viernes, noviembre 25, 2005

No seremos los mismos después de diciembre

No seremos los mismos después de diciembre


No confundir liderazgo nuevo con liderazgo débil. Está fuera de duda que la candidata no organizó su vida para llegar a la Presidencia. Pero la forma como habitualmente se hace política no es la única que existe.


Víctor Maldonado


¿Por qué dijo que ganamos?

La campaña presidencial concentra la más amplia atención. En seguida, cada cual mantiene interés por alguna campaña parlamentaria que le es inmediata o cercana. Con mucha dificultad se puede tener una visión de conjunto.

Es bastante improbable poder plantearse las cosas de otro modo. Sin embargo, desde ya hay que considerar que las elecciones de diputados y senadores tendrán un efecto acumulativo de gran importancia.

En concreto, lo esperable es que la Concertación obtenga una alta votación y una importante mayoría parlamentaria, abultada en el caso de la Cámara.

A primera vista esto sólo puede tener efectos positivos para el conglomerado de Gobierno. En la práctica, no será tan sencillo. Todo depende de a qué sea atribuido semejante resultado.

Erróneamente, puede llegar a estimarse que es producto casi exclusivo de la existencia de una buena cartilla parlamentaria y la implementación de campañas bien llevadas. Sin embargo, es poco creíble que esto corresponderá a la verdad íntegra.

Si cada parlamentario electo llega a considerar que el buen resultado se debe sólo a sus méritos, entonces se corre el riesgo de que se debilite el comportamiento colectivo como conglomerado. En particular, frente a una Presidenta que resultará electa por estrecho margen en primera vuelta, o requerirá de una segunda oportunidad para afianzar su triunfo por un amplio margen. Explicar esta diferencia reviste el máximo interés.

Por eso, obtener mayoría en ambas cámaras no es sinónimo de que se tenga mayoría parlamentaria al momento de votar cada proyecto en específico.

A todo esto, no hay que dejar de considerar como una de las causas más importantes que explican los resultados, el agotamiento político del sistema binominal.

Se trata de una creación que se ha vuelto contra sus padres. El sistema electoral que nos ha regido desde la recuperación de la democracia está pensado para favorecer a la segunda alianza en importancia. Posibilita que una gran mayoría (en un distrito o circunscripción) sea igualada por la alianza que la sigue en preferencias, bastándole para ello tener sólo la mitad más uno de los electorales de la primera.

En otras palabras, si la mayoría no dobla en preferencias a los que los siguen, entonces ambos sacan un parlamentario por lado. Casi por arte de magia, una mayoría contundente -pero no abrumadora- queda con igual representación que quienes logran convencer a muchos menos ciudadanos.

La derecha siempre ha defendido este sistema, que la ha beneficiado, estimando que “le ha dado estabilidad al país”. Es su forma de decir que ha sido el sistema que le ha otorgado cupos seguros con un esfuerzo electoral más bien modesto. Pero en esta oportunidad el sistema no está operando, ¿por qué?

Con galletas no se gana

Para que la oposición saque un parlamentario en un lugar requiere de un cierto grado de generosidad. Se presentan dos candidatos, sale uno, pero su compañero de lista trabaja para obtener un porcentaje de votación lo suficientemente digno como para que, sumados, impidan que la Concertación los doble.

En muchos lugares (escogidos, por lo demás) ese mínimo no se está dando. La oposición ha presentado muchos candidatos “galletas”, como se llama a los que se inscriben pero no aportan gran cosa. Por eso, la derecha corre coja, y la Concertación avanza mucho más de lo habitual, superando “parejas disparejas” con buenas duplas, afiatadas por la oportunidad cierta del doblaje.

Por eso, en los lugares donde a la Concertación le va a ir mejor es donde tiene candidatos competitivos, pero que colaboran entre sí, para conquistar o afianzarse en distintos segmentos del electorado.

Así que la Concertación sacará lo que tiene en las presidenciales y mucho más en las parlamentarias, pero no porque la candidata sea mala y los parlamentarios sean una maravilla, sino porque no enfrentan al mismo adversario. En el primer caso, la derecha pondrá todo lo que tiene, y en el otro, todo lo que quiere. En un caso se encuentra reforzada para la competencia (por acumulación de recursos), para ganar terreno; en el otro caso, ofrece sus puntos de menos resistencia.

