viernes, septiembre 25, 2009

Entre dos alternativas

Entre dos alternativas

Víctor Maldonado

Las opciones reales ya son dos. Así quedó demostrado en el foro. Es lo que dicen las encuestas. Es lo que favorecen las reglas del juego. Corresponde también a las opciones de fondo. Sólo dos se preparan para gobernar y los otros se preparan para influir.


No son todos los que están

Antes que elijamos Presidente por medio de una elección, ocurre que el cargo de Presidente escoge a sus contendores.

Quiero decir con esto que, a medida que pasa el tiempo, les queda cada vez más claro a los electores que no todos los que se presentan en una elección aspiran a la Presidencia “aquí y ahora”. Cuando se comprende esto es cuando se termina por definir por quién se vota.

Pero, ¿qué razón podría tener alguien para presentarse si no es para ser Presidente de 2010 a 2014? La verdad es que los motivos para presentarse a la conducción del Ejecutivo, a sabiendas de que no se llega a La Moneda, pueden ser muy amplios, pero básicamente se pueden mencionar tres.

Se puede presentar un candidato porque no tiene otra alternativa. Un sector político puede ser significativo, tener presencia real, puede llegar al Congreso y, sin embargo, no tener opción presidencial. No obstante, sin abanderado que aglutine, las opciones parlamentarias se debilitan. De ahí que se presenten candidatos para “marcar territorio” y para fortalecer el sentido de identidad colectiva.

Tradicionalmente, es esto lo que ha ocurrido en la izquierda del espectro político. Se presentan por la necesidad de existir y seguir siendo un actor reconocido y conocido.

También se puede presentar una candidatura para efectos promocionales. Se quiere llegar a la Presidencia, se sabe que ello no es posible ahora, pero sí se espera ser una opción real en el futuro. En el fondo, se presenta una campaña inicial para una competencia posterior que aún no está en la mente de la gran mayoría.

Son candidaturas que se presentan como de renovación y cambio, que se sostienen en la novedad y la sensación de frescura que desean encarnar. Se presentan como un punto de partida, y para estas opciones la elección presidencial es una estación intermedia.

Reordenando el naipe

Enseguida, se pueden presentar candidaturas con la finalidad de dar cauce al descontento con lo establecido. Siempre hay un sector -en nuestro caso no menor a 20%- de personas que están disconformes con el gobierno, la oposición, los partidos, las elites, los bloques políticos y la forma en que se practica la política.

Dado este cuadro, siempre existirá quien desea reordenar el sistema de dos grandes conglomerados. Se trata de cambiar las opciones básicas, regularmente por el reemplazo de uno de los bloques existentes.

En otras palabras, se puede presentar una candidatura pensando que se está dando el empujón definitivo para que un grupo político mayoritario se desintegre. Se trata de una construcción post derrumbe de otros. Se busca una victoria por abandono o por extinción.

Opciones como ésta dan pábulo a distintos grados de entusiasmo y fervor. Algunos se contagian tanto del ambiente efervescente del momento que ven las puertas de una pequeña Apocalipsis que afectará a los demás. Sobre las cenizas ajenas se ven como el anuncio de un nuevo amanecer. Los más advertidos ubican el reemplazo de los que han constituido hasta ahora la mayoría política en algún momento por llegar, pero no de inmediato.

Lo que alimenta las opciones alternativas no es la falta de ambición, sino un exceso de ella, acompañada de una falta de visión conjunta de cómo llegar a la meta propuesta. De allí el entusiasmo, acompañado de una falta de precisión en la definición de los movimientos de campaña. En el fondo, el día a día prima sobre todo lo demás.

Habría que agregar que, en otras ocasiones de nuestra historia, se ha dado el caso de candidaturas que se han presentado con el propósito de restarle el apoyo necesario a un adversario más peligroso (como el famoso “cura de Catapilco”, cuya candidatura logró en 1958 que Salvador Allende no ganara, al restarle el margen de votos con el que superaba a la derecha).
Entre nosotros ha habido el intento de la derecha de usar en su favor la aparición de una tercera candidatura, pero, claramente, no ha generado una opción a su amaño, ni ha tenido el control de la situación en ningún momento (pese a que sus estrategas se ven a sí mismos haciendo esto y mucho más).

