viernes, abril 02, 2004

El harakiri de los samuráis

El harakiri de los samuráis


Al parecer, los operadores en la derecha tendrán que tomar lecciones acerca de cómo hacer las cosas mejor. Si pensaron en dar un golpe interno para afianzar la candidatura de Lavín, sin duda no lo lograron. Tampoco poner a los partidos al servicio de la candidatura. Luego, del descabezamiento de los partidos, la postulación de derecha no goza de mejor salud.

Las encuestas telefónicas disponibles tienen resultados más bien lapidarios al respecto. Los promotores de la operación son mal evaluados, y la adhesión al candidato de la derecha se debilita. Y, sobre todo, las candidatas mejor posicionadas de la Concertación parecen experimentar un salto luego de la actuación del alcalde de Santiago frente a los partidos de la Alianza.

¿Cuánto afectó a Lavín su reciente incursión en política en el papel de duro interventor?

Las mediciones pueden discutirse, pero las tendencias no. Es muy difícil defender que todas las mediciones están simultáneamente equivocadas. La tendencia es clara: terminada la elección presidencial de 2000, el actual alcalde era visto como el más seguro reemplazante de Lagos en La Moneda.

Ahora vuelve a ser un postulante con posibilidades de ganar, pero compitiendo con dos figuras que amenazan con desbordarlo. En el momento en que la Concertación defina su apoyo a una sola persona, Lavín dejará la delantera en la carrera presidencial.

Quizás Lavín sea la misma persona que conocimos en su mejor momento, pero está cambiando de posición en el mapa político que el ciudadano común guarda en su cabeza.

Al inicio de este gobierno, Lavín dependía de lo que él mismo hiciera para mantener su imagen de próximo presidente. Ahora todo parece depender, en primer lugar, de lo que ocurra en la Concertación.

No sería justo decir que Lavín y su estilo aburren, pero ha ido perdiendo encanto. En Las Condes era una fuente de noticias positivas e innovadoras, alejado de las maniobras políticas y de los juegos de poder. Hoy se parece más a la figura del político tradicional, embarcado en maniobras rudas sin generar iniciativas que den que hablar a todos.

Lavín es cada vez más candidato y menos alcalde. Al revés, Michelle Bachelet y Soledad Alvear, que se mantienen en sus tareas cotidianas, concitan creciente interés y adhesión.

En política todo lo que ocurre suele ser atribuido a la acción premeditada de un grupo. Pero en estos casos lo que está pasando no tiene que ver con las decisiones de directivas partidarias o de grupos influyentes, sino con algo que está pasando con la gente.
Por ahora se puede decir que si Lavín se mantiene donde mismo (o algo más atrás) y emergen figuras nuevas con mucha fuerza, es porque no está respondiendo a necesidades y anhelos nuevos.

Esta recomposición de las preferencias está asociada con movimientos profundos en nuestra sociedad, que trascienden las tácticas de coyuntura.

La asesoría de los actuales samuráis no ayuda en nada a mejorar la posición del protegido. Habrá que ver que ocurre con Lavín en cuanto líder de la Alianza. Y hay que distinguir entre el mayor orden que muestran los partidos y la capacidad de conducción de Lavín y su equipo de campaña.

El mayor orden está más relacionado con la recuperación de direcciones internas, que con una aceptación general del método para intervenir de Lavín. De hecho, la intervención fue traumática para los dos partidos, sobre todo para RN, de la cual ha costado recuperarse.

¿Cuál es la alternativa a los golpes de fuerza? Por cierto, la negociación entre los actores implicados. Ese fue el camino que se abandonó en el último episodio, para asumir costos que ahora empiezan a quedar al descubierto.

El camino de la negociación ayuda a reducir los espacios de incertidumbre. En cambio, cuando se usa la fuerza, no quedan más “argumentos” que emplear. Se apuesta al derrumbe de los afectados, pero si ello no ocurre, lo que se consigue es un problema nuevo sin haber solucionado el anterior.

Si alguien se cree con el derecho de poner y quitar dirigentes, por lo menos tiene que tener plena certeza del efecto de los reemplazos.

Ahora, si los dirigentes de reemplazo comienzan a actuar con una agenda independiente, sin someterse a los requerimientos de los superiores, entonces el resultado final no fue el mejor para el interventor.

Los partidos de derecha lograron sobreponerse al intento unilateral de dirigirlos desde fuera, y dan muestras a diario de que piensan cuidar su autonomía, aunque sin desvincularse del candidato presidencial.

Los adversarios de la derecha creen que no hay que preocuparse mucho de ella, porque juega tan mal “que se marca sola”. Es cierto que tiene más recursos que méritos, pero los primeros le permiten recuperarse rápido.

La negociación municipal está concluyendo en la Alianza y en la Concertación. La derecha empieza con dos partidos, un candidato y unos samuráis. Los partidos sobrevivirán pase lo que pase, el candidato terminará en La Moneda o en su casa.

El destino de los samuráis es más dramático: si el candidato pierde, ya no tendrán señor al cual servir y los partidos no los reconocerán como propios. Entonces, el harakiri político será quizás una alternativa forzosa.