viernes, marzo 09, 2007

DC: ¿casa dividida o casa común?

DC: ¿casa dividida o casa común?

Así que el problema de la falange no es tanto lo que le falta como lo que le sobra. Se ha enfermado por largo tiempo de uno de los males más comunes y perniciosos que se puede dar en política: la autorreferencia.

Víctor Maldonado


Dime para donde te diriges

Los partidos debieran percatarse de cuando están en un momento decisivo de su devenir. Hoy, a más de una organización política le está sucediendo que llega a una bifurcación del camino. Debe decidir entre mejorar o declinar. Pero en pocos casos ocurre algo con tal evidencia como en la DC.

No hablamos de una directiva en particular (en la falange tienden a culpar a quienes más trabajan) sino de la conducta comunitaria. Incluso de la imagen que se proyecta hacia fuera.

Porque, aun cuando la vida partidista es muy absorbente para los que militan en una organización, casi nada trasciende o importa fuera de sus fronteras. Lo que sí se asienta es un cierto retrato público de la conversación más repetida y de la pintura más recurrente que se presenta a los demás.

En el caso de la DC, en los últimos meses lo que más se ha exhibido como colectivo político son dos aspectos centrales: que es un partido que está pidiendo encabezar la Concertación en la próxima presidencial y, al mismo tiempo, que es una organización que puede discutir meses cuál diputado va a encabezar la Cámara.

Este solo hecho debiera prender todas las alarmas del caso. Lo que se está mostrando es un grupo político centrado en los juegos de poder actuales y especulando sobre los próximos. Algo lo suficientemente monotemático y ensimismado como para generar distancia.

Pretendo ayudar al debate serio. No intento dejar lugar a ninguna respuesta simplista para consumo de asambleas. No estoy queriendo decir que lo único que se está haciendo en la falange sea abocarse a esos dos temas. Me consta que tontería tamaña sería obviamente falsa. Lo que afirmo es más de fondo: lo se está proyectando hacia la ciudadanía como identificatorio está en el ámbito de la técnica del poder.

Éste es el momento para que el partido decida si quiere ser conocido y reconocido por estas cosas o algo más. En la DC se debaten temas de fondo, se procesan ideas, hay una activa capacitación, publicaciones con materias de interés no faltan. Pero todo ello no está marcando su identidad reconocida públicamente. Y eso no puede deberse a otra cosa que al hecho de que una parte importante y publicitada de la energía colectiva de destina a la competencia entre liderazgos y a la discrepancia voceada a los cuatro vientos.

Pero al menos podría esperarse que todo el esfuerzo para defender la opción presidencial estuviera bien encaminado. No obstante, hay que decir con claridad que quienes se han dedicado a esto no están logrando sus propósitos.

Prepararse para competir

Como de costumbre, esto no sucede por una falla en los procedimientos usados (negociar y convencer a los socios que, de otro modo, la Concertación puede tensionarse más allá de permisible), sino en pedir como concesión algo que se obtiene por conquista.

En efecto, los acuerdos políticos no pueden dar lo que sólo el apoyo popular entrega.

Nadie parece discutir la conveniencia de que la DC encabece la Concertación en la siguiente campaña presidencial. Pero la traducción práctica de esta constatación no está al alcance de una o de todas las directivas. Lo pueden entender, pero no lo pueden otorgar.

El futuro de la DC no está asociado a la obtención de condiciones especiales para reducir la competencia política que deba enfrentar. No es decoroso, no es presentable y no dejaría de ser penalizado.

Por el contrario, el porvenir de la DC tiene que estar unido a la capacidad de ganar en competencia abierta, limpia, de vencer y de convencer al mismo tiempo.

La directiva actual se encuentra empeñada en este sentido y, sinceramente, no se puede imaginar a qué otro empeño puedan estar mejor dirigidas las energías de la Falange. Bien podría ser éste el comportamiento común al partido.

La Concertación, simplemente, debe ser representada siempre por su mejor candidato o candidata. Y lo que cualquier partido debe proponerse es que uno o una de sus representantes llegue a esa posición.

El peor favor que se le puede hacer a la DC es conseguir una candidatura por arreglo. Hoy en Chile, eso sólo puede obtener una derrota segura. Sería vista como una maniobra que escamotea al pueblo lo que sólo el pueblo puede decidir. Hay que ir acostumbrándose a la idea (no es otra cosa que la democracia operando). Si no estuviera plenamente respaldada por los hechos, a cada uno de nosotros se le pueden ocurrir cinco nombres de personas que estarían ocupando La Moneda en este momento. No aconteció porque la gente tuvo un propósito sostenido en el tiempo, que terminó por imponerse a la lógica de las cúpulas.

Pero hay una segunda razón de fondo. En política importa mucho la coherencia. Por eso, y ahora que empiezan los primeros aprontes de lo que será la negociación municipal, hay que pensar en adoptar posiciones políticas que se puedan mantener hoy y en el futuro.

Así, por ejemplo, si se quieren ganar posiciones emblemáticas con el argumento que ya se ha empleado (“el cupo de Santiago es para el mejor candidato”), hay que darse cuenta de lo que se está diciendo. No se puede cambiar de lógica como se cambia uno de camisa.

Hablemos de Chile

Como se ha notado, el tema de los partidos no es primeramente el de un déficit de atención a los temas relacionados con la distribución de poder. Bien puede estar ocurriendo precisamente lo contrario. Y esto puede ser particularmente cierto en el caso de la DC.

La Democracia Cristiana debiera ser plenamente consciente de que, si tiene un punto débil ante quienes son o pueden llegar a ser sus electores, es que se la ve como una fría o profesional maquinaria administradora de poder. Una organización que un día tuvo espíritu y hoy se contenta con un espacio. Una ubicadora de personas en puestos clave.

Para decirlo en forma descarnada, en sus peores momentos (y ahora, afortunadamente no estamos en uno de ellos) la DC ha dado la impresión de que la principal preocupación de una fracción del partido es impedir que otra fracción partidaria ocupe espacios.

Puede que esta predilección por la táctica política sea sumamente útil y justificable. Pero convendremos todos en que no resulta conmovedora y atrayente para nadie.

Así que el problema de la falange no es tanto lo que le falta como lo que le sobra. Se ha enfermado por largo tiempo de uno de los males más comunes y perniciosos que se puede dar en política: la autorreferencia.

Durante mucho tiempo, actuó como un nuevo Narciso porfiado, contumaz y venido a menos. Un actor que no parecía comprender la urgencia de cambiar de conducta. Una organización que, a medida que veía disminuir su influencia persistía en el debate estancado y asfixiante puertas adentro.

Pero una organización que quiere orientar al país no puede contentarse con algo tan pobre. La DC es mucho más que sus errores pasados y presentes. Puede escoger su mejor imagen posible y hacer todo lo que esté a su alcance para que su conducta colectiva sea compatible con lo que proyecta. Tiene líderes, ideas y envergadura: no hay razones para no lograrlo. Ocurre que debe escoger entre ser una casa divida o una casa común de la que todos se sientan parte. Ahora es el momento de decidir porque el tiempo nunca pasa sin consecuencias.