En la elección parlamentaria, la Concertación es todo lo que es, más el suplemento que le otorga la debilidad del adversario. En este caso no se trata únicamente del menor peso relativo de candidatos aislados, sino de la inexistencia de una alianza que merezca ese nombre.

Al terminar la elección, RN habrá crecido no tanto por el aumento de sus parlamentarios como por la disminución de los representantes gremialistas en el Congreso. Estará todavía abajo, pero la distancia entre bancadas se habrá acortado mucho.

La derecha tendrá un mejor desempeño presidencial, porque lo ha apostado todo a esta carta. Mediante este procedimiento, se habrá dirimido el liderazgo en la oposición. Pero habrá demostrado también que ocupa un lugar en geografía política, pero sólo eso: personas o subgrupos que están uno al lado del otro, sin constituir una unidad.

Aquí hay proyectos individuales, a lo más hay proyectos de sub-equipos, pero la Alianza como tal no existe, puesto que no tiene existencia algo compuesto por dos socios que están, a lo menos, tan interesados en debilitar al otro como en enfrentar al resto.

La derecha tiene candidatos presidenciales veteranos (Sebastián Piñera fue el último en presentarse, pero sería el más antiguo si no hubiera desarrollado la extraña costumbre de bajarse en los momentos más inoportunos) y un conglomerado que es más bien un conjunto de retazos.

¿Liderazgo débil o liderazgo nuevo?

La Concertación tiene una candidata de nueva factura y es un conglomerado que existe, y tiene tanta o más existencia que sus partes componentes. Esta combinación es más fuerte que la que presenta la oposición y por eso vencerá.

No hay que confundir liderazgo nuevo con liderazgo débil. Y esta es ya una equivocación frecuente que se comete en el caso de Bachelet.

Lo que está absolutamente fuera de duda es que la candidata no organizó su vida para llegar a la Presidencia. En política eso no es algo muy usual, puesto que llegar a La Moneda suele requerir un esfuerzo concentrado y prolongado en el que “no se da puntada sin hilo”, como se dice entre nosotros.

Como esto no ha ocurrido, no faltan los que experimentan una especie de suspicacia profunda, una incomodidad que no saben definir. El mejor modo de graficarlo es que cuando ven a Bachelet no pueden dejar de pensar, al compararla con lo que conocen mejor, “no es así como se hace”.

Pero la forma como habitualmente se hace política y que conocen los más experimentados no es la única que existe, ni agota la forma en la que emergen los liderazgos, más en una sociedad que está llegando a ser tan diferente de la que conocimos en el pasado.

Si se hubieran dado el trabajo de conocer antes de prejuzgar, hubieran llegado a tres conclusiones: que nadie puede ser débil teniendo la vida de Bachelet; que lo que la define mejor es una hermosa palabra castiza, “entereza”, y no es algo que se quite de la noche a la mañana; y que lo que no sabe, lo puede aprender, pero que lo que tiene no se compra en las farmacias (como ya ocurrió con Patricio Aylwin, con Eduardo Frei Ruiz-Tagle, con Ricardo Lagos, y como ocurrirá con otras y otros en el futuro).

Lo más cierto es lo más sencillo. Bachelet no gana sin la Concertación. Nadie podría. La magia de Bachelet se llama Concertación. Ni antes ni ahora se gana con un esfuerzo mediano, si no con uno grande. Como siempre. Como vale la pena que sea.

viernes, noviembre 18, 2005

Los troyanos devuelven el caballo

Los troyanos devuelven el caballo

Ahora debiéramos creer que, en dos meses, la derecha se ha convertido en mayoría (lo que no ha sido en décadas). La oposición es hoy mal evaluada, el Gobierno goza de apoyo. Perdón, pero no calza.


Cuando se marcan las tintas

Entramos en la recta final de la campaña. Ya las encuestas más importantes se han dado a conocer y el debate presidencial se produjo. Es el momento de los últimos ajustes. Es cuando cada cual se pregunta, ¿hemos seguido el camino correcto?, ¿tenemos que producir cambios importantes en la forma cómo enfrentamos la elección?

En el caso de la candidatura de Michelle Bachelet es importante dar una respuesta lo más rigurosa posible. Para eso hay que ponderar adecuadamente los antecedentes de que disponemos. Se pueden separar los datos fundamentales de aquellos que merecen dudas.

