Hijos de sus obras
Hijos de sus obras
Habrá que pone un mínimo de orden en el debate para ponerse de acuerdo. Lo cierto es que no se puede decir todo al mismo tiempo, por mucho que a uno le atraiga ejercer su derecho a crítica.
No se puede proclamar, por una parte, que este es un gobierno que no ha resuelto problema alguno de relevancia, y que debería irse lo antes posible por inútil y corrupto; y, por otra parte, disgustarse cada vez que el Presidente aparece con un candidato de la Concertación. Cuando los gobiernos y las coaliciones que los respaldan son un desastre y no sirven para nada, lo que hacen es marcar con el signo de la derrota todo lo que tocan.
Lo que podría esperarse que ocurriera, si es cierto que el gobierno lo hace tan mal, es que los candidatos oficialistas traten de que pase lo más inadvertida posible su relación con La Moneda. Y, quienes deberían estar recordando a cada paso sus vínculos con el oficialismo, debería ser la oposición. Por supuesto, para perjudicarlos.
Así es en todos los países del continente, cuando los gobiernos llegan a duras penas al cambio de mando. En forma simultánea, los últimos años se caracterizan por la fuerte subida en las encuestas de los candidatos alternativos. Tanto es así que, cuando hay uno muy perfilado, se le da como ganador antes de la elección.
¿Es este nuestro caso? Ciertamente no. Tenemos el mismo candidato de oposición que la vez anterior y el mismo mensaje de “cambio” que ya le conocemos. Y como repite la misma fórmula, entonces dice lo que tiene que decir aún cuando no tenga una gran correspondencia con la realidad.
Claro que en la oportunidad anterior era únicamente candidato y no tenía que responder ante las mismas críticas que hace a los demás. Lavín se centra en la delincuencia, la pobreza, la educación y la salud, como si fuera un espectador de lo que ocurre, y no el responsable en una comuna -y líder de una coalición- que tiene también que rendir cuenta.
Un país con un gobierno en decadencia y una oposición que es un ejemplo de gobernabilidad, sensatez y capacidad de mando, se reconoce con facilidad. Quienes ejercen el poder caen en picada en la adhesión ciudadana, y el candidato opositor se adelanta, a gran distancia, de las mejores cartas del oficialismo.
Si esto fue lo que alguna vez soñó la derecha, a estas alturas tendrá que empezar a revisar algunas de sus ideas favoritas. Si en verdad esperaron un gobierno en derrumbe y un Lavín en alza, se encuentran en problemas.
El país está siguiendo un curso que podemos verificar: el Presidente y el gobierno mantienen prestigio y adhesión pública (en el caso de Lagos, en realidad, en su mejor momento hasta ahora) y el candidato opositor estancado, pero acumulando calificación negativa por parte de personas que antes lo veían con simpatía.
En realidad, la derecha tiene dos caminos si quiere evitar una pérdida de la adhesión ciudadana que le aleja, en forma lenta pero decisiva, de La Moneda. Justo después de haber estado, como nunca, cerca de conseguirlo.
El primer camino es aceptar el reto y “salir por arriba”. Esto es, oponer a la mejor presentación de gobierno una presentación todavía mejor, cada vez que la ocasión se presente. De este modo, tendría que aceptar medir a Lagos con su abanderado. Como quien dice de estadista a “estadista”. Así, cada vez que Lagos señale al país el rumbo a seguir en una coyuntura, debería salir Lavín señalando un mejor camino, más visionario y más contundente.
Pero esta vía ya debería estar implementada. Ello, porque los signos de cambio o de reforzamiento de los apoyos ya se están constatando desde hace varios meses. Y, por cierto, la idea no puede ser la de esperar que las cosas empeoren.
El momento privilegiado para el giro de estrategia fue el 21 de mayo. Ahí era cuando debió haber asomado el líder opositor de gran envergadura. ¿Apareció acaso? Si alguien lo vio, que avise. Porque lo que se escuchó como respuesta al discurso de Lagos fue un gran silencio.
En verdad, para competir en este nivel se requiere tenerle gran confianza al candidato. Y, a cada paso, el comando opositor muestra que confía más en sus propias capacidades que en las del abanderado.
El segundo camino, menos glamoroso y más duro que el anterior, se puede resumir en una frase: “si no puedes subir, trata de que ellos bajen”. En vez de hablar bien de uno mismo, siempre queda el hablar mal del otro.
Se buscará polarizar el debate, para que importe más el hecho de estar peleando que la causa misma; en los ataques ya no se distinguirá entre actos y personas, llegándose a la descalificación personal; no se buscará probar nada, sino ampliar la sospecha de que todo se hace por algún motivo mezquino; y, desde luego, se atacará a Lagos (que es el que acumula mayor confianza ciudadana).
Mucho habría que decir sobre la acusación más repetida del momento: la “intervención electoral”. Dejando fuera el unánime rechazo a la auténtica intervención electoral, es decir, al uso de recursos del Estado para apoyo de candidatos oficialistas, es absurdo extender la crítica a toda acción gubernamental de contacto con los ciudadanos. Porque sin esta faceta no hay gobierno democrático que cumpla cabalmente con su tarea más propia.
Si las autoridades callan sus obras, no salen a terreno, no dan cuenta a los ciudadanos, no están presentes cuando se las necesita, dejan de hacer su trabajo.
Dejemos pues que cada cual sea hijo de sus obras para que los ciudadanos, como siempre en democracia, decidan.
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