viernes, julio 30, 2004

Las dudas están en la oposición

Las dudas están en la oposición



Cuando una candidatura no resulta, quedan dos alternativas: o se cambia al candidato o se modifica el comando. Los candidatos siempre prefieren lo segundo. Esto es lo que pasa con Lavín y su círculo más cercano. Por puro gusto, nadie le da tanta publicidad a la constitución de un grupo de confianza sólo para, con igual publicidad, disolverlo pocos meses después.

¿Sabe Lavín a dónde se dirige o continúa en una etapa de experimentación?

Las señales apuntan en éste segundo sentido. La disolución de los samuráis hace evidente la tensión entre el equipo propio del candidato y los partidos. En la campaña anterior, Lavín se rodeó de un grupo de cercanos, muy diferente de la representación formal de los partidos que lo apoyaban. Esa fórmula se agotó.

Pero disolver un círculo de influencia no es una tarea fácil. Tampoco se trata de dejar demasiados heridos en el camino. Las campañas se hacen para sumar adhesiones, no para desgastarlas. Por esto, uno de los métodos más recurridos es formar varios círculos de confianza. Así, ninguno queda resentido ni oficialmente despojado. Es una solución que agrega costos distintos para reemplazar las deficiencias detectadas.

El problema está en que cada equipo trabaja con el convencimiento de que participa en las decisiones. Pero como son varios los que piensan lo mismo, los choques y duplicidades empiezan a manifestarse. Ante esto, los partidos se impacientan, porque quieren ver representados fielmente sus intereses en la cercanía de Lavín, y no ven que esto ocurra. La tendencia natural es establecer un vínculo directo cada vez que se requiere. Y nuevamente se presenta la tensión inicial: ¿acaso los actuales presidentes de partido no son de confianza?, ¿por qué tendrían que tener intermediarios para relacionarse con el abanderado?

De modo que en la derecha hay buenas noticias para los partidos. Pero no tantas para la candidatura presidencial. Lavín no llena el espacio, no es un centro de atracción que motive e inspire. Si su liderazgo se hubiese consolidado en el tiempo, ahora tendría una influencia incontrarrestable. No es así.

La UDI y RN han concluido que no pueden apostar todo a una candidatura, y que lo más prudente es consolidar sus propias organizaciones. En este sentido, RN se ha mostrado muy perspicaz para defender sus intereses.

La reingeniería de Lavín no resultó. Los partidos lograron sobreponerse a una intervención que los tuvo a maltraer. Hay un reconocimiento público de que funcionan y que es mejor entenderse con ellos como conducto regular.

Al asumir el Presidente Lagos, Lavín estaba sólo en el puesto de líder de reemplazo. Hasta ahora, sus posibles competidores en la derecha han sido eliminados. Con tanto a su favor, lo único que no debería discutirse es su liderazgo. El gobierno, entrando en su fase final, debería perder apoyo y también faltarle buenos candidatos para representarlo. Este debiera ser el cuadro político actual. Para el que el entorno del alcalde se preparó y, más todavía, el que la mayor parte de la ciudadanía auguró terminada la segunda vuelta el 2000.

Pero hay muestras de cuan distante resultó estar el mundo real de los vaticinios. Las encuestas deberían ser aliadas de quien las usa más como guía que como apoyo. Durante mucho tiempo marcaron un sostenido incremento de la popularidad de Lavín, el retroceso de las opiniones negativas acerca de él y su ventaja sobre cualquier otra figura, excepto la de Lagos.

Pero ahora esto no ocurre. Lavín fue alcanzado y superado por nuevos liderazgos en los últimos años. Entre los que no se identifican con la oposición, vuelven a marcarse las fronteras políticas y a subir el rechazo al líder de la derecha. En menos de 4 años pasó de ser imbatible a la categoría de candidato con buenas posibilidades. Las dudas cambiaron de bando.

