viernes, julio 31, 2009

Hombre rico versus campaña pobre

Víctor Maldonado

Más allá de las intenciones de quien origina la denuncia, está en juego la capacidad de responder con solvencia y oportunidad. En el Estado se encontrarán problemas mayores y el que no puede lo menos tampoco podrá hacerse cargo de lo más.


Lo sucio en la campaña electoral

La campaña de Sebastián Piñera y el mismo candidato han acusado a sus oponentes, en especial a Eduardo Frei, de realizar una campaña sucia en su contra. En particular, lo que se estaría haciendo es dar publicidad al papel que Piñera habría tenido en la quiebra del Banco de Talca y publicitar que hubo un período durante el que habría sido perseguido por la justicia debido a esta causa.

La forma como se ha contestado a los ataques por parte del candidato opositor ha sido deplorable.

Primero, se demoraron demasiados días en asumir una posición pública, lo cual demuestra que el impacto interno fue grande.

Segundo, la respuesta consistió en descalificar a los acusadores, lo cual no apunta a lo sustantivo de la cuestión.

Tercero, la réplica fue tan débil que dejó el campo abierto a la insistencia en los mismos puntos, lo que puede dejar el debate político reducido a un tema de idoneidad y solvencia ética para ejercer el cargo de Presidente. Cuando el debate público se vuelve muy básico, todos pierden.

Saquemos algunas lecciones de cómo se ha llevado a cabo esta polémica en el actual contexto.

Creo que se puede afirmar que las candidaturas principales han estado debilitándose en los últimos días por faltas o errores propios, aun cuando Piñera se lleve las palmas.

Por supuesto, es evidente que cuando se es atacado por una falta grave, uno puede coincidir en que, si se da a conocer la respuesta una semana después y, además, ésta no resulta satisfactoria, entonces estamos ante un problema que se ha agravado. Lo que sucede en las primeras horas es que se consolida una interpretación que resulta demoledora y que es difícilmente reversible después de transcurrido un tiempo crítico. Y es eso lo que acaba de acontecer.

Enseguida, cualquier actor político responsable debe responder ante una duda o una sospecha sembrada sobre su actuación simplemente porque es lo que merecen los ciudadanos. Es posible que quien realice el ataque, denuncia o acusación, no le tenga ningún cariño al objeto de sus reclamos.

Pero este elemento no es lo fundamental. Más allá de las intenciones de quien origina la denuncia, lo que está en juego es la capacidad de responder con solvencia en la oportunidad requerida. Es lo que pone de manifiesto Michelle Bachelet en estos días ("un candidato debe estar disponible para contestar preguntas, dudas o descartar rumores"), que sobre aquello de recibir ataques tiene experiencia de sobra.

Estando a cargo del Estado, el postulante se encontrará con problemas mucho mayores y el que no puede lo menos tampoco podrá hacerse cargo de lo más. De no ser así, los gobiernos difícilmente responderían a los cuestionamientos públicos, dado que -es evidente- la mayor parte de ellos se origina en sus detractores. Sin embargo, y con razón, en ninguna democracia se puede actuar de otro modo que dando la cara.

Estancamiento y retroceso

La debilidad de la candidatura de derecha es, en realidad, la imposibilidad de un candidato de poder presentar, con naturalidad, los diferentes episodios de su vida. Puede que Piñera siga puntero en las encuestas, pero la tendencia al estancamiento y al retroceso no lo favorecen y esto es, a la postre, lo que más importa.

Una postulación en apariencia fuerte esconde una debilidad de fondo que amenaza con el colapso. No es que las acciones de la campaña carezcan de lógica, pero, en general, se trata de un candidato débil con una campaña fuerte y bien financiada.

Es esta característica de la postulación de la derecha lo que ha dejado en un discreto segundo plano los problemas de la candidatura de Frei. Sólo que, en este caso, nos encontramos con la situación inversa. Aquí tenemos un candidato fuerte y una campaña débil. La mala noticia para la candidatura de la Concertación es que aún no está haciendo suficientes méritos propios para ganar. La buena noticia es que los problemas que se detectan son todos subsanables.

Si más de un vocero da opiniones diferentes a las del candidato, puede que exprese un proceso de natural aprendizaje de quienes hacen uso de la palabra, pero ante todo muestra una falla de coordinación en las emisiones de los mensajes del día. Si hay más gente a lo largo del país que quiere colaborar con la campaña que la capacidad alcanzada de ponerlos a trabajar detrás de un propósito común, entonces hay una falla en la coordinación de acciones en el territorio. Si son muchas las ideas que se presentan en una campaña, pero aún no es fácil para los adherentes sentirse interpretados por un mensaje central nítido, entonces algo pasa con la coordinación programática que no funciona bien.

