viernes, marzo 30, 2007

Restablecer el eje de la Concertación

Restablecer el eje de la Concertación

El cambio de gabinete (cuando ya no se esperaba, y cuando la elite y los más connotados comentaristas lo habían sancionado como inconducente) marcó un nuevo comienzo, con el consiguiente tiempo adicional, a la espera de que las nuevas autoridades tuvieran tiempo para asumir sus responsabilidades.

Víctor Maldonado


Tras el momento de duda

Sin duda, el Gobierno acaba de enfrentar su momento más crítico y supo hacerlo bien. No es que los problemas se hayan solucionado. Al contrario, hay una amplia conciencia de que no existen soluciones inmediatas a los más acuciantes. Pero lo decisivo está en que cada cosa volvió a su cauce, la situación se sinceró en cuanto a responsabilidades y errores y se retomó la iniciativa política.

Es difícil exagerar la importancia de lo ocurrido. En la etapa previa al cambio de gabinete y a las palabras de la Presidenta Michelle Bachelet, el oficialismo parecía estar en un callejón sin salida. La implementación del Transantiago había despertado un amplio malestar ciudadano; la televisión y la prensa acentuaban la sensación de crisis un día sí y otro día también; los partidos de la Concertación clamaban por una intervención de fondo; y, la derecha -en su más amplia extensión- había encontrado en el tema de la “humillación” de los más pobres la más fácil y desgastadora de las críticas.

En este cuadro, el cambio de gabinete (cuando ya no se esperaba, y cuando la elite política y los más connotados comentaristas lo habían sancionado como inconducente), marcó un nuevo comienzo, con el consiguiente tiempo adicional, a la espera de que las nuevas autoridades tuvieran tiempo para asumir sus responsabilidades. Pero no es mucho el tiempo de que dispondrán, aunque sí el suficiente.

No dice nada en contra de quienes salieron de sus puestos en el Gobierno el reconocimiento de que hay etapas que se agotan y que los cambios abren nuevas posibilidades.

Todos los gobiernos de la Concertación han llegado a una encrucijada decisiva por la que han debido atravesar. Ahora, todos sabemos el itinerario que siguieron las ocasiones anteriores y eso, en retrospectiva, nos hace olvidar el dramatismo y la incertidumbre que acompañaron a esas ocasiones. Recordamos lo que ya aconteció desde el éxito de un desenlace conocido, y eso es siempre recordar con tranquilidad.

Lo que acaba de ocurrir tiene algo de inédito, puesto que enfrenta a la Concertación con sus propias obras y decisiones. No se trata de amenazas externas, que hacen cerrar filas como reacción obvia. Por eso importa más e importa tanto la superación del punto de inflexión en esta crisis.

Eso que llaman autoridad

No todos parecen haber comprendido lo que ha estado en juego. Tal vez esto ocurra porque si bien el Gobierno puede meterse en un enorme problema cuando interviene a una ciudad completa en su tránsito, todo esto se combina con una tendencia general a la dispersión política. Esto último resulta aún más peligroso y es a lo que hay que poner atajo de modo consciente y deliberado.

El síntoma más obvio de la tendencia a la dispersión es la dificultad para reconocer la autoridad en otros. Cuando cada cual se guía por sus intereses, no hay costo que no se esté dispuesto a que paguen… los demás.

Se habrá notado que las declaraciones altisonantes han ido en alza y que algunos parecen estar participando en un concurso internacional de descriterio. Pero esto ya pasa de la anécdota. Está afectando a todas las organizaciones políticas. No puede extrañar el desprestigio creciente del conjunto de actores del espacio público.

Los héroes del descriterio están sacrificando la autoridad a la popularidad del día. Eso está generando un efecto acumulado en la convivencia política de progresivo deterioro.

Veamos si no las últimas encuestas y se verá el deterioro. En la oposición, ¿quiénes son las figuras en puestos clave que pesan menos? Por supuesto, los presidentes de partido. ¿Y en la Concertación? El deterioro se está repartiendo entre el Congreso y las figuras de Gobierno (aunque el cambio de gabinete puede llegar a alterar este dato).

¿Hay algo de fondo que haya cambiado? Sí: la marea de la desaprobación está sacando a la oposición del fondo de la tabla de posiciones. La está poniendo a flote, pese a su falta de méritos propios. En paralelo, los atributos reconocidos de la Concertación han descendido en forma notoria.

Es natural que no se mantenga lo que no se cuida. Pero esto no lo entienden quienes juegan al desgaste. Los deslenguados nunca han hecho buena política.

Para mantener el liderazgo, el conglomerado oficialista depende del sentido de responsabilidad que logre imprimir a sus acciones y de su comportamiento de equipo.

