claro que cada vez que su candidato ha entrado en polémicas gratuitas, ha salido más que trasquilado. Debido a la detección de este problema, se han dedicado todo este tiempo a proteger a su abanderado de sí mismo y a presentarlo como amistoso, cercano y confiable.

Por eso el candidato de derecha es un candidato contenido. Sabe que no tiene que hablar de más, que no debe mostrar sus tics y que no puede repetir la misma idea una y otra vez. En el fondo, el mayor problema de Piñera consiste en hacer aquello que le sale más espontáneo.

Debido a lo anterior, nadie podrá acusar al empresario durante todo esta campaña de ser excesivamente sincero. Cada cosa que dice es sacada de una fábrica de frases hechas, repetidas textualmente hasta que le entregan la frase de reemplazo. Este mismo espíritu se ha contagiado a su comando, donde cada cual repite -a todo evento- la frase del día como si fuera un mantra colectivo. Casi se llega al convencimiento de que, si apareciera un personaje original e innovador en el comando, lo expulsarían pronto por desleal.

En el fondo, lo que está haciendo es tratar de convencer que el modelo Bachelet de gobierno se puede implementar sin Bachelet y sin la Concertación. Que los demás vayan a mirar de manera contemplativa cómo esto ocurre, es otro cuento. Lo cierto es que nos encontramos ante una apuesta tomada y en implementación. En la derecha la suerte está echada.

El estilo convertido en contenido

En el caso de Enríquez-Ominami también nos encontramos con un enfoque muy preciso de cómo enfrentar la campaña. Se trata de convertir un estilo directo, de comunicación continua y en formato televisivo, en el auténtico protagonista.

El mismo candidato lo dice en un libro escrito para esta oportunidad: “La comunicación permanente involucra más que sólo un estilo. Incluye también la idea de participación, la rendición de cuentas, la transparencia… Al estar tan expuesto, al ser tan accesible, demuestro que estoy dispuesto a escuchar, y que no temo a que me pillen en mis errores y que me enjuicien por ello”.

En el centro de esta estrategia política está la generación de una empatía dinámica que conecte a las personas con el candidato no tanto por lo que piensa, sino por lo que hace o tiene expresión visual.

A quien visite la página web de la candidatura le quedará claro, al primer golpe de vista, el mensaje central de la candidatura: “Chile cambió”. “Marco por ti. Sigue el camino”. “Queremos un país alegre y solidario”.

También aquí se cree haber encontrado el camino del triunfo. Éste consiste -empleando nuestras palabras, no las de la candidatura- en “desactualizar” a los competidores. En dejarlos convertidos en piezas desadaptadas ante un país que tiene mucho que criticar a la política y a los políticos. En el fondo, lo que se quiere es reemplazar a Bachelet en lo que representó al momento de ser elegida candidata, y que se interpreta como una crítica a las jerarquías políticas tradicionales.

El candidato independiente sabe que se le critica falta de experiencia, desconocimiento de áreas importantes de la gestión gubernamental, ausencia de discurso “de fondo”, carencia de equipos, etc. Eso lo lleva a estar siempre en la actitud de quien está probando y demostrando que tiene medidas concretas que implementar, que puede hablar de economía, y que su base de apoyo se expandirá -con la Concertación- apenas pase a la segunda vuelta.

Pero, por una vía u otra, siempre llega a “la especialidad de la casa”; es decir, a las comunicaciones. Las críticas a Enríquez-Ominami tienen base y sus debilidades son reales, pero el diputado es un buen candidato y ha sabido cultivar una imagen atractiva para una parte del electorado.

Algunos creen que esto permite el “ninguneo” y ello constituye un grave error. Los que creen que cultivar una imagen es una tarea menor no saben de lo que hablan. Pero lo que sí se puede decir es que el problema de esta candidatura es, tal vez, el inverso de la candidatura de derecha: aquí se tienen todas las virtudes de lo espontáneo y también todos los defectos de lo espontáneo.

Hasta el momento, y sin ser exigido en demasía por la competencia, el diputado independiente ha tenido un buen desempeño, habrá que ver cómo sigue esta historia.

Yo soy yo y mi nariz

Eduardo Frei tiene muy claro su base de apoyo: la Presidenta Bachelet, el gobierno y la Concertación. Sabe que se necesita una transferencia de respaldo desde Bachelet y está convencido de que tal proceso ya se ha iniciado.

