El leninismo en versión UDI
El leninismo en versión UDI
Una de las mejores cosas que le puede pasar a la democracia es que los partidos políticos se fortalezcan. Pero esto no parece ocurrir en Chile. Se dan recuperaciones parciales, sin una puesta al día en el conjunto de los aspectos vitales de estas organizaciones.
La UDI también se sumó al cuadro de partidos con problemas, aunque por razones diferentes. Tardó, porque con su modelo piramidal y cerrado de funcionamiento era casi impermeable a los ataques externos. Esto se vio reforzado al inicio de la transición por su aislamiento de los actores relevantes, que la veían como un movimiento extremo, sobreviviente del pinochetismo.
A lo único que estaba expuesta era a una falla que proviniera desde la cúspide. Y fue esto lo que ocurrió. Se suele poner el caso Spiniak como el punto de partida de este proceso de desgaste, aunque los síntomas de deterioro venían de antes, desde que la confianza en sus propias capacidades y la conciencia de sus fortalezas dejaron de ser contrapesadas con una percepción igualmente lúcida de sus debilidades.
Al observar al liderazgo de la UDI en lo que va del gobierno de Lagos, hay una rara sensación de asistir al desborde de sus características más marcadas. Hasta la campaña de Lavín, predominó entre sus líderes el fortalecimiento de la organización, la ampliación de su presencia territorial en los sectores poblacionales de las grandes ciudades. Respecto de este tiempo puede aplicarse la frase de Radomiro Tomic sobre el PDC: “nadie es más grande que el partido”. Sin embargo, esto llegó a su fin cuando el gremialismo logró alcanzar la supremacía como partido individualmente considerado.
Longueira realizó una serie de audaces maniobras políticas que lo perfilaron como un hábil conductor. Sorprendía a amigos y adversarios. Pero se dejó llevar por su propia opinión y sus ideas, sin esperar el consenso interno. Cuando siguió con este modo -en un ambiente de fuerte tensión- y con una evidente extenuación física y psicológica, terminó por perder gran parte del prestigio que había ganado.
Recién instalada la nueva directiva, lo primero que hizo Jovino Novoa fue hablar del caso Spiniak, denunciar una maniobra política de destrucción de imagen y atacar al gobierno sin matices.
Lejos de los buenos tiempos, la UDI vuelve a cerrarse en torno a sí misma y deja de innovar, porque comienza a ver al país a través de las necesidades, de los temores y de los prejuicios de su partido y de sus dirigentes. Hay un desplazamiento desde los objetivos más trascendentes a los más inmediatos, de los de mayor proyección a los de defensa corporativa. Hay un ciclo que se cierra.
La originalidad de la obra de Jaime Guzmán fue que, concientemente, imitó la forma de organizarse de sus adversarios para combatirlos. La UDI, en parte, es como la Falange para combatir a la DC, o el MAPU de los tiempos de la UP, el partido de cuadros que intentaba sobrepasar a los partidos de la izquierda socialista y comunista. Así, un militante de la UDI es como un comunista de misa diaria, como un MAPU al que le carga el socialismo renovado, y como un DC que sueña con que el centro político desaparezca. Todo junto.
Esto explica por qué quienes son atacados por la UDI tienen la extraña sensación de que algo conocido los golpea. Tanto vapuleo despiadado les recuerda el hogar y hasta la añoranza de los viejos tiempos. Al ser atacados por los gremialistas, los miembros de la Concertación sienten tanto mal trato como si estuvieran “en la interna” con los “compañeros” o “camaradas”. Ese es el aire que resulta tan familiar.
Los mismos gremialistas se denominan el último partido “leninista” que va quedando. De alguna manera lo son, claro que en versión Opus Dei.
El problema está en que al adoptar una organización clásica de izquierda para potenciar una opción de derecha, también se adquieren sus males. El cuadro es conocido. La autocrítica de quienes fueron actores en los países del “socialismo real” señala que el papel que se quería que cumpliera el pueblo fue ocupado por el partido; que la conducción llegó a recaer en el comité central y, finalmente, en el secretario general que terminó por concentrarlo todo. Entonces, cuando se maleó la cúspide no cayó un líder, cayó la estructura completa que solo podía defenderse desde el mismo lugar en que se estaban generando los problemas.
La historia nunca se repite, pero ilustra. Los procesos políticos son largos y los efectos se dejan sentir con retraso. Por ahora, la UDI no parece tener problemas, salvo el secretario general, como diría un comunista.
Pero este no es cualquier problema. El gremialismo empezó a tener fuertes dolores de cabeza, con alucinaciones, delirios de persecución y repetición de temas, vengan o no a cuento. Esto es preocupante, porque no se repuso de la crisis derivada del cambio obligado de liderazgo. El malestar en la UDI continúa, pero de otra forma.
Tal vez otra frase de Tomic se le termine por aplicar a la UDI cuando estos días se vean retrospectivamente: “la derecha ha quedado herida en el ala”. Y tuvo razón. Tal vez la vuelva a tener ahora.
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