Parece fuera de discusión el hecho de que entramos en una etapa competitiva de la campaña presidencial; que la derecha ha vuelto a su nivel acostumbrado de apoyo, que la candidata de la Concertación representa un respaldo similar al que despierta el conglomerado de Gobierno, y que nadie ganará simplemente por quién es, si no por lo que haga y refuerce en estos días. En este cuadro, la posibilidad de volver a votar en enero se presenta como el escenario más probable.

Lo que parece más dudoso son los giros bruscos de apoyo. No por una especie de barrera mental, que pongamos frente a una cierta evolución de la campaña. Más bien ocurre que los datos no guardan consistencia y relación entre sí. Y me refiero a todos los datos disponibles.

Tal vez éste sea el período de campaña en que más encuestas (de todo tipo) se hayan hecho. La elección parlamentaria ha permitido un chequeo anexo y al día, como no se había tenido antes en ningún otro momento. Además, los datos aportados por esta amplia y siempre renovada base de información se actualizan con frecuencia. Y el cuantioso volumen de información disponible no cuadra con la última encuesta CEP, en algunos aspectos importantes, justamente aquellos que han tenido más difusión.

Lo que se constata en el conjunto de datos conocidos son dos cosas: primero, que el desempeño de la Concertación en la elección parlamentaria es simplemente promisorio. El conglomerado de Gobierno está doblando en más lugares que en la parlamentaria anterior; segundo, y en complemento con lo anterior, Bachelet está igual o mejor que Ricardo Lagos en iguales circunstancias en 1999 en los distintos puntos del país.

Lagos superó estrechamente a Lavín con un Gobierno en baja, con una economía en mal momento, bajas expectativas y temores sobre su desempeño.

Ahora debiéramos creer que, en dos meses, la derecha se ha convertido en mayoría (lo que no ha sido en décadas). La oposición es hoy mal evaluada, el Gobierno goza de apoyo, Lagos está en su momento estelar, la economía se encuentra bien, el empleo está en alza, las expectativas son buenas y la continuidad se ve como deseable. Perdón, pero no calza.

Nunca en tan poco tiempo, nunca sin crisis de por medio. Es como si se hubieran marcado demasiado las tintas.

Bienvenida realidad

Pero no es lo más significativo. Las encuestas son medios, instrumentos que se usan para apoyar la toma de decisiones. Cuando una o dos no bastan para orientarnos, empleamos el conjunto de la información de que disponemos.

Sin embargo, no hay apoyo que libre de la necesidad de decidir y de optar.

Lo que se está detectando es una baja moderada de la candidata en punta, y la aparición conciente de una duda.

En los momentos de incertidumbre no hay que titubear. Los cambios drásticos de estrategia denotan nerviosismo, mientras que los ajustes precisos y las acciones de refuerzo terminan por recuperar la confianza y la iniciativa.

Lo que se ha agotado es una etapa, no una candidatura. Por cierto, la tendencia es más bien la contraria: la candidata se ha consolidado, y su campaña la está siguiendo algo retrasada. La derecha, como es obvio, está tratando de que se haga de todo un solo hecho que se acepte como verdad, y si tamaño desatino llega a ser creído, entonces se estará en verdaderos problemas.

Personalmente, me pone nervioso una campaña que, haga lo que se haga, las encuestas la siguen mostrando con inusitados niveles de apoyo.

Es demasiado bueno para ser cierto. Es demasiado inusual para ser durable. Lo que llega sin que se sepa cómo, se va sin que se sepa cuándo.

Este último período de campaña entrega el alivio de sentir que se está tocando tierra firme. Se tiene la reconfortante sensación de que lo que se hace, importa.

De pronto, los obstáculos aparecen, las resistencias se presentan, las maniobras oscuras se agazapan en los rincones menos iluminados del camino. ¡Bien!

Machistas en la clandestinidad

De manera que algo tiene que cambiar, pero no puede ser lo más fácil ni lo más delgado. Cambiar el comando implica creer que otros habrían hecho -hasta ahora- algo muy distinto, y eso no es verdad. No es sólo cuestión de acciones públicas, aunque se necesitan más. No es exclusivamente el número de involucrados, aunque siempre son bienvenidos los refuerzos. No basta con tener más presencia de los partidos. Es otra cosa. Se trata de adherir de verdad.

Nuestros dirigentes dicen que hay que empapar la camiseta. Pero para que esto suceda hay que tenerla puesta primero.