Al menos el comando se ha adaptado a este propósito con el ingreso de nuevos miembros que refuerzan esta opción explícita, y son pocos lo que dudan que estas acciones se podrían acentuar conforme la elección se acerque.

Darle continuidad a la actual Mandataria y, al mismo tiempo, volver a la Presidencia no es fácil, pero se puede lograr. Frei tiene, por cierto, una ventaja programática, puesto que sabe qué ha hecho la Concertación en el poder, cómo se ha logrado y cómo puede proyectarse en el futuro.

Pero ser tan conocido es bueno y malo. Por un lado, se le reconoce capacidad y experiencia; por otro, no se espera ninguna sorpresa de su parte. Incluso Piñera le ha hecho la mala crítica de que “ya tuvo su oportunidad, lo que no hizo como Presidente ya no lo podrá hacer”.

Ésta es una mala crítica, porque el empresario es también un repostulante, también tuvo su oportunidad y fracasó ante Bachelet. Y no se ve por qué el fracaso ha de tener algún tipo de ventaja respecto del que postuló y ganó ya una vez.

El punto es otro. Nadie tiene razones para estar en contra de Frei, pero han de ser más los que encuentren razones para estar a su favor. Es decir, el senador tiene que continuar y motivar, representar la experiencia y la energía renovada.

La campaña de Frei no puede ser “a su imagen y semejanza”. Ha de ser “a su imagen y complemento”. Porque tiene que ser como es el candidato cuando representa a cabalidad a su equipo, que es la Concertación. Un equipo pluralista que tiene fuerza, convicción y alegría. Que se mueve por convicción; que sale a conquistar terreno y al que no le gusta ni quiere estar a la defensiva.

Los bostezos se contagian, pero la alegría también. La Concertación quiere jugar a ganar y para eso tiene que hacer sentir su presencia. El oficialismo no ha ganado nunca una elección multiplicando las reuniones o los análisis, sino la presencia en terreno y en la calle. Parece que ya recordó esta constante.

En otras palabras, la suerte está echada y las apuestas principales ya se hicieron. Cada cual se despliega en lo propio. De las dudas saldremos pronto.

viernes, octubre 16, 2009

Cuando los votos no bastan para definir

Cuando los votos no bastan para definir

Víctor Maldonado

En el mareo colectivo, la Alianza puede ir avanzando con suma lentitud, pero avanzando al fin. Y eso puede llevarla al triunfo. Pero para que gane, se necesita que exista una falla política generalizada y profunda, simultáneamente en la Concertación, el Juntos Podemos y los seguidores de Enríquez-Ominami. Se requeriría que no hubiera quien se mostrara a la altura del desafío político.


Todos en las mismas posiciones

Ya a estas alturas debemos saber que esta elección no se ganará sólo con votos. La victoria también tendrá que ser obra de la capacidad política de concitar convergencias y superar divisiones o diferencias.

Esto porque las encuestas ya están dando un cierto orden en las preferencias, que no se está alterando demasiado en cada nueva medición que se conoce. Las posiciones de los aspirantes a la Presidencia no se están alterando. Se mueven un poco hacia arriba o hacia abajo, pero no de manera determinante. Lo que se está conformando es un escenario electoral que no tendrá modificaciones dramáticas.

Por supuesto, en un análisis hay que dejar espacio para lo inesperado. Sin embargo, lo único que podría alterar un elemento básico del cuadro actual es que alguno de los competidores cometa un error demasiado grueso o entre en un proceso interno de conflictos no regulados.

Pero si no pasa algo parecido (y no tendría por qué suceder), las cosas seguirán como las hemos visto evolucionar hasta ahora.

Lo que importa saber es si la intensidad de la competencia se llevará todo por delante -definiendo el estado de ánimo de los participantes- o si, al contrario, los líderes más capacitados podrán darle cierta orientación política a sus propias actuaciones.

El panorama entonces ha permanecido durante semanas en la misma posición básica. Pero que cada candidato parezca mantenerse donde mismo, no es algo neutral. Cuando nadie se desmarca significa que las estrategias emprendidas no han dado plenos resultados para nadie.