Sin embargo, los errores no tienen por qué repetirse por los demás. Las posibilidades de Lavín merman por hechos cotidianos y no por enigmas.

El primer factor es que el liderazgo nacional está ocupado por Lagos; Lavín no ha tenido un vacío que llenar. El segundo, es que Chile ha enfrentado situaciones difíciles y las ha superado sin recurrir al populismo, y son menos los que se dejan extasiar con frases simplistas. El tercer factor es que la oposición se niega a ver que el país ha cambiado sin necesidad de que ella llegara al poder.

Repetir la fórmula de hace unos años, resulta hoy menos atractivo.
En suma, a Lavín no le alcanzan sus propios méritos para derrotar sobre seguro a la Concertación. Pero esto no significa que esté derrotado. Es un candidato fuerte y con posibilidades.

Ahora la iniciativa es de la Concertación. Por esto, la coalición de gobierno tiene la mayor responsabilidad. Lagos terminará bien su mandato y hay líderes concertacionistas que pueden ganar la elección.

Pero el relevo requiere ponerse de acuerdo en el apoyo a una sola persona. Lo que Lavín ni las crisis pudieron, lo puede impedir el hecho de entrabarse en una discusión de cúpulas, en vez de que la ciudadanía dirima. Será al momento más peligroso. Para ganar, a la Concertación no le basta con hacerlo bien. Tiene que superarse a sí misma. Es de esperar que todos lo entiendan.

viernes, julio 23, 2004

¿Cuándo le llegará el cambio a Lavín?

¿Cuándo le llegará el cambio a Lavín?



En la presentación oficial de sus candidatos a alcalde, Joaquín Lavín esbozó las ideas que guiarán a sus representantes en cada comuna a fin de llegar a La Moneda. Dijo que la alianza electoral opositora es capaz de dar al país un gobierno “distinto” y que la Concertación estaba en cuenta regresiva. “Dieciséis años es mucho tiempo, lo que ya no se hizo en 16 años ya no se hizo”, aseguró.

¿En qué consiste el cambio? Sencillo para Lavín: “compromiso a mil contra la delincuencia, contra la cesantía y contra la corrupción”. Esto se expresaría en un trabajo cercano a la gente, adoptar sus prioridades con transparencia y con honestidad.

La derecha quiere que sean estos temas los que se discutan durante los próximos meses. Con esta aproximación, cumple con focalizar el discurso en pocos elementos, uno de los requisitos importante en cualquier campaña. Pero ¿tienen razón sus dirigentes en la cuestión de fondo que planean, es decir, si la Concertación no tiene nada que ofrecer al país? Recuérdese que la idea básica del candidato Lavín es que la Concertación no da más de sí, no es capaz de solucionar problemas y que, por lo mismo, lo mejor que le puede ocurrir a Chile es que no tenga continuidad.

Para que esto pueda tener sustentación se requiere que el país haya mantenido los mismos problemas durante los gobiernos de la Concertación, y que lo único se le ocurre es repetir la respuesta. Aquí está la mayor debilidad en el planteamiento de la derecha, porque lo que se puede constatar es que la Concertación, en cada uno de sus gobiernos, ha ido cambiando los desafíos del país.

Aylwin recibió un país en la incertidumbre. Se trataba de consolidar la democracia y convertir a la dictadura en un recuerdo. Contaba con la legitimidad de las urnas, con una alianza mayoritaria de gobierno, y con la voluntad nacional de consensos básicos para reconstituir la convivencia dañada.

Los problemas de Chile eran avanzar en la normalización democrática; dar tratamiento al tema de los derechos humanos; mantener los equilibrios macroeconómicos y el crecimiento, e iniciar la conformación de una red de protección social para los más desprotegidos.

Aylwin tuvo éxito. Lo que antes eran los problemas, pasaron ahora a ser el piso de lo que vendría.

