viernes, marzo 02, 2007

Fiscalizando a la oposición

Fiscalizando a la oposición

Ya se ha apreciado que una cosa es denostar y otra seguir el ritmo. Un cierto diputado de derecha sólo duró un día levantándose de madrugada para ver cómo van las cosas. Para que la oposición hablara en serio se requería que lo hicieran muchos y sin día de término.

Víctor Maldonado


La más negra de las profecías

Nada evita que así como el Gobierno es juzgado en todo momento, también se puedan realizar evaluaciones periódicas de la oposición. ¡Bien está que la democracia rija para todos, y quien tenga algo de poder responda por ello!

No hay muchas dudas sobre su mal desempeño: como la derecha no gestiona nada, ni se prueba en la acción, es natural que la manera de juzgarla es por lo que dice, por lo que predice que sucederá y por lo que calla. En ninguna faceta sale bien parada.

En primer lugar, no es rigurosa ni precisa en su lenguaje. Marca tanto las tintas en todo, augurando siempre lo peor, que pareciera creerlo su deber. Como casi siempre es imposible que se genere el escenario más negro, sólo consigue no ser escuchada.

No es para menos porque, actuando de este modo, lo que se reciente es la lógica de la argumentación.

Obsérvese qué dice del Transantiago y se tendrá un resumen de dos ideas básicas: lo que tenemos ahora es el caos y, de seguir sin rectificaciones mayores, llegaremos a una situación caótica. ¿En qué quedamos? ¿Llegamos al caos o sólo corremos el riesgo?

En seguida, en el mismo ejemplo, hace depender la continuidad de su línea de que se verifique tal fracaso del Gobierno que eche pie atrás en sus políticas. Por eso, casi no se deja más opción que el fracaso.

Si fuese menos histriónica y apocalíptica, le iría mejor. Pero es pedir mucho.

No cabe duda que iniciativas gigantescas como el Transantiago no son de las que se digieren en semanas. Será de difícil procesamiento para la sociedad, la opinión pública y el Gobierno. Han existido y seguirán existiendo momentos ingratos.

Habrá ocasiones de exasperación. En las peores ocasiones, cada cual terminará por preguntarse si era imprescindible meterse en un desafío no apto para cardíacos. Parece obvio que las dudas sobre el éxito persistirán mucho tiempo.

Quizá porque tenga algo de cierto la definición de que una persona pesimista es un “optimista bien informado”, es que en el Gobierno no hay quien espere ser recibido con aplausos en los buses durante este semestre.

Pero, entre tantas interrogantes, en algo se tiene una expectativa cercana a la certeza: la oposición no lo capitalizará. En sus propias evaluaciones coinciden en que no ocurrió y los analistas que proponen que “ahora sí” empiezan a lograr reconocimiento, deben ser como para ponerse a llorar.

Tratando de llenar la vasija rota

La ineptitud del sector ha llevado a no dejar espacio para sostener un discurso creíble y pertinente. El Transantiago es el caso más reciente de una larga serie en que quienes marcan el tono de la derecha confunden sus anhelos con el análisis objetivo.

Lo que han querido decir con la idea del caos es que, al final, al Gobierno no le quedará más alternativa que poner reversa. Da la impresión de que nunca se considera en serio que el Ejecutivo haya anunciado con anticipación lo que pretendía implementar y se jugaría por sacar adelante sus ideas emblemáticas.

La propaganda opositora dice que el Gobierno de Bachelet no puede tomar decisiones de alto impacto y su dirigencia terminó por creerse ese cuento. Algo que se está demostrando como es: básico, prejuicioso y sin matices.

Contando con una guía tan rudimentaria y distorsionadora, no extraña que la adhesión ciudadana a la oposición en todos estos meses se mueva menos que un fósil: sigue igual de baja y sin novedades.

El Ejecutivo ha tenido éxito en trasmitir un convencimiento ampliamente difundido: que el Transantiago podrá tener más o menos aciertos, pero no tiene marcha atrás. Así ocurrió en el tratamiento del paro estudiantil o en la decisión sobre el puente sobre el canal Chacao o en la presentación de la agenda de transparencia.

Desde allí, la estrategia de la derecha (si es que existe y merece ese nombre) está perdida. Es lo que ocurre cuando se opera esperando un escenario ficticio que nunca se produce.

Insisto en lo principal: la oposición está perdida porque programó su conducta para un derrumbe, político y de gestión, que ya debió producirse. De allí la inconsistencia en los tiempos verbales que es evidente en todas las declaraciones de sus personeros.

La idea de que se está haciendo una labor improductiva finalmente está calando en el sector, como ha podido comprobarse esta semana.

Se ha visto a sus personeros uniendo a la crítica la propuesta práctica. Pero ya se ha apreciado que una cosa es denostar y otra seguir el ritmo.

Un cierto diputado de derecha sólo duró un día levantándose de madrugada para ver cómo van las cosas. Para que la oposición hablara en serio se requería que lo hicieran muchos y sin día de término. Bien poco duró el ímpetu. La dirigencia ha decidido entonces vencer a Morfeo la próxima semana por un tiempo prolongado… y nadie duda de sus buenos propósitos.

El verdadero interés

Ésta es una de las mayores diferencias entre la Concertación y sus adversarios. La Concertación se prepara para afrontar a un contradictor suponiendo por anticipado que éste puede llegar a su mejor desempeño. En cambio, la derecha actúa siempre pensando que el oficialismo estará cerca de su peor comportamiento esperable. La soberbia implícita en este enfoque termina una y otra vez en derrota.

La oposición es un ciego opcional: no se deja guiar por lo que puede ver, sino por creencias que no tiene el valor de poner a prueba.

Los partidos que usan la nomenclatura común de Alianza se retratan de cuerpo entero cuando dicen que el objetivo de este año es dar señales de unidad y convertirse en una “coalición política creíble”.

Muy bien fijarse la tarea de partir desde el principio. Aunque tantas veces se ha anunciado que “ahora sí” se ha constituido algo sólido, en que se trabaja con agrado con los socios y se tiene claro lo que hay que hacer en cada materia de interés nacional.

La oposición no se une sino detrás de un abanderado y los partidos se niegan a reconocer, desde ya, la conducción de una figura indiscutible.

Muy por el contrario, la UDI se ha encargado de aclarar que el presidenciable estará recién nominado en 2009. Y sus dirigentes han aprovechado de rechazar la propuesta de Piñera de definir desde ya nominaciones municipales, parlamentarias y presidenciales.

Los que argumentan que adelantar este proceso perjudicaría a Piñera (contradiciendo en esto al propio interesado), tienen toda la razón, porque ya se ha visto que las candidaturas largas se terminan por desgastar. Pero no es éste el motivo principal para actuar de este modo, sino la imposibilidad de lograr algo diferente.

La UDI no se resigna. Es difícil llegar a la conclusión de que es el partido más grande y no tiene el candidato con opción a La Moneda. Al gremialismo le está ocurriendo un proceso muy extraño: a medida que ve disminuir sus posibilidades presidenciales, van aumentando sus candidatos (Longueira, Van Rysselberghe, Larraín).

Todos ellos necesitan prefigurarse pronto para poder competir con mínima opción ante Piñera y una amplia mayoría está de acuerdo en hacer lo posible para no caer en manos del empresario o, a lo menos, en aumentar el precio de un apoyo que llegue a ser inevitable.

La derecha mantiene su drama. Es probable que sus partidos hagan lo de siempre y la definición presidencial sea la última que tomen. Mientras, cualquiera que se ponga a fiscalizarla, no llegará a resultados alentadores para los fiscalizados.