viernes, junio 25, 2010

El quinto elemento

El quinto elemento

Víctor Maldonado


Retomar el liderazgo

La Concertación tiene que retomar el liderazgo y eso implica que, colectivamente, sus conductores han de decidir sobre qué hay que conversar, en qué tono han de debatir y quienes la han de representar.

En otras palabras, sus dirigentes tienen que aprender, en las nuevas condiciones, a decidir por sí mismos, sin dejarse llevar por los dictados de los medios de comunicación (que no les son para nada adeptos) ni por las operaciones políticas de gobierno, de las que –sin duda- son y serán objeto.

Por el contrario, si quiere renunciar a la reconquista de la mayoría política y le ha gustado tanto ser oposición que quiere quedarse permanentemente en esta posición, lo que tiene que hacer es muy sencillo: cada cual debe opinar lo que le viene en gana, al momento que se le ocurre, en el tono más destemplado del que sea capaz y, particularmente, debe polemizar con alguien del mismo sector, antes que enfrentar a la derecha.

Dejarse llevar por la dispersión de criterios es lo más fácil de conseguir, porque lo único que se necesita es renunciar a ejercer un liderazgo responsable.

Sólo compiten por el poder los conglomerados capaces de actuaciones disciplinadas y con perspectivas de mediano y largo plazo. Cuando una coalición renuncia a una actuación de equipo, su adversario puede darse por asegurado en el poder por tiempo indefinido. No por nada, dar motivos para la discordia o incentivar las diferencias de opinión es una táctica que se ha recomendado desde tiempos inmemoriales.

El gobierno sabe que una de las ventajas que le otorga su posición, es que tiene la iniciativa de las acciones. Por lo mismo, puede ocupar esa capacidad para emprender actuaciones que pongan en tensión internamente a la Concertación, y es más que obvio que se va a emplear a fondo en este sentido.

La centroizquierda está acostumbrada a tener la iniciativa, por lo cual tiene que hacer un esfuerzo especial para no caer en trampas para principiantes, que pueden ser muy efectivas.

Claro que si hay que estar atento a los pauteos externos, también hay que estarlo para afrontar los indispensables debates internos que pueden estar siendo mal enfocados desde las propias filas, sin provocación alguna de los adversarios.

Las posiciones más extremas las suelen asumir los que no dan cuenta ante nadie de sus actuaciones, dependen de la figuración mediática para seguir vigentes y no tienen claro su futuro. En cambio, lo que debe ordenar hoy a la Concertación es el reconocimiento de los liderazgos reales.

En este caso, no hay duda alguna que los liderazgos públicos se encuentran de preferencia en el parlamento y en los municipios. Ellos, junto a la dirección de los partidos hoy en renovación, constituyen las vocerías autorizadas que la opinión pública reconoce como las más representativas de la centroizquierda.

Al mismo tiempo, es muy importante que los centros de estudio de la Concertación se asocien para entregar asesorías que desarrollen contenidos y presentaciones públicas sobre la base de las decisiones ya asumidas por los voceros.

Lo hay que evitar es que, entre los liderazgos reales, cada cual exprese exclusivamente sus opiniones personales, sin conocimiento y en desconexión con los demás. Toda actuación de líderes conocidos con propósitos desconocidos para sus propios adherentes, obliga a una posterior inversión de una enorme cantidad de tiempo para aclarar la confusión inicial. Una coordinación compartida provee de una corta explicación en el momento oportuno, idealmente antes de que todos se encuentren con sorpresa leyendo la prensa.

Los líderes y los partidos

En este tiempo se ha hablado mucho sobre los factores que incidieron en la derrota electoral. Esto es un tema interesante porque se puede llegar a coincidir en que los factores en juego son los mismos que determinaron el triunfo de la Concertación sobre la dictadura y también son los mismos que permitieron que se le diera continuidad en el poder durante dos décadas.

Los factores que operan, para bien o para mal, son: los liderazgos reconocidos; el ordenamiento partidario; la propuesta de país; y, la proyección de una imagen de mayoría. Hay un quinto elemento que ejerce su influencia como producto de la presencia de los anteriores que mencionaré al final.