Frei recibió un país marcado por el optimismo. Se trataba de modernizar la nación en múltiples aspectos. Contó con una normalización democrática muy avanzada y un reconocimiento explícito de las deudas del pasado. Tenía, además, un acuerdo básico sobre el modelo económico a implementar; y, ahora, con una red de protección social en expansión.

Los problemas de Chile, en ese momento eran iniciar las reformas en educación y en justicia; dar un fuerte impulso al desarrollo de la infraestructura nacional e iniciar las negociaciones para los tratados de libre comercio.

Frei tuvo éxito. Los problemas cambiaron y se tuvo que enfrentar una fuerte recesión internacional. Pero el piso del país era notoriamente otro.

Lagos recibió un país más próspero, pero que quería equidad, tolerancia y pluralismo. Para lograrlo ha contado, además de lo reseñado, con el indudable impacto de una red ampliada de protección social y con el efecto que tienen las reformas en curso.

Los desafíos de Lagos han sido ejecutar las reformas ya en curso, añadiendo la relacionada con salud; llevar a buen término los principales tratados comerciales (con EE.UU. y Europa, entre otros); iniciar la modernización del Estado de forma sistemática, y poner un énfasis en los temas culturales y valóricos, que han pasado al centro del debate nacional.

Lagos está teniendo éxito. Sus logros serán el piso del próximo Presidente.

El Chile de hoy está a una enorme distancia del dejado por la dictadura. El prestigio internacional de nuestro país es tal que la última gira del Presidente no se condice con el tamaño de la nación, dado la cantidad de alabanzas y de reconocimiento recibidos.

Pero la oposición dice que los problemas de Chile son la delincuencia, la cesantía y la corrupción. Concedámosle todo.

Aceptemos que estas sean las grandes preocupaciones nacionales. Ahora midamos la distancia: Es la delincuencia, no es el crimen, como en el pasado; es la cesantía, no la miseria y la pobreza que la dictadura dejó; es la corrupción como conducta reprochable de algunos -que sólo pueden esperar pagar por sus delitos-, no es la corrupción encubierta, el robo tapado, los bienes públicos privatizados por el gato a cargo de la carnicería, como en el pasado.

Los problemas no desaparecerán porque alguien diga que sus extraordinarios talentos y habilidades los eliminará como por encanto.

La afirmación de Lavín se puede dar vuelta por completo: si en 16 años la Concertación ha sido capaz de enfrentar y resolver tantos problemas de primera magnitud, ¿por qué no podrá hacer lo mismo con los que hoy preocupan a los ciudadanos?

El puro discurso debe empezar a confrontarse con los hechos: ¿son más efectivos los planes de seguridad de los alcaldes de derecha o los del gobierno?, ¿alguien cree que las perspectivas económicas son malas para el futuro inmediato?, ¿algún pinochetista quiere decir algo sobre corrupción?, ¿hay dos opiniones sobre como comportarse frente a cualquier corrupto?

La Concertación se ha caracterizado por innovar y dar respuestas nuevas. Cuando Lagos entregue el poder, Chile habrá consolidado un cambio de fondo: será más diverso, más tolerante y más complejo. ¿Qué permanece igual? Sólo Lavín, que repite lo mismo desde hace años. No se renueva. ¿Cuándo le llegará el cambio?

viernes, julio 16, 2004

Las figuras emergentes

Las figuras emergentes


En nuestros días, se hace más acuciante la necesidad de acortar distancia entre la vida cotidiana de los chilenos y la forma en que se practica la actividad política. La forma más eficiente de lograrlo es renovar significativamente la dirigencia de los partidos. Esto, más que un asunto de edad (que es lo de menos), apunta a superar las demostraciones más palpables de anquilosamiento.

