viernes, diciembre 22, 2006

El autogol como arte

El autogol como arte

Está de más decir que la derecha cree que la mejor actuación de Gobierno es la que no se hace. En un proceso como éste, la parálisis del Ejecutivo sería dañina.

Víctor Maldonado


Joyas de colección

CUANDO LOS ANÁLISIS no se hacen completos y se saca toda clase de conclusiones políticas, de seguro no vamos por buen camino. La Concertación está produciendo últimamente esos análisis y ya es tiempo de que sus órganos de conducción pongan orden en medio de un predominio de agendas individuales.

La derecha tiene todo el material que necesitaba para sus próximas campañas a partir de la autocrítica de algunos dirigentes oficialistas.

Por ahora, es como si se quisiera dejar desempleada a la oposición, porque difícilmente ella puede llegar a superar este súbito interés por el masoquismo público, unilateral e interno para terminar de rematarla.

Suponer intenciones es arriesgado, pero verificar los efectos permite emitir juicios más fundados. Se trata de una autocrítica difusa, que evita precisiones y casos concretos, que escudriña en las motivaciones sin probar nada, que inculpa -en general- antes de que alguien haya tenido posibilidad de plantear una acusación, que no proviene de alguna urgencia ni se produce por alusiones personales o cosa semejante.

El contenido de lo que se dice es parcial. Se limita a una especie de diagnóstico autoinculpatorio de cercanos, pero no del denunciante, a lo que se agrega el condimento indispensable de la máxima publicidad y el mínimo de información previa a los que resultaron aludidos de carambola.

Una versión inédita y muy sofisticada del clásico autogol. Llevado a un grado no visto de virtuosismo artístico. Una joya de colección.

No es que la crítica deba ser acallada, o que sea malo de por sí ventilar los puntos débiles propios. Pero sorprende que se vean únicamente las debilidades propias y se deje a todos los demás exentos de problemas, sólo por el hecho de estar ausentes del análisis.

Se pudo originar una reflexión sobre las debilidades del sistema político y los partidos a partir de sus formas de financiamiento, de las formas cómo lo obtienen y de los peligros más frecuentes a los que quedan expuestos.

Cuando no se es ambidiestro en la crítica, se es extremadamente parcial en las conclusiones. Las debilidades tienen siempre más de una cara.

Yo acuso, pero no digo a quién

Se ha puesto de moda decir que la Concertación ha establecido una justificación semi aceptada respecto del uso de fondos públicos. Algo nunca probado. En paralelo, se puede ahondar el análisis respecto de lo que puede suceder en el financiamiento con fondos privados en la derecha. Algo que se puede investigar con mucho provecho.

Un análisis en dos direcciones nos puede llevar a observar todos los problemas involucrados y la forma de evitarlos, pensando en preservar en el buen funcionamiento democrático. No obstante, hasta ahora, lo que puede ser una debilidad de la democracia, está siendo vista como un problema interno de la Concertación.

Pero lo más grave no es todavía esto en exclusiva, sino la identificación difusa de quiénes son los involucrados en lo que se denuncia como una práctica antiética.

De las frases de estos días, no queda claro quiénes y cuántos son los responsables. Esto permite que de lo difuso se pase a la generalización indebida. Se dice que los casos de Chiledeportes y los planes de empleo (¿dónde?, ¿en la V Región?, ¿en todas?, ¿desde cuándo?), así como el Sence e Indap (¿cuándo?, ¿ahora, desde siempre?, ¿hay denuncias?), muestran lo mismo que el MOP-GATE (¿Ricardo Lagos, su Gobierno, tres o cuatro gobiernos?); es decir, que hay una ideología de uso de fondos estatales que se justifica para compensar el poder económico de la derecha.

Estamos a un paso de decir -se insinúa- que como hay irregularidades investigadas, todas ellas, no importan sus diferencias y los tiempos en que se hayan dado, son justificadas por una ideología que abarca a toda la Concertación y su dirigencia (para ser justos, por “importantes segmentos de la dirigencia concertacionista”, como dice Jorge Schaulsohn).

¿Cuál sería la solución si no se mencionan más que los problemas? ¿Quién puede tomar decisiones si parecen estar todos involucrados? ¿Específicamente qué es lo que se está denunciando? Porque lo que parece que se ha descubierto es un problema congénito, una malformación de nacimiento que justifica una eutanasia política.

El problema está no en las denuncias, sino en no dejar escapatoria posible en la argumentación para poder hacerse cargo de ellas y procesarlas de un modo constructivo.

Lo que se está diciendo, por la forma empleada, es una invitación para iniciar un ataque desde fuera habiendo desactivado todas las defensas internas antes de que se empiece el ataque.

Al fin y al cabo, se está hablando desde dentro y a nombre de todos (“claro, no me refiero a ti, estimado amigo, pero sí a muchos que tú y yo conocemos”), pero desde una moral superior. Al parecer las burbujas que nos protegen de los problemas han existido en todos los sitios.

Separar las voces de los ecos

Ahora la Concertación ha de explicar qué es lo que considera válido realizar desde el Gobierno y atenerse a ello de modo coherente.

Estará demás decir que la derecha considera que la mejor actuación de Gobierno es la que no se hace. Su ideal es que esta administración se abstenga de cualquier iniciativa que se crea intervencionismo, dejándose para sí la calificación de qué ha de entenderse por este concepto. No hay para qué extenderse en que, de entrar en un proceso como éste, la parálisis del Ejecutivo sería completamente dañina.

En realidad el mejor criterio para saber lo que resulta apropiado es, simplemente, el del fortalecimiento democrático. Es decir, el Gobierno debe abstenerse de realizar acciones reñidas con la probidad (en un estándar exigente como el que hemos alcanzado) y aun con el tino y el buen gusto.

Pero lo que no puede hacer es dejar de cumplir a cabalidad la función que se le asigna en democracia. Debe hacer sus tareas, explicar porqué y para qué las está realizado. Conseguir apoyo a sus acciones y rendir cuenta pública de lo que hace, deja de hacer o se propone realizar.

En democracia, se da la cara siempre, se explica a todos, se convence y se dialoga. Los que aprendieron que se hacía de otra forma lo hicieron en dictadura y no son ejemplo para nadie.

Algo más por decir: la Concertación es fuerte. Puede enfrentar las críticas de la oposición. Incluso soportar autogoles, aunque sean reiterados y amplificados por los medios de derecha. Pero esto requiere que se respete en todo momento una condición: se debe contar con un centro de toma de decisiones que fije el rumbo y que sancione las faltas a la convivencia interna.

Ésta no es una de esas situaciones en que los problemas se solucionan a puerta cerrada. Ya no. Todo lo que pasa es público y lo ha sido desde el inicio. Nadie espera una disciplina monolítica, porque algo tan absoluto no es de este mundo. Pero lo que es decisivo es que los ciudadanos sepan siempre que los responsables máximos están de acuerdo, trabajan en conjunto y saben para dónde van.

Como decía Antonio Machado, “a distinguir me paro, las voces de los ecos”. Porque si bien todos pueden hablar, no todas las opiniones pesan lo mismo. Y lo que hoy hace la diferencia es la capacidad de los liderazgos más sólidos de actuar por el bien común, con firmeza y con generosidad.