Y si la emisión de mensajes, la coordinación de acciones y la presentación programática no parecen sintonizar a plenitud, entonces el mal es uno solo y se llama falta de conducción estratégica del comando.

Articulación estratégica

En la práctica no se puede ser, al mismo tiempo, candidato y director de campaña. Son habilidades diferentes, son funciones distintas, son tareas que requieren total dedicación y concentración de mente y espíritu.

Lo que quiere decir que cuando se tiene un excelente equipo humano a disposición y no se logran resultados óptimos, eso se debe a la carencia de un centro de decisión capaz de coordinar acciones. Sin director no hay orquesta que toque bien.

No se trata de un cambio de personas, sino de ponerlas a trabajar en sintonía. Para eso, todos los que están sirven, salvo tal vez que se diera el caso de que alguien se estuviera especializando en descolocar frecuentemente a los aliados y en sacar de las prioridades propias a todos por igual. Pero eso no es muy frecuente de encontrar, porque semejante desatino requiere contumacia y una incapacidad extrema de enmendar conducta.

Hay puntos de quiebre en una campaña. Se trata de un número limitado de días donde se pasa de un cierto estado de duda y confusión a una sensación colectiva de triunfo o de derrota. Estamos en uno de esos momentos determinantes.

Esta campaña no se ganará por puro entusiasmo o aciertos descollantes, sino por consistencia en las acciones, una ordenada prosecución de objetivos, la capacidad de persistir en los temas propios, sin enredarse en polémicas secundarias, estériles y faranduleras. Cuando se desvaloriza la política llega la hora del espectáculo, y en eso hay muchos otros que resultan más idóneos.

Por eso es ahora cuando hay que saber tomar la iniciativa. Pero creo que es posible saber desde ya quién responderá mejor a la prueba. En un caso falla el candidato, en el otro caso falla el comando, pero un equipo de apoyo puede ser reciclado, un candidato no se puede reinventar por dentro. Menos cuando se ve a sí mismo como una suma extraordinaria de cualidades.

En campaña nadie deja de tener problemas, y hasta los propios se encargan de agregar algunos que no se tenían al principio. Pero se pueden sobrellevar y superar con esfuerzo y generosidad. Sólo que para eso hay que haber practicado antes. Si no, se está en verdaderos problemas.

viernes, julio 24, 2009

El más atacado es el que la lleva

El más atacado es el que la lleva

Víctor Maldonado

La Concertación no está presentando síntomas de agotamiento al mismo tiempo que de regeneración y eso es lo que está sosteniendo a Frei. Por eso está cambiando la percepción de triunfo.


El cambio del centro de atención

Cómo ha sido cambiando el peso específico de las candidaturas presidenciales queda evidenciado por la dirección que están tomando la mayor parte de los ataques de campaña.

Cuando el fuego cruzado se produce respecto de un candidato es seguro que ello acontece porque está ganando la iniciativa y está obteniendo respuesta ciudadana.

Hace poco, los demás candidatos se centraban en Piñera. Ahora el centro de los ataques se focaliza en Frei y esto es bien decidor respecto de quién está ganando una progresiva ventaja en la competencia por La Moneda.

Por supuesto que, siendo Frei el candidato "oficialista", el tema en debate ha sido el de la "intervención electoral".

Ahora resulta que la derecha reconoce que la competencia será estrecha (antes se daba por ganadora segura) y, en estas condiciones, les parece que la intervención del gobierno puede resultar decisiva.

Sin embargo, es evidente también que las candidaturas alternativas a la de Frei no han encontrado una posición sólida desde la cual hacer sus críticas.

Ante todo el tema de la intervención electoral es algo bastante alejado de las preocupaciones ciudadanas y es bien dudoso que se convierta en un centro de atención de los destinatarios principales de cualquier campaña.

La candidatura de la Concertación no parece muy interesada en acompañar a las otras postulaciones en un tema que no es el centro de preocupaciones.

Lo principal de este intento de la derecha es que no tiene por verdadero destinatario a Frei ni su comando, sino al gobierno y a la Presidenta Michelle Bachelet.

Pero el enfrentamiento directo ha sido evitado por la oposición, porque proceder de esta forma la llevaría a un antagonismo con la Mandataria que quiere evitar a toda costa.

Claro que los cursos de colisión son mucho más fáciles de advertir y de retrasar que de impedir. Tarde o temprano la derecha tendrá que sincerar su crítica e identificar su auténtico destinatario.