Y cuando eso ocurre, lo que se pone a prueba antes que todo es la capacidad de sostener el esfuerzo electoral en medio de presiones, incertidumbres, dudas y todo tipo de opiniones de quienes creen saber cómo mejorar posiciones.

Lo que no parece tener sentido -y lo más seguro es que llegue a ser contraproducente- es apostar a un aumento de la conflictividad en la campaña, en especial si esto ocurre entre todos y contra todos.

Hay que decir, de inmediato, que si el escenario político se fragmenta en una multitud de pequeñas disputas mediáticas, donde nada sustancial se pone en juego y sólo se actúa para las cámaras, entonces la única beneficiada en esta confusión bullanguera será la derecha.

En el mareo colectivo, la Alianza puede ir avanzando con suma lentitud, pero avanzando al fin. Y eso puede llevarla al triunfo. Pero para que gane, se necesita que exista una falla política generalizada y profunda, simultáneamente en la Concertación, el Juntos Podemos y los seguidores de Enríquez-Ominami. Se requeriría que no hubiera quien se mostrara a la altura del desafío político.

Todo empieza antes

Mientras sea posible pensar que las candidaturas diferentes a la derecha puedan crecer a costa unas de otras, se verá que parte importante de la polémica se establece entre ellas. A ratos, esto llega a aparecer como el esfuerzo principal de algunas de ellas, con lo cual la vida se le hace bastante más fácil a Piñera.

No obstante, las dudas o las esperanzas excesivas terminarán para cada uno de los actores mencionados con la próxima encuesta CEP. Ello no ocurrirá porque este instrumento nos traiga una información en particular novedosa, sino porque ya no habrá nada más que esperar.

En el fondo, cuando ningún factor conocido cambia de forma sustantiva, no hay que esperar a la votación para saber con qué nos vamos a encontrar en las urnas. Por eso, para muchos efectos una buena encuesta hace las veces de una primera vuelta simulada.

Con lo que nos encontraremos es con que a Piñera le cuesta un mundo aumentar su ventaja respecto de sus competidores tomados por separado, pero al mismo tiempo, nadie puede ganar por sí solo la elección presidencial. Al menos todo se hace muy cuesta arriba para el momento de la definición final si la única relación con los otros competidores ha sido el conflicto.

Lo que espera la Alianza es llegar bien posicionada en primera vuelta, aguardando no encontrarse con un adversario mayoritario al frente, sino con la disolución de la competencia. Trabaja para que algunos de los que tiene al frente pasen a su lado, otros se vayan para la casa y otros prefieran anular antes que votar por un candidato que es políticamente más cercano, pero con el que no hayan hecho otra cosa que pelearse durante semanas.

La Alianza quiere ganar por no presentación, desidia o rencor mutuo entre los demás; nunca ha podido derrotar la confluencia, por eso su campaña consiste en dividir.

El desafío político inédito de esta elección significa jugar por anticipado pensando en quienes necesitan aunar voluntades para definir en segunda vuelta a su favor la competencia.

De la campaña saldremos distintos

Nadie que apueste a la soberbia puede ganar esta elección. No hay razón para la autosuficiencia, porque no hay quien dependa exclusivamente de sí mismo.

Y en eso consiste el arte que se necesita practicar desde ya. Las candidaturas van a seguir compitiendo con la esperanza de acumular ventajas importantes. Pero apostar a la pura competencia es un error. Esto, porque en ningún caso el tercer competidor dejará de tener un caudal de votos significativo. La competencia no va a eliminar al otro como actor significativo.

Para las candidaturas que se ubican entre la centroizquierda y la izquierda, lo único que tiene sentido es competir para perfilar sus temas, sus prioridades y sus opciones políticas, pero al mismo tiempo, establecer desde ya qué es aquello que no acepta como opción querida para Chile.

Es el rechazo a la opción de derecha lo que constituye un punto fundamental de confluencia de actores que hoy representan la heterogeneidad de las opciones pluralistas para nuestro país.

La derecha siempre ha estado en la delantera, y el que quería entregarse en sus brazos ya tuvo todas las oportunidades para hacerlo. Si no pasó antes, no se ven razones para que ocurra ahora. Pero lo cierto es que para una gran mayoría de los chilenos la idea de concentrar todo el poder político, económico y mediático en las mismas manos no es sinónimo de un mejor país, ni de uno más equitativo, participativo y solidario.