Más que una crítica, se trata de la constatación de un proceso. Y no hay nada de malo en la evolución que se está experimentando entre quienes se dedican a la vida pública. Estamos en medio de una transformación cultural profunda y estos son tránsitos que se realizan con temores, incertidumbres y debilidades. Si no fueran difíciles no valdrían la pena.

Los prejuicios no son “esas extrañas cosas que les ocurren a los demás”, más bien son esas habituales anteojeras con que hemos vivido por largo tiempo.

La magia existe, pero no da para tanto. Hubo un momento en que el respaldo a Bachelet era tan entusiasta y novedoso, que no se podía encontrar un solo machista confeso en todo el territorio nacional. Era bien raro, porque hacia pocos meses lo curioso era no serlo. ¿Alguien cree que la política esta hecha entre nosotros para facilitarle el acceso a las mujeres? Sería lindo que eso ocurriera, pero ese no es el Chile que conocemos.

Los machistas habían pasado a la clandestinidad. Pero extrañaban los buenos tiempos y, apenas se presentó la oportunidad, resurgieron. No es para menos. Es como si se hubiera dicho “todo aquel que tenga una duda, que lo diga ahora o calle para siempre”. Y es eso lo que aflora. No es el cambio de la intención de voto, es el titubeo. Algo que únicamente se cura mostrando confianza y entregando confianza.

Para decirlo de un modo muy brusco, injusto inclusive, y parafraseando el tema de campaña, no se trata de que “estoy contigo” por que vas a ganar. Se trata de cambiar de actitud. Es el “vas a ganar porque estoy contigo”. Algo se llama generosidad tiene que aparecer para ganar y para merecer ganar.

La derecha está mandando caballos de Troya, alimento para dubitativos y nerviosos. Mandará más presentes de este tipo. Lo prudente es que los troyanos devuelvan estos regalos tan sospechosos.

viernes, noviembre 11, 2005

El tiempo para una nueva generación

El tiempo para una nueva generación

Cuadra ha caído por la combinación perfecta entre arrogancia y vanidad. No es esa la herencia que debemos dejar a las nuevas generaciones. Hay que reaccionar no porque nos miran, si no por lo que sabemos.



La bandera en nuestras manos

En cualquier reunión de la Concertación, se sabe lo que ocurriría si alguien pidiera que levantaran las manos quienes agitaron al viento una bandera con un arco iris y la palabra No el día del triunfo. Simplemente, se levantarían todas. Eso se sabe. Lo que es más extraño es que nadie parece darse cuenta que eso acontecerá por un muy breve tiempo más.

No es, por supuesto, que alguno empezará a renegar de un momento tan importante en sus vidas. No se trata de un cisma. Se trata de otra cosa. En los días siguientes al 5 de octubre, siguieron naciendo niños y niñas. A mitad del Gobierno de Michelle Bachelet, ellos habrán llegado a la mayoría de edad, es decir, a ser ciudadanos.

Cuando la misma pregunta se haga al término de ese Gobierno, ocurrirá que varias manos jóvenes no se levantarán. Como tampoco la de los actuales dirigentes universitarios, que eran en esa época muy pequeños como para saber, en hombros de sus padres, qué era lo que provocaba tanta algarabía a su alrededor.

En otras palabras, cada vez más miembros de las futuras reuniones no habrán participado del triunfo del No… simplemente porque no habían nacido.

¿Qué significa esto?: el inicio de un cambio de época, acompañado de un relevo generacional. Si al recuperar la democracia, la mayoría de quienes votaron ya lo habían hecho antes del golpe de 1973, en la elección municipal de 2008, representarán menos de un tercio. La dictadura empieza a ser un pasado remoto.

Nada más natural, pero lo que hay que considerar en profundidad es que antes que una transferencia rápida de las responsabilidades principales, lo primero que cambiará -ya está cambiando- es el punto de vista predominante desde el cual se mira al país.

Mientras los que vivieron la “gesta del 5 de octubre” pueden asumir su responsabilidad política como la transformación del dolor en libertad, la generación que viene tendrá que vérselas con procesar la prosperidad en justicia o en equidad. Tal vez los primeros sean más conscientes de los obstáculos y peligros, y los segundos, más abiertos a las oportunidades y los riesgos.