Dos signos dan cuenta del desgaste de nuestra dirigencia política: su profunda convicción de que conoce perfectamente lo que el país requiere (y que coincide con lo que está haciendo ahora), y que nada nuevo o por conocer puede ser superior a lo ya conocido. Por estas razones -por ejemplo- pudo pasar tanto tiempo sin que se aprobase una ley sobre divorcio, o que no se atendiera como es debido a las familias tal como las tenemos hoy en Chile. Estas cosas se suponía que podían esperar, porque las prioridades del país no las ponen los ciudadanos, sino los que parecen saber qué es lo importante. Tal desajuste es más evidente en el tema de las candidaturas presidenciales.

Las personas que se ven más favorecidas en las encuestas son las que menos impresionan a la ya antigua clase política. Es notable cómo algunos de sus integrantes se refieren a las ministras. “¿Qué haremos con las niñas?” es algo que se escucha y no en tono de broma, sino de auténtica desazón. Este es el caso de percepción más notable entre los instalados con comodidad en la dirección del sistema y quienes creen que aún hay innovaciones por llevar a cabo.

Quienes hacen del pasado su norma de conducta, han dictaminado que las ministras o las figuras más jóvenes mejor posicionadas no pueden llegar a la jefatura del Estado. Son “liderazgos inviables”, porque parecen dudar, porque no se les atribuye el tonelaje político de otros, porque no tienen equipos de respaldo. Tienen el íntimo convencimiento de que se trata de espejismos, que se parecen a liderazgos, pero que no lo son. Por esto, son –para ellos- opciones que no llegarán al final, quedando en el camino apenas las condiciones cambien; es decir, apenas se acerquen las decisiones propiamente tal. En ese momento se develarían como efímeros fenómenos mediáticos, sin los puestos que le dan existencia visible, pero como en préstamo.

Con esta visión, no falta la figura política que se prepara para el escenario del vacío de poder, en el que se tenga que recurrir a los más experimentados de los que queden en pie y no a los mejor posicionados. Pero esta aproximación tiene como dificultad de fondo que lo que se analiza no es lo que pasa, sino lo que ciertas anteojeras permiten ver. Sucede que en su visión simplemente no puede ser que “las niñas” o “este cabro” los superen en ningún aspecto y ¡menos en lo propiamente político!

Pero hay una constatación que no se puede escabullir. Las figuras de la Concertación mejor posicionadas en las encuestas no están allí por casualidad, sino porque tienen los méritos para destacar. Siempre hay algo de enigmático en el apoyo a una persona en particular. Pero el mayor enigma nacional no es este, sino por qué otras figuras opacas y deslucidas han podido alguna vez ocupar primeros planos.

Dado que estas figuras tienen merecimientos suficientes, lo que queda por ver es si llegarán al final de la carrera. Y la respuesta -para el que quiera ver- es, por supuesto, que sí llegarán. Primero, porque es simplemente notable que hayan tenido la suficiente habilidad para convencer a tantos que aún están en la duda. Segundo (pensando sólo en las ministras): ¿alguien ha apreciado algún movimiento en ellas que no se dirija o sea compatible con llegar a la Presidencia?

Tanto Soledad Alvear como Michelle Bachelet se han dado cuenta de que la principal aliada para sus aspiraciones no son los cercanos o los amigos, sino precisamente la otra. Al ser figuras emergentes, no faltan quienes en sus respectivos sectores tratan de cooptarlas o de ayudarlas a nadar poniéndole anclas alrededor del cuello. ¿Hay algún momento en que hayan actuado sin coordinación?

El país quiere la aparición de nuevos liderazgos, aunque no calcen bien con el contexto anquilosado en el que se desenvuelven. Los dirigentes políticos tradicionales perciben este peligro. Saben perfectamente que terminarían desplazados si el cuadro político se ordena a partir de las nuevas figuras.

Se suele escuchar que las figuras emergentes son débiles. No lo son. Se trata de liderazgos cercanos, empáticos, telegénicos, experimentados y hábiles. Aparte de las figuras conocidas, ¿cuántas otras tienen las mismas características? Pocas. La pregunta que predominará, al final, será qué harán las “niñas” con ellos y no qué harán ellos con ellas.

