viernes, enero 12, 2007

La oposición en su laberinto

La oposición en su laberinto

La oposición se contenta con ser una especie de réplica, de comentario al margen, sin una auténtica vida propia. Ahí está: con presidentes de partido que parecen figuras protocolares.

Víctor Maldonado


Tengo los ojos cerrados

Tras la elección presidencial, todo 2006 y lo que va de este año, la oposición no se ha movido casi nada en su baja adhesión, ha conseguido una dura evaluación sobre sus actuaciones y cuenta con pocas figuras entre las mejor posicionadas.

Ha llegado el momento de preguntarse cómo es posible que cumpla un tan mal papel, pese a sus esfuerzos por conseguir que el desgastado sea el Gobierno y las figuras de la Concertación. Una explicación posible se relaciona con la incapacidad demostrada en reconocer los méritos ajenos.

En política se pueden hacer muchas cosas con los progresos y las virtudes de los adversarios. Pero no se puede negarlos, porque da la casualidad de que, no por hacerse los desentendidos, dejan de estar a la vista de todos.

En democracia, a los adversarios hay que estar dispuestos a superarlos. Son un acicate que nos impulsa. Para que sea posible, es indispensable observar atentamente aquello que hacen bien a fin de llegar a hacerlo todavía mejor.

Al no reconocer los méritos ajenos, no se tiene ninguna posibilidad de superarse. Pues, bien, es esto lo que le está ocurriendo a la oposición. La encuesta CEP tuvo un efecto demoledor. Las declaraciones de sus dirigentes fueron el equivalente público del tartamudeo. Pero, de entre esos balbuceos, no se ha sabido de nada que se pareciera a un reconocimiento del mérito ajeno. Y eso es malo para la democracia chilena.

Luego de que se tiene la evidencia de haber errado el camino, ¿quién ha escuchado una autocrítica de la derecha?

Las noticias eran malas, muy malas. Tanto como para tener la certeza de haber escogido un camino equivocado todo el año. Razón de más para intentar un cambio de conducta.

La respuesta ha sido -como tantas veces- decepcionante. Ningún dirigente importante insinuó siquiera una autocrítica. Todos abundaron en renovadas críticas al oficialismo, ahora con un perceptible tono de envidia. Se puso de moda considerar a Bachelet como una Presidenta “blindada”. Incluso, en forma inédita, Piñera mandó envenenadas felicitaciones a los “asesores comunicacionales” de la Mandataria.

La sicología del mono porfiado

La derecha no se cuestiona a sí misma. Por eso le va como le va. Su emblema debiera ser un mono porfiado. No importa cuántos golpes le dé la realidad, igual vuelve al mismo lugar.

El tema no es sólo lo bien que le va al Gobierno. La derecha no parece capaz de hacer dos cosas clave al mismo tiempo: actuar unitariamente e implementar estrategias de acabado fino.

Por el contrario, el espectáculo rudimentario de un repetitivo coro de voceros dedicados a criticar lo que se ponga por delante, no genera un resultado muy edificante que digamos.

¿De qué sirven directivas que no marcan la línea? La dirección oficial de la oposición no está conduciendo. Se deja conducir por la dirigencia intermedia. Eso la pone a mitad de camino: se mueve pero no avanzar; se hace notar, sobre todo por el tono destemplado, pero no es determinante. La oposición no tiene historia, reincide. No conduce, porque no se puede guiar a nadie si no se sabe para dónde.

Una de las ventajas de la Concertación respecto de sus oponentes es que se deja impactar por los hechos. Si se cometen errores o irregularidades, se conmueve. Todos en su interior saben que no se puede seguir adelante sin modificar las conductas. En este sentido, el oficialismo es mucho menos soberbio.

Puede decirse que la Concertación se demora en reaccionar ante sus problemas. Pero no deja de intentarlo. No puede dejar de hacerlo, porque no sobreviviría a la desidia y, pese a todos sus defectos, siempre lo ha sabido.

Por eso la oposición consigue quedar siempre descolocada. Al carecer de estrategas que influyan al conjunto, actúa con torpeza. Cuando ve dificultades en el otro bando, lo único que se le ocurre a su dirigencia intermedia es atacar en forma continua, con todo lo que tiene y hasta el agotamiento propio y ajeno. No realiza ningún movimiento fino, no propone nada, no pone temas.

Al revés actúa de un modo repetitivo, compulsivo, al que nadie podría acusar de excesivamente inteligente. ¡Y después se extrañan de cómo les va en las encuestas!

Usando el lenguaje del pasado, la derecha es reaccionaria. Literalmente, actúa por reacción. De allí los resultados. Mediante este procedimiento, se asegura estar siempre descolocada. Por eso va siempre a remolque.
Esperando que pase el cadáver del enemigo

Aunque parezca increíble, ahora la oposición lo está apostando todo a la autodestrucción concertacionista. Ha dicho -se ha convencido- que la Concertación vive su crisis moral definitiva. Es por ello que está actuando con la delicadeza de un demoledor. Dice que enfrenta a la mafia y a esas alturas está a punto de creerlo.

El problema está en que, con este proceder cambia el desapasionado análisis de los hechos por la afirmación de una especie de dogma.

Si se hiciera un rápido repaso de simples hechos se llegaría a conclusiones importantes. La primera es que la Concertación está reaccionando a una seguidilla de conductas reprochables de un número acotado de personas: las conductas han sido detectadas, son investigadas por la justicia, los acusados declaran, existen normativas nuevas operando, la transparencia informativa del Gobierno va en avance, se dispone de un plan coherente de reforma de la administración que imposibilita que se repitan. Brillan por su ausencia las justificaciones o los intentos de ocultamiento.

Y este es el segundo elemento a detectar. Se puede comprobar que la Concertación no se está protegiendo (lo típico de una mafia). Al contrario, es desde su interior de donde ha provenido la autocrítica fuerte. Tanto que ya ha llegado el momento de tener que separar entre aquellas críticas que tenían por norte reformar normas y organizaciones, y aquellas que sacrificaron las organizaciones a la crítica.

En ese punto nos encontramos ahora. Se puede ver la crisis, pero también la salida. Todo depende de la capacidad interna de regeneración que muestre el oficialismo, de nadie más.

La derecha se excede cuando quiere ganar las próximas elecciones más por debilidad ajena que por fortaleza propia. Está esperando que caiga la pera madura. Antes de continuar en esta actitud, debiera preguntarse por sus méritos, aquellos acumulados por el trabajo tesonero y mancomunado de muchos, por tiempo prolongado.

Por donde se mire, la oposición no está cumpliendo con el total de las tareas que pudiera esperarse de ella.

Cada vez son más los que están detectando un creciente debilitamiento del sistema político. Pero ni remotamente la derecha está representando una solución. De hecho, ni siquiera se observa a sí misma como un actor político que requiere urgentemente de una reforma. Está centrada en lo que pasa en la Concertación, porque es allí donde están ocurriendo las cosas que importan, para bien o para mal.

Mientras, la oposición se contenta con ser una especie de réplica, de comentario al margen, sin una auténtica y completa vida propia. Sea como fuere, ahí está: con presidentes de partido que parecen figuras protocolares, emplazados en un lugar del espectro político donde gana protagonismo el que se polariza más, el doble de atentos a esperar que a acumular méritos. Demasiado poco para querer llegar tan lejos.