Sólo dos opciones

El punto está en que, ya sea que una candidatura se presenta porque no puede dejar de presentarse, porque se promociona para el futuro o porque quiere llenar el espacio que deja el siempre presente descontento, al final queda claro que no son opciones reales para la elección en curso. Son candidaturas muy justificables, pero no se relacionan con el objetivo directo de elegir Presidente. Y por eso empiezan a quedar en el camino, aun antes de lo que imaginaron o creyeron posible.

Las candidaturas testimoniales u “obligatorias” son bien necesarias, pero al mismo tiempo que el sector al que representan ve necesario concentrarse en las competencias parlamentarias para obtener triunfos reales, dejan de verse como indispensables de sostener como prioritarias. En el caso contrario, todos entienden que suelen tener una clara opción para la segunda vuelta. Por eso no hay quien no sepa a qué atenerse con este tipo de opción.

En el caso de una opción como la de Jorge Arrate queda evidenciado que puede ser sostenida con una sobresaliente dosis de dignidad, altura de miras y brillo personal. En el caso de las opciones de futuro, lo que se puede esperar es que completen su ciclo de aparición, despegue y descenso aun antes de que llegue el día de la votación.

Al principio la novedad aparece como estimulante y necesaria, una oportunidad para remover lo anquilosado. Pero, antes del final, queda demostrado que nadie puede permanecer como novedad mes tras mes, sin aportar un contenido específico propio y relevante. Como nadie sabe cómo ha de presentarse el futuro y ya es ardua tarea hacerse cargo del presente, cada día pesa más la capacidad actual de dar gobernabilidad y progreso al país. Es decir, lo que importa no es lo que puedas llegar a ser, sino lo que ya eres. En ese momento nadie mantiene su apoyo: o creces hasta predominar o empiezas a retroceder sin pausa.

Inevitablemente se llega a un callejón sin salida. Se está condenado a participar de foros y debates donde empiezan las repeticiones y se pierde novedad y, si no se gana en consistencia o en profundidad, cada vez se pierde más terreno ganado. En caso de limitar los debates, se pierde presencia y ya no se está presente en la televisión, que es lo mismo que perder.

En el caso de quienes quieren recomponer el cuadro político, lo que hacen es apostar a que llenarán un vacío que dejan las coaliciones. Si el vacío no se produce, lo que deja de tener sustento es la candidatura, que fenece por inanición. Tal cosa le ocurrió al senador Alejandro Navarro.

Para quienes no se ubican en la derecha, una opción de liderazgo puede representar a la Concertación, puede encabezar a la izquierda o querer el cambio de las dirigentes de alguno o de todos. Pero no se puede ser, a medias, algo de cada uno. Lo que se llega al final es al conjunto vacío.

Por eso digo que es la Presidencia la que selecciona a los contendores finales. En nuestro caso, las opciones reales ya son dos. Así quedó demostrado en el foro. Es lo que dicen las encuestas. Es lo que favorecen las reglas del juego. Corresponde también a las opciones de fondo. Porque sólo dos se preparan para gobernar y los otros se preparan para influir.

viernes, septiembre 18, 2009

Expuestos al escrutinio público

Expuestos al escrutinio público

Víctor Maldonado

La guerra sucia existe. Pero hay que decir que no todo emplazamiento público es parte de una guerra sucia solo porque a un líder político lo incomode. Un buen político se conoce por cómo enfrenta sus deficiencias mucho más que por como celebra cuando le toca triunfar.


El tema de la “guerra sucia”

Una de las pruebas más exigentes que afronta cualquier candidato presidencial es la exposición pública de su vida en las más diversas facetas.

No se trata de una característica nacional sino de toda democracia contemporánea. Incluso se puede decir que en nuestro país nos hemos desinhibido con más retraso que en las democracias más consolidadas. Una especie de pacto no escrito ha establecido entre nosotros la existencia de un espacio de la vida privada se ha de respetar a los otros, para que los otros la respeten en reciprocidad. Con el tiempo, este espacio reconocido se ha ido restringiendo.

Como sea, cualquier candidato presidencial sabe que, desde el momento que declara sus intenciones de llegar a La Moneda, es como si diera una “orden amplia de investigar” sobre sí mismo a amigos y adversarios. Los primeros con la intención de precaverse de cualquier problema, y los adversarios con la intención de causarle problemas.