No es fácil percibir la fuerza de las ausencias. En la buena política ocurre que las carencias se empiezan a acumular. Los temas importantes sin resolver penan. La falta de comunicación efectiva con los ciudadanos generaliza un cierto malestar hasta el día en que no dé para más. El problema es que ese día está cerca.

viernes, julio 09, 2004

Caso Pinto: me basta con la justicia

Caso Pinto: me basta con la justicia



En pocas horas, la noticia de la citación a declarar del alcalde de Valparaíso, Hernán Pinto, sacudió al país. El proceso fue más largo para quienes se fueron enterando, con alguna antelación, en círculos del gobierno y de la Concertación. Las reuniones de evaluación se sucedieron. De allí al momento en que la noticia fue pública, las horas transcurrieron con la lentitud que solo la tensión puede provocar en quienes la padecen.

Según las apariencias, todo desapareció con la misma velocidad con que se dio a conocer. El citado, declaró y se fue para su casa. Pero lo que fue el fin del episodio no parece ser el fin del relato, sino un remanso.

Tal vez sea por la petición de suspensión de la militancia por parte de Pinto, tal vez por lo largo de los análisis previos, quizá por la reacción de su partido, o tan solo por la renuncia a la candidatura a la reelección por Valparaíso. Por un poco de todo, esto se parece más al fin del principio. O quizá solo sea un efecto de una impresión demasiado fuerte.

En cualquier caso, resulta sorprendente lo que se puede aprender colectivamente en pocas horas cuando lo que está en juego es importante, incluso más allá de los actores que entraron en el campo de visión del escrutinio público.

Quedó claro que tenemos bastante aprendido y que no se debe reaccionar como si estuviera todo aclarado. Luego de meses en que tantas personas conocidas han sido involucradas públicamente en casos de alto impacto, sabemos que es indispensable realizar diferencias.

Sabemos que no es lo mismo una denuncia por los medios que una acusación, porque la primera ni siquiera requiere hacerse plenamente responsable de cada cosa que se presenta con características de escándalo o delito.

Hemos aprendido a distinguir entre una denuncia y tener pruebas que la sustenten y entre tener pruebas de algo y dirigir grados de responsabilidad, juicios terminados y procesos concluidos. Ahora hay que agregar que ser citado por un juez en un caso donde se investigan conductas deshonestas, no es lo mismo que saber que el citado realizó él mismo esas conductas.

También nos hemos percatado de la gran diferencia que se produce cuando el ejercicio de la justicia va desligado de la alimentación de la sospecha como práctica cultivada. Hay que alabar a Sergio Muñoz Gajardo que sea un buen juez y un hombre prudente. Hemos adquirido conciencia sobre la diferencia de llegar a declara sin estar previamente catalogado en público en un sentido u otro. Pasaron pocas horas desde que Pinto declaró y en que los medios dieron a conocer su citación.

El actuar del juez tuvo una réplica igualmente mesurada de los medios. La información que entregada “sin ponerle ni quitarle”. Por esto, Pinto declaró ante la consternación pública, pero no ante una predisposición pública, generada por alguien y amplificada por otros. Pudo responder él por lo que hubiera hecho o dejado de hacer. No su familia en el vecindario, no su esposa en la calle, no sus hijos en colegios y universidades. Alguien se preocupó de separar justicia de farándula, ¡y cómo se nota cuando pasa!

Este episodio permite preguntarnos sobre el tipo de comportamiento que puede esperarse de cada cual en futuras situaciones similares.

Repetimos: sobre el caso del alcalde Pinto nada podemos decir, porque nada sabemos. Pero, puestos en el caso futuro de una situación similar, en que un involucramiento inicial en un proceso pasara por todas las etapas que llevan a comprobar una culpa y un delito, entonces los ciudadanos tienen derecho a saber cual conductas asumen quienes tienen puestos públicos. No se puede anticipar, por cierto, cómo se sentirá cumpliendo con su deber y su conciencia, porque el dolor puede ser mucho, pero sobre las acciones a seguir no hay duda.

