miércoles, noviembre 30, 2011

¡Cuidado que se escapa!

¡Cuidado que se escapa!

Víctor Maldonado

Cuando un gobierno quiere cambiar el país tiene estrategia, cuando quiere sobrevivir únicamente tiene tácticas. Y la principal táctica de un gobierno débil consiste en lograr que el centro de atención deje de ser su falta de fuerza y energía, dirigiéndose hacia cualquier otra cosa.

Eso es lo que está aconteciendo en estos mismos instantes. El problema real del país es que el gobierno no ofrece seguridad ni garantiza el orden público. A cambio de tener que enfrentar este espinoso asunto, lo que tenemos es un debate artificial, promovido activamente desde el ministerio del Interior, con la fiscalización nacional.

Siempre hay que recordar que la atención ciudadana no es infinita. Puede concentrarse en pocos temas. Cuando la agenda se llena de una polémica falsa, artificial o secundaria, lo que llena el campo de visión de la ciudadanía es un distractor que no deja ver lo fundamental debido a la cortina de humo.

Demás está decir que un gobierno es tan mediocre como necesidad tenga de implementar este tipo de recursos, que son los propios del desesperado que se enfrenta a una situación que lo supera.

Hasta la mejor administración puede pasar por un mal momento, y bien puede que sea fácil mencionar siempre el caso del uso poco elegante de una maniobra distractora como las mencionadas en cualquiera de los gobiernos pasados. Pero, hasta ahora, lo que habíamos presenciado eran situaciones excepcionales, no algo que tuviera las características de un hábito adquirido. Esta es la demostración más palpable del ostensible deterioro político de la administración Piñera.

Lo que evidencia lo distorsionado de la coyuntura política actual es que nos encontramos con un Presidente de la República protegiendo a un ministro, cuando lo usual que suceda es justamente al revés.

Si un mandatario se ve en la obligación de mantener a una persona de su confianza porque carece de otras de igual condición, entonces algo muy fundamental está fallando.

Los ayudantes que tienden a hundir al presunto ayudado nos dicen mucho de este último. Son pocos los que se dejan arrastrar a una situación tan descabellada.

Llenar el tiempo con discusiones inconducentes es una manera de confesar que no se va para ningún lado. En el caso que comentamos, el largo cultivo de una polémica innecesaria significa que el gobierno ya terminó (en lo fundamental) y que, lo que ahora sigue es una larga espera hasta su reemplazo. Lo que se intenta es que los problemas que se han vuelto sin solución no lleguen a ser tan evidentes que dejen al oficialismo en una incómoda evidencia.

En el fondo, el problema es que al Ejecutivo no tiene una orientación central y eso termina por desconcertar a la oposición, pero también desorienta al propio oficialismo.

Como faltan propósitos que unifiquen la acción de todos, en cierto modo hay permiso para que cada cual se dedique a sus intereses político partidarios. De este modo hemos llegado a la insólita figura de un subsecretario (del Interior para variar) involucrado en reuniones para oponerse al presidente de su partido.

Por supuesto es tan cierto que ninguna persona pierde sus preferencias partidarias por estar en La Moneda, como lo es que no puede involucrar su investidura con los conflictos internos de su tienda política. Es un asunto de mínima sensatez y casi de condición de entrada para ejercer un cargo de primera línea política en el Ejecutivo y de permanecer en él.

Lo peor es que Carlos Larraín, el presidente de RN, tiene toda la razón al decir que no hubiera pasado lo mismo con el presidente de la UDI, el poco rato estaríamos hablando de un ex subsecretario. Con semejante desorden, desigualdad de trato y licencias para establecer agendas personales es muy difícil que el gobierno concite respeto entre sus adherentes, promueva la lealtad con el Presidente y amplíe la confianza en un liderazgo.

La falta de unidad de mando en el Ejecutivo es una mala noticia para todos. Si nadie tiene el timón del barco, menos va a preocuparse de lo que hace la tripulación. Al entrar en un período electoral esta situación resulta explosiva y peligrosa.

Cuando se toque el clarín con la llamada partidaria, habrá muchos en el gobierno que reconozcan filas, pero no se sabe muy bien quién va a poner los límites.