Por supuesto que se pueden cometer errores importantes. Cuesta poco hacer declaraciones poco felices. Pero todo esto es parte de la vida política. Lo que hay que decir es qué van a incentivar las figuras políticas señeras de la centroizquierda.

La mayor responsabilidad es de la Concertación, porque hay que recuperar la capacidad de confluir. Lo que diferencia a este conglomerado de la derecha es que ha sabido convertir las tragedias vividas y los errores cometidos en lecciones aprendidas de la historia. Se gobierna construyendo mayoría, se progresa concitando acuerdos nacionales, se interpreta mucho acogiendo las demandas y los anhelos del presente, se hacen reformas sustantivas por la profundización de reformas graduales. Hay que hacer pesar esta diferencia respecto de cualquier otro conglomerado constituido o por constituir.

¿Cómo se va a ganar ahora? Hablándole a la mayoría que tenemos que representar, reconociendo las críticas fundadas y los malestares del momento, proponiendo cambios ambiciosos para un mayor progreso y equidad. Una difícil tarea, pero no será la primera vez que se emprenda una empresa de grandes dimensiones. De esta campaña todos saldremos o mejores o peores, pero nunca iguales a como entramos en ella.

viernes, octubre 09, 2009

Haga el favor de no aterrorizar a la derecha

Haga el favor de no aterrorizar a la derecha

Víctor Maldonado R.


Boeninger, el alarmista

En su último libro (y auténtico testamento político) Edgardo Boeninger ponía en el centro de sus preocupaciones la capacidad de dar gobernabilidad y llegar a grandes acuerdos políticos transversales. Veía a ambos aspectos como condiciones necesarias para darle a Chile un futuro mejor.

Lo que el “arquitecto de la transición” observaba en el horizonte era una gran oportunidad de progreso nacional, pero también dificultades reales que requerían de una notable capacidad política para superarlos.

Boeninger era conciente de estar viviendo sus últimos días, por lo que concentró sus “propuestas para reflexionar” en lo más trascendente para la política del país. No podía estar más alejado del debate de trinchera. Al revés, llamaba a “levantar la mirada”.

Pues bien, él pensaba que, en el período que se abría, quien llegará a ser Presidente encontraría renovadas dificultades para darle gobernabilidad al país.
Por supuesto, la prensa de derecha (casi toda la existente) destacó lo que el autor preveía en el caso que se diera un gobierno con Eduardo Frei a la cabeza y se guardó el resto del mensaje, es decir, casi todo.

En el caso que Piñera llegara al poder, el autor decía lo siguiente: “La Alianza por Chile (que a mi juicio es minoría social en el país) será minoría en el Parlamento ante una mayoría opositora de sesgo confrontacional, al menos en su ala izquierda…”. Y agregaba un párrafo igualmente importante: “Piñera tratara de formar mayorías ad hoc, negociando con parlamentarios individuales o con pequeños grupos de parlamentarios conscientes de su poder de veto, lo cual apunta a mayorías políticas del gobierno transitorias e inestables”.

Edgardo Boeninger no estaba tratando de aterrorizar a nadie. Acostumbrado al diagnostico frio y desapasionado y a identificar los cursos de acción más probables, buscaba describir cada escenario posible que se tenía por delante para saber a qué atenerse.

Siguiendo esta misma ruta, podemos afirmar tres cosas respecto de la derecha. Primero, que la oposición constituye una mayoría política y social en el país. Segundo, que ella no ha encabezado grandes acuerdos nacionales y de hecho viene de haber promovido intensamente la confrontación (la “teoría del desalojo” no es precisamente una invitación a convivir en paz). Tercero, sería el cargo de un modelo que no le pertenece, en el que no cree, y que es bien diferente del que dejó, junto a Pinochet hace veinte años.

¿Da lo mismo el piloto y la dirección?

Desde luego lo que viene no es el caos. Nadie jamás ha planteado semejante cosa, y si alguien lo entendió así, se equivocó. Lo que sí está en cuestión es saber si lo que está por venir es un futuro marcado por la gobernabilidad, el crecimiento y una mejor convivencia social, o, si nos encontraremos ante un escenario en el que empezamos a experimentar serias dificultades en nuestra convivencia.

