La derecha después del golpe de fuerza
La derecha después del golpe de fuerza
La candidatura de derecha logró evitar un temprano deterioro de sus posibilidades electorales, pero pagó un costo. En el rescate deterioró bienes permanentes como la fortaleza institucional de sus partidos y la aceptación de la diversidad interna.
La derecha tiene cierta debilidad por los golpes de fuerza, pero también menos experiencia en recibir sus efectos. Sus analistas y principales líderes han visto que la candidatura corría peligro y que actuó para superar una crisis, que amenazaba con hacerse inmanejable.
Estrictamente, se salvó Lavín y su comando. Pero está por verse qué sucederá con los partidos, cuya capacidad de decisión interna, en especial RN, fue intervenida de un modo brutal.
No cabe duda que quienes participaron de esta operación creen contar con todo el tiempo a su favor para restañar las heridas y producir en sus filas la concordia o el sometimiento. A primera vista, parecen tener razón. El problema está en que incluso para someterse se requiere preservar orden y disciplina.
Paradójicamente, Lavín necesita ahora la solidez orgánica de RN para no tener nuevos problemas en el futuro. Pero precisamente fue su frágil institucionalidad -a duras penas mantenida por años- la que recibió un golpe demoledor. Si hasta ahora RN no ha podido solucionar los problemas que derivan de su inestable convivencia, menos lo hará tras la arrolladora intervención de un UDI, aunque se presente aliado con la otrora víctima predilecta del gremialismo.
El uso de la violencia en política nunca queda impune y lo que acaba de ocurrir en la derecha ha sido muy violento. Se trata de una historia que recién empieza. Pero resulta fácil de constatar que la derecha dio una clara demostración de que no sabe usar la diversidad a su favor. El candidato simplemente no supo cómo manejar la pluralidad interna. Los liderazgos partidarios lo superaron, y optó por eliminar políticamente a los que piensan distinto.
Los primeros efectos se sintieron de inmediato. En el caso del nuevo directorio de TVN, la Alianza veta a un liberal porque no se ajusta a los dictados de su comando de campaña. Esto es muy significativo porque tras la derrota de los partidos, en la oposición el centro de poder es el comando de Lavín, ni más ni menos.
Esto no es nada nuevo, porque los partidos no son reemplazables de un día para otro en su rol articulador y menos por una estructura cerrada, sin controles y con una limitada visión especializada en la contienda electoral.
El comando presidencial de la derecha significa de inmediato una mayor polarización y el inicio de la competencia política general. Esto traerá fuertes consecuencias, entre ellas, el predominio de la carrera presidencial por sobre cualquier otro proceso de corto alcance. Lavín dijo que “con esta reingeniería” -así llamó al descabezamiento de los partidos- “comenzó la campaña presidencial”.
El anuncio de Lavín da un tono particular de elección nacional anticipada a la definición municipal de octubre. Se entendería si la oposición fuera a obtener más votos, más alcaldes y más concejales, pero nada de eso va a ocurrir.
Para este tipo de estrategia queda solo una opción: definir algunos lugares como “emblemáticos” (comunas grandes, significativas y de figuración nacional) y concentrarse en tener resultados en ellos. Así se podrá decir que los partidos de derecha están entre 40% y 46% de los votos a nivel nacional, como se apresuran a poner como hitos aceptables. Y que sería esto lo que marca el camino del triunfo, de la alternancia en el poder y todo ese discurso que conocemos.
El riesgo que se asume es bastante alto. También el de tener caídas importantes. Aunque, ciertamente, una sabia elección de puntos significativos donde concentrar el esfuerzo le permitiría a la oposición planear una estrategia de defensa y ataque con muchas posibilidades de éxito.
Con esto, el termómetro de la competencia en algunos lugares batirá records. Se sabía que esto iba a ocurrir en la comuna de Santiago. Ahora acontecerá con mayor razón.
Por cierto la derecha no asume estos riesgos adicionales por puro gusto o porque le encante la temeridad. Ocurre que llegó a una situación de tal peligro para su abanderado que, simplemente, o tomaba el camino de provocar una competencia polarizada o renunciaba a ser una auténtica alternativa de poder.
Este nuevo cuadro debe ser asimilado con prontitud por la Concertación. Debe hacer muy bien su trabajo, evitar los errores, los entrampamientos y las pérdidas de tiempo. Entra de lleno a la competencia dura.
Esto no es malo para la Concertación. Si se hubiese estado preparando para una derecha débil, dividida y enredada en querellas que a nadie importa mucho, entonces estaríamos en un escenario poco prometedor para la alianza de gobierno. Pero sus partidos se preparan para ganar a la derecha.
La derecha es ahora más autoritaria y menos diversa. Y está dirigida por un grupo que solo subsiste si gana. Si no lo logra, habrá muchos esperándolo... no para felicitarlo.
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