La campaña de la derecha
La campaña de la derecha
¿Quién es ahora Lavín? Un no político que saca presidentes de partido; un innovador que se repite; alguien con aire juvenil, pero que ya no lo es… Quisiera ser visto como estadista, pero no logra despegarse del espectáculo. Su imagen tiene contornos más borrosos que antaño, cuando fue considerado como reemplazante seguro de Lagos.
El manejo de los tiempos y la definición de la agenda de debate es clave en una campaña electoral. Manejar el tiempo significa decidir cuándo pueden ocurrir los hechos más significativos y definir la agenda puede incluso hacer que los adversarios se centren en los temas que interesa tratar. Ambos aspectos muestran la capacidad de conducción de un candidato y de su equipo.
Entonces, ¿qué trata de hacer la derecha en estos días? Busca que las candidatas de la Concertación salgan de sus puestos lo antes posible, es decir, en el momento que más le conviene, porque ambas deben su gran aceptación ciudadana a la demostración diaria de que son eficientes en sus cargos.
Pero mientras sigan en el gabinete, muy poco puede hacer la derecha. Por esto, ha opuesto maniobras comunicacionales que -lo saben- terminan siendo muy pobre como respuesta. El juego es adelantarse a los pasos que dan las ministras y aparecer antes con algo muy atractivo de ver por televisión, como el episodio Olivarí-Lavín en Haití.
Estas acciones se pueden hacer bien un número acotado de veces, pues las repeticiones cansan, los modos de actuar se aprenden y, además, generan los mecanismos de respuesta apropiados por parte del gobierno. También conllevan una contraindicación, en la que deben reparar los admiradores de maniobras osadas: lo que su candidato gana es notoriedad en el momento, pero a su vez consolida una imagen que no es con la cual puede ganar la Presidencia.
¿Cuál era la imagen pública de Lavín en la campaña presidencial pasada, más allá de que se ajuste o no al “verdadero” Lavín? Lo que se veía era a un personaje joven, dinámico, exitoso en la resolución de problemas ciudadanos, de lenguaje sencillo, de vida privada irreprochable y con una extensa familia. Nada que ver con el concepto que una persona común se forma de lo que es un político.
Por esto, llegó a ser aceptable que Lavín hablara en contra de “los políticos,” como si fueran personajes con los que él no tenía ninguna relación, cuyas prácticas no compartía y que le generaban disgusto.
En parte podría mantener esta imagen a la espera de la próxima contienda, porque pudo haber perseverado en su impronta de hacedor de cosas y de solucionador de los “problemas reales de la gente”. Por este motivo postuló por Santiago, aunque sabemos cómo le ha ido.
También en gran parte no podría mantener esta imagen en esta oportunidad, porque ya no sería posible que se le excusaran sus explicables deficiencias de un primer momento. Ahora, tendríamos que encontrarnos con un Lavín más maduro, con mayor reconocimiento internacional, con mayor visión de estadista. Tal vez menos innovador, pero más confiable. En suma, alguien que pueda dirigir a la nación. Pero allí radica el mayor problema del estilo que ha seguido.
Lavín se repite y está quedándose pegado en la fórmula que tan buenos resultados le dio otrora. ¿Cuál es el problema de que lo haga? El problema son las ministras.
En la campaña anterior, Lavín corría solo con un estilo novedoso y cercano. La Concertación aparecía más bien como apoltronada en el poder. Luego de ganar en la primaria interna, Lagos se centró en consolidar la Concertación, habló con mayor precaución y perdió naturalidad. Entonces, por el amplio espacio que quedaba despejado, se coló la candidatura de la derecha.
Hoy, el rostro de la innovación es el de las ministras: aportan naturalidad y seriedad, comunican desde la tarea cotidiana y muestran responsabilidad en lo que hacen. Y provocan en Lavín un problema de identidad que, por contraste, lo reubican en la política tradicional, más inexperto y superficial, inevitablemente. La comparación perjudica a la candidatura de Lavín. Algo que él temía en la campaña anterior.
¿Quién es ahora Lavín? Un no político que saca presidentes de partido; un innovador que se repite; alguien con aire juvenil, pero que ya no lo es… Quisiera ser visto como estadista, pero no logra despegarse del espectáculo. Su imagen tiene contornos más borrosos que antaño, cuando fue considerado como reemplazante seguro de Lagos. Hoy es, ni más ni menos, el candidato de la derecha y su discurso se ha reducido al ataque desde la trinchera.
Es probable que, tarde o temprano, aparecerá un discurso más serio y propositivo en la oposición, pero hoy no es la tónica. De creer en todo lo que afirma, insinúa y sospecha la UDI, se estaría ante una coalición de gobierno desgastada, corrupta e ineficiente. Ni Lagos escapa a los ataques. Se trata del regreso de Lavín como “gallo de pelea”, pese a que en su estreno fue desplumado.
La polarización secuestra a Lavín de su papel más cómodo y natural, aunque la vez anterior fue mucho más atacado por sus adversarios, juego que evitó con buen éxito. Ahora él está en el camino inverso y tal vez consiga resultados contrarios.
Así comienza la campaña de la derecha: desenfocada, con un perfil menos definido de su candidato presidencial e intentando desbancar a la competencia antes de que incluso se presente. Tendrá que cambiar si quiere alcanzar su mejor condición para competir.
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