Cuando ocurra, se agregará un dato a la competencia: la consolidación de una frontera mucho más clara entre el candidato de la Alianza y -esta vez- el gobierno. Con esto llegará a un resultado aún peor que el que ha querido rehuir hasta ahora.

Prohibido acercarse demasiado

Como saben todos, una parte de los electores de Piñera apoya también a Bachelet. De producirse una confrontación abierta entre ambos, los electores tendrán que reconsiderar una adhesión doble que consideraban compatible.

Ante la nueva situación, una parte de la adhesión del candidato-empresario reconsiderará su opción. Pueden ser muchos o pocos, pero tal división se producirá justo cuando el aspirante de la derecha necesita imperiosamente crecer.

Las alternativas disponibles no parecen buenas para el candidato que hasta ahora ha conservado la mayor adhesión en las encuestas.

Por cierto, hay más de un modo en que podría actuar su candidatura para lograr mejor sus propósitos, algo que no parece conveniente de profundizar de parte nuestra.

Lo decisivo es que el hecho que a sus estrategas no se les ocurra cómo actuar, muestra una falla de fondo en el diseño de campaña.

La reacción fuera de la derecha tampoco ha brillado por su efectividad. Enríquez-Ominami ha criticado que Frei se apoye "demasiado" en Bachelet, lo que sería "abusar" de ella, aunque le reconoce el derecho de recorrer el país y defender su obra.

La debilidad de esta crítica es que el acercamiento entre los actores políticos y la identificación de ambos tras un mismo proyecto político es algo que definen y deciden los implicados y no quienes los miran desde fuera.

De nuevo, este candidato otorga a Bachelet la última palabra sobre la justificación de sus acciones. Pero si la postura de la Mandataria resulta entendible para los ciudadanos, entonces la crítica no se puede mantener o se debe optar por una oposición más frontal con el gobierno mismo, lo que, nuevamente, simplifica las opciones políticas presidenciales desde el punto de vista de los electores.

En medio de la carrera presidencial, tampoco el principal apoyo político del diputado ha destacado al intentar poner en el centro de atención un tema secundario que no viene al caso.

El senador Ominami ha empleado una insólita cantidad de días en protestar por la separación de su cargo de un seremi en la Quinta Región.

Ahonda reiteradamente sobre las falsas bases que se habrían tenido en cuenta. Pero lo extraño es que al senador se le pase por alto el efecto básico de su proceder.

Hay algo antinatural en su actitud. Primero, porque los cargos de confianza en el Ejecutivo pueden ser separados de sus funciones por una decisión superior sin explicitación pública de causas y una variedad de razones que exceden la acusación de falta grave o un delito. Segundo, porque cuando alguien se siente afectado por una decisión, suele él mismo asumir su defensa.

Nadie habla por el afectado, porque no necesita un representante para defenderse (si tal cosa se aplicara al caso, lo que tampoco corresponde).

Ominami reacciona como si asumiera la defensa de alguien que le es propio, como un pupilo. Pero por esta vía sólo puede salir perjudicado o llegar a un punto insostenible.

La fuerza de un equipo

Las críticas están develando una fortaleza de la campaña de Frei que ha sido desechada hasta hoy por diversos analistas. Porque la mayor fortaleza del senador tiene que ver con el respaldo que está consiguiendo de la Concertación en su expresión más amplia.

Como se ha ido estableciendo la idea de que la coalición de gobierno está en crisis, se ha dejado de ver a la centro-izquierda organizada como una fuerza capaz de producir efectos políticos decisivos. Pero las crisis no son sinónimo de problemas insolubles.

Lo propio de los procesos de desintegración es la falta de cooperación entre actores relevantes, y el predominio de la búsqueda de intereses particulares. Y no es eso lo que acontece.

Mal que les pese a muchos, se evidencia que los síntomas de desgaste tan palpables entre los niveles dirigenciales no son el único fenómeno a observar.

También se hace presente una adhesión amplia a un proyecto político que se ha hecho cada vez más visible y operante. Se puede observar que el desgaste de una elite dirigencial no es sinónimo del desgaste de toda elite posible, incluyendo las de reemplazo.

Nuevos líderes se asoman y es posible que su incidencia se amplíe con los meses y, por supuesto, a partir de la asunción del nuevo gobierno.

Se está desechando la idea, un tanto absurda, de que lo mejor que le podría pasar a la Concertación es que perdiera el poder, porque de este modo tendría tiempo de regenerarse.