Las decisiones políticas tienen una parte racional y otra instintiva. Pero para la oposición no cabe ninguna duda que este es el momento de adelantar las principales piezas en el tablero. En este sector todo apuesta a Sebastián Piñera. Las otras figuras representan opciones de otro tipo, pero no presidenciales.

Es de una torpeza infinita tratar de competir con la derecha en quién le hace la peor crítica al Gobierno y a la Presidenta. Cuando la oposición toma palco es porque alguien está haciendo su trabajo y ese alguien no está actuando de un modo tan astuto como se imagina.

Para que la Concertación sea gobernable

Los que sólo critican es porque no tienen nada positivo que aportar. Son los miopes de la temporada que se ponen a la altura de sus rivalidades. Son los dirigentes que encuentran que no hay nada más importante que decirle a otros dirigentes qué opinan sobre un tercer grupo de dirigentes. Pero este tipo de discusiones (obsesivas, trasnochadas e insustanciales) son siempre un mal acotado a pequeños círculos. Se trata de una especie de autismo focalizado.

No es este tipo de personajes el que debe marcar la pauta política. Se necesita volver a centrarse en autoridades legítimas y de peso. Pero para que eso ocurra, para restablecer el orden interno, hay que hacer pesar la autoridad.

La disciplina política no se logra con puros premios. Cada acción debe obtener una reacción si no equivalente al menos consonante. Las críticas políticas al interior del conglomerado de Gobierno no sólo son aceptables, sino que necesarias. Pero hay que cuidar forma y fondo. Cuando la crítica involucra a las personas atacadas entonces las buenas palabras no bastan.

Las minorías, los que pierden la discusión, no tienen por qué perder también los modales.

Esto no tiene que ver, circunstancialmente, con la militancia de quienes ejercen la crítica desmedida. Se trata de establecer una norma de buen comportamiento, más bien de volver a ponerla en vigencia para que cada cual se acuerde que los límites existen.

Quienes se oponen a la continuidad de la Concertación señalan sus debilidades pero no su alternativa. Dicen que no se consigue tanta igualdad como se debiera, pero consiguen el aplauso de la derecha.

En el fondo, quieren confluir mayoritariamente hacia el centro, dejando a quienes más les disgustan en los polos.

Sólo que no han podido explicar por qué están tan interesados en desmontar una mayoría política que ha podido dar tantos éxitos al país y dónde es que piensan conseguir la tremenda energía social y política capaz de superar las apuestas personales de endeble envergadura.

La Concertación se tiene que cuidar a sí misma. Hay que autogobernarse para gobernar. Y la autoridad hay que ejercerla en todas sus facetas. Todas éstas parecen las pruebas del momento.

viernes, marzo 23, 2007

El momento en que todo se decide

El momento en que todo se decide

Transantiago, por sí solo casi copa la capacidad de tolerar problemas y de dedicarse a ellos. Esto es algo que el Gobierno tendrá que variar en las próximas semanas. Lo que se nos viene encima es nada menos que la normalidad.

Víctor Maldonado


Nada menos que la normalidad

El Gobierno y la oposición están, cada cual por su lado, en un momento decisivo, porque deben enfrentar problemas de envergadura, que requieren mucha determinación y disponen de poco tiempo para definir rumbos.

El Ejecutivo es el que más claramente percibe esto. No podía ser para menos. En los últimos días se ha convertido en una especie de ocupación nacional hacer sugerencias sobre las mejores decisiones a tomar. La calidad de las propuestas es de lo más variada, pero ayuda a crear un ambiente de expectación propia de los grandes momentos.

Se han presentado tal cantidad de iniciativas que pareciera que desde el Ejecutivo se pudiera realizar todo tipo de maniobras. Y esto nunca constituye un enfoque realista.

Es más, lo característico de las actuales circunstancias es que al Gobierno se le ha acotado mucho su margen de maniobra en la coyuntura. Este es uno de los principales efectos políticos que ha tenido el Transantiago.

Lo que está pasando es que el debate, al menos el que está siendo cubierto por la televisión, se esta volviendo en exceso monotemático, repetitivo y unilateral. La agenda ha sido capturada de un modo que no se puede sostener por mucho tiempo.

Los países son multifacéticos y mantienen su equilibrio, porque les dan espacio a todos sus temas y demandas. Si no terminan por formar tormentas de temas habituales que sólo requerían prestarles atención en el momento oportuno.

Incluso, el mismo tema del Transantiago se está reduciendo y saturando. Al principio se centró en el aprendizaje de los usuarios, luego en el funcionamiento parcial del sistema. Pasamos a centrarnos en los episodios críticos, de allí a la búsqueda de responsables pasados y presentes, para terminar en un predominio del enfoque de los actores políticos.