La generación corta

Ocurre que la política y los políticos, que se han venido comportando en el último tiempo más o menos igual, empezarán a ser evaluados más o menos distinto. Dentro de poco el cambio se nos hará presente y patente. Todo esto por que los que miran son otros.

Así que estamos ante una de esas transiciones que verdaderamente importan. No ante las que se decretan o elucubran con un poco de imaginación y otro poco de ociosidad.

Algunos consideran al próximo como un Gobierno de continuidad. Esto puede ser cierto desde el punto de vista de las políticas emprendidas, pero menos desde sus actores.

No será pura continuidad si lo que hacemos cada uno de nosotros tiene el sello de las principales experiencias vitales que nos tocan vivir y compartir. Estamos en un momento en el que comenzará a producirse un giro histórico.

Pero este viraje no se completará sin que antes una generación íntegra haya acabado de dejar su impronta en la fisonomía perdurable del país. Como nunca, tendrá poco tiempo. Como pocas veces, está ante un dilema ético. Por eso, se trata de un momento solemne.

Hubo una generación de líderes políticos que perdió la democracia en Chile. Con el golpe de Estado el proceso de cambio y actualización se contuvo y quedó en suspenso. Década y media después, los mismos que habían vivido la tragedia y sobrevivido, fueron los encargados de encabezar la recuperación institucional.

En otras circunstancias, los jóvenes universitarios del inicio de la década del ’70 hubieran tomado la conducción general del proceso político mucho antes.

Lo que sucedió fue algo bien distinto. En la recuperación democrática convergió una especie de atochamiento de generaciones, desde quienes tenían 40 años de experiencia pública hasta los líderes juveniles de la lucha contra la dictadura.

Desde el punto de vista del liderazgo, la historia de la transición hasta hoy es el relato de la lenta descompresión de este atochamiento.

En la línea gruesa, este proceso ha sido ejemplar. Tal vez nunca antes se había dado un trabajo mancomunado más exitoso entre personas de tan diversas experiencias.

Tal cosa seguirá ocurriendo. Pero, ahora, es a la generación que nació a la vida política en la lucha por la libertad a quienes les toca poner su sello.

Ya no se trata de saldar las cuentas con el pasado. Se trata de saldar las cuentas con el presente, con la propia democracia si se quiere.

“Las soluciones de ayer son los problemas del presente”, escuchábamos decir hace poco. Y esta frase encierra una gran verdad.

Quienes perdieron la democracia sabían hasta dónde podía llevar el cultivo de las diferencias. No estuvieron dispuestos a recaer en ese error. Reconstruyeron el sistema de convivencia cultivando los acuerdos. Se volvió a valorar la tolerancia y la capacidad de negociar.

Los resultados están a la vista. Son magníficos. Pero no todo lo que tenemos es lo que queremos. Algo se nos coló de la dictadura que nos resulta dañino. Algo que no se resuelve con tan amplios acuerdos que ya no se sepa dónde están las diferencias, si no por la capacidad de dar la cara por lo que se cree, avanzando mediante un más sano y abierto debate.

Ese sello, menos acomodaticio y menos dócil, más franco y más directo, es el sello de los que ganaron la democracia desde abajo y que hoy se necesita. Si no, veamos lo que ocurrió con Francisco Javier Cuadra.

La diferencia entre convivencia y conviviente

Nadie puede pasar por una dictadura y mantener la inocencia. No existe aquel que haya sentido los efectos de la represión, que no sepa cómo funciona la maquinaria de la muerte.

Ya en democracia, los responsables políticos de la dictadura han trabajado mucho para llegar a ser amnésicos. Se entiende por qué. Pero nadie de la Concertación puede mirarse al espejo y decir que no sabía quién era Cuadra. Una cosa es aceptar la convivencia con el adversario y otra distinta es ser un conviviente. Y ahí está el punto.

Sin tocar la conciencia de nadie, llamo la atención sobre el síntoma. Cuadra ha caído por la combinación perfecta entre arrogancia y vanidad. Se fue de lengua. Pero si lo hizo fue por exceso de seguridad, y eso lo había obtenido de la aceptación social de su persona y de lo que representa.

Estimados amigos: nos hemos relajado demasiado. Eso no es aceptable.

Embriagado en su ego, en estado de intemperancia emocional, Cuadra hace declaraciones que lo dejan al descubierto. Cuando todos recuerdan lo que hizo y representa, entonces los que están alrededor reaccionan. No es esa la herencia que debemos dejar a las nuevas generaciones. Hay que reaccionar no porque nos miran, si no por lo que sabemos.