Muy pocas personas están dispuestas a pasar por semejante experiencia. La perdida de intimidad en tan alto grado es una prueba muy dura. Pero el que se presenta como candidato presidencial, por ese solo hecho, ya ha aceptado las reglas del juego y no puede quejarse, con justicia, de que ellas se les apliquen durante todo el tiempo que dura la competencia y más allá.

Todavía menos puede alguien esperar que la competencia democrática sea un camino de una sola vía. Es decir, que sea él quien tenga licencia para decirle a los demás lo que le venga en gana, pero que no acepte –en una queja continua- que los otros le devuelvan el trato recibido con igual entusiasmo.

Sin embargo, todo tiene su límite. Constantemente se hace referencia a la “guerra sucia” y, efectivamente ella existe y se la puede distinguir claramente de un debate cívico sano.

En efecto, la guerra sucia se caracteriza por el uso ilícito de tres prácticas políticas reprochables.

La principal práctica de una guerra sucia -en relación el historial de un candidato- es la presentación sesgada de hechos y declaraciones. Es bien sabido que el recorte o la intervención de imágenes o textos puede hacer que una persona cualquiera aparezca como diciendo casi cualquier cosa.

Como se ha repetido infinidad de veces, frases sueltas, sacadas de contexto o truncas, pueden hacer decir a la Biblia “Dios no existe”. Claro, la frase se puede encontrar, pero se ha hecho un uso abusivo de ella, rompiendo toda norma ética.

Esta es una de las prácticas más reprochables que se puede encontrar en el ejercicio de una política degradada. Se consiguen las “victorias” más sorprendentes cuando se le atribuye a un personaje público unas opiniones tan desquiciadas (que, por supuesto, nunca ha emitido del modo como se muestran) y luego se presenta el propio victimario como la imagen misma del buen criterio, y como alguien que sabe poner al otro en su lugar.

En otras palabras, se fabrica un mono de paja, se le pone el nombre de alguien odiado y luego ya se puede otro ensañar con él.

Cuando verdad y mentira van juntas

La segunda práctica de este tipo de guerra sucia es el uso de la insinuación maliciosa. Se puede decir las peores cosas de un político sin llegar a la acusación formal y responsable. Como todos sabemos, las líneas de palabras pueden decir mucho, pero las entrelíneas pueden decir todavía más.

Este recurso es aún peor que el anterior. Porque el primero es dañino, pero burdo. Finalmente puede ser desenmascarado. Es un arma para cobardes. Pero esta otra es un instrumento de sibilinos o de intrigantes.

Lo que hace este tipo de personajes es acomodar información comprobable y verídica en un contexto y una interpretación tan envenenadas que cambia el significado de los hechos. Lo que antes era y parecía normal, aparece ahora casi como un crimen evidente.

Cuando un sibilino es derrotado en buena ley lo que hace, como ultimo recurso, es insinuar un negociado de por medio, una vida privada inconfesable o la existencia de una mafia capaz de vender a sus madres.

Lo más triste de ver es que el intrigante acusa a los demás de aquello que lo define a él mismo: “hacen cualquier cosa para mantenerse en el poder”, “no entiendo por qué insiste en presentarse al cargo”, y, por supuesto, “todo el mundo sabe que son otros los que deciden”.

La tercera práctica es la introducción de información falsa o que se sostiene sobre la base de informantes de dudosa catadura. Aquí nos encontramos con la maldad llevada al virtuosismo. Esta es el arma de los manipuladores de envergadura. No es apta para el uso de quien tenga el más mínimo escrúpulo. Además, tiene la limitante que solo puede ser usada por embaucadores por suficientes recursos como para operar en gran escala.

Como sea, de lo que se trata en este caso es de armar una trama letal contra una victima, una historia inventada, falsa pero con apariencia de verosimilitud. Y una vez que se la tiene armada por completo, se encomienda a un conjunto de esbirros que busquen elementos que parezcan darle carne y vida a una creación fantasmal pero nada inofensiva.

Este es el recurso favorito de encumbrados personajes que juegan a ser dios, inventan hipótesis malignas respecto a otros, de las que terminan convenciéndose y ordenando que le encuentren pruebas para respaldarla.