Esta idea está siendo reemplazada por otra: que lo que renueva a la política es enfrentar los desafíos del momento político de manera dinámica, actual y renovada, antes que por el abandono de las responsabilidades que se ejercen.

El mejor ejemplo es la derecha y cómo la ha afectado su separación del poder. Luego de tanto tiempo no se ve que sea particularmente renovada, creativa ni que haya mejorado sus prácticas.

Las personas que han planificado su puesta al día no son precisamente la renovación andando. Sus posibilidades electorales, tras tanto tiempo, no se han hecho arrolladoras ni mucho menos.

La política no se renueva renunciando al poder, sino ejerciéndolo mejor. La Concertación no está presentando síntomas de agotamiento al mismo tiempo que de regeneración y eso es lo que está sosteniendo a Frei. Por eso está cambiando la percepción de triunfo.

viernes, julio 17, 2009

Gobierno y elecciones presidenciales

Gobierno y elecciones presidenciales


Víctor Maldonado

No hay territorios censurados o vetados para la Presidenta de la República, que lo es de toda la nación. La Presidenta puede pedir respaldo para su gestión y solicitar apoyo para quien la representa y es el candidato único de su coalición.


Átame

Hasta hace poco, la derecha parecía tener el pleno convencimiento de que podía dictarle las normas de comportamiento al gobierno en período de campaña. Eran los tiempos en que estaba convencida de que ganaría pasara lo que pasara.

Los líderes de oposición parecían creer que les bastaba censurar una actividad catalogándola como "intervención electoral" para que dejara de hacerse. En el momento de apogeo de esta actitud parecen estar ofreciendo un trato de respeto de los prisioneros a cambio de rendición incondicional.

Pero el control democrático no es lo mismo que la imposición autoritaria. Lo que la oposición estaba haciendo era fundir en una sola cosa su papel fiscalizador en el Parlamento y la explicitación de su juicio político acerca de lo que más le convenía que ocurriera como sector en plena competencia. Desde luego, el rol fiscalizador de los parlamentarios está fuera de discusión. Se trata de un control democrático irrenunciable.

Nadie está por sobre la ley, y menos que nadie las autoridades del Estado. El uso de recursos públicos para fines partidarios está sancionado en nuestra legislación y hay que ser rigurosos en su cumplimiento. No porque la competencia electoral sea muy intensa ha de ser por ello menos limpia. Lo ideal es que ocurra a la inversa. Y el gobierno debe garantizar que así se cumpla.

En democracia se entrega poder para la promoción del bien común de la comunidad, no para obtener ventajas ilegítimas. De manera que ni éste ni ningún gobierno esté autorizado a romper las reglas del juego. Puede que pierda o puede que gane, pero siempre ha de actuar con exactitud. Otra cosa completamente distinta consiste en pretender que, porque se está en un año electoral, el gobierno ha de reducir sus actividades al mínimo, mientras que la oposición puede desplegarse a sus anchas.

En otras palabras, tampoco se han de buscar ventajas ilegítimas y desproporcionadas mediante la autocensura gubernamental, más aun en lo que se relaciona con actividades que le son más propias y esenciales. Tan perjudicial para la democracia es el exceso como la ausencia del Ejecutivo cada vez que los ciudadanos son convocados a las urnas.

Entre mudos y gritones

En particular es criticable el cuestionamiento a la presencia de autoridades de gobierno en terreno y la participación en el debate cotidiano sobre la pertinencia y efectividad que están teniendo las políticas que el propio Ejecutivo está logrando en la práctica.

Resulta que la ausencia y el silencio del gobierno no son políticamente neutros. La oposición suele afirmar que lo que está haciendo la administración Bachelet es inefectivo, tardío o hasta perjudicial para los intereses ciudadanos.

Por cierto, si el gobierno permanece mudo, ha de ser porque no tiene argumentos para responder y, por lo tanto, avala con su silencio la visión unilateral de sus adversarios.

Lo menos que se pueda esperar un opositor, al afirmar que un gobierno está perjudicando los interés del país, es que se le conteste explicando cómo, cuándo y por qué se está implementando una política. Es lo que espera un ciudadano que quiere formarse un juicio propio, luego de escuchar los diversos puntos de vista en pugna.

Es más, también desde el oficialismo se puede emplazar a la oposición por lo que considera una actitud poco constructiva u obstruccionista frente a iniciativas que requieren tramitación parlamentaria.

Lo que resulta sorprendente es que se puedan encontrar parlamentarios opositores que se quejen por ser respondidos en sus acusaciones. Por supuesto, no es lo que esperaban ni lo que planificaron que ocurriera, pero ésa no es razón suficiente para confundir respuesta con agresión.