Mientras el sistema de transporte en la capital continúa su lenta marcha hacia la normalización, ya se percibe la necesidad de encauzarlo de un modo que permita superar su involuntario secuestro de lo nacional y de lo regional.

De momento, se ha cambiado el grado de tensión inicial con que se aborda cualquier tema. Transantiago, por sí solo casi copa la capacidad de tolerar problemas y de dedicarse a ellos.

Ahora, cuando aparecen dificultades pequeñas, parecen amplificarse de inmediato, adquiriendo lo que parece, en un primer momento, desmedidas dimensiones, por lo que la posibilidad de darles un adecuado tratamiento parece haber disminuido notoriamente.

Esto es algo que el Gobierno tendrá que variar en las próximas semanas. Lo que se nos viene encima es nada menos que la normalidad. Todos los temas y los sectores pugnan por volver a la agenda pública.

Los callejones sin salida

La derecha ha estado en algo bien distinto, pero que la deja igualmente a las puertas de tener que definir una estrategia que la unifique. De momento se ha dado plena licencia para la dispersión y los disensos internos.

En efecto, las candidaturas presidenciales se han estado desmarcando de sus direcciones partidarias. No se trata de un acuerdo interno que esté en proceso de implementación, sino de un resultado indeseado.

Es todo lo contrario de un funcionamiento de equipo. Se cumple con una constante en el accionar de la oposición, al menos, desde la recuperación democrática. La imposibilidad de subordinar al conjunto de sus actores clave a objetivos comunes.

La lógica común y la asignación de papeles en un plan comprensivo que le otorgue sentido a todo lo que hacen es precisamente lo que falta.

Además, parece que se está acentuando al convencimiento de que la situación no se ha solucionado ni se solucionará. Eso está generando desesperanza o desilusión, y no sólo a nivel de base.

La reacción del alcalde Francisco de la Maza, que por desilusión no quiere repostular ni se ve como un apasionado de militar en la UDI, no es como para tomársela livianamente. Y eso fue precisamente lo que caracterizó a las primeras reacciones en el gremialismo.

Los efectos que se pueden esperar de una segmentación tan marcada del liderazgo en la oposición son mínimos. Los grandes acuerdos requieren de cuidadosas implementaciones en que en cada nuevo paso se han evitado sorpresas a propios y ajenos. En cada avance se chequean los acuerdos internos y se avalan los acuerdos al interior de cada partido.

Cuando unos personajes empiezan a negociar por su cuenta, como lo ha hecho Pablo Longueira, no se establecen avances sino que se incorpora un elemento de desorden que termina por ser perjudicial.

De más estará decir que no es usual que los partidos se enteren por los diarios que uno de sus dirigentes está conversado de un tema clave con otros partidos. Y no tiene nada de normal que los voceros del gremialismo tengan que recordar públicamente que las decisiones últimas la toman los órganos internos acreditados. En sencillo, lo que ha pasado aquí es que un dirigente ha tomado la decisión de actuar por la libre.

Los interlocutores creen que están alcanzando acuerdos cuando, en realidad, se está agregando una instancia adicional de negociación. Se gana mucho en publicidad, pero poco en productividad.

Los auténticos avances en materias tan complejas como el binominal se producen, por lo general, en ambientes donde no campean los protagonismos personales.

Negociar en estas condiciones tiene poco de positivo, por mucho que sea agradable, al inicio, que nos encuentren la razón desde el otro lado de la mesa. Lo que importa son los resultados, y estos nunca son positivos si, entre tanto contacto improductivo, se va perdiendo la confianza inicial. Es producir un cambio en la situación original.

El tiempo es ahora

La derecha sabe que ha llegado el momento de reordenarse y presentar un frente común. Si no lo hace ahora es como para pensar que no lo hará nunca. Necesita líderes y lo que tiene son aspirantes a caudillo.

Necesita de directivas que, al hablar con la Presidenta, hablen y respondan a nombre de todos, que puedan llegar a acuerdos y los honren.

Con ello también el Gobierno saldrá ganando. No es lo mismo un tema de conversación que un tema de decisión. Lo que está pasando con el debate sobre el cambio del sistema binominal es ilustrativo. Está claro que la dirección de la UDI no quiere realizar la discusión y Longueira le da su fuerte impulso. En esas condiciones el gobierno puede pedir que cada cual asuma la responsabilidad de sus dichos.

Las primeras reacciones han dejado mucho que desear. El propio Longueira ha terminado por declarar que “hay temas más urgentes” de los cuales preocuparse, al ver que la critica interna arreciaba. Con estos vaivenes no se puede avanzar. Por eso la oposición ha llegado a un momento decisivo.