La historia, desde el final de la dictadura hasta hoy, muestra que la centroizquierda gana cuando cuenta con líderes partidarios que concitan el reconocimiento y respeto amplios, más allá de su tienda de origen. Esto se consigue cuando los líderes le hablan al país y no exclusivamente a su militancia próxima. El candidato presidencial del momento es uno entre varios que ponen al bien común de la nación por delante y que marcan el tono general de la política que se practica.

En cambio, también es claro que los momentos críticos de la Concertación son aquellos en que los líderes de amplia convocatoria son reemplazados por dirigentes partidarios de convocatoria interna, pero delimitado impacto público. El candidato presidencial, en este caso, opera con apoyo restringido y en un ambiente en que predominan los intereses particulares.

La renovación pues, es una renovación de personas a cargo de las tareas más relevantes. Cada tiempo tiene sus rostros y estos son tiempos nuevos. Sin la intención expresa de hablarse al país, en clave ciudadana actualizada no hay posibilidad de recuperación de la mayoría política.

En segundo lugar, a los partidos de la Concertación les ha ido bien cuando se han preocupado de fortalecer y cuidar sus propias organizaciones.

El indicador más representativo de cómo están las cosas es el prestigio social que se le asigna al hecho de militar en un partido. Cuando entregar un aporte voluntario de tiempo y dedicación es altamente valorado se va por buen camino, y cuando no ocurre así, estamos en problemas.

Si la Concertación quiere volver a ser mayoría tienen que tener ordenadas sus casas, ha de formar sus cuadros para el mejor servicio público, atraer a los jóvenes, vincularse con la sociedad civil. De todas las tareas la puesta al día de los partidos es, lejos, la más difícil. La derrota con sus dramas, lecciones y recambios puede llegar a ser un factor positivo recubierto de desgracia.

El proyecto y la imagen

En tercer lugar, cada tiempo tiene su proyecto y sus prioridades nacionales que atender. La experiencia ha demostrado que no siempre se necesita partir con programas delineados con precisión. Pero lo que resulta indispensable es encarnar una respuesta a los desafíos sociales más relevantes, los que sólo se realizan con la centroizquierda en el poder: equidad, participación y amplio reconocimiento de la diversidad.

Nos ha ido bien cuando hemos sostenido con fuerza que podemos darle gobernabilidad al país, sostener al crecimiento económico y la igualdad de oportunidades. El país nos hace caso. Nos ha ido mal cuando le informamos al país que dudamos del valor de lo que hemos hecho, que si seguimos por este camino no vale la pena seguir en el poder, y cuando ponemos el acento en lo que no hemos podido hacer, más que en lo que hemos hecho. Porque el país también nos hace caso.

La derecha no puede dar lo que no tiene. En el mejor de los casos, si a este gobierno le va bien (lo que no está para nada garantizado), al cabo de cuatro años tendremos un Chile más próspero pero no más equitativo, con una infraestructura recuperada, pero con una convivencia social deteriorada; con más obras pero con menos participación y tolerancia a la diversidad.

La derecha no significa para Chile la llegada de una nueva forma de gobernar sino el regreso de la antigua forma de imponerse por acumulación de poder.

En otras palabras, hay que responderle a Chile mostrándole los vacíos que deja la derecha y los retrocesos que produce el detener los avances sociales que estaban en marcha. Por contraste, es la derecha en el poder lo que reposiciona el proyecto progresista y lo que permite identificar con nitidez sus principales componentes de hoy.

En cuarto lugar han estado siempre las comunicaciones (aunque no todos se han dado plena cuenta de ello). La Concertación supo trasmitir, en su mejor momento, que lo que había logrado conformar era un todo superior a la suma de sus partes. Eso produce una estética, un estilo y una imagen que se supo cuidar por años. Nos va bien cuando hemos sido conscientes de que las formas importan. Nos ha ido mal cuando dejamos que se deteriore el diálogo, y nos damos licencia para decir de todo, de cualquier modo y con la máxima publicidad.

El futuro de la centroizquierda depende no sólo de lo que efectivamente llegue a ser sino de cómo se le vea y sea percibida por el ciudadano común.

En el fondo, la Concertación nunca se ha limitado a ser una capa de dirigentes, un proyecto que se agota porque le ha ido bien y ha quedado sin rumbo, o una apuesta de país al que una derrota electoral relega a un decoroso lugar en la historia.

La Concertación es una obra política, un sistema virtuoso que, si así se decide entre muchos, funciona en armonía cuando se tienen liderazgos visionarios, partidos sólidos, acción con sentido de futuro, comunicación efectiva con la mayoría ciudadana de ida y vuelta.

