viernes, mayo 07, 2004

Los pecados del populismo

Los pecados del populismo


El populista tiene algo de sobrecogedor. Al escarbar un poco en su superficie, lo que se encuentra es el vacío, la falta de propuestas -que es el sentido de la política- nada más que el afán por el poder mediante el recurso de halagar y “dar en el gusto” a los electores a cualquier costo. Su única fidelidad es con los indicadores de popularidad.



El populismo sacrifica lo que tiene valor permanente en aras de lograr un provecho inmediato. Los populistas tienden a no considerar las consecuencias duraderas de sus acciones: buscan obtener ventajas aquí y ahora.

En situaciones normales, esta actitud puede pasar inadvertida. Pero no en momentos complejos, cuando las repercusiones de lo que se hace importan mucho. Entonces el populista queda al descubierto como lo que es: un peligro para la estabilidad democrática. Ni siquiera sirve para defender los intereses de los grupos poderosos.

La crisis del gas pone al país en una situación difícil. Nuestro objetivo común es influir en la toma de decisiones en Argentina, para que su gobierno cambie su posición en este caso. Cualquier otra cosa nos perjudica. Pero hay algunos que no han encontrado nada mejor que aprovechar las circunstancias para incidir en la elección presidencial próxima. Si las instituciones son afectadas, es algo que los tiene sin cuidado.

Se nota enseguida cuando un populista entra en debate, porque ni se esfuerza por dar coherencia a sus argumentos con aquellos que utilizó en el pasado; y aunque pareciera centrarse en la solución de problemas, en realidad ataca a las personas. Nunca presenta una solución seria, sólo exige dureza.

El populista tiene dos caras. Una es casi angelical y siempre sonriente, la del candidato mismo. Pero, para saber en lo que está realmente centrado hay que poner atención a lo que dicen y hacen sus lugartenientes. Estos realizan el trabajo sucio y lanzan los ataques sin mascaras y sin contemplaciones.

Si hay algo que al populista no le preocupa es exponerse a las mismas críticas que hace; por ejemplo, acusa a la chancillería de improvisación sobre nuestras relaciones con América Latina, a pesar que antes lo criticó por atender en exceso a un barrio del que nos deberíamos apartar.

¿Alguien puede señalar algún gesto del candidato de la derecha que evidencie una preocupación particular por la región? Quizá se mencionaría su viaje a Cuba, pero a este no lo antecedió nada y no derivó en ninguna acción: lo que ocurriera o dejara de ocurrir con Cuba le tenía sin cuidado. Tampoco Castro importaba en cuanto Jefe de Estado, sino Fidel en cuanto figura mediática y el tiempo en cámara obtenido con él. Punto y a otra cosa.

El populista parece puramente liviano porque las propuestas que presenta no brillan precisamente por su originalidad y profundidad. En realidad no lo es. Se le puede calificar de frívolo por su despreocupación. Pero también como despiadado por el abanico de procedimientos que está dispuesto a emplear contra los “obstáculos”: daga para los enemigos y circo para la concurrencia.

El peligro que representa el populista queda patente en el trato que les da a los liderazgos que se le oponen, por ejemplo, el de las ministras. Es el mismo trato destructivo que usó antes con los personajes de su propio sector que brillaban con luz propia y representaban una amenaza.

El populista tiene algo de sobrecogedor. Al escarbar un poco en su superficie, lo que se encuentra es el vacío, la falta de propuestas -que es el sentido de la política- nada más que el afán por el poder mediante el recurso de halagar y “dar en el gusto” a los electores a cualquier costo. Su única fidelidad es con los indicadores de popularidad.

Por esto, el populista no tiene buena opinión de sus electores, a los que trata como seres bastante limitados. Como el flautista de Hamelin, está convencido que basta con tocar la melodía precisa para que bailen al ritmo de su música. La mejor arma contra la banalización de la política es tratar a las personas con respeto y no despreciar su capacidad de discernir.

Los mejores políticos -los estadistas- son los que dialogan con los ciudadanos de un modo que permite que acepten las decisiones complejas de alcance nacional, que piensen en su propia responsabilidad. O sea, que no sólo lo apoyen, sino que lo acompañen en las decisiones.

La irresponsabilidad de Argentina no se puede enfrentar con irresponsabilidad en Chile. El fuego no se combate con más fuego. Si nos dejamos llevar por las respuestas fáciles e histriónicas no vamos a solucionar ningún problema: vamos a agregar otros al que ya tenemos.
¿Resultará la campaña de hostigamiento y desgaste de las ministras? En la derecha, el populismo destruye líderes, como queda corroborado por la experiencia reciente.

La Concertación es otra cosa. Tiene defectos notables, como los que evidencia cuanto intenta torcerle la voluntad a su propio electorado, pero, definitivamente, es otra escuela. Existe antagonismo, pero también cooperación. No destruye sus liderazgos, sino que los ordena. Se escoge a una persona para que la represente, pero las demás no “desaparecen”, sino que colaboran y se suman, siempre y cuando se respeten ciertas formalidades. No está nada mal como diferencia.