El Gobierno sabe que debe retomar su agenda completa. Descomprimir el tratamiento de temas. Cuando los problemas no aparecen a tiempo, detonan a destiempo.

El panorama político ha cambiado. Es como si un nuevo contador de puntos a favor y en contra se hubiera puesto en funcionamiento. Las ventajas o desventajas previas, para efectos prácticos, no cuentan.

La derecha tiene que ordenarse y el Gobierno tiene que actuar en todos los frentes. Cada cual está librado a la efectividad y pertinencia de sus acciones. El primero que lo logre marcará la pauta.

viernes, marzo 16, 2007

La indecisión básica de la derecha

La indecisión básica de la derecha

La oposición habla con arrogancia cuando, al mismo tiempo, está casi cayéndose de las encuestas. Es como el alumno porro del curso que hace un alto en su desorden para decirle al resto cómo hay que estudiar y sacarse buenas notas. En este comportamiento hay algo obvio que no cuadra.

Víctor Maldonado


La exigente prueba de decidir

LA DERECHA ESTÁ TERMINANDO por conformar el gabinete más numeroso de la historia. Partió con la idea de un grupo acotado y arribó a la validación de un amplio conjunto de equipos.

No pretendía romper una marca mundial con esta medida, sino ganar la iniciativa política. Algo debía presentar luego de haber estado meses dándole vuelta públicamente a un anuncio que se retardaba y enredaba cada vez más.

La Alianza había quedado atrapada en sus declaraciones y algo tenía que mostrar, aun cuando lo que al final se presenta diste mucho de lo prometido. No se puede hablar por meses de una iniciativa para terminar en la nada.

Aún así, no es seguro que haya logrado sortear, con mediana compostura, el embrollo en el que se había metido sin que nadie se lo pidiera. Paradójicamente al efecto deslucido que se está consiguiendo, el “gabinete en las sombras” fue pensado como fuerte señal de que el conglomerado está preparado para gobernar. El resultado es más bien contrario.

El problema con las ideas ingeniosas y las señales es que hay que respaldarlas. Ese es el momento de la verdad en política, porque gente con buenas ideas hay muchas, pero personas capaces de implementarlas consiguiendo acuerdos amplios. No por nada, la prueba política por excelencia es, por supuesto, decidir y escoger entre alternativas.

En este caso, no pasó la prueba. Se salvó la cara. El procedimiento elegido para “conformar” el gabinete es muy revelador, porque es lo contrario de hacer política: en vez de seleccionar representantes y voceros, lo que se ha hecho fue… escogerlos a todos.

Se optó por el camino más fácil para no meterse en problemas, a costa de sacrificar lo fundamental. Con ello la derecha afianza la imagen que ya tiene como actor político que aún no está en condiciones de hacer Gobierno, conformar un gabinete o realizar un equipo de trabajo.

Un gabinete sobredimensionado y poco ejecutivo es el producto que están en condiciones de exhibir, hoy por hoy, los presidentes de los partidos de derecha: algo indoloro, incoloro e insípido.

Los candidatos presidenciales como problema

En realidad, el centro de las preocupaciones en “el sector” no tiene que ver con los avances conjuntos, sino con algo tan básico como prevenir los retrocesos.

El inicio anticipado de la carrera presidencial puede significar un continuo dolor de cabeza para las directivas de la UDI y de RN. Encauzar la competencia parece ser el propósito de todos los que en la oposición apuestan por el trabajo sistemático y conjunto, pero a estos se les hace cada vez más cuesta arriba poner orden en las filas.

Es obvio de no prevenir una amplia variedad de conflictos (típico de las campañas), se puede entrar en una espiral de confrontaciones que ponga en jaque a las conducciones partidarias.

Además, enmarcar la pugna es lo que les queda por hacer a Larraín y Larraín ante los hechos consumados. Ellos están notificados que la campaña presidencial partió, pero es igual de claro que si de ellos dependiera, la hubieran postergado para más adelante. No pudieron y eso los deja en mal pie.

La razón es sencilla. Antes que todo porque estamos en presencia de necesidades contradictorias. Mientras los presidentes de los partidos necesitan iniciativas comunes y de consenso entre sus tiendas, cualquier candidato presidencial tiene que perfilarse y diferenciar su aporte del resto.

¿Para qué preocuparse ahora de los postulantes si están todos de acuerdo en lo fundamental? Pero si lo que importa es el nombre, entonces cada candidato tiene que desmarcarse del trabajo cotidiano y llevarle la delantera al resto.