Nadie puede creer que Chile tiene clavada la rueda de la fortuna. De hecho, lo que hemos conseguido no tienen nada que ver con la fortuna sino con el efecto producido por una experimentada y prolongada conducción política de calidad. Lo que tenemos es producto de un intenso trabajo social, económico y político. No es casual que el país progrese y se desarrolle sin pausa.

Que nos hallamos acostumbrado a que las cosas funcionen y a que las crisis sean superadas, no significa que ello continuará así pasé lo que pase y resuelva sé lo que se resuelva.

Si ninguna duda, la aplicación de recetas neoliberales para enfrentar la crisis económica internacional que empezamos a superar, hubiera sido bastante diferente (y para mal) para mayoría de los chilenos. No por nada, lo que había entrado en crisis era, también, un conjunto de dogmas y convicciones que no resistieron el momento de la prueba.

La derecha no soporta, ni por asomo, ser tratada como trata a los demás. Está acostumbrada a decir de sus adversarios cuanto le viene a la cabeza. La Concertación y el gobierno han sido acusados de las cosas más atroces en estos años. Pero ahora, en apariencia, cuando recibe una crítica política se siente profundamente ofendida. Da la impresión inicial que su idea sería la siguiente: “todo aquello que hiere mi fina sensibilidad debe ser descartado del debate”.

En realidad la derecha no creer al pie de la letra lo que está diciendo. Lo que está develando las declaraciones de sus dirigentes es una estrategia. Lo que quiere decir al denunciar una campaña del terror, es convencer a los electores que el candidato de la Concertación se está desesperando ante su seguro triunfo y que por eso estaría recurriendo a malas artes. Por supuesto, semejante procedimiento se puede emplear solo porque se tiene un fuerte control de los medios de comunicación, y bajo ninguna otra circunstancia.

Como se puede ver, Piñera estaba tratando de que se discuta sobre sus posibilidades electorales actuales antes que de ideas y propuestas. No pone el acento en el programa sino que busca la intensa y episódica confrontación de trinchera. A decir verdad, en esto último ha encontrado constante compañía.

Resulta que cuando el debate abandona el campo de la propuesta sustantiva que se ofrece al país, el candidato que sí cuente con un programa consistente pierde una ventaja importantísima. La capacidad de dar gobernabilidad y de orientar a la opinión pública deja de ser central.

Cuando lo que importa no es lo que se dice sino el ruido se que hace, entonces quedan en mejor posición los que tienen poco más que titulares o los que quieren consolidar su ventaja en las encuestas.

Terror, para qué te quiero

En otras palabras, Frei y su candidatura se verán “invitados” constantemente a debatir temas insustanciales, usando un tono apasionado y desmedido respecto de la mínima importancia de lo que se debate. No se ve porque tenga que ser aceptada semejante invitación.

Piñera se está dedicando a que la Concertación pierda el foco de su esfuerzo principal. Ocurre que Chile tiene la Presidenta más popular de su historia; que el gobierno tiene un respaldo que su ubica sobre el 60 por ciento; que el manejo en la crisis económica internacional es alabado en todas partes; que los problemas se están superando y que las expectativas futuras son cada vez mejores.

Si la derecha dejará que todo esto pese en la opinión y el ánimo de los chilenos, sabe que está perdida. Por lo tanto necesita que se discuta de otra cosa. Requiere llenar el espacio con distractores. Porque entonces, la avalancha de propaganda de una campaña en la que los recursos no escasean, hará la diferencia respecto de las otras opciones.

Frei, en cambio, tiene que hacer todo lo contrario de lo que le proponen sus adversarios. Ha de convencer a la gran mayoría de que sabe cómo darle continuidad a las principales políticas de la actual mandataria. Tiene que mostrar que las grandes reformas de la educación, la economía, las relaciones laborales, y la reforma del estado pueden ser emprendidas bajo su liderazgo. Ha de mostrar que las coaliciones de envergadura son indispensables, y dispone del conglomerado con mayor experiencia y más exitoso disponible en el país.

Frei no ha de presentarse como un solitario que quiere ser Presidente a toda costa sino como el representante de una visión de país asumida por la mayoría social y política. En otras palabras, el senador DC requiere de un fino trabajo de equipo para ganar.