El predominio de los intereses inmediatos se ha hecho evidente en la Alianza pero, más que actuar en forma mezquina, lo que denota es que se está actuando en defensa propia. Apegándose estrictamente a la verdad, hay que decir que, tanto RN como la UDI, le han dado oportunidades de sobre a Piñera para que ordene su propia casa. No lo hizo. Ya nadie cree que pueda hacer. Lo que más puede lograr es salir “del fondo de la tabla de posiciones” para terminar en una deslucida medianía, sin mucho gusto a nada.

Después del fracaso de Piñera como conductor de su coalición, persistir en pedirle peras al olmo sería una actitud suicida. Mucho más confían los líderes de los partidos de derecha en su propio juicio, que en el de su presunto conductor. Saben que han fracasado en el gobierno, pero que ello no es, necesariamente un fracaso en las urnas. O, más bien, en los resultados parlamentarios que se consiguen en un sistema binominal que les ha sido siempre tan generoso en los malos momentos.

Por eso creo que en el futuro nos encontraremos con tres conductas de la derecha política: van a privilegiar las acciones con efecto electoral; van a competir sin miramiento entre ellos, pero con orden; y no van a alterar las reglas del juego que los favorecen.

Mientras, el ministro del Interior seguirá envistiendo molinos de viento.

miércoles, noviembre 23, 2011

Acuerdos con un gobierno débil

Víctor Maldonado

Sin duda estamos ante un gobierno débil, con una también débil voluntad de llegar a acuerdos. Pero no podemos dejar de intentar alcanzar consensos posibles por razones que trascienden el juego de intereses inmediatos.

Una de las razones más importantes para seguir buscando entendimientos factibles es no poner nuestras instituciones democráticas en peligro. No más de lo que ya se encuentran.

No será gratuito para el país que este gobierno estuviera llamado a dar respuesta a la realización de importantes reformas, y que haya fracasado en toda la línea. Lo que no se resuelva ahora pasará –con demora y agravamiento- a la administración siguiente, la que tendrá que vérselas con una pesada sobrecarga de demandas mal contenidas y peor procesadas.

Piñera va a dejar como herencia un vacío de conducción política y una cuenta impaga de demandas sociales no atendidas. El saldo neto le habrá hecho un daño importante a la democracia chilena.

Hay que hacer todo lo posible para que los principales temas en debate empiecen a ser tratados desde ya, porque los gobiernos son cortos y hay que partir bien para tener posibilidades de terminar bien. Al menos no hay mentirle a los demás y a uno mismo, convenciéndose –sin razón- de que se tienen todas las respuestas desde el inicio, cuando lo que se tiene es un pendrive vacio de ideas y de contenidos.

Pero tal vez la razón más importante para seguir intentando el camino de los acuerdos es que hay que saber enfrentar la tentación del maximalismo, hoy tan en boga. No se supera la ineptitud de un gobierno de derecha con propuestas del tipo “o todo o nada”.

La democracia no es maximalista, porque el predominio total de unos ante otros, solo se consigue por la imposición y el sometimiento. Sobre esa base es imposible la convivencia pacífica.

En democracia la mayoría tiene el derecho y la posibilidad de fijar el rumbo que el país adopte, pero respetando los derechos de los demás. Conseguirlo requiere del mayor temple y de una visión política amplia por parte de los principales líderes. Un demócrata tendrá siempre en cuenta el efecto de sus actos, y por eso se concentra en lograr lo prioritario, pudiendo ceder en lo que es secundario.

Como dijimos, el juego del maximalista es el de todo o nada. En Chile sabemos por experiencia que los más radicales suelen trabajar finalmente para sus opuestos. En esto no hay misterios. Los intransigentes consiguen, en conjunto, en tres años de polarización que se pase a dieciséis años de dictadura. Los que piensan en ir rápido deciden sobre la velocidad con que se llega, pero no la estación de destino.