Los líderes cambian el escenario político, mientras que los dirigentes de partido se manejan bien dentro del escenario en el que están. Intentar las dos cosas al mismo tiempo es la cuadratura del círculo. De allí que la oposición se comporte de un modo tan errático. Y por eso, también, los ejercicios de disciplina colectiva en la derecha tienen tan mal pronóstico para el presente año.

Las diferencias en la Alianza no se dilucidarán por acuerdo, sino por el mayor éxito práctico de alguna de las estrategias en pugna.

A cada paso, este tipo desenlace se presenta inevitable. En particular porque en la oposición nadie pierde la oportunidad de dar a conocer sus diferencias y divergencias, sin que parezca importar demasiado el costo que se le haga pagar a su propio sector. A la oposición no hay que criticarla. Basta con escucharla. Por si alguien tiene algún tipo de dudas basta prestar atención a sus senadores y diputados, porque siempre habrá alguno que reconozca que la oposición no está preparada para gobernar.

La competencia va acompañada de diálogo

Mientras los dirigentes que predominan en los partidos están acentuando la crítica al Gobierno y a la Concertación, los candidatos saben que el personaje que rompa el cerco creado por la polarización obtendrá mayor dividendo. Apertura hacia el Gobierno y disputa del espacio al resto de los aspirantes parece ser la consigna.

Un candidato tiene que mostrar que le interesa el país más que las diferencias entre los grupos. Por eso, cada cual busca mostrarse propositivo y está atento a la primera oportunidad para abrir una vistosa negociación con el Ejecutivo en algún punto de interés nacional.

Los candidatos son altamente sensibles a las encuestas. Saben que las pugnas y la falta de cooperación es altamente penalizada por la opinión pública.

Los dirigentes partidarios no tienen esa preocupación. Parten de la base de que, en popularidad, están “al fondo de la tabla” y que no cambiará en el futuro conocido. Así que pueden soportar altos niveles de impopularidad. Le hablan a los convencidos y a los militantes. Saben que tienen un poder limitado, pero el poco poder proviene de ese grupo y por eso lo cortejan, sin demasiado decoro.

Sin embargo, la realidad política termina por imponerse, incluso a los más remisos. La derecha está realizando una mala actuación porque está demasiado centrada en la crítica. Por mucho que esto le sea obligatorio, es evidente que se ha extremado hasta un punto que resulta dañino para sus propios cultores.

Los presidentes de sus partidos se encuentran encajonados entre dos tipos de actores que obligan a polarizar su actuación y su discurso: por un lado, los precandidatos presidenciales (como ya vimos) y, por otro, sus lugartenientes que se están haciendo un espacio a base de mostrarse duros, intransigentes y polémicos.

Tras la andanada diaria de vocerías altisonantes desde las huestes que, se supone, conducen, no les queda otra a Larraín y Larraín de partir sus declaraciones en un tono parecido. Al mismo tiempo, se dan cuenta que la ausencia de diálogo con el Gobierno no les permite mostrar avances en materias de interés nacional, en los que aparezcan como coautores. Por ello, no dejan de proponer acercamientos al mismo Ejecutivo al que han tratado con extremo desenfado.

Como se mire, así no se llega a ninguna parte. Las políticas de desgaste se las puede permitir una oposición en alza, no una estancada en una pésima evaluación ciudadana.

La oposición habla con arrogancia cuando, al mismo tiempo, está casi cayéndose de las encuestas. Es como el alumno porro del curso que hace un alto en su desorden para decirle al resto cómo hay que estudiar y sacarse buenas notas. En este comportamiento hay algo obvio que no cuadra, y que la derecha no ha sabido tomar en cuenta.

Mejor que intentara enmendar la conducta, proponer más, denostar menos y preocuparse de la coherencia en la acción colectiva. Quizá si los presidentes de partido empiezan a ordenar a sus filas (incluyendo a los presidenciables), la situación empieza a cambiar. Mientras tendremos que acostumbrarnos a gabinetes de mentira con tamaño de asamblea.

viernes, marzo 09, 2007

DC: ¿casa dividida o casa común?

DC: ¿casa dividida o casa común?

Así que el problema de la falange no es tanto lo que le falta como lo que le sobra. Se ha enfermado por largo tiempo de uno de los males más comunes y perniciosos que se puede dar en política: la autorreferencia.

Víctor Maldonado


Dime para donde te diriges

Los partidos debieran percatarse de cuando están en un momento decisivo de su devenir. Hoy, a más de una organización política le está sucediendo que llega a una bifurcación del camino. Debe decidir entre mejorar o declinar. Pero en pocos casos ocurre algo con tal evidencia como en la DC.

No hablamos de una directiva en particular (en la falange tienden a culpar a quienes más trabajan) sino de la conducta comunitaria. Incluso de la imagen que se proyecta hacia fuera.