No será nada de fácil pero, pese a todo, tiene que mantener la más amplia convocatoria a apoyarlo. Es posible que el debate de hoy sea una demostración clara de las estrategias con la que tendrá que enfrentarse y que ya muestra una reiterada coincidencia en apoyarse mutuamente en el ataque.

El camino del triunfo, sin embargo, requiere de serenidad y persistencia. Si el país quisiera lo que la derecha representa, Piñera ya habría alcanzado hace muchos meses una ventaja irremontable. Pero no es así.

Piñera no le tienen miedo a una supuesta campaña del terror. Le tiene terror a una campaña (la suya) que no crece como debiera. Es el miedo a algo que no está pasando, y que él no ha logra provocar. Está jugando a mantener la ventaja respecto del Frei (lo cual demuestra que su verdadero adversario es el senador y nadie más) haciendo que se entretenga en nimiedades.

Pero si Frei mantiene la atención concentrada en los grandes temas y logra elevar el nivel del debate, el representante de la derecha estará en grandes dificultades.

viernes, octubre 02, 2009

En la normalidad está el peligro

En la normalidad está el peligro

Víctor Maldonado

En pocos días se recordará el 5 de octubre, el triunfo de la razón sobre la opresión. Tal vez ese día, los líderes de la Concertación puedan recordarnos qué es lo que está en juego hoy en la presidencial.


Estancada en el cien por ciento

Cada vez que ha habido que enfrentar dificultades y crisis, al gobierno le ha ido bien. Ahora deberá enfrentar un nuevo desafío, insólito y diferente a la vez: que le siga yendo bien ahora que las cosas mejoran.

A primera vista, esta frase no parece sensata, porque si ante problemas importantes se ha tenido un buen desempeño, pareciera obvio que nos irá todavía mejor ante la ausencia de las dificultades más acuciantes. Pero la realidad dista mucho de comportarse tal como dictan las apariencias.

Hay que aprender que el curso más esperado de los hechos no sea el que termina siendo el decurso de este gobierno. Hay que acostumbrarse a esperar lo inesperado. No por nada ésta será recordada como una administración completamente “anómala” en nuestra historia.

Pensemos nada más en nuestra conducta cotidiana. Al gobierno de Bachelet le queda poco tiempo y todos actúan como si fuera a seguir para siempre, tanta es su influencia. En vez de salir del centro de la escena, se mantiene firme, concentrando la atención. El alza de la popularidad ya no causa asombro. Hasta la oposición sabe que si se le ocurre atacar a la Presidenta, sus posibilidades de triunfo electoral se esfumarían de inmediato.

Pero acostumbrarse a algo no debiera quitarnos la capacidad de asombro. La situación no es “lo que debiera ser”. Casi se considera como un axioma que los gobiernos se desgastan, que si bien parten con muchas esperanzas, terminan con muchas realidades prosaicas y desilusionantes. Muchos pueden testimoniar cómo transcurren por lo regular los últimos días de un gobierno. De seguro no suelen figurar entre las escenas más estimulantes que podamos recordar.

A la Mandataria parecieran estar echándola de menos antes que se vaya. La Presidenta acaba de recibir como regalo de cumpleaños de unos periodistas el titular de un diario ficticio en que aparece el siguiente párrafo, acompañado de una fotografía con un desanimado rostro de la Mandataria: “Presidenta estancada en el cien por ciento de aprobación”.

Cuando se cuente esta anécdota a futuros gobernantes, sin duda arrancarán sonrisas incrédulas o el suspiro del que compara su dura realidad con los tiempos en que la felicidad política se podía tocar con la mano.

Unidad y fragmentación

El inicio de la recuperación económica reordena las prioridades de la agenda ciudadana y gubernamental: no es lo mismo que las cifras económicas mejoren a que la calidad de la vida de las personas se recupere. Pero lo más probable es que las demandas sociales se repongan con mayor velocidad que lo que consigue la reactivación efectiva.

El espacio entre demandas y expectativas se habrá ensanchado. La agenda de preocupaciones ciudadanas se retomará allí donde se dejó antes de la aparición de la crisis. Llegarán con más ímpetu si se quiere, puesto que luego del letargo obligado se intentará recuperar el tiempo perdido.