La nueva generación, la juventud de hoy, tendrá que decidir entre gozar de la cosecha de lo que otros sembraron o abrir nueva tierra con el arado. Si hacen lo primero serán rostros nuevos con alma vieja.

¿Cuál es la formula que resume desde la transición hasta hoy?, ¿Será algo así como “tus intereses + mi mayoría = nuestro modelo”? ¿No sería mejor que fuera algo del tipo: “todo lo que pudimos + todo lo que resistieron = aquí es donde vamos”?
El sello final lo pondrán quienes un día hicieron hondear una bandera con un arco iris y un “no” por lema. El tiempo es corto, pero es suficiente. Sinceramente, no creo que tengamos derecho a fallarle a los que vienen.

viernes, noviembre 04, 2005

La amenaza fantasma

La amenaza fantasma


Si la línea demarcatoria se hubiera difuminado, tal vez otro gallo cantaría, pero esto no sucedió y ya no sucederá. Se trata de un intento fallido. Sebastián Piñera no es una amenaza, sino un peligro conjurado.



Se dirime la competencia en la derecha

Es evidente que Sebastián Piñera está resultando mejor candidato que Joaquín Lavín. Al menos así es si se considera la distancia que los separaba a uno del otro hasta hace poco. Cómo es que esta diferencia ha ido disminuyendo hasta casi anularse, y, por cierto, cuánto ha ido aumentando el nivel de rechazo que -como pesada mochila- acumula el candidato gremialista.

Sin embargo, es dudoso que estos resultados parciales de deban principalmente a méritos de la campaña del ex presidente de RN. Se puede sostener que -hasta hoy- lo que ha pesado más ha sido el creciente desgaste de Lavín, sus errores acumulados antes de empezar la campaña y falta de atractivo para los electores.

Resultados no es lo mismo que méritos. Ha influido en mayor medida el desgaste prolongado del gremialista y el gremialismo. No ha sido desalojado por los aciertos de su adversario “en el sector”, más bien lo que ocurre es que su influencia se va difuminando, y eso ha permitido que sea la alternativa la que esté ocupando un espacio vacío.

Pero no se puede decir que la campaña de Piñera se haya destacado por tomar la conducción de los acontecimientos en la derecha, su capacidad de poner temas que sean seguidos por la opinión pública o su habilidad en adelantarse a las iniciativas ante su competidor. Más bien ha estado ocurriendo al revés.

El resultado de la competencia en la derecha es importante, pero no provoca el más mínimo entusiasmo. Es como mirar una pelea de malos boxeadores. La campaña de Lavín es desatinada, pero la de Piñera es insípida. No hay manera de interesarse en ella. La única vez que logró sacudir la modorra del auditorio fue con el episodio del lobo marino, pero hay que decir que, incluso en esa ocasión, el mérito es más bien del lobo marino.

A Lavín le falta atractivo, pero le sobra oficio. Se dio cuenta antes de Piñera de que para fortalecer su posición tenía que hacer creíble la posibilidad de que exista una segunda vuelta. Sabe que el mayor problema que enfrenta es el desaliento en sus filas, por eso no tiene problemas para presentarse -muy suelto de cuerpo- como el candidato que está preparado para seguir la competencia desde diciembre, en su calidad de “seguro” contendor de Bachelet.

Fue el gremialista el que primero anunció que estaba preparando la reestructuración de su campaña para continuar la competencia en diciembre. Como vemos, tiene oficio, lo que no tiene es credibilidad, y si falla no es porque emplee una táctica equivocada, si no por que se lo sabe en el ocaso. La idea expresada por Lavín de que se llegará a una segunda vuelta con él en alza y que “ahí se van a rebarajar todos los votos”, suena a irreal y se ve como una quimera. Con todo, su tesón es admirable.

La tardía amenaza de un peligro conjurado

Habiendo perdido la iniciativa táctica, Piñera sólo días después llegó a reaccionar. Precisamente por ir retrasado, el candidato RN no presenta una propuesta operativa y realista para llegar a La Moneda, reemplazándola por el esbozo utópico de un cambio radical de escenario, mediante la constitución de una nueva mayoría electoral.

El “plan” consistiría en impulsar una coalición con los “desencantados de la DC”, “incómodos” con Bachelet.