Mal que mal, la idea de concebir el período electoral como la contienda desigual entre gritones y mudos es decididamente absurda.

Condenados a dar la cara

Respecto de las salidas a terreno, el contrasentido es todavía más evidente. Y lo cierto es que hay que aspirar a un mínimo de coherencia entre lo que se afirma y lo que se hace. Si uno anuncia a los cuatro vientos que un gobierno ha fracasado, y que se requiere cambiarlo, no debería darle gran importancia a lo que éste haga o deje de hacer en el corto período que le queda.

La oposición debería ser la más interesada en conseguir que las autoridades del gobierno salgan de sus oficinas y den la cara, a lo largo de Chile, asumiendo sus desastrosos resultados en toda su magnitud y en terreno.

Pero si en vez de esto la oposición se indigna por la Presidenta y los ministros de norte a sur, entonces algo falla en lo que se declara.

Lo cierto es que tener a la Presidenta con mayor respaldo desde la recuperación de la democracia, es algo de importancia decisiva; que al gobierno lo apoye una amplia mayoría, importa; tener la mayoría de las figuras públicas más reconocidas, tiene su peso; que la administración de Bachelet se haya validado en el adecuado manejo de la crisis, resulta determinante.

Lo cierto es que Piñera ha sido alcanzado en las encuestas, que Frei lo supera en características de liderazgo que resultan ser clave y que, cuando se ha llegado a una especie de empate, lo que termina por romper este equilibrio inestable no son las figuras, sino el juego en equipo.

En los hechos, el discurso de la oposición ha ido cambiando sin variar en nada el comportamiento que exige del oficialismo. Hace un tiempo, la búsqueda del "desalojo" parecía casi doctrina oficial, y la crítica era muy intensa y nada de sutil.

A medida que las encuestas han ido arrojando un creciente apoyo a Bachelet y a sus colaboradores, la crítica despiadada fue cambiando hasta llegar a un evidenciado afán de validarse como un continuador esencial de las conquistas sociales y de la prosperidad de estos años.

Y esto es lo que define el rol político que puede y debe tener el gobierno en este período. Apegado al más estricto respeto a las normas éticas y democráticas, desde la Presidenta Bachelet hacia abajo, el gobierno puede llenar de contenido la decisión presidencial.

Bachelet puede presentar y hacer visibles los logros de su administración. Puede presentarlos como el éxito más reciente de los gobiernos de la Concertación. Puede pedir la continuidad y proyección de lo realizado.

Puede presentar a sus adversarios como lo que son: una opción diferente y, en su opinión, menos deseable. Puede decir que Frei representa lo que quiere para Chile. Puede desplegarse por el país dirigiendo al gobierno y mostrando lo que se ha hecho. No hay territorios censurados o vetados para la Presidenta, que lo es de toda la nación. La Presidenta puede pedir respaldo para su gestión y solicitar apoyo para quien la representa y es el candidato único de su coalición.

No puede hacer más, pero no ha de hacer menos. Nadie honradamente entendería que se actuara de otra forma. Si al gobierno y a sus autoridades les importa lo que han hecho y quieren su continuidad, lo menos que pueden hacer es decirlo. Si creyeran lo contrario, la Concertación ni siquiera debería haberse molestado en presentar candidato. Pero sí tiene candidato y sí importan las diferencias.

Por lo demás, lo que en política todos deben hacer es presentarse tal como son y mostrar sus cartas. Quienes deciden son los ciudadanos.

viernes, julio 10, 2009

Quién puede renovar la política

Quién puede renovar la política

Víctor Maldonado

El que no puede mejorar su partido, ¿por qué habría de poder mejorar el país? El que no puede lo menos, no puede lo más. Irse es fácil, pero tras el primer impulso ¿qué queda? Renovarse no es cambiar canas por melenas, sino cambiar de comportamiento.


Las deserciones y sus razones

En la campaña presidencial se elige un Presidente, pero también se optará por una manera de ejercer el poder y la capacidad atribuida de dar gobernabilidad al país. Los candidatos no andan solos, importa mucho el equipo que los acompaña y saber cómo pretenden conducir a la comunidad.

El ejercicio del gobierno no es una aventura personal, sino una tarea colectiva donde importan mucho más que la intención de hacer cosas, la oposición o antipatía respecto de otros y el entusiasmo del momento.

Esta campaña presidencial se da en medio de una fuerte crítica a la política, los partidos y las coaliciones. Las deserciones que se han producido muestran que ya no es una sumatoria indefinida de casos puntuales, sino un efecto de cómo se tiene definida la competencia política.

