viernes, abril 16, 2004

El estilo Lavín y la Concertación

El estilo Lavín y la Concertación

Si hay un problema nacional, el líder derechista, muy suelto de cuerpo, dice: “el gobierno ha fracasado”, como si no tuviera responsabilidad alguna, ni en el país ni en la ciudad, como si fuera un recién llegado. Si se demuestra que al gobierno le fue bien en algo, ni se inmuta y dice: “yo apoyo al Presidente”.


Con demasiada anticipación se están perfilando los estilos para emprender las campañas electorales, en especial la presidencial. Lavín está en lo que se le conoce: centrado en sus apariciones públicas de rápida ejecución y de alto impacto, y la Concertación, en un modo cercano y amigable de emprender el ejercicio del gobierno.

Se puede pensar lo que se quiera sobre las bondades y deficiencias que conlleva una u otra forma. Pero, de todas maneras, se plantea el tema de la eficacia y de las posibilidades de éxito de cada una desde ahora hasta la definición en las urnas.

Escogido el estilo, lo que corresponde es ser coherentes para emprender cada acción importante. Esto no resulta fácil de llevar a la práctica, puesto que la competencia por la Presidencia se está convirtiendo en una carrera de fondo. El que dude acerca de su apuesta central, tendrá muchas posibilidades de perder el rumbo o intentar todo tipo de cosas para adelantar al adversario, pero en realidad estará perdiendo terreno.

La campaña del alcalde de Santiago sigue un patrón conocido. Se trata, antes que nada, de atraer la atención, mostrar agilidad y rapidez en la ejecución, sorprender y actuar para la cámara.

En este estilo, la polémica será siempre bienvenida. Se trata de que los adversarios ocupen una parte de su tiempo en rechazar, criticar, denostar y -si es posible- insultar y agredir.

Como siempre, el que se exaspera, pierde, porque hacer algunas o todas las cosas anteriores deja a los detractores cazados en una trampa. Sin darse cuenta, se empiezan a centrar en Lavín, en lo que hace o deja de hacer. Con ello pierden la iniciativa y llegan a ser auténticos “reaccionarios”, a la espera del próximo paso del adversario.

Quien actúa para los medios no necesita escapar de la trivialidad para atraer las cámaras. Más bien se puede instalar cómodamente en ella y ser muy efectivo. Sin embargo, el desprecio del soberbio no es una buena respuesta para este tipo de comportamiento. La apuesta sistemática a la trivialidad no es -paradójicamente- algo estúpido.

En realidad hace muy difícil encontrar la respuesta política adecuada. La trivialidad usada como arma actúa como un disolvente de las diferencias. Absorbe las críticas simplemente porque no las contesta o les da una respuesta de Perogrullo, que no dice nada pero que suena bien. O se “ve” bien en TV.

Hay que tener una cuota de valentía para responder puros lugares comunes en cada oportunidad, sin sonrojarse siquiera. Precisamente, en esto consiste la estrategia. La respuesta favorita es la referencia constante a los puntos cardinales, como si una brújula hablará: “debemos avanzar hacia delante”, “no miremos hacia atrás, hacia el pasado”, “ni hacia un lado ni hacia el otro”.

Si hay un problema nacional, el líder derechista, muy suelto de cuerpo, dice: “el gobierno ha fracasado”, como si no tuviera responsabilidad alguna, ni en el país ni en la ciudad, como si fuera un recién llegado. Si se demuestra que al gobierno le fue bien en algo, ni se inmuta y dice: “yo apoyo al Presidente”. Si alguien lo increpa, responde así: “Esa es una discusión política. Yo no me meto en discusiones políticas. A mi me preocupan los problemas reales de
la gente”.

Esta actuación simplista puede llevar a pensar que Lavín no es una amenaza. El peligro no radica en lo sofisticado del procedimiento empleado, sino en su coherencia, y en la falta de una buena respuesta para anularlo.

En esta estrategia lo único que no está permitido es que el público se aburra y cambie de canal. La figura del bueno y sonriente está ocupada por el candidato. Además, mientras más vacía de contenidos sea la campaña, más importante será el papel de quiénes se dedican a la polémica violenta y agresiva.

Si no hay debate de fondo, lo que hay es polémica de trinchera. Mientras más intensa y desmedida sea, más creíble se hace una figura que se presenta por sobre el sofocante debate político, que no se detiene ante la descalificación personal.

En este escenario, la Concertación sabe muy bien lo que tiene que hacer. Debe perfeccionar un estilo próximo y responsable de gobierno, que anteceda a la llegada del o de la candidata que, en el momento adecuado, se ajusten como guante a la mano.

El camino de la Concertación hacia un nuevo mandato es el de poner énfasis en lo que hace y sus consecuencias, no únicamente en el primer impacto. Las prioridades del país están en una agenda pública conocida, que se debe ejecutar junto a los ciudadanos.

El tema del gobierno no es decidir qué artista envía a Haití porque a Lavín se le ocurrió una gira promocional, sino cumplir con las obligaciones nacionales en Haití. Debe responder por sus decisiones, mostrando la consistencia de sus pasos y la contundencia de sus resultados. Si Lavín hubiera hecho una buena gestión, no necesitaría cambiar de escenografía para llamar la atención junto a una compañía atrayente.

La Concertación tiene un buen gobierno. Lo atrayente o el carisma lo pondrá el candidato o candidata. Ganará haciendo lo suyo y confiando en el juicio del pueblo.