viernes, marzo 05, 2004

El arte de negociar

El arte de negociar



Si la Concertación ha sido capaz de resolver habitualmente sus diferencias es porque en su seno han predominado las posiciones políticas por sobre las simples ambiciones o apreciaciones personales.

No tiene nada de malo que quienes se dedican a la actividad política intenten ganar posiciones y aspirar a determinados cargos. Es más, es necesario que lo hagan si queremos escoger entre las mejores opciones disponibles.

Pero no a cualquier precio. El límite está en la preservación de los objetivos comunes que justifiquen que todos, del primero al último, se dediquen a algo que, no por nada, se denomina “servicio público” y no “servirse del público”, que es algo bien distinto.
Como se ha respetado esta orientación, las negociaciones entre los partidos parten hoy de una cierta sabiduría acumulada.

Se sabe, en todo caso, que no es cierto que sólo cuentan los intereses comunes, porque, si fuera así, ni siquiera sería necesario establecer negociaciones. Pero, al mismo tiempo, sabemos que nunca ha sido positivo que un partido se juegue su futuro y sus proyecciones a una sola carta y en una sola oportunidad. No lo es porque la sobrevivencia en política tiene que ver con muchos más factores que los éxitos electorales del momento o, incluso, una serie de derrotas. Por eso, cada cual termina cediendo en parte y moderando sus aspiraciones, lo cual permite los acuerdos.

Por ejemplo, en el caso concreto del PDC, si fuera por la simple percepción de amenaza, hace tiempo que debiera haberse considerado a sí mismo en grave riesgo, por lo que pudo haber perdido toda flexibilidad en el trato con los demás partidos. Por lo general, su conducta colectiva no ha sido esa. Sus temores no han predominado al momento de tener que llegar a acuerdos con el resto de la Concertación.

Esto muestra que el PDC tiene una razón de ser que lo sostiene en los momentos malos y que permite que se modere en el momento en que llegan los triunfos. Al menos sobre este punto, sus aliados tendrán que coincidir que, en el momento de “las vacas gordas”, es decir, cuando ha tenido el liderazgo indiscutible en la Concertación, en varias ocasiones ha actuado de un modo políticamente muy generoso.

Era lo que correspondía, pero no siempre las organizaciones ni las personas actúan como deben y como se espera. No quiere decir que no le haya costado. Los debates internos fueron muy intensos para mantener los compromisos asumidos con los aliados. Pero, pagando los costos, actuó como debía. Esas son las fortalezas a que debe apelar ahora cuando quiere recuperar su anterior posición.

Las elecciones municipales son importantes, pero en un cierto rango.
Definen en parte importante las elecciones que vienen, pero no determinan por completo el futuro de las colectividades. Por esto, no se debe buscar en las negociaciones lo que las propias fortalezas no pueden dar. La negociación no entrega lo que el respaldo ciudadano no otorga. Quien en la negociación se fija objetivos más allá de sus posibilidades, termina por conseguir menos de lo que debería, en el doble de tiempo y abriendo un flanco de crítica a su desempeño tan innecesario como contraproducente.

Una negociación dura no tiene porqué ser una negociación llevada al extremo. De hecho, una de las pruebas a las que están sometidos los negociadores es, precisamente, defender las posiciones de su organización hasta el punto en que la tensión empieza a generar más inconvenientes que los que existían al principio.

Se puede defender mal los propios intereses. De allí que los tonos beligerantes sean poco útiles en este tipo de situaciones. El problema que tienen es que adicionan a lo que se conversa tal tono imperativo que, en poco tiempo, no se puede ya ni retroceder ni avanzar.

No hay nada más fácil que quedar atrapado en una red tejida por uno mismo. Cuando se produce el estancamiento, hay dos alternativas. O se flexibiliza la posición de unos y otros, o se cambian los interlocutores. Ambas cosas permiten recuperar espacios de maniobra.

El arte de la política no consiste en meterse en líos (cosa para la cual estamos todos capacitados de antemano) sino en encontrar vías de salida en situaciones complejas.

Nada de esto es fácil. Pero hay diferencias en las alianzas. Mientras la Concertación tiene dificultades para encauzar las pretensiones partidarias en la mesa de negociación, la derecha tiene dificultades para constituir la instancia misma para poder debatir.

En la Concertación se pone el acento en atenuar las discrepancias; en la derecha, en cambio, parece estar siempre presente la tentación de intentar eliminar políticamente al interlocutor. Es cosa de preguntarle a Sebastián Piñera.

El lugar donde con mayor periodicidad se han encontrado los representantes de los partidos de la Concertación es la sede común; en la derecha últimamente se han visto más en los tribunales que en alguna instancia fraternal.

En la Concertación cuando la negociación política empieza a personalizarse, es usual que se ponga el grito en el cielo porque se esta “desvirtuando la negociación”. La cuestión es enfrentar las diferencias con espíritu unitario. Por eso la negociación municipal es una prueba que la Concertación debe pasar con éxito.