Aunque las rupturas de la disciplina partidaria no conocen fronteras, han afectado más a la Concertación. De creer lo que transmiten los medios ligados a la derecha, se estaría ante un derrumbe definitivo que no ha hecho otra cosa que comenzar.

Quienes se van esgrimen desde principios hasta limitaciones a sus aspiraciones de llegar o permanecer en el Congreso. Casi sin excepción se dice que principios y aspiraciones se verán mejor servidos desde fuera de la Concertación.

En cualquier caso, y en particular cuando quien emigra ha pertenecido a un partido o una coalición un tiempo muy prolongado, se evita la crítica de capitán a paje. El objeto favorito son siempre las cúpulas partidarias. Ellas concentran la mayoría de los males del momento: no escuchan, no entienden, son incapaces de adaptarse, quieren permanecer donde están y carecen de intenciones de cambiar para mejor.

Quienes se van pasan por alto que ellos pertenecieron por mucho a la elite denostada, han sido parte medular del sistema que describen como perverso y algunos cargan sobre sus hombros más de una acusación. Pero no importa. Al parecer, al salir de un conglomerado se encuentra la pureza para renovar la política y mejorar la situación actual. ¿Será cierto o factible?

Una tarea, distintos procedimientos

Hoy nadie deja de constatar que mejorar la política no es sólo deseable, sino que llegó a ser una necesidad. El país ha cambiado mucho y la forma de hacer política demasiado poco en estos años. Eso ha generado una distancia entre ciudadanía y política de coyuntura. Pasaba el tiempo, aumentaba la distancia, pero no se arremetía contra los males.

Finalmente llega un momento en que se hace peligrosa la inacción. Las causas del deterioro son conocidas, aunque se discute el peso de los factores que ayudan: el binominal limita la competencia, por lo que llegó a bastar pertenecer a una de las dos coaliciones principales pasa asegurar cupos; los partidos han ido perdiendo densidad y envergadura y hoy son más administrados que dirigidos; ha llegado a ser excepción la disciplina; una importante cantidad de temas es postergada del debate; la democracia interna de los partidos y la selección de liderazgos dejan mucho que desear.

Los males son anquilosamiento de las organizaciones, falta de conexión ciudadana, limitación al surgimiento de liderazgos de reemplazo y la competencia y falta de factores de cohesión en los partidos y entre ellos, más allá de intereses particulares.

Éstos son los problemas, pero antes de avanzar hay que decir que los partidos no son puros problemas. También hay mucho de bueno y, aunque no es una costumbre el reconocimiento de los méritos ajenos, un mínimo de objetividad obliga a ver la otra cara.

En democracia hemos tenido presidentes y líderes nacionales ejemplos de probidad y dedicación; de los partidos han surgido constructores de Estado y personas que envidian en otras latitudes; hay políticos que hacen muy bien su tarea; y en la militancia es más frecuente la generosidad y el afán de servicio que lo contrario. Pero consultados los mejores, ellos también dicen que hay que convertir la renovación de la política en una tarea de hoy.

La renovación significa cuatro cosas y hay que ver quién puede emprender mejor estas tareas: ha de ser posible representar fielmente a una mayoría; hay que dar sustento a proyectos de envergadura; hay que unir a los partidos tras principios fundamentales al tiempo que se debate lo que se hace en conjunto con libertad y transparencia; y, hay que actualizar los liderazgos; es decir, mantener la sintonía de los líderes con los electores.

La Concertación puede más

Lo que sostengo es que, pese a todo, es la Concertación quien puede enfrentar mejor estas tareas y debe aprovechar la oportunidad que se le brinda de hacerlo sin mayores dilaciones.

La Concertación representa la confluencia del centro con la izquierda. En ello radican su magia y representatividad. Las otras opciones representan la eliminación de un socio no deseado y eso no permite la constitución de mayorías sólidas. Adolfo Zaldívar representa la fobia que desde el centro se puede producir con la izquierda; su ideal fue cambiar de socio. Hoy encontramos que se habla de Frei como "el candidato DC", queriendo decir que el ideal es que la izquierda confluya con más izquierda para ser una mejor opción (la confluencia de los alternativos), pero tal vez el pasado nos dé pistas de a dónde nos puede llevar esto. La centroizquierda puede cumplir su cometido mejor o peor, pero no puede ser reemplazada para constituir una mayoría gobernante.