Porque, aun cuando la vida partidista es muy absorbente para los que militan en una organización, casi nada trasciende o importa fuera de sus fronteras. Lo que sí se asienta es un cierto retrato público de la conversación más repetida y de la pintura más recurrente que se presenta a los demás.

En el caso de la DC, en los últimos meses lo que más se ha exhibido como colectivo político son dos aspectos centrales: que es un partido que está pidiendo encabezar la Concertación en la próxima presidencial y, al mismo tiempo, que es una organización que puede discutir meses cuál diputado va a encabezar la Cámara.

Este solo hecho debiera prender todas las alarmas del caso. Lo que se está mostrando es un grupo político centrado en los juegos de poder actuales y especulando sobre los próximos. Algo lo suficientemente monotemático y ensimismado como para generar distancia.

Pretendo ayudar al debate serio. No intento dejar lugar a ninguna respuesta simplista para consumo de asambleas. No estoy queriendo decir que lo único que se está haciendo en la falange sea abocarse a esos dos temas. Me consta que tontería tamaña sería obviamente falsa. Lo que afirmo es más de fondo: lo se está proyectando hacia la ciudadanía como identificatorio está en el ámbito de la técnica del poder.

Éste es el momento para que el partido decida si quiere ser conocido y reconocido por estas cosas o algo más. En la DC se debaten temas de fondo, se procesan ideas, hay una activa capacitación, publicaciones con materias de interés no faltan. Pero todo ello no está marcando su identidad reconocida públicamente. Y eso no puede deberse a otra cosa que al hecho de que una parte importante y publicitada de la energía colectiva de destina a la competencia entre liderazgos y a la discrepancia voceada a los cuatro vientos.

Pero al menos podría esperarse que todo el esfuerzo para defender la opción presidencial estuviera bien encaminado. No obstante, hay que decir con claridad que quienes se han dedicado a esto no están logrando sus propósitos.

Prepararse para competir

Como de costumbre, esto no sucede por una falla en los procedimientos usados (negociar y convencer a los socios que, de otro modo, la Concertación puede tensionarse más allá de permisible), sino en pedir como concesión algo que se obtiene por conquista.

En efecto, los acuerdos políticos no pueden dar lo que sólo el apoyo popular entrega.

Nadie parece discutir la conveniencia de que la DC encabece la Concertación en la siguiente campaña presidencial. Pero la traducción práctica de esta constatación no está al alcance de una o de todas las directivas. Lo pueden entender, pero no lo pueden otorgar.

El futuro de la DC no está asociado a la obtención de condiciones especiales para reducir la competencia política que deba enfrentar. No es decoroso, no es presentable y no dejaría de ser penalizado.

Por el contrario, el porvenir de la DC tiene que estar unido a la capacidad de ganar en competencia abierta, limpia, de vencer y de convencer al mismo tiempo.

La directiva actual se encuentra empeñada en este sentido y, sinceramente, no se puede imaginar a qué otro empeño puedan estar mejor dirigidas las energías de la Falange. Bien podría ser éste el comportamiento común al partido.

La Concertación, simplemente, debe ser representada siempre por su mejor candidato o candidata. Y lo que cualquier partido debe proponerse es que uno o una de sus representantes llegue a esa posición.

El peor favor que se le puede hacer a la DC es conseguir una candidatura por arreglo. Hoy en Chile, eso sólo puede obtener una derrota segura. Sería vista como una maniobra que escamotea al pueblo lo que sólo el pueblo puede decidir. Hay que ir acostumbrándose a la idea (no es otra cosa que la democracia operando). Si no estuviera plenamente respaldada por los hechos, a cada uno de nosotros se le pueden ocurrir cinco nombres de personas que estarían ocupando La Moneda en este momento. No aconteció porque la gente tuvo un propósito sostenido en el tiempo, que terminó por imponerse a la lógica de las cúpulas.

Pero hay una segunda razón de fondo. En política importa mucho la coherencia. Por eso, y ahora que empiezan los primeros aprontes de lo que será la negociación municipal, hay que pensar en adoptar posiciones políticas que se puedan mantener hoy y en el futuro.

Así, por ejemplo, si se quieren ganar posiciones emblemáticas con el argumento que ya se ha empleado (“el cupo de Santiago es para el mejor candidato”), hay que darse cuenta de lo que se está diciendo. No se puede cambiar de lógica como se cambia uno de camisa.

Hablemos de Chile

Como se ha notado, el tema de los partidos no es primeramente el de un déficit de atención a los temas relacionados con la distribución de poder. Bien puede estar ocurriendo precisamente lo contrario. Y esto puede ser particularmente cierto en el caso de la DC.

