viernes, abril 23, 2004

Los dilemas del PPD

Los dilemas del PPD


Una cosa son los méritos y otra las posibilidades electorales. Hasta el momento, daba la impresión de que el número de candidatos en la Concertación se había acotado y que el interés ciudadano quedaba circunscrito a unas pocas figuras.

Sin embargo, el PPD lamenta la ausencia de uno de los suyos en esta lista. Es perfectamente comprensible. Pero cuando un partido está en un caso como este tiene, al menos, tres alternativas: se concentra en mejorar aquello que sí tiene, emprende un plan para proyectar figuras en otra cancha importante-, o busca de todas formas posicionar como presidenciables a algunos de sus líderes. Pero tiene la obligación de definir sus prioridades, porque no puede hacerlo todo a la vez, con igual entusiasmo y alguna posibilidad de éxito.

Afianzar las propias fortalezas tiene muchas ventajas: no requiere el consentimiento de terceros, pone el acento en la cooperación interna y el esfuerzo consolida la organización partidaria. Pero es una alternativa que rinde frutos lentamente.

Los integrantes del PPD suelen referirse a su partido como una organización “sin tradiciones,” porque “sólo” tiene el tiempo de vida equivalente a la recuperación democrática. Esta es una forma poco apropiada de referirse a la obra común. El tiempo político se mide tanto por los días transcurridos como por la cantidad y la calidad de las experiencias realizadas. Ningún partido que surge en dictadura, encara la transición y participa de la consolidación democrática como parte de tres gobiernos puede considerarse nuevo. Sí puede estimar que ha dejado tareas por cumplir, que otros partidos cumplen mejor, por ejemplo afianzar su presencia nacional.

La decisión de centrarse en una candidatura emblemática, supletoria de una presidencial, es una propuesta interesante. Tiene la ventaja de haber concitado en su momento un amplio acuerdo interno, superando las disputas habituales. Pero cualquier estrategia con un objetivo único hace que las compensaciones por conseguirlo sean altas o demasiado altas.

El límite está en el costo que se paga. Hay que tener cuidado con las obsesiones. El PPD ve en la ausencia de figuras presidenciales un riesgo mortal para su existencia o, al menos, un peligro de quedar en un puesto secundario. Pero hay muchas otras cosas más letales.

Algunos partirán preguntándose cómo destacar los atributos de Jorge Schaulsohn frente a Marcelo Trivelli, porque no hace tanto una persona con las cualidades de éste hubiera sido mucho más fácil encontrarla en el PPD que en los otros partidos de la Concertación. Era una “especialidad de la casa”. ¿Por qué el PPD dejó de generar este tipo de líderes?

Otro curso de acción discutible, que logra concitar la atención de todos sobre las propias debilidades, es el lanzamiento de campañas presidenciales. Las dudas son tan grandes que no consiguen ni consenso partidario ni apoyo oficial. La línea de conducta asumida por el PPD es “dejar hacer”, aunque parezca increíble. Se actúa como si las incursiones en esta área importaran únicamente al posible abanderado y a nadie más.

Pero ¿quién se hace cargo en el PPD de la imagen partidaria que esto genera? Las candidaturas pequeñas suelen ser muy entusiastas. Parten a sabiendas de sus pocas posibilidades, aunque creen firmemente que si logran que se les preste atención suficiente las cosas cambiarán drásticamente. Esperan que se les descubra como la mejor alternativa para el país. La confianza en sus propuestas es casi ilimitada. Por esto, “bajarlas” llega a ser una empresa mucho más difícil de los que muchos imaginaron. No se entiende qué se gana siendo el tercero en una lista de dos.

El costo para el PPD es neto: conserva la imagen de ser el partido eje de gobierno, al entrar de un modo poco natural en una competencia en la que no cree. Pero en las encuestas, mes tras mes, se verá como un socio disminuido.

La Democracia Cristiana tiene una fuerte inserción territorial y negocia bien. Pero esto no basta, pues tiene fallas mediáticas y no promociona a sus líderes de reemplazo. Si quiere recuperar el liderazgo, no puede abandonar la batalla principal -contra la derecha- por compensaciones. La primogenitura no se cambia ni por uno ni varios platos de lentejas.

La campaña de la Concertación debe orientarse a recuperar el afecto de las personas y luego su voto, es decir, hacerle caso a los ciudadanos. Salirse de esta línea, es quedarse a la deriva. Para los dirigentes es más importante defender la lógica de los ciudadanos, que los intereses partidarios.

Si la Concertación presenta en Santiago al segundo mejor posicionado -desechando al que tiene ventajas evidentes-, cometerá un error de alcance nacional y será castigada en Santiago y en las 16 comunas “negociadas”. No se puede escamotear la decisión de las personas (con publicidad, además) y salir indemne.

La Concertación no puede enfrentarse con su electorado, tiene que representarlo. Si supera esta prueba habrá demostrado que merece ganar.