Todas las tareas necesitan protagonistas, cada cual en lo suyo ha de dar el ancho: líderes, dirigentes, intelectuales y profesionales, comunicadores.

Si uno de ellos falla, no se hace presente el quinto elemento que produce la Concertación cuando cada cual hace lo suyo: la unidad en lo esencial y en lo pertinente.

viernes, junio 11, 2010

Cuando el pasado es tema

Cuando el pasado es tema

Víctor Maldonado


Actores secundarios

Cabe preguntarse qué es lo que puede explicar esa necesidad permanente de las autoridades de gobierno por criticar a la administración anterior, en sus logros y resultados.

Quien dispone de la capacidad de actuar y de dirigir al país en el presente, no debiera dedicarse al comentario sobre el pasado reciente. Menos aún cuando debiera ser consecuente con la promesa de “ahora sí” encaminar a la nación hacia el desarrollo. Si hemos de seguir la versión oficial, lo que faltaba en Chile eran personas que supieran hacer las cosas de buena forma y con las ideas correctas.

Razón de más para dejar que el pasado se quede donde está, esperando que el buen sentido de la mayoría juzguen las diferencias cuando corresponda. Pero nada de esto ha ocurrido. La necesidad del contrapunto permanente parece una necesidad desde Piñera para abajo.

En todo caso, puede que esta actitud se explique en el caso de los parlamentarios de derecha. Como se puede recordar, antes de la última elección los principales líderes de la Alianza se encontraban en el parlamento. Desde allí brillaban particularmente en la crítica y el debate con las autoridades de los gobiernos de la Concertación. Incluso las figuras más representativas de la derecha fueron, durante mucho tiempo, la de los interpeladores y fiscalizadores. Allamand en su último libro rinde homenaje a estos personajes y les atribuye un papel importante en el triunfo presidencial.

Pero, precisamente, al ganar la derecha el poder, sus líderes parlamentarios se habían quedado sin un rol destacado que cumplir. Pasaron de estrellas de la escena a actores de reparto. Ahora no cumplían un papel descollante sino que se esperaba de ellos que votaran dócilmente por las iniciativas de gobierno.

Justamente ocurrió al revés con los parlamentarios de la Concertación. Ahora son estos los que acaparan la atención de los medios. No puede ser de otra forma, puesto que nadie en su sano juicio va a prestar excesiva atención, en la prensa, a quienes están de acuerdo con lo que ya han dicho los ministros. Hacer eco de lo que ya se dijo no es noticia ni aquí ni en ninguna parte. Lo que se necesita es el contrapunto y, en el contrapunto, se topaban con personalidades de la centroizquierda que lograban, primero, poner en debate sus puntos de vista y, luego, conseguir nada menos que cambiar la legislación.

Por si fuera poco, al establecerse un centro decisivo de poder en La Moneda y en el Ejecutivo, nuevas figuras, que hasta hace poco “nadie” conocía o que tenían roles técnicos en los centros de estudios o en las empresas, pasaron ahora a ocupar gran parte de los titulares y son, cada vez más, los que tienen mayor presencia pública.

La necesidad de diferenciarse

Por lo anterior, no es de extrañar que quienes supieron prever mejor que nadie lo que ocurriría al asumir el gobierno, fueron, precisamente, los más importantes líderes parlamentarios, tales como Allamand y Longueira. Sin que sorprendieran a nadie ellos mismos se ofrecieron para salir de sus puestos e ir a “servir a la patria” desde el Ejecutivo.

Pero, como ya sabemos, la idea de tener líderes de peso político, con criterio propio y con mucha autonomía no ha sido, por lo general, el tipo de colaboradores que escoge Piñera para acompañarlo en su equipo más cercano. El modo como recepcionaron los aspirantes a ministros el desaire no constituye ningún misterio.

Como sea, en el último tiempo hemos visto como los parlamentarios de derecha han solucionado su problema de identidad. Lo que han hecho es volver a emprenderlas contra la Concertación tal cual lo hacían antes pese a que los criticados ya no están en el gobierno.

Lo cierto es que detalles como este último no amedrentan a los anteriores fiscalizadores. De partida porque siempre es bueno estar ocupados y, además, porque si no lo hicieran de esta manera, la tentación de empezar a hacer públicas las discrepancias con el gobierno que respaldan son muchas. No hay duda que este conocido rol les sienta bien, y actúan como si les volviera el alma al cuerpo.

