viernes, enero 30, 2004

Prestancia y garantía de conducción

Política

Prestancia y garantía de conducción

Con el tiempo transcurrido, podemos tener una idea sobre cómo les ha ido a cada cual en su intento. Por esto, la próxima campaña presidencial será tan diferente. A lo menos, cada cual está bien advertido sobre cómo no tropezar con la misma piedra por segunda vez.


VÍCTOR MALDONADO


¿Recuerda cuáles eran las principales ideas de Lavín en su campaña presidencial? No los eslóganes, sino ideas. No se preocupe, no es que le falle la memoria: no puede recordar lo que no existe. Parece una exageración, pero apunta a un aspecto que ha despertado, incluso en la misma derecha, una permanente autocrítica.

Resulta explicable. Recordará lo difícil que se hacía el debate en esa campaña. Era imposible confrontar nada. La razón era simple. A cada proposición del oficialismo, Lavín respondía que estaba bien. Pero agregaba que él lo haría mejor.

Lavín no rebatía ni polemizaba. La Concertación mostraba sus logros, pero la candidatura opositora nunca hizo una propuesta distinta y diferenciada. Acotaba que lo que se hacía era poco, falto de imaginación o de vitalidad. No como lo que prometía: le sacaría trote a todo y haría las cosas mejor.

¿En qué se basaba esta afirmación? Por cierto que no en argumentos, sino en aprovechar el difícil período económico e implementar una campaña de nuevo corte, con plena conciencia de la importancia de la TV.

La publicidad de Lavín alimentaba una idea muy poderosa: si usted está descontento, disconforme o aburrido, no se preocupe, solo cambie. Más bien, solo “cámbielos”.

Paradojalmente, lo segundo que afectaba a la Concertación eran sus propios éxitos. Al empezar a gobernar, estaba en riesgo la estabilidad de la democracia. Pero, a medida que el buen gobierno lo hacía posible, los temores fueron decreciendo año tras año. Se tuvo que enfrentar episodios de gran tensión, pero el país quería a toda costa alcanzar una convivencia normal. El gobierno no cometía errores graves y la oposición estaba dirigida por personas que pensaban que la búsqueda del bien común saldría su mejor oportunidad para dirigir el país en algún momento.

De manera que la campaña publicitaria estaba avalada por los mismos éxitos de la Concertación. Cambiar era posible porque ya no había nada que perder. Estabilidad y prosperidad eran los bienes adquiridos. Nos podíamos dar -como país- ciertas libertades. ¿Por qué no darles una oportunidad? Al menos se lograría que dejaran de criticar y se dedicaran ha hacer lo que les resulta tan fácil de decir. No fueron pocos los que lo vieron de esta forma.

La campaña de Lavín propuso una forma, no un fondo. La promesa no se basaba en hechos, sino en la adopción de un estilo, evidentemente liviano, pero no desubicado.

La derecha había sido derrotada sostenidamente desde la Campaña del No. Pero, finalmente, había logrado aprender ciertas lecciones básicas. Una de ellas era que hasta para mantener lo esencial de las cosas como están, se debe uno adaptar fuertemente a los nuevos tiempos.

Así que se podía ser conservador y moderno al mismo tiempo. Se podía usar y entender perfectamente el lenguaje visual de los medios de comunicación, poniendo esto al servicio de una visión muy conservadora de lo que había que hacer. No la aprendió toda la derecha, pero sí lo entendió y practicó Lavín. Ese fue su gran mérito. Un área en la que se mostró más perspicaz que sus detractores, tanto él como su equipo.

Entonces la Concertación cometió un error de apreciación inicial que revirtió, en parte, muy avanzado el proceso: enfrentó la elección como una más en una lista donde siempre había salido vencedora a considerable distancia de su oponente. En realidad, no veía en Lavín un auténtico reto. Se instaló un peligroso menosprecio del que nada bueno podía salir. Pese a sus claras ventajas, se estaba acomodando a ojos vista a la administración del aparato gubernamental.

La Concertación reaccionó tarde porque cuando captó de qué se trataba se encontró que numerosos puestos claves simplemente no sabían que hacer: podían cumplir una función técnica, pero no podían comunicarse debidamente con los ciudadanos de a pie y menos convencerlos de algo. Trabados por dentro y faltos de conducción intermedia, la reacción espontánea entre la primera y la segunda vuelta electoral, apenas logró la diferencia necesaria para ganar.

En ese momento, ambas alianzas supieron que no podían volver a enfrentarse en iguales condiciones una vez más. Unos no podían confundir burocracia con política, confiando en las cualidades del candidato, y los otros prescindir de las propuestas propias en beneficio exclusivo de las “cuñas” publicitarias.

Con el tiempo transcurrido, podemos tener una idea sobre cómo les ha ido a cada cual en su intento. Por esto, la próxima campaña presidencial será tan diferente. A lo menos, cada cual está bien advertido sobre cómo no tropezar con la misma piedra por segunda vez.
Ni siquiera los temores son ahora los mismos. Entonces, muchos empresarios perdían el sueño pensando en lo que haría un socialista de fuerte personalidad en La Moneda. (Aunque lo conocían, sabían de sus cualidades, pero no podían dejar de temer).

Tal sentimiento pertenece ahora al pasado. Para la mayor parte del país, Pinochet -incluso estando vivo- ya es un recuerdo. El apoyo de Lavín a la dictadura no es ya un factor decisivo para aceptarlo o rechazarlo. Lo más importante será el convencimiento sobre si tiene la prestancia para el cargo y si es garantía de estabilidad y buen gobierno.

Prestancia y garantía de conducción fue la que mostró Lagos en Monterrey defendiendo la posición de Chile, “¿cuál de los candidatos a la presidencia podría hacer otro tanto?”.

Así pues, la situación es muy diferente de la anterior. Nadie puede repetirse sin equivocarse. Gran parte de lo que suceda dependerá de lo que ahora se hace. Empieza la competencia.