Esto no es un plan serio. Hace abstracción de los datos conocidos: unidad partidaria sin fisuras importantes; apoyo ampliamente mayoritario del electorado DC a la candidata; y, también, la aparición o confirmación de fuertes liderazgos falangistas en estas elecciones parlamentarias, que mostrarán los triunfos electorales como logros compartidos de toda la Concertación.

Hay que conocer bien poco a la Democracia Cristiana como para no darse cuenta de que se trata de un partido crecientemente a sus anchas. La falange se siente importante, indispensable incluso, y eso le encanta. Siente a Bachelet como una aliada. Ella no deja de repetírselo cada vez que puede, pero ocurre que, de verdad, “engancha” con ella.

Además, a la DC le agrada sobremanera enfrentar a la derecha. Se siente “cuidando la frontera” y haciendo un buen papel en su empeño. El lema de la guerra civil española unifica a los falangistas: “no pasarán”. La vanidad, mala consejera de los camaradas, les susurra al oído que, si hay una frontera que cuidar, habría más bien que preocuparse del otro lado.

Hay que estar bien desinformado como para preocuparse de la Democracia Cristiana. Históricamente, la DC ha sufrido quiebres hacia la izquierda y ha tenido fugas individuales hacia la derecha. No es difícil saber para dónde se carga su corazón. Para hacerse una idea de cómo se ven las cosas en este partido, habría que decir (de manera inapropiada, por cierto) que hoy se siente enfrentando a un tránsfuga, aliado a los adversarios, que pretende dividirlos aprovechando lo mucho que los conoce. Justo lo que los saca de quicio.

Cantando desde la otra vereda

Piñera no está recogiendo los frutos de una estrategia correcta, de impacto profundo, validada por el efecto determinante que esté provocando entre los votantes.

Antes de que lanzara su candidatura presidencial no había forma de saber por anticipado si (para emplear una expresión arcaica) “las condiciones estaban dadas” y si bastaba su gesto para que al frente se derribara un castillo de naipes. En efecto, habría reordenado el cuadro político y hoy estaríamos considerándolo un genio intuitivo. Pero al frente se encontró con algo mucho más sólido de lo que esperaba.

Piñera está insistiendo en declarar una intención fallida, que no requeriría convertirse en discurso destinado a convencer si respondiera a algo que efectivamente estuviera pasando. Tiene toda la razón cuando dice que “cada ciudadano es libre para votar. Nadie puede dominar ni la conciencia ni la libertad ni el sufragio”. En efecto, nadie. Y eso lo incluye a él.

Los datos conocidos son de fría elocuencia. Los dos candidatos de derecha están empatados en bajo apoyo. Su desempeño es malo: por cada peso que la Concertación gasta, la derecha pone nueve, y aún así, están donde están. En conjunto pueden llegar a lo que tradicionalmente significa la derecha en nuestro país. Punto. En esta ocasión no da para más.

Son un fenómeno vecinal (del “sector” como ellos mismos dicen). No se han constituido como la esperanza de una mayoría estable para Chile (lo que es la Concertación). Si estuviéramos en la situación que Piñera señala (si fuera una alternativa válida para el electorado DC), en ningún caso se estaría dirigiendo a la cúpula falangista (¿para qué entretenerse en perder el tiempo?). Seguiría en campaña pura y simplemente.

Pero el candidato de RN ha sido identificado precisamente como eso: un postulante de derecha, que le “canta” a la DC, pero desde el otro lado de la frontera. Si la línea demarcatoria se hubiera difuminado, tal vez otro gallo cantaría, pero esto no sucedió y ya no sucederá.

Se trata de un intento fallido. No es una amenaza, sino un peligro conjurado.

Por si fuera poco, en su caso es un intento para el caso hipotético de que se produzca una segunda vuelta. Esto tendría un fuerte efecto en la definición del liderazgo en la oposición (para lo que se quiere seguir en competencia).

Pero, ¿en qué altera eso la definición presidencial? En el peor de los casos, Bachelet habrá quedado al borde la mayoría absoluta. Su victoria estará asegurada en ese mismo momento. Hasta quienes no hayan votado por ella querrán que el próximo Gobierno cuente con un amplio respaldo que le permita hacer una buena gestión.

Siendo todo esto así, ¿a título de qué alguien va a cambiar su voto sólo para darle el gusto a Piñera? En realidad, no tiene sentido.