No hay que pasar por alto que la seguridad ciudadana está volviendo a ocupar el lugar de privilegio en las preocupaciones, desplazando incluso al tema del empleo. Esto empieza a oler a normalidad, y nada debiera alertar más a un gobierno extraordinariamente eficiente en crisis que el retorno a la rutina y lo cotidiano sin épica ni sentido de urgencia.

Lo que tiende a ocurrir en “estado de normalidad” es que las tareas tienden a concentrarse en el cumplimiento de las metas sectoriales definidas con anterioridad. También los conflictos se particularizan. Así, a quienes están en el mundo de la salud les importa el presupuesto del sector, buscar aliados para mejorar posiciones y presionar todo lo que puedan para que ello ocurra. En otros ámbitos igual.

Si se recuerda que estamos en campaña parlamentaria (además de presidencial), se notará idéntica tendencia a la fragmentación. La competencia es territorial y acotada. Los intereses se individualizan. Es el reino del metro cuadrado. Se podrán ver conflictos dentro del mismo partido, entre candidatos del mismo pacto, una cierta tendencia a la relajación de lo permitido, una enorme capacidad de polarizarse a partir de hechos de importancia bastante menor.

Los comandos presidenciales tendrán serias dificultades para mantener unidas huestes en competencia interna y con prioridad distrital o de circunscripción.

En la normalidad está el peligro. Prioridades ciudadanas retomadas, demandas sociales en alza, conflictividad social que no mide el efecto acumulado, partidos y coaliciones en competencia fragmentada. En un cuadro de estas características es fundamental el curso de acción que tome el gobierno.

Mantener las prioridades

Cuando la tendencia comienza a ser la dispersión, es el Ejecutivo el que debe poner en la agenda la mantención de los grandes objetivos. No es otra cosa lo que se ha dicho al momento de presentar el Presupuesto 2010; es decir, que tras todos los números hay un esfuerzo coordinado de sostener la reactivación y expandir la protección social.

Las tareas se implementan por sectores, pero los resultados importantes se consiguen por la acción colectiva, sabiendo que se está trajinado como equipo, para dejar al país en las mejores condiciones en todas las áreas.

No hay manera de que los ciudadanos mantengan a la vista el interés general sin que el Estado insista a diario en ponerlo en el tapete de la discusión y del debate. Si bien se ve lo que ha hecho el gobierno todo este tiempo -y magistralmente en la crisis-, es unir lo disperso, convocar a un esfuerzo nacional, despertar un espíritu de cuerpo, activar un interés compartido superior a las ambiciones personales o grupales y dar razones para esperar lo que no se tiene ahora.

Es posible que con la crisis todos pagáramos costos. Pero también que nadie se sentía abandonado desde el mismo momento en que el Estado tendía la mano a jubilados, dueñas de casa, desempleados, jóvenes en busca de trabajo o que quieren permanecer estudiando, empresas que requerían respaldo, etcétera. Nunca más presente, nunca de manera más oportuna.

Ahora hay que hacer lo mismo. Preservar el más valioso y más invisible de nuestros tesoros: la gobernabilidad progresista del sistema. Es decir, disponer de un orden social que se sostiene no en la imposición de los poderosos, sino en el apoyo preferente al vulnerable.

Mantener la agenda de temas relevantes es también importante para la campaña. Se observará que el cambio de escenario ha impactado en el debate presidencial, el que tiende a salir de las materias de fondo. De la relación entre política y negocios hemos transitado a la calidad y sentido de un informe sobre transparencia. De las reformas laborales a las intenciones de quienes ponen el tema. Del perfilamiento de las candidaturas a los preanuncios de apoyos en segunda vuelta. En fin, de la calificación de situaciones a la descalificación de personas. No les ocurre a todos ni ocurre siempre, pero esta mala tendencia está presente entre nosotros.

La pérdida de nivel de debate beneficia a los que tienen menos que decir y más que vociferar. Por eso importa lo que haga el gobierno. Hay momentos privilegiados en que se puede dar un corte al debate de trinchera y retomar la agenda grande. En pocos días se recordará el 5 de octubre, el triunfo de la razón sobre la opresión. Tal vez ese día los líderes de la Concertación puedan recordarnos qué es lo que está en juego hoy en la presidencial. Estoy convencido de que no perderán la oportunidad de hacerlo.