Chile ha logrado mucho mediante avances graduales, pero persistentes y en una dirección sostenida. El efecto acumulado ha transformado profundamente al país. El hecho de que no nos demos por satisfechos con los logros alcanzados y que aspiremos a mayores grados de equidad y de participación, no es una señal de fracaso. Al revés. Debiera movilizarnos a persistir en el uso de los procedimientos propios de una democracia con probada capacidad de reacción.

Lo que no se consiga como acuerdo, permanecerá como proyecto. Por eso, nadie pierde el tiempo organizando la demanda social y traduciéndola en proyectos nacionales alcanzables.

Las demandas estudiantiles no son utópicas: son de gran envergadura, lo que no es lo mismo. Nada que sobrepase a la nación, pero que le demandará una gran cantidad de tiempo y una dedicación colectiva extraordinaria.

En este punto, una nota de realismo es necesaria. El gobierno es un mal socio para los acuerdos por tres motivos: porque está famélico de apoyo popular, por lo que cualquier alza minúscula en las encuestas la celebra como maná caído del cielo; porque tiene como meta volver a conectar con su votante duro, y a este último le puede gustar más las demostraciones de fuerza que dialogar; y, porque no sabe lo que quiere, está siempre abierto a todo. Debido a esto último concreta poco o nada por la multiplicidad de interlocutores que ofrece, cada uno con sus propias iniciativas y poco respaldo.

Aquí es donde el oficialismo sufre de una distorsión que tiene muchas consecuencias: le atribuye una mala fe congénita a los opositores. Los parlamentarios oficialistas suelen decir que la oposición no llegará a un acuerdo “grande” porque lo que le interesa es dejar sus principales reivindicaciones como banderas de lucha futura.

En realidad bien puede que ocurra al revés. A la oposición le interesa llegar al máximo de acuerdos desde ya, puesto que el inicio de la implementación de soluciones es siempre lento, y en todo lo demás no le queda más alternativa que dejarlo para después.

Pero es el gobierno el que decide cuánto acepta y cuánto cede. El hecho que se aproxime la negociación tan a la defensiva muestra mucho acerca de su debilidad. Con todo, los errores de los contrincantes no se convierten automáticamente en aciertos propios. Jugarse por conseguir acuerdos posibles requiere de cierto coraje.

La intransigencia es de fácil defensa en asambleas, pero es estéril en frutos. Un actor social puede mantenerse en la defensa acérrima de sus demandas. La dirigencia política no puede hacer lo mismo. Tiene que hacerse cargo de las consecuencias de no conseguir nada por quererlo todo.

Los parlamentarios de la oposición tienen que justificar ahora el por qué son autoridades políticas representativas. Si no se consiguen mejoras, aunque sean parciales, a las mayores movilizaciones de nuestra historia a favor de la educación pública, le seguirá el 2012 el año de la mayor crisis del sistema de educación pública y de un fortalecimiento de la educación privada y pagada. Hay que evitarlo. Sería un contrasentido demasiado grande. Las demandas importan y mucho, pero los resultados también.

miércoles, noviembre 02, 2011

La estrategia de un gobierno que fracasa

La estrategia de un gobierno que fracasa

Víctor Maldonado

¿Qué le queda por hacer a un gobierno que ya no pudo cumplir con los objetivos que se propuso? La respuesta es muy sencilla y tiene muchos efectos prácticos: lo que hará es cambiar de objetivos. Reorientar el rumbo hacia metas alcanzables.

Lo que ha perdido la derecha en el año y medio que lleva en el poder es mucho: se presentó como la solución a todos los problemas que la Concertación tenía pendientes, y ya sabe que ha creado más problemas que los que ha podido solucionar. Perdió su aspiración a darle un carácter refundacional a su primera (y tal vez única) administración, patentando la capacidad de innovar como su sello distintivo.

Por el contrario, lo mejor que está dejando la Alianza tiene que ver con la continuidad de lo que había y poco más. Perdió, también, la autoimagen como sector que sabría interpretar mejor al Chile actual, con sus transformaciones.
Los dirigentes oficialistas tienen plena conciencia de estar enfrentando a una mayoría ciudadana que la repudia en sus proyectos más propios y representativos.