Humanamente la situación es de las peores. Se trata de personas a las que creemos conocer, con las que se ha compartido ideales y luchas, penas y alegrías. Si la palabra confianza tenía un significado para nosotros, es en relación a este tipo de personas. Y luego nos enteramos que tenía una vida doble. Que su otra faceta nos horroriza. El desconcierto es completo y no sabemos a qué atenernos. Los caminos se separan. Sus propias acciones dan alcance a su instigador y victima. Para el involucrado lo que sigue es la justicia y la sanción de su responsabilidad.

Para los demás, la responsabilidad recién empieza. Los otros no pueden ser corresponsables de lo que desconocen. Pero comienzan a serlo desde el instante en que son informados. En ese momento -para el país- el mayor daño que se puede provocar no se detiene en los afectados en particular; puede alcanzar a una pérdida amplia en la fe pública. Si estábamos equivocados en un caso, podemos estar equivocados en muchos.

Este es el momento decisivo. Las conductas pervertidas existen. Pero la rectitud también y, como nación, queremos que ésta predomine. La recuperación de la confianza es lo que debe conseguirse. No sirven para nada los cálculos pequeños ni ninguna consideración de política de trinchera.

Los que tienen poder lo tienen como representantes de la gente, a quien se debe servir con completa transparencia y sacando las consecuencias políticas de comparar el código de ética predicado y compartido con las conductas efectivas.

Hay algo más que decir. Esto lo entenderán quienes padecieron la dictadura más que haciéndola funcionar. Recordarán la crítica cruzada desde todos los medios cada vez que se quería denostar y destruir a un disidente. Todo se podía decir de él, nada se podía contestar.

Quienes vivieron esta experiencia desarrollaron una fuere aversión a golpear sobre seguro, estando uno postrado y a merced del que quiera agredir y escupir.

Un tipo de bajeza no se enfrenta practicando una bajeza distinta. Ahora no es el caso, pero si llegara el momento, nada bueno se podrá decir de los que gustan participar de las crucifixiones de figuras públicas.
A mi me basta con que la ley rija para todos, proteja a los débiles y alcance a los poderosos cuando corresponda. Me basta que no haya excusas, ni se intente proteger lo indefendible. Me basta la democracia vivida y la fe pública recuperada.

Hijos de sus obras

Hijos de sus obras



Habrá que pone un mínimo de orden en el debate para ponerse de acuerdo. Lo cierto es que no se puede decir todo al mismo tiempo, por mucho que a uno le atraiga ejercer su derecho a crítica.

No se puede proclamar, por una parte, que este es un gobierno que no ha resuelto problema alguno de relevancia, y que debería irse lo antes posible por inútil y corrupto; y, por otra parte, disgustarse cada vez que el Presidente aparece con un candidato de la Concertación. Cuando los gobiernos y las coaliciones que los respaldan son un desastre y no sirven para nada, lo que hacen es marcar con el signo de la derrota todo lo que tocan.

Lo que podría esperarse que ocurriera, si es cierto que el gobierno lo hace tan mal, es que los candidatos oficialistas traten de que pase lo más inadvertida posible su relación con La Moneda. Y, quienes deberían estar recordando a cada paso sus vínculos con el oficialismo, debería ser la oposición. Por supuesto, para perjudicarlos.

Así es en todos los países del continente, cuando los gobiernos llegan a duras penas al cambio de mando. En forma simultánea, los últimos años se caracterizan por la fuerte subida en las encuestas de los candidatos alternativos. Tanto es así que, cuando hay uno muy perfilado, se le da como ganador antes de la elección.

¿Es este nuestro caso? Ciertamente no. Tenemos el mismo candidato de oposición que la vez anterior y el mismo mensaje de “cambio” que ya le conocemos. Y como repite la misma fórmula, entonces dice lo que tiene que decir aún cuando no tenga una gran correspondencia con la realidad.

