Lo que cuentan son los méritos
Lo que cuentan son los méritos
Víctor Maldonado
Todos los dirigentes responsables declaran que hay que dejar la discusión presidencial para después de la elección municipal. Cada cosa en su momento, dicen. Nada puede ser más correcto. Solo que el cerebro de las personas no trabaja linealmente, y los dirigentes, al mismo tiempo que declaran solemnemente lo anterior, miran con el rabillo del ojo la evolución de las encuestas, tratando de aparentar indiferencia.
En cualquier caso, respecto del proceso que le tocará vivir a la Concertación, se puede adelantar un par de consideraciones.
La primera es que puede congratularse de seguir generando liderazgos de gran proyección. El hecho de que circulen los nombres de algunos ministros muestra a las claras que trabajar bien desde el Ejecutivo genera prestigio. Puede que alguno considere natural este hecho, pero no es así.
Lo usual en nuestro continente es que quienes quieren ser candidatos busquen desmarcarse y diferenciarse lo más posible del gobierno de turno. Proceden así porque los gobiernos terminan exhaustos, desgastados y generando tanta desilusión como entusiasmo despertaron en los primeros días. Es tan frecuente esa forma de actuar que amplios sectores creen que ese es el modo de hacer política.
Tampoco es común que los precandidatos convivan entre sí en armonía. Este tipo de comportamiento es el que se tiene cuando los competidores se sienten parte de un equipo cuya misión tiene prioridad sobre las consideraciones personales. La encuesta del CEP muestra que esta percepción sobre la alianza gubernamental se ha ido asentando entre los ciudadanos, en evidente contraposición con la opinión que se tiene sobre la derecha.
Se puede decir sin riesgo de equivocarse que la que se aproxima es la decisión más tranquilamente esperada que haya enfrentado la Concertación. A estas alturas, el hecho de que haya que competir y escoger no representa trauma para nadie. Lo segundo son los requisitos que deben cumplir los candidatos. Esto es incluso previo a la definición del mecanismo para elegir un candidato común.
Los requisitos deben ser, a lo menos, tres: que predominen los méritos; que se encarne una propuesta y que haya voluntad de ejercer la conducción.
Que predominen los méritos no parece discutible como criterio. Pero no es así en la práctica. En cada ocasión se ha tenido que vencer prejuicios disfrazados de análisis objetivo.
En su momento se dijo que Aylwin no podía ser candidato de la Concertación por haber sido un actor relevante durante la crisis la democracia en 1973 (la izquierda no lo aceptaría). De Frei se dijo que no podía ser porque no tenía una intensa vida partidaria previa (los partidos no lo aceptarían). De Lagos se afirmó que no podía ser Presidente porque era socialista (la DC no lo aceptaría, sin mencionar que los poderes fácticos le harían la vida imposible). Todos esos análisis resultaron falsos. Sonaban convincentes, pero no eran más que prejuicios.
No sabemos si en esta ocasión tocará escoger una candidata. Lo inaceptable es que haya quien planteé que no se puede postular a la Presidencia por ser mujer. Algún dirigente ha llegado a decir la estupidez de que la presentación de cualquiera de ellas sería “no hablar en serio”.
El prejuicio casi nunca es consciente. Piense Ud. en el currículo de Soledad Alvear y Michelle Bachelet. Si considera que cualquier ciudadano que hubiera hecho lo que ellas han hecho merece aspirar a la Presidencia, pero, enseguida rectifica porque son mujeres, entonces le tengo noticias: es Ud. un prejuicioso. Y corre el serio riesgo de quedar obsoleto.
Claro que este no es el único aspecto a considerar. Pocas veces se había tenido más conciencia colectiva de estar pasando a una nueva etapa como país. Cuando no es posible plantear la mera continuidad, entonces los líderes deben encarnar proyectos.
La Concertación tiene ante sí una pluralidad de opciones que plantear como proyecto de país. Los líderes que se necesitan son los que definen rumbo cuando muchos caminos parecen posibles y hay que escoger.
Esta tarea es difícil de abordar. No porque las diferencias sean drásticas, sino porque los acuerdos son amplios. Cuando eso sucede, la definición de una propuesta demanda análisis fino y riguroso. En el oficialismo este aspecto ha sido minusvalorado. Si bien las definiciones son en un año más, su preparación tiene que comenzar ahora para que sean fructíferas.
Y un último aspecto para decidir. Un buen segundo no es por necesidad un buen primero. Se puede tener méritos y no desear un cargo.
Un candidato o candidata debe contar con su propio voto. Lagos dijo hace poco que “el liderazgo consiste en creer saber mejor que el resto lo que hay que hacer y hacerlo”. Suena un poco rudo, pero tiene razón. A la Presidencia no se llega sin una motivación fuera de lo común. No es que le “tinque” o que “pudiera ser”. Es que afirma que quiere y puede.
Se escoge a alguien para decidir y para decidirse. En el momento clave, los amigos acompañan en silencio, los asesores sobran y los orejeros están de más.
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