La Democracia Cristiana debiera ser plenamente consciente de que, si tiene un punto débil ante quienes son o pueden llegar a ser sus electores, es que se la ve como una fría o profesional maquinaria administradora de poder. Una organización que un día tuvo espíritu y hoy se contenta con un espacio. Una ubicadora de personas en puestos clave.

Para decirlo en forma descarnada, en sus peores momentos (y ahora, afortunadamente no estamos en uno de ellos) la DC ha dado la impresión de que la principal preocupación de una fracción del partido es impedir que otra fracción partidaria ocupe espacios.

Puede que esta predilección por la táctica política sea sumamente útil y justificable. Pero convendremos todos en que no resulta conmovedora y atrayente para nadie.

Así que el problema de la falange no es tanto lo que le falta como lo que le sobra. Se ha enfermado por largo tiempo de uno de los males más comunes y perniciosos que se puede dar en política: la autorreferencia.

Durante mucho tiempo, actuó como un nuevo Narciso porfiado, contumaz y venido a menos. Un actor que no parecía comprender la urgencia de cambiar de conducta. Una organización que, a medida que veía disminuir su influencia persistía en el debate estancado y asfixiante puertas adentro.

Pero una organización que quiere orientar al país no puede contentarse con algo tan pobre. La DC es mucho más que sus errores pasados y presentes. Puede escoger su mejor imagen posible y hacer todo lo que esté a su alcance para que su conducta colectiva sea compatible con lo que proyecta. Tiene líderes, ideas y envergadura: no hay razones para no lograrlo. Ocurre que debe escoger entre ser una casa divida o una casa común de la que todos se sientan parte. Ahora es el momento de decidir porque el tiempo nunca pasa sin consecuencias.

viernes, marzo 02, 2007

Fiscalizando a la oposición

Fiscalizando a la oposición

Ya se ha apreciado que una cosa es denostar y otra seguir el ritmo. Un cierto diputado de derecha sólo duró un día levantándose de madrugada para ver cómo van las cosas. Para que la oposición hablara en serio se requería que lo hicieran muchos y sin día de término.

Víctor Maldonado


La más negra de las profecías

Nada evita que así como el Gobierno es juzgado en todo momento, también se puedan realizar evaluaciones periódicas de la oposición. ¡Bien está que la democracia rija para todos, y quien tenga algo de poder responda por ello!

No hay muchas dudas sobre su mal desempeño: como la derecha no gestiona nada, ni se prueba en la acción, es natural que la manera de juzgarla es por lo que dice, por lo que predice que sucederá y por lo que calla. En ninguna faceta sale bien parada.

En primer lugar, no es rigurosa ni precisa en su lenguaje. Marca tanto las tintas en todo, augurando siempre lo peor, que pareciera creerlo su deber. Como casi siempre es imposible que se genere el escenario más negro, sólo consigue no ser escuchada.

No es para menos porque, actuando de este modo, lo que se reciente es la lógica de la argumentación.

Obsérvese qué dice del Transantiago y se tendrá un resumen de dos ideas básicas: lo que tenemos ahora es el caos y, de seguir sin rectificaciones mayores, llegaremos a una situación caótica. ¿En qué quedamos? ¿Llegamos al caos o sólo corremos el riesgo?

En seguida, en el mismo ejemplo, hace depender la continuidad de su línea de que se verifique tal fracaso del Gobierno que eche pie atrás en sus políticas. Por eso, casi no se deja más opción que el fracaso.

Si fuese menos histriónica y apocalíptica, le iría mejor. Pero es pedir mucho.

No cabe duda que iniciativas gigantescas como el Transantiago no son de las que se digieren en semanas. Será de difícil procesamiento para la sociedad, la opinión pública y el Gobierno. Han existido y seguirán existiendo momentos ingratos.

Habrá ocasiones de exasperación. En las peores ocasiones, cada cual terminará por preguntarse si era imprescindible meterse en un desafío no apto para cardíacos. Parece obvio que las dudas sobre el éxito persistirán mucho tiempo.

Quizá porque tenga algo de cierto la definición de que una persona pesimista es un “optimista bien informado”, es que en el Gobierno no hay quien espere ser recibido con aplausos en los buses durante este semestre.

Pero, entre tantas interrogantes, en algo se tiene una expectativa cercana a la certeza: la oposición no lo capitalizará. En sus propias evaluaciones coinciden en que no ocurrió y los analistas que proponen que “ahora sí” empiezan a lograr reconocimiento, deben ser como para ponerse a llorar.

Tratando de llenar la vasija rota

La ineptitud del sector ha llevado a no dejar espacio para sostener un discurso creíble y pertinente. El Transantiago es el caso más reciente de una larga serie en que quienes marcan el tono de la derecha confunden sus anhelos con el análisis objetivo.