Como hemos dicho, puede que no sea muy elegante, pero se entiende el comportamiento de los parlamentarios hoy en el oficialismo. Lo que es más difícil de entender es la forma como se están comportando los ministros y principales funcionarios del Ejecutivo.

Creo que uno de los factores que explican una reacción tan fuerte y constante es, por cierto, la necesidad de diferenciarse. No es para menos cuando, en la práctica, parte importante de las políticas que se implementan son de continuidad.

Se explica también por la dificultad que se encuentra en implementar cambios efectivos en la gestión pública. Desde fuera del Ejecutivo, lo que no hace se puede atribuir a la falta de voluntad política para mejorar la situación existente o a una especie de ineptitud congénita. Desde dentro del Estado, se encuentran trabas operativas de las que no se tenían noticias. Se llega a la incómoda intuición de que, tal vez, no se pueden cumplir las numerosas promesas que con tanta convicción se hicieron hace tan poco.

Y cuando se pide a los cuatro vientos ser medidos en base a la eficiencia y a la rapidez con que se consiguen incorporar cambios, entonces caen en la cuenta de que se compraron un gran problema y que ha empezado una cuenta regresiva que ya no puede detenerse. La derecha descubre que cuatro años es un período de tiempo más bien corto y que, más pronto que tarde, habrá que empezar a explicar por qué las cosas no ocurrieron como se esperaba.

De más está decir que la excusa más fácil de ofrecer es la de establecer que, en realidad, los cambios sí se están implementando, sólo que no se nota porque los problemas dejados por los antecesores son de tales dimensiones que hubo que dedicarse a cubrir los déficit.

En el fondo, lo que se está preparando es algo así como “¿usted cree que hemos hecho poco en cuatro años? Eso se debe a tener que enmendar 20 años de un camino equivocado. Denos otros cuatro años y verá todo lo que somos capaces de hacer sin el lastre que nos dejó la Concertación”.

El callejón sin salida como propuesta

Cuando se hace evidente que es esto lo que se prepara, desde la Concertación hay que reaccionar sosteniendo con convicción lo positivo que han resultados sus gobiernos para Chile. Lo demás lo destacará el adversario, sea justa o injustamente. Empezar ahora a enfatizar las diferencias de opinión o dedicarse a cultivar las querellas intestinas es un desatino, ciego al contexto que se vive. Si desde fuera se ataca y desde dentro se duda, el resultado no augura nada bueno.

Lo que explica la constante diferencia a los gobiernos anteriores es la inseguridad y el sentir como una amenaza la positiva evaluación ciudadana de los que acaban de partir. Nadie seguro de estar haciendo una obra duradera y sin vuelta atrás pierde el tiempo retrotrayéndose a cada paso a la situación que encontró. Saben que nos han probado que lo pueden hacer mejor, que sus virtudes sean –comparativamente- más que sus defectos y que pueden entusiasmar al país con algo más que una lista de tareas prácticas a cumplir.

Pero no es en la derecha donde se encuentran los únicos obsesionados con la interpretación del pasado. Algunos insisten en distinguir en la propia Concertación entre buenos y malos, equivocados y representantes de la línea “correcta” (que siempre coincide con la representada por el opinante).

Lo típico de los que cultivan el simplismo es declarar que la Concertación pierde porque terminó por caer bajo el control de los equivocados, y entre los villanos preferidos están los tecnócratas.

Lo que parecen olvidar los que así opinan es que están dirigiendo sus dardos, no al objetivo de su inquina sino a quien debieran proteger. Ocurre que cuando un grupo equivocado controla el gobierno, hay otros que lo pierden, y en este caso se encuentra quien ocupa la Presidencia de la República. Los que dicen “control de los tecnócratas, están diciendo “falla presidencial”. Conducir a un callejón sin salida es fácil, salir de allí es mucho más difícil.

El simplismo extremo es dañino. Lo es sobre todo porque impide cambiar. Cuando las derrotas se explican en base a tres o cuatro equivocados, entonces no tengo que mejorar yo sino que tengo que vapulear a otros. Con eso basta. ¡Qué fácil y qué falso! Si vamos a renovarnos, lo primero es partir asumiendo la propia responsabilidad.