viernes, febrero 02, 2007

Sensatez, divino tesoro

Sensatez, divino tesoro

Lo primero que hacen los que imitan a la derecha es preanunciar, sin querer, el mismo destino de la oposición: especializarse en perder, echarle la culpa al empedrado cuando las cosas van mal.

Víctor Maldonado


El mejor de los indicadores

El conflicto en la bancada de diputados DC, intenso aunque suspendido por las vacaciones, deja muchas lecciones para aprovechar en este partido y en los otros.

Primero, un partido debe saber que cuando emplea los medios de comunicación para ventilar sus diferencias internas, algo de fondo está mal.

Lo que debiera ser obvio para los participantes de una polémica amplificada, es que están cometiendo un error muy parecido a la falta de respeto con los ciudadanos.

La razón es muy sencilla. Cuando se produce una diferencia de opiniones entre sectores de la elite política (en una organización partidaria o entre partidos), existen múltiples canales internos. Emplear cualquiera tiene mucha ventaja. Los que se comunican entre sí son únicamente los interesados y pueden dedicar el tiempo necesario para llegar a un acuerdo sin presiones. Lo que hacen luego es comunicar hacia fuera lo que, en conjunto, van a hacer.

Cuando la prensa se incorpora al proceso, los partidos pueden llegar a presentar resoluciones o decisiones que resultan ser de interés general, con lo cual se prestigian y aportan.

Pero cuando se escoge entregar mensajes políticos a través de los medios para llegar a los mismos destinatarios que se tiene al lado, lo que se está haciendo no es un intento eficiente de solucionar un problema.

Lo que se consigue es amplificar la presión, entrar en un terreno agresivo, que no descarta una escalada en el conflicto y, en particular, acorta el tiempo disponible para encontrar soluciones. Al actuar así se le está dando a un problema incluso rutinario, el carácter de crisis.

Esto, sin considerar el efecto que repercute en quienes no están directamente involucrados. Se hace partícipe de la querella de unos pocos a una amplia cantidad de gente a los que ni le va ni le vienen las obsesivas disputas de poder de un puñado de gente autorreferida.

Cuando una pareja discute en el living es una cosa. Cuando la misma pareja usa la plaza para decirse lo que le viene en gana, es algo totalmente distinto. En el segundo caso se ha perdido el decoro. Es lo primero que se pierde.

En situaciones como ésta es la política la que se degrada, porque lo que más importa no son los argumentos esgrimidos, sino la capacidad de presión que se demuestra. Y más se presiona mientras menos límites se respeten.

La suma de las partes, ¿cuánto da?

Es por esto que se puede llegar a ver con una rapidez asombrosa cómo se llega a saber (por los diarios) que existe un problema en un partido; luego, que esto puede causar una división; en seguida, informarse que se está creando una pérdida de rumbo a nivel general y oír que se necesitan rectificaciones; para terminar con la conclusión de que implicaría entenderse directamente con el grupo de presión.

Todo en un mínimo de días y sin espacio para que nadie más pueda llegar a entender qué pasa.

En cada uno de estos pasos se está empleando la más fría lógica de poder a vista y paciencia de quien quiera observarlo. Es como si no importara lo que piensa de este espectáculo la inmensa mayoría que constituyen los espectadores involuntarios de estos episodios.

En política, el que empieza a actuar como si estuviera solo tiene siempre un duro despertar y nada grato.

Por fortuna, un procedimiento tan insatisfactorio termina por despertar respuestas positivas.

Con el camino de las presiones en escalada se espera conseguir resultados favorables mediante amenazas cada vez menos veladas. Es un callejón sin salida, porque no hay manera de satisfacer las ambiciones de nadie que sustente su poder sobre la base de romper la disciplina.

Como sea que se le responda, se termina en envalentonar al díscolo. Incluso si la respuesta fuera positiva, “para evitar algo peor”, lo único que se consigue es que aumente la apuesta en la primera oportunidad, puesto que comprueba que se ha escogido un camino que logra coaccionar a los demás.

La experiencia de los partidos en el último tiempo es que existen límites que no se pueden traspasar. Hay un punto en que el costo menor es aceptar pérdidas antes de que todos terminen desorientados. Lo que un partido no puede aceptar jamás es que se produzca el desaliento de los disciplinados y la mayoría.

En los partidos, cuando verdaderamente funcionan, la suma de las partes es más que el todo. Hay un ordenamiento general en pos de un interés superior que los trasciende. Cuando amenazan con no funcionar, la suma de las partes da pequeños montoncitos en fragmentación, lo que es menor que el todo.

Aviso: Cambio gigante por tropa irregular de enanos

Los maestros de esta forma de comportarse han estado radicados en la derecha. Ha sido allí donde los individualismos, los intereses parciales y hasta la falta de urbanidad ha hecho escuela.

Lo primero que hacen los que imitan a la derecha es preanunciar, sin querer, el mismo destino que ha tenido la oposición: especializarse en perder, echarle la culpa al empedrado cuando las cosas van mal, no estar en condiciones de ofrecer un proyecto creíble y, en el peor de los casos, emprender un camino expedito hacia la irrelevancia.

¿Cuál es la especialidad de la derecha en estos momentos? El emplazamiento constante. Tiene remedos de agendas paralelas, sin destinatario salvo la satisfacción de sus redactores y sin efecto práctico, puesto que no están pensados para el diálogo y el acuerdo. Política de la mala, con malos resultados. Conductores que hacen girar sus organizaciones en círculos.

La derecha no puede convertirse en maestros de nadie en la Concertación. A nadie se convencerá de que cambiar un gigante por un atado irregular de enanos es la solución óptima.

Pero un segundo efecto de importancia de situaciones como las vividas en el caso de los conflictos en la bancada DC es que, tarde o temprano, se despierta una reacción de sensatez de todos los sectores. Se produce una sana indignación mayoritaria cuando se ve cómo los intereses superiores que a todos convocan, se ven desvalorizados en un particular juego de ambiciones mal encausadas.

Se descubre algo más. Gran parte de los que estaban participando de un debate normal se vieron tan sorprendidos como el resto por la dureza que adquirió y los tonos de beligerancia que se emplearon.

Cuando se sigue la pista de este descarrilamiento imprevisto, en este y en muchos otros casos se llega siempre a lo mismo. En algún momento, hubo quien tomó el micrófono y, a nombre de los demás, enfiló a la colisión segura e inició un tobogán de efecto del que es muy difícil salirse.

En tercer lugar, en situaciones como ésta también se produce un acuerdo general de que la solución se encuentra apenas se activan los liderazgos principales. Aquellos que tienen peso específico propio, que gozan de autoridad ante los demás, unen sus esfuerzos para reforzar la conducción legítima y validada que tiene la responsabilidad por el conjunto.

En momentos como éste, no hay que dedicarse a las recriminaciones mutuas o recordar en exceso pretéritas ocasiones en que esto no pasaba. Simplemente hay que actuar, hacer sentir el peso de la sensatez colectiva y disciplinar en torno a un bien común que exige sacrificios de todos. Es tiempo de hacerlo. Pronto y rápido.