Lo que han querido decir con la idea del caos es que, al final, al Gobierno no le quedará más alternativa que poner reversa. Da la impresión de que nunca se considera en serio que el Ejecutivo haya anunciado con anticipación lo que pretendía implementar y se jugaría por sacar adelante sus ideas emblemáticas.

La propaganda opositora dice que el Gobierno de Bachelet no puede tomar decisiones de alto impacto y su dirigencia terminó por creerse ese cuento. Algo que se está demostrando como es: básico, prejuicioso y sin matices.

Contando con una guía tan rudimentaria y distorsionadora, no extraña que la adhesión ciudadana a la oposición en todos estos meses se mueva menos que un fósil: sigue igual de baja y sin novedades.

El Ejecutivo ha tenido éxito en trasmitir un convencimiento ampliamente difundido: que el Transantiago podrá tener más o menos aciertos, pero no tiene marcha atrás. Así ocurrió en el tratamiento del paro estudiantil o en la decisión sobre el puente sobre el canal Chacao o en la presentación de la agenda de transparencia.

Desde allí, la estrategia de la derecha (si es que existe y merece ese nombre) está perdida. Es lo que ocurre cuando se opera esperando un escenario ficticio que nunca se produce.

Insisto en lo principal: la oposición está perdida porque programó su conducta para un derrumbe, político y de gestión, que ya debió producirse. De allí la inconsistencia en los tiempos verbales que es evidente en todas las declaraciones de sus personeros.

La idea de que se está haciendo una labor improductiva finalmente está calando en el sector, como ha podido comprobarse esta semana.

Se ha visto a sus personeros uniendo a la crítica la propuesta práctica. Pero ya se ha apreciado que una cosa es denostar y otra seguir el ritmo.

Un cierto diputado de derecha sólo duró un día levantándose de madrugada para ver cómo van las cosas. Para que la oposición hablara en serio se requería que lo hicieran muchos y sin día de término. Bien poco duró el ímpetu. La dirigencia ha decidido entonces vencer a Morfeo la próxima semana por un tiempo prolongado… y nadie duda de sus buenos propósitos.

El verdadero interés

Ésta es una de las mayores diferencias entre la Concertación y sus adversarios. La Concertación se prepara para afrontar a un contradictor suponiendo por anticipado que éste puede llegar a su mejor desempeño. En cambio, la derecha actúa siempre pensando que el oficialismo estará cerca de su peor comportamiento esperable. La soberbia implícita en este enfoque termina una y otra vez en derrota.

La oposición es un ciego opcional: no se deja guiar por lo que puede ver, sino por creencias que no tiene el valor de poner a prueba.

Los partidos que usan la nomenclatura común de Alianza se retratan de cuerpo entero cuando dicen que el objetivo de este año es dar señales de unidad y convertirse en una “coalición política creíble”.

Muy bien fijarse la tarea de partir desde el principio. Aunque tantas veces se ha anunciado que “ahora sí” se ha constituido algo sólido, en que se trabaja con agrado con los socios y se tiene claro lo que hay que hacer en cada materia de interés nacional.

La oposición no se une sino detrás de un abanderado y los partidos se niegan a reconocer, desde ya, la conducción de una figura indiscutible.

Muy por el contrario, la UDI se ha encargado de aclarar que el presidenciable estará recién nominado en 2009. Y sus dirigentes han aprovechado de rechazar la propuesta de Piñera de definir desde ya nominaciones municipales, parlamentarias y presidenciales.

Los que argumentan que adelantar este proceso perjudicaría a Piñera (contradiciendo en esto al propio interesado), tienen toda la razón, porque ya se ha visto que las candidaturas largas se terminan por desgastar. Pero no es éste el motivo principal para actuar de este modo, sino la imposibilidad de lograr algo diferente.

La UDI no se resigna. Es difícil llegar a la conclusión de que es el partido más grande y no tiene el candidato con opción a La Moneda. Al gremialismo le está ocurriendo un proceso muy extraño: a medida que ve disminuir sus posibilidades presidenciales, van aumentando sus candidatos (Longueira, Van Rysselberghe, Larraín).

Todos ellos necesitan prefigurarse pronto para poder competir con mínima opción ante Piñera y una amplia mayoría está de acuerdo en hacer lo posible para no caer en manos del empresario o, a lo menos, en aumentar el precio de un apoyo que llegue a ser inevitable.

La derecha mantiene su drama. Es probable que sus partidos hagan lo de siempre y la definición presidencial sea la última que tomen. Mientras, cualquiera que se ponga a fiscalizarla, no llegará a resultados alentadores para los fiscalizados.