Claro que en la oportunidad anterior era únicamente candidato y no tenía que responder ante las mismas críticas que hace a los demás. Lavín se centra en la delincuencia, la pobreza, la educación y la salud, como si fuera un espectador de lo que ocurre, y no el responsable en una comuna -y líder de una coalición- que tiene también que rendir cuenta.

Un país con un gobierno en decadencia y una oposición que es un ejemplo de gobernabilidad, sensatez y capacidad de mando, se reconoce con facilidad. Quienes ejercen el poder caen en picada en la adhesión ciudadana, y el candidato opositor se adelanta, a gran distancia, de las mejores cartas del oficialismo.

Si esto fue lo que alguna vez soñó la derecha, a estas alturas tendrá que empezar a revisar algunas de sus ideas favoritas. Si en verdad esperaron un gobierno en derrumbe y un Lavín en alza, se encuentran en problemas.

El país está siguiendo un curso que podemos verificar: el Presidente y el gobierno mantienen prestigio y adhesión pública (en el caso de Lagos, en realidad, en su mejor momento hasta ahora) y el candidato opositor estancado, pero acumulando calificación negativa por parte de personas que antes lo veían con simpatía.

En realidad, la derecha tiene dos caminos si quiere evitar una pérdida de la adhesión ciudadana que le aleja, en forma lenta pero decisiva, de La Moneda. Justo después de haber estado, como nunca, cerca de conseguirlo.

El primer camino es aceptar el reto y “salir por arriba”. Esto es, oponer a la mejor presentación de gobierno una presentación todavía mejor, cada vez que la ocasión se presente. De este modo, tendría que aceptar medir a Lagos con su abanderado. Como quien dice de estadista a “estadista”. Así, cada vez que Lagos señale al país el rumbo a seguir en una coyuntura, debería salir Lavín señalando un mejor camino, más visionario y más contundente.

Pero esta vía ya debería estar implementada. Ello, porque los signos de cambio o de reforzamiento de los apoyos ya se están constatando desde hace varios meses. Y, por cierto, la idea no puede ser la de esperar que las cosas empeoren.

El momento privilegiado para el giro de estrategia fue el 21 de mayo. Ahí era cuando debió haber asomado el líder opositor de gran envergadura. ¿Apareció acaso? Si alguien lo vio, que avise. Porque lo que se escuchó como respuesta al discurso de Lagos fue un gran silencio.

En verdad, para competir en este nivel se requiere tenerle gran confianza al candidato. Y, a cada paso, el comando opositor muestra que confía más en sus propias capacidades que en las del abanderado.

El segundo camino, menos glamoroso y más duro que el anterior, se puede resumir en una frase: “si no puedes subir, trata de que ellos bajen”. En vez de hablar bien de uno mismo, siempre queda el hablar mal del otro.

Se buscará polarizar el debate, para que importe más el hecho de estar peleando que la causa misma; en los ataques ya no se distinguirá entre actos y personas, llegándose a la descalificación personal; no se buscará probar nada, sino ampliar la sospecha de que todo se hace por algún motivo mezquino; y, desde luego, se atacará a Lagos (que es el que acumula mayor confianza ciudadana).

Mucho habría que decir sobre la acusación más repetida del momento: la “intervención electoral”. Dejando fuera el unánime rechazo a la auténtica intervención electoral, es decir, al uso de recursos del Estado para apoyo de candidatos oficialistas, es absurdo extender la crítica a toda acción gubernamental de contacto con los ciudadanos. Porque sin esta faceta no hay gobierno democrático que cumpla cabalmente con su tarea más propia.

Si las autoridades callan sus obras, no salen a terreno, no dan cuenta a los ciudadanos, no están presentes cuando se las necesita, dejan de hacer su trabajo.

Dejemos pues que cada cual sea hijo de sus obras para que los ciudadanos, como siempre en democracia, decidan.