El tiempo de la sospecha
El tiempo de la sospecha
El gobierno está subiendo en el reconocimiento y la aceptación de los ciudadanos. En cambio, la aceptación de la oposición y de su candidato presidencial baja o se muestra estancada. Este es el gran problema para quienes quieren alcanzar La Moneda.
Cuando se confía en los méritos propios y en los del abanderado, el camino es enfrentar al oficialismo con propuestas e ideas. Pero en lo que va del año, esta no ha sido la senda escogida. No deja de ser significativo que el Mensaje Presidencial esté aún sin contestar por parte de la oposición.
La derecha se muestra disconforme, crítica, todo le parece poco. Pero no destaca en la presentación de alternativas. No es su punto fuerte. En cambio, cada semana dispone de una cuota de “escándalo”. No es que todas las semanas exista una situación de cuidado, sino que se presenta así. Sólo publicitar acusaciones sin interés en las pruebas.
Este comportamiento es una segunda alternativa para acortar dicha distancia. Es el camino negativo: intentar quitarle reconocimiento al adversario, con una estrategia de desgaste que mine su prestigio y aceptación pública. Con mucha probabilidad, no tendrá buen éxito. Muestra debilidad respecto de cómo un comando presidencial aborda la competencia. Con estos métodos no se gana la iniciativa política. Cuando el atacado es el gobierno, las miradas se dirigen hacia el en búsqueda de explicaciones, opiniones o réplicas. En cualquier caso, lo que sí se consigue es mantener la atención en el Ejecutivo, y la oposición queda relegada a un segundo plano.
También da cuenta de un comportamiento reñido con los intereses de los mejores candidatos municipales de la oposición. La polarización es muy mala para las campañas municipales de derecha. En la anterior, los candidatos de derecha en varias comunas se cuidaron mucho de presentarse como una alternativa posible para los votantes laguistas. La comuna era una cosa, las opciones nacionales otra. Ahora, Lavín y su comando los deja sin este espacio.
El juego de desgaste termina por consumir a su promotor. Nadie opta por este tipo de campaña cuando tiene pruebas. Los culpables reciben sanciones, no pifias. Tras los ataques no hay el intento de desacreditar culpables. Tan solo culpabilizar a alguien que resulta creíble.
La repetición del “escándalo” semanal genera efectos. Uno de los más obvios es que se aprende a distinguir y a diferenciar. Así, por ejemplo, no es lo mismo un ataque medial que una denuncia. El desafortunado titular de La Tercera -“nuevo escándalo en Codelco”- muestra hasta dónde puede llegar la ansiedad por lanzar ataques sin controles ni chequeos.
Una denuncia es lo mismo que una acusación responsable, en la que alguien pone la cara para respaldar sus dichos. En las denuncias, alguien pone la boca para que algo suene mal. Si lo dicho es verdadero o falso, no es para aceptarlo de inmediato sólo porque alguien lo afirma. Una acusación tampoco es sinónimo de pruebas valederas ni constituye sentencia.
Con este tipo de trabajo corrosivo, en fin, no se prueba nada, porque sólo se busca instalar la sospecha contra las autoridades. Se siembra cizaña para cosechar desconfianza. Nadie puede estar muy orgulloso de dedicarse a este trabajo de alcantarillas. Pero es lo que se tiene y se hace.
Hay otro elemento que permite mostrar hasta dónde tal conducta constituye un error. Se recordará la reacción inicial de descontrol de la UDI ante una denuncia genérica que involucró a algunos dirigentes en casos de pedofilia. De inmediato, la atención pasó de la investigación de un hecho a demostraciones desusadas de indignación de ese partido. La vorágine de desmentidos, presiones, actitudes agresivas, reuniones de emergencia y hasta visiones sobre el más allá, parecía no tener salida.
El gremialismo no se recuperó por su propia capacidad, sino por agotamiento. Para los observadores externos, quedó una sensación extraña. El transcurso normal de la investigación, ha empezado a alejar las sospechas. Pero como la UDI reaccionó de modo tan desusado, sus dirigentes dejaron la impresión de que se había tocado un área sensible, que los puso muy nerviosos y hasta descontrolados. Definitivamente, no hicieron un buen papel.
Esto se explica, en parte, por la presentación pública que el gremialismo siempre hace de sí mismo: el que dicta las conductas morales del resto. Sus líderes siempre tienen un cierto aire de infalibilidad ética, de allí lo difícil de digerir que les resultan las fallas y las faltas.
La Concertación y el gobierno no tienen por qué adoptar esta línea de conducta. El oficialismo nunca se ha presentado como perfecto. Sus aliados permanentes han sido la transparencia y la incorporación de más y mejores procedimientos. Por esto, es confiable en medio del rumor y de la sospecha. En medio de problemas y crisis, mantiene un apoyo considerable. No tendría por qué no seguir teniéndolo.
Entramos en una etapa de competencia dura. Ella se ganará más por hacer una buena política que una mala prensa.
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