Es lícito pedir explicaciones

De modo que la guerra sucia existe. Su existencia es tan real como sus víctimas. Pero, de inmediato hay que decir que no todo emplazamiento público es parte de una guerra sucia solo porque a un líder político lo incomode. Tampoco es lícito que cada vez que carezcamos de buenas respuestas ante actuaciones dudosas, acusemos a los demás de que están tratando de perjudicarnos.

También existen las metidas de pata y los errores propios. Y un buen político se conoce por cómo enfrenta sus deficiencias mucho más que por como celebra cuando le toca triunfar o cuando las cosas van bien.

No toda pregunta es una agresión. Existen los emplazamientos que piden explicar situaciones y que se hacen de un modo correcto. La presentación lícita de una interrogante se caracteriza por la presentación de textos o grabaciones completas y sin cortes; por la ausencia de comentarios sesgados adicionales; por el rechazo a incluir material agregado de dudosa calidad o que provenga de fuentes no identificadas; y, por el abstenerse de atribuir intenciones al interrogado.

Puede que incluso una interrogante trasmigre, es decir, que originalmente sea formulada desde un adversario, en un momento calculado y con las peores intenciones. Pero si auténtica pregunta se instala en la ciudadanía, entonces hay que contestarla de todos modos.

Llegado a este punto no basta con denotar al agresor. Hay que responder al mérito de la cuestión. Puede reconocer el error y pasar a otra cosa. Puede demostrar que lo que parece un error es, en realidad, una opinión fundada y defendible. Puede aclarar que ya no piensa como antes. En cualquier caso, se trata de que sea coherente y sincero consigo mismo.

Porque, si no hace nada de esto; si lo que busca es que pase el tiempo para el olvido o el aburrimiento reemplace a la interrogante, entonces habrá fallado. Y no habrá a quien echarle la culpa.

viernes, septiembre 11, 2009

El inicio de la polarización

El inicio de la polarización

Víctor Maldonado

Un caso bochornoso, como censurar un diario en el momento mismo de una proclamación presidencial, dice más que mil palabras. Lo que dice la derecha a gritos es que no ha dejado de ser autoritaria, sino que no ha tenido oportunidad de desplegar su autoritarismo desde el poder.


La competencia no es con el vecino

LO QUE CARACTERIZA a una campaña son las apuestas fundamentales que encara: en qué planteamientos concentra su mensaje principal y a qué adversario escoge como antagonista directo. En torno a las propuestas no basta seguir las encuestas y asumir un discurso que repita las prioridades que se detectan como preocupaciones ciudadanas. Escoger el adversario implica optar con quién se ha de buscar la confrontación, porque eso -a la inversa- implica a quiénes se va a escoger atraer en la segunda vuelta electoral. La derecha y sus medios de comunicación le hacen a Frei la constante sugerencia de que se concentre en la obtención de los votos de Marco Enríquez-Ominami. Si tanto lo repiten será por algo que no se identifica con el altruismo.

¿Por qué no poner el acento en la contienda dentro de la centroizquierda? Porque se deja escapar a la derecha de la necesidad de justificar su opción más allá de las posibilidades de ganar. No hay que perder de vista que estamos en una disputa por ganar. Los roces y tensiones son inevitables. Pero los que han de converger por necesidad tienen que saber desde el inicio que sus roces son accidentes en la ruta, no la meta del camino. Esas son las reglas del juego. Lo que une a las otras candidaturas de centroizquierda es el rechazo de un país dirigido por la derecha y sus valores. La frontera es política y cultural. De modo que concentrándose en antagonizar con la derecha, se obtienen dos resultados principales: quedan claras las principales opciones electorales en cuanto al tipo de país que se quiere y, segundo, se van tendiendo los puentes que permiten trasvasar apoyo en una segunda vuelta que ya todos parecen ver como inevitable.

No es necesario ni anticiparse en la etapa de competencia abierta a negociaciones que no tienen sentido ni tampoco presuponer cómo evolucionará el apoyo a uno u otro. Nada de esto son puntos de contacto cuando cada cual está desplegándose, tratando de ampliar su base de apoyo propia. No es la argumentación la que consigue el acercamiento, porque nadie está en condiciones de ser convencido por el discurso ajeno. Pero quien no cede a la argumentación se inclina ante los resultados. Simplemente, llegará el momento en que alguno de los competidores demostrará su capacidad de convencer a más ciudadanos que está en mejores condiciones de construir el tipo de sociedad que postula.

