Ser candidato y ser conductor
Ser candidato y ser conductor
Víctor Maldonado
En Chile tenemos la experiencia de una coalición pluripartidista que ejerce el poder por más de una década. Su buen desempeño quedó reflejado en la última encuesta CEP, en la que la Concertación aventaja ampliamente a la derecha como garantía de gobernabilidad. Este es un dato tan incorporado a nuestro paisaje político que casi no se reconoce mérito en ello. Sin embargo lo tiene, y mucho.
La Concertación está compuesta por cuatro partidos y la alianza opositora solo por dos. Pero la primera funciona mejor como equipo que la segunda, y no precisamente porque resulte más fácil llegar a acuerdos entre más actores o porque en su seno no existan disputas de poder. No es que la coalición de gobierno no tenga problemas. Lo que pasa es que los resuelve mejor.
El ejemplo a la mano es la negociación municipal. Es un asunto bastante complejo, en el que la oposición ya podría estar en la etapa de proclamación conjunta de candidatos, tal como lo anunció su abanderado. Pero tampoco en este campo ha logrado anticiparse al oficialismo como era esperable. Simplemente no ha podido hacerlo.
Al iniciarse el gobierno de Lagos, el actual alcalde de Santiago contaba con la posición más sólida conseguida por un líder de derecha tras el eclipse de Pinochet. Pero Lavín no respondió a las expectativas y los partidos hicieron de todo, menos cooperar entre sí. Falló el líder, falló la coalición.
Hoy nadie discute que Lavín es el candidato, pero son pocos los que lo consideran una autoridad o punto de referencia indiscutible para saber orientarse. Es el abanderado pero no ha sido un conductor.
En la práctica, lo que sostiene a Lavín casi exclusivamente es su validación electoral. Por eso, una derrota en la próxima oportunidad no sería un traspié, sino el colapso de su preeminencia. Para ocupar ese sitial no faltan voluntarios, que hasta hoy guardan disciplinado silencio.
En la derecha hay un cierto vacío de liderazgo real, una insatisfacción que determina que el tema de los “otros posibles” esté siempre vigente. Que la UDI lo sabe no cabe duda, porque de otra forma no habría dedicado tanto esfuerzo para derribar a los posibles competidores.
Por eso a Lavín no le queda más que salir a la palestra. Uno de los factores que marcarán este año será su presencia activa en la campaña municipal. En realidad no tiene alternativa. Dado el cuestionamiento de su liderazgo, tiene que recuperar terreno demostrando que es capaz de dar conducción y coherencia a la campaña de la derecha.
Con ello gana y pierde. Gana, porque el centro de atención pasa de los partidos a su comando. Algo que solo puede irse reforzando hasta la elección presidencial. De este modo, parecerán “superados” los problemas entre directivas, cuando en realidad solo quedarán en un discreto segundo plano, a la espera de la ocasión de expresarse.
Pero también este paso representa una pérdida. Los resultados de la elección municipal quedarán profundamente vinculados al propio Lavín. Como es probable que la Concertación supere a la derecha en esta oportunidad, los resultados podrán ser leídos como una derrota y como anticipación de la elección que viene inmediatamente a continuación.
La apuesta, en todo caso no es mala. Todos saben que en política los resultados son siempre interpretados y los próximos comicios no serán una excepción.
Además, es cierto que el estar ocupados, detrás de una conducción reconocida, enfrentando adversarios en vez de aliados, es una experiencia aglutinante, sobre todo para partidos que hace tiempo que dejaron de tener tal experiencia. Sin embargo, la diferencia con el conglomerado de gobierno sigue existiendo.
En la Concertación nadie duda de quién es quién y cuál es su papel. Ahí radica la ventaja. Así, el Presidente Lagos proviene de un partido de cuya historia no pretende renegar. Pero, desde el momento en que asumió la representación de todos y llegó a la Presidencia, estaba claro que su misión era superar las visiones partidarias. Tanto es así que se le suele pedir que sea árbitro de ciertos conflictos, puesto que se considera que sabrá juzgar por sobre los intereses parciales.
Ni Aylwin, ni Frei ni Lagos le han pedido a sus colaboradores que renieguen de lo que son. Porque no se necesita y porque sería una farsa. Aylwin hizo un gesto al “suspender” su militancia mientras ejerció el mando, pero como señal de querer ser un mandatario para todos, no porque fuera una obligación y, por cierto, no se lo pidió a nadie más.
Por su parte, los partidos no les piden cuenta de su actuación a los ministros que integran sus filas. Saben que responden ante el Presidente como colaboradores suyos que son. Así de simple.
¿Por qué Lavín dice que quienes quieran ser ministros en su eventual gobierno deben renunciar a su militancia? Porque el nombramiento no le basta y tiene que asegurarse su lealtad con una renuncia artificiosa. Pide más de lo que un Presidente necesita pedir, y hace dudar sobre sus propios atributos.
Los gobernantes elegidos por la Concertación no han necesitado hacer gestos de autoridad. Se les reconoce la que ellos tienen, y por eso no piden rarezas.
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