Los proyectos de envergadura son aquellos que persisten en el tiempo, y lo novedoso que tienen como experiencia es que actúan por etapas sucesivas, coherencia e insistencia. No son hijos de la improvisación. El entusiasmo puede movilizar, pero sólo el convencimiento de la mayoría puede construir en democracia. Lo que vemos es que todos los sectores políticos prometen... mantener lo que tenemos y proyectarlo y eso es una confesión de parte que releva de pruebas.

Los partidos y las coaliciones enseñan a construir en conjunto, porque hay principios que se comparten pese a todo lo que pueda desunir. La Concertación ha sido capaz de unir al país porque ha logrado permanecer unida aun en los peores momentos. Sólo que para seguir uniendo los líderes han de entregar a sus partidos más de lo que los partidos les aportan. Los principios hay que enseñarlos; la capacitación ha de ser una constante; la elaboración de propuestas tiene que ser pan de cada día; la militancia hay que cuidarla; la búsqueda de nuevos adherentes es una necesidad. Los partidos se han debilitado porque son más los que los usan que los que los construyen. Pero no es desarmando lo que se tiene como se logra algo mejor.

El que no puede mejorar su partido, ¿por qué habría de poder mejorar el país? El que no puede lo menos, no puede lo más. Irse es fácil, pero después del primer impulso ¿qué queda?

Renovarse no es cambiar canas por melenas, sino cambiar de comportamiento. Actuar con mayor responsabilidad y visión es algo que se hace en comunidad, que se potencia sirviendo al país. La renovación dirigencial es una tarea que debe proponerse el gobierno y que la Concertación puede emprender. Cualquier otra alternativa ya tendría suficiente con hacerse cargo del Estado como para emprender la renovación.

La suma de los que piensan igual es sinónimo de minoría. La suma de los descontentos no hace un proyecto viable. Por eso la Concertación sigue siendo necesaria para Chile.

viernes, julio 03, 2009

La vía individualista al socialismo

La vía individualista al socialismo

Víctor Maldonado

Quien rompe con un partido descubre rápido que parte de su discurso queda fuera de lugar. No puede remitirse a las propuestas del conglomerado al que pertenecía sin que alguien entienda por qué es que se fue.


Los dos mensajes de una ruptura

Nada grafica mejor las características del momento político que las declaraciones del senador Carlos Ominami tras anunciar su salida del PS y la Concertación. Él señaló acto seguido a la renuncia doble que seguía siendo "más socialista que nunca" y que seguiría "apoyando lealmente el esfuerzo de la Presidenta, en particular todo lo que tenga que ver con la píldora del día después, con la protección social".

Da la impresión que no hubiera pasado nada importante porque, en lo sustantivo, todo seguiría igual en cuanto a las convicciones y la línea política. Pero algo dice que no puede ser tan sencillo cuando se rompe con una organización a la que había considerado bueno y necesario pertenecer por un cuarto de siglo.

El costo personal y político de romper un lazo de lealtad tiene dos implicancias claras: por un lado, se da una expresión pública del predominio de las diferencias por sobre los acuerdos, en medio de la competencia presidencial y parlamentaria; por otro, genera el problema de la identidad política del que sale, porque antes se sabía a dónde pertenecía, pero ahora no se sabe exactamente qué es lo que representa. Es el problema principal y será la fuente de muchas polémicas en esta campaña.

La militancia en un partido se basa en la aceptación de ciertos principios compartidos, en la adhesión a un colectivo que busca propósitos comunes, en el respeto de programas políticos democráticamente definidos, en el respaldo de compromisos estratégicos con otros partidos.

No ha existido alguien que esté de acuerdo con 100% de las definiciones y acciones de una organización política específica. Ni siquiera es deseable pretender una conducta de este tipo por ser inhumana. Pero los que militan jamás han pretendido que ello sea posible.

Lo que explica el compromiso político permanente de un militante es el convencimiento de que comparten principios fundamentales y que hay una historia común si se esfuerzan por ampliar aquello que comparten. Saben que sus diferencias sólo resultan importantes, inteligibles y apasionantes dentro del colectivo al que pertenecen. Y si éste no existiera, hasta las acaloradas polémicas de hoy perderían sentido y razón de ser.

Por eso es tan frecuente ver que alguien sale de un partido pero le sigue hablando a "los de dentro" porque, mal que le pese, son ellos los únicos que entienden a cabalidad sus críticas y enojos. Por eso quien sale se cuida de no dar un portazo muy estruendoso al salir porque "nunca se sabe" y quien sale en una coyuntura, entra de nuevo en otra, simplemente porque nadie lo echó, sino que se fue por su voluntad.