Razones para escoger

Las campañas presidenciales tienen la característica de que consiguen que los electores cambien o revalúen las razones para escoger candidato. Al principio, priman gustos personales y las características de los abanderados. Lo que importa es quién atrae más dada su personalidad. Pero a medida que la elección se acerca, empieza a adquirir más realce el efecto que tendrá en el país y en la vida cotidiana de las personas la decisión que se tome. Empieza a importar más qué se propone, quiénes apoyan al abanderado y con quiénes gobernará.

Siempre habrá un grupo que estima que lo que a ellos les suceda no tiene nada que ver con lo que acontece en el mundo político. Su vida será mejor o mejor según lo que hagan o dejen de hacer por sí solas. Punto. Pero este punto de vista es más difícil de sostener cuando se ha experimentado una crisis importante como la que aún atravesamos en la economía mundial. En este caso, cada cual tiene evidencia directa de lo que hace el gobierno y las decisiones que se toman a favor de las personas en dificultades.

En lo cotidiano, no son muchos los atraídos por la política contingente. Pero en crisis la mayoría se da cuenta de que no puede quedar al margen. Mas hoy, cuando hay una fuerte sensibilidad ciudadana respecto a que cada voto cuenta, en particular cuando las diferencias se reducen y las competencias se resuelven por poco. Cuando se trata de concejales, alcaldes, y ahora diputados y senadores, importa mucho lo local, la relación más bien directa, el conocimiento de años. Como las disciplinas partidarias no están en su momento más esplendoroso, puede que los votos de las grandes coaliciones oscilen dependiendo de las realidades provinciales.

Algo diferente ocurre en la definición presidencial. En ríos tan revueltos, lo que el elector distingue son las grandes tendencias más que las fronteras partidarias. Existen los que apoyan a Bachelet y los que no lo hacen; los que se definen como de centroizquierda, y los que son opositores; existen los que “siempre han sido de este lado” y los que no lo son. De todos los factores en una elección, lo que más pesa no es la opinión sobre el candidato que más gusta, sino aquél que más se rechaza. No son tantos los afortunados que logran votar por un aspirante que les llena el gusto. Pero no son pocos los que tienen muy claro cuál es el candidato que les resulta más insoportable. Se termina votando en contra de lo peor que nos puede pasar antes que por lo mejor que nos podría ocurrir.

Siendo así, una elección presidencial se empieza a despejar en la misma medida que se empieza a producir una polarización entre dos alternativas “reales”. Cuando se llega al convencimiento de que la Presidencia se juega entre dos aspirantes y sólo entre ellos. Y definitivamente es esto lo que ha comenzado a pasar.

Vocación por el conflicto

Lo que ocurre no es sólo que las dos candidaturas mejor posicionadas empiezan a despegarse del resto. Tampoco que luego de la inscripción de candidatos a parlamentarios, los bloques de mayor envergadura hacen pesar su ventaja comparativa. También ocurre que la campaña de la derecha está produciendo, más como resultado que por premeditación, un acrecentamiento de la polarización. Pero esto no ocurre por una fatalidad, pasa por un ingrediente de progresiva agresividad aportado por la línea política más dura en la oposición.

Así, por ejemplo, Allamand ha dicho que “todos los funcionarios de la Concertación a contar de marzo van a tener que salir a buscar trabajo a la calle y van a tener que abandonar sus cargos”. Evelyn Matthei comentó que el programa de Frei es de una “pobreza franciscana, estúpido, ridículo”, entre varios otros calificativos. En otras palabras, se está polarizando por opción y preferencia.

Cuando se escriba la historia de esta campaña, se tendrá que consignar que, antes siquiera que empezara el despliegue territorial, e incluso de que los ánimos se caldearan naturalmente en las competencias parlamentarias más estrechas, desde la Alianza se estaba tocando a rebato para que se produjera la tan conocida agrupación entre “ellos” y “nosotros”. Se ha adoptado una mala senda. No se puede hacer un llamado amplio a todos los sectores y adoptar una actitud dura y sectaria.