Más que nada la derecha ha perdido sus ilusiones. No es mejor, no es más moderna, gobierna con ineptitud y rompe record de desafecto ciudadano y desconfianza pública. Fue mejor oposición de lo que han sido como gobierno y todo indica que volverá a su lugar de origen.

Frente a todo ello, puede pensarse que la Alianza ha perdido el rumbo y que no sabe hacia dónde dirigirse, en medio de un escenario político que le es completamente adverso. Eso sería un error, porque las dudas han quedado despejadas y la derecha sabe muy bien lo que quiere y lo que debe hacer para lograrlo.

El proyecto de país de la derecha ha fracasado: ahí están para demostrarlo las mayores y más sostenidas movilizaciones ciudadanas de nuestra historia. Su gobierno es desabrido en lo más y una decepción en las apuestas estratégicas. El presidente es el primero en la lista de los mandatarios de América, solo que mirado de atrás para delante. Ya no hay nada que hacer para enmendar eso.

Pero, precisamente, cuando mueren las ilusiones, el realismo político vuelve por sus fueros. Las quimeras desaparecieron. Estamos en un régimen presidencial en que ha fallado el presidente y la derecha lo sabe, lo ha asimilado y está actuando en consecuencia. Por eso mismo ya sabe qué hacer.

Aunque sea raro de decir, lo que desea la derecha es salir de La Moneda “con lo puesto”, sin haber ganado nada, pero también sin haber perdido nada importante. Con esto quiero decir que el objetivo real del oficialismo es la recuperación del adherente de derecha, es decir, de su voto duro.

La derecha política (y Piñera en particular) tienen descontentos a propios y ajenos, cercanos y lejanos, votantes frecuentes y detractores. Pero volver a reconciliarse con los más cercanos no parece una meta inalcanzable.

Todo lo contrario. La cifra que más se repite, y que parece aunar voluntades en el oficialismo, es recuperar el 35% de la opinión pública. Tradicionalmente la derecha no es menos que ese porcentaje en ningún momento, salvo en el que nos encontramos.

Pero girar hacia la recuperación del voto propio, pero resentido por tanta muestra de ineptitud gubernamental, tiene muchas implicancias, y la más significativa es el endurecimiento de posiciones.

El razonamiento autocrítico en la Alianza es fácilmente entendible: si no nos apoyan en nuestro propio sector es porque no nos reconocen en las políticas que implementamos. Hay que asegurar el orden, la disciplina, demostrar autoridad. Al mismo tiempo que se entregan más beneficios sociales. Es simple, es básico, es comprensible y no requiere imaginación. Los saca del marasmo en el que han estado. Por eso creo que seguirán este camino.

Por eso estimo también que las principales reformas que el país necesita no serán aprobadas. No hay voluntad, no hay suficiente fuerza política para llegar a un acuerdo. Este no es un juicio sobre la sinceridad de quienes en el gobierno están interesados en un diálogo que saben necesario para el país; es un juicio sobre el espacio político disponible para los acuerdos, que es cada vez menor.

Es de mínima objetividad pensar que cuando en la derecha sus partidos están luchando por mantener sus posiciones básicas de poder (ante la esperable pérdida del gobierno), es una ilusión pensar que van a aceptar cambiar las reglas del juego que les asegura la mitad del parlamento.

Con esto es mucho lo que Chile pierde. Los grandes temas no se enfrentan sino que se postergarán. Los conflictos se agudizan, la legitimidad del sistema se debilita. Una solución de fondo en educación seguirá a la espera, lo mismo que las reformas políticas, la reforma tributaria, la descentralización, una puesta al día de la protección medioambiental, etc.

Pero no hay alternativa. La derecha no puede dar lo que no tiene. Un gobierno representativo, con proyectos sólidos y decantados, que busque encauzar las demandas mayoritarias, podría avanzar en las respuestas que Chile necesita.

La Alianza no es eso. Lo que tenemos es un gobierno minoritario, con rechazo ciudadano consolidado, sin proyectos que ofrecer ni tiempo para ejecutarlos, dedicado a salvar los enceres de los partidos que le dan sustento. Lo que observamos es la estrategia de un gobierno que fracasa.