El individualismo no es progresista

El individualismo no tiene buena venta en el progresismo. Aun cuando por un buen rato pueda dar expresión al descontento con lo establecido e institucionalizado.

Hasta los que tienen mejor opinión sobre sí y miran con cierta displicencia a sus compañeros o camaradas, prefieren constituirse en tendencias internas. La idea de "unidos existimos, separados nos liquidan" se encuentra en lo más profundo de la conciencia progresista.

Los grandes héroes del pasado y los líderes señeros han sido siempre integradores, tanto que fueron muy criticados por serlo en su tiempo. Por eso se los admira ahora. Si Toribio el Náufrago fuera hallado, de regreso no se inscribiría en la Concertación, y en la derecha lo considerarían uno de los suyos.

Se puede ser derechista sin hacerle caso a nadie ni respetar disciplina alguna. Esa es su índole. Es la expectativa de triunfo la que los pega sin juntarlos y la derrota los dispersa. Pero en ninguna parte la centroizquierda se comporta así, más bien tiende a operar al revés. En el progresismo la derrota une y el éxito (si es muy amplio) hace bajar las defensas.

La Concertación sabe que no puede darse el lujo de la dispersión, el individualismo envanecido o la frivolidad como guía de conducta, porque si quiere un país más justo y solidario, sabe que se requiere la compañía y constancia de muchos. La idea de dividirse para ganar será una torpeza de fondo. Se gana con orden interno, el pluralismo multicolor, diferencias puntuales pero coincidencias de fondo.

Por eso, en la Concertación no se puede ser socialista sin los socialistas (como no se puede ser DC sin los DC y así sucesivamente); aunque sí se puede ser individualista sin adscribir al liberalismo o conservador en lo valórico sin ser gremialista. En eso radica la diferencia con la derecha. Nadie puede ganar ni llevar al triunfo a otros encontrando más defectos, problemas y deficiencias en su propio sector más que en ninguna otra parte.

El reino de la incoherencia

El descontento se sostiene en un estado de ánimo, no en una postura política. Tarde o temprano hay que darle sustento en contenidos y organización. Para poder entregarle ese sustento hay que ganar y sostener adhesión en base a la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Cuando se escoge como guía un interés propio más que uno colectivo, la dinámica de los acontecimientos puede más que las buenas intenciones y las iniciales declaraciones de ecuanimidad en la competencia.

La competencia electoral tiene razones que la razón no entiende. Y quien entiende de comunicaciones y sabe actuar para los medios tiene enorme ventaja. Pero, con todo, estamos hablando más bien del dominio de técnicas que de visión política.

Quien rompe con un partido descubre rápido que parte de su discurso queda fuera de lugar. No puede remitirse a las propuestas del conglomerado al que pertenecía sin que alguien entienda por qué es que se fue. No puede hablar como mayoría pluralista puesto que ya no se pertenece a ella. No puede hablar de "lo que hemos hecho y seguiremos haciendo" porque no puede dejar de sentirse incómodo. No puede ser específico porque no dispone de bagaje acumulado y sus adherentes lo siguen por lo que rechazan más que por afirmaciones comunes.

Al final, lo que ha de predominar en un período corto e intenso como el que se avecina es la búsqueda del impacto público. En un tipo de campaña tan intensamente mediática como la que se tendrá que optar, es esencial un alto protagonismo. Y, como sabemos, el protagonismo televisivo se consigue entrando en polémica.

Tras el convencimiento de la derecha de haber cometido un error al dedicarse a amplificar un tiempo la figura del ex diputado PS como alternativa presidencial, ya no es fácil que opte por la contumacia. Los medios opositores o cercanos a la Alianza dejarán de mostrarse generosos en seguir levantando figuras sin imaginar qué efecto obtendrá.

Lo más obvio de pronosticar es que parte importante del esfuerzo de esta tercera candidatura presidencial estará abocada a entrar en pugna verbal con Frei y su comando. Se ha de entender como un error de la candidatura concertacionista entrar en polémica continua y el cruce de cuñas para la televisión, por bien que le va en este ejercicio. No tiene nada que ganar y perdería de vista a su principal contendor.

En política no está ganando el que contesta más, sino el que plantea las preguntas. La Concertación es el encuentro pluralista del centro y la izquierda reunidos para encabezar una mayoría ciudadana para lograr un país más justo y solidario. Dispone de una historia que la prestigia, un presente que lo avala y un futuro a delinear a partir de lo ya logrado. Eso es y eso ofrece. Que los demás se presenten con lo que son, con lo que tienen y con lo que representan.