Lo que algunos parecen querer recordarnos es que la derecha, tras tanto tiempo en la oposición, no parece dispuesta a perder la mentalidad del que se concibe a sí misma como una minoría, todo lo significativa que se quiera, pero minoría al fin. Un caso bochornoso, como censurar un diario en el momento mismo de una proclamación presidencial, dice más que mil palabras. Lo que dice la derecha a gritos es que no ha dejado de ser autoritaria, sino que no ha tenido oportunidad de desplegar su autoritarismo desde el poder.

En anteriores ocasiones, la conducción de la oposición se ha demostrado menos perfilada que sus posibilidades electorales. Ahora repiten un camino con destino conocido.

viernes, septiembre 04, 2009

Biorrítmicos y dirigentes

Biorrítmicos y dirigentes

Víctor Maldonado

Dado que Piñera no crece y que MEO no llega, es obvio que se abre la chance del triunfo de Frei. Si ha llegado hasta aquí con un trabajo deficiente de comando, hay que ver a dónde podría llegar si las deficiencias se subsanan.


Comparar las reacciones antes y después

Las encuestas sólo conducen a los que no tienen rumbo; los demás, las toman como lo que son: valiosos antecedentes para el análisis. Lo que cualquier estudio de opinión puede entregar son elementos de juicio que permitan perfilar mejor una estrategia electoral. Pero ellos no definen la estrategia misma, simplemente porque los datos no hablan por sí solos y requieren de interpretación, de definición de contexto y de sabiduría política para ser bien empleados.

Si uno desea evaluar la calidad de un político, de lo primero que tiene que tomar nota es de cuáles son sus opiniones antes de que se den a conocer los datos de una encuesta y, en comparación, qué opina después de que se conoce el sondeo de opinión. A veces las diferencias son asombrosas.

Hay que desconfiar de cualquier personaje que sufre fuertes diferencias de apreciación política, según cómo sople el viento. O, más certeramente, cómo el mencionado personaje entiende que está soplando el viento.

Hay que recordar las reacciones de los dirigentes, en especial las que han tenido inmediatamente antes de la presentación de la información del CEP. Creo que se puede decir que la comparación es notable. Al fin y al cabo, nunca hay que olvidar que el diccionario define el término "dirigente" como aquel que "lleva directamente algo hacia un término o lugar señalado". O sea, alude a alguien que se comporta todo lo contrario de un despistado.

Miradas desde este punto de vista, las reacciones de los más conspicuos personajes se dividieron en dos: los que se dejaron llevar por su biorritmo y los que se ocuparon en dar conducción serena.

Por una parte, hay quienes se especializan en analizar la situación política desde su estado de ánimo. Si están deprimidos lo ven todo negro, y cuando se alegran pasan a la política su euforia personal en redondo y sin escalas. Y, por supuesto, pasan de un estado al otro a la menor señal. De manera que quienes conectan rápidamente sus vísceras con su lengua, creían tener bien claro lo que venía con la encuesta más prestigiosa del país: era simplemente la catástrofe.

Piñera estaría ganando posiciones y Frei habría perdido todas sus ventajas. Más todavía. La verdadera incógnita de los biorrítmicos a la baja estaba en saber si, en esta ocasión, los dos candidatos de centroizquierda estarían pegados uno junto al otro en las cifras o, incluso, si el senador DC era superado por MEO.

Para terminar de deprimirse, los más emotivos aseguraban que sabían "de buena fuente" que los oponentes a Piñera lograban igual desempeño en segunda vuelta frente al empresario.

De allí al pánico había un solo paso y los más emotivos daban dos o tres: cambiemos candidato, cambiemos comando y cambiemos estrategia, era lo que se les ocurría con mayor frecuencia.

A todo esto, lo que más sorprende de este tipo de "análisis" es la distancia con la cual se aprecia la situación política. Adoptan la actitud del espectador externo, que ve cómo se desarrollan los acontecimientos, tal como si no les fuera posible cambiar nada. Sólo atinan a padecer o apenarse por lo triste de la situación.

El que lee los datos

Por fortuna se hicieron presentes a tiempo los dirigentes para atemperar los ánimos. Ejemplos hay varios. Uno puede encontrar la notable entrevista de Enrique Correa hace unos días en un vespertino. La solidez de la argumentación es notable y se puede seguir sin dificultad.

Parte por declarar que el dato político fundamental es la dificultad de Sebastián Piñera de aumentar su votación. Su tendencia a estancarse en el mismo lugar. Es esta dificultad la que le da su oportunidad a la Concertación.

Enseguida Correa identifica las fortalezas de Frei para posicionarse en el segundo lugar y desde allí despegar. Esto es, de competir con la derecha y de vencerla.

Muy francamente, nos dice que la fortaleza de Frei corresponde exactamente a las de la Concertación. Esto quiere decir que el destino de su candidatura tiene que ver con el convencimiento que logre la centroizquierda de la necesidad de mantener la conducción del país en sus manos y no dejar que la derecha llegue a La Moneda. No es un liderazgo que se imponga por carisma, sino por representación de un conglomerado capaz de dar gobernabilidad a la nación. Esto no lo dice el ex ministro, pero -en mi opinión- igual lo deja claro sin emplear estas palabras.

Luego despeja el punto que preocupaba más a la Concertación y que influye en su estado de ánimo: el fenómeno de Enríquez-Ominami. En el fondo, lo que hace Correa es decir que la Presidenta Bachelet apoya a Frei con la razón y el corazón. Que tiene un solo candidato y no uno por compromiso y otro por cercanía. Lo cierto es que Bachelet quiere la continuidad de la Concertación en cuerpo y alma, sin dobleces y sin dudas. Luego de dejar esta constancia, deja caer el dato más puro y simple del mundo, pero del que pocos se terminaban por convencer: que Marco Enríquez-Ominami no pasaba a segunda vuelta. Que no había ningún dato que diera sustento a esta idea.

Para terminar su argumentación, Correa tendía un puente entre las candidaturas que enfrentan a Piñera. Y es abogar porque estas candidaturas no se dediquen de preferencia a enfrentarse entre ellas, sino que pongan cara frente al candidato de la Alianza. Se trata de convertirlo en una prioridad compartida.

Por si alguien tenía alguna duda, Enrique Correa fijaba un punto de corroboración: en un mes los datos terminarán por despejar las dudas del momento. Es decir que, por el momento, las encuestas no registraran grandes cambios pero que pronto se decantará la tendencia principal.

En otras palabras, para que la Concertación gane la presidencial se requiere que no se hayan generado diferencias insalvables entre Frei y Marco Enríquez-Ominami, y esto es algo que no dicen los números, sino la sensatez política.

Piñera no crece, MEO no llega, Frei tiene una chance

Pues bien, se puede decir que tenía la razón Correa y los emotivos estaban completamente en las nubes. Queda toda la campaña por delante, pero los datos fundamentales no han cambiado y no dan sustento a la alarma, sino que impelen al trabajo tesonero.

Las conclusiones para la candidatura de la Concertación están harto claras y, tal vez, éste sea el momento en que se pueda prestar atención a ellas.

Primero, dado que Piñera no crece y que MEO no llega, es obvio que se abre la chance del triunfo de Frei. Si ha llegado hasta aquí con un trabajo deficiente de comando, hay que ver a dónde podría llegar si las deficiencias se subsanan.

Segundo, la mayoría del país no quiere votar por la derecha y hay que darle razones para apoyar una candidatura que ha de mostrarse generosa, abierta y dispuesta a acoger a quienes critican defectos reales, pero que entienden dónde está la verdadera frontera política en Chile.

Tercero, no se puede oscilar entre alejarse de la Concertación y acercarse a ella. Frei ganará en Concertación y por la Concertación. Sin eso no se gana, porque éste es el verdadero vínculo con Bachelet y el gobierno. Claro que se percibe desgaste, pero también capacidad de regeneración.

Cuarto, el tiempo hay que aprovecharlo. Y en lo que hay que emplearlo es en nivelar el desempeño del comando en todas sus facetas. Hay áreas deficitarias y mantenerlas así no tiene justificación posible.

Quinto, hay que tender puentes con todos los que se necesitan para ganar, para dar gobernabilidad y renovarse. Lo que no puede dar la arrogancia mutua, lo puede alcanzar el diálogo cívico.