viernes, julio 16, 2004

Las figuras emergentes

Las figuras emergentes


En nuestros días, se hace más acuciante la necesidad de acortar distancia entre la vida cotidiana de los chilenos y la forma en que se practica la actividad política. La forma más eficiente de lograrlo es renovar significativamente la dirigencia de los partidos. Esto, más que un asunto de edad (que es lo de menos), apunta a superar las demostraciones más palpables de anquilosamiento.

Dos signos dan cuenta del desgaste de nuestra dirigencia política: su profunda convicción de que conoce perfectamente lo que el país requiere (y que coincide con lo que está haciendo ahora), y que nada nuevo o por conocer puede ser superior a lo ya conocido. Por estas razones -por ejemplo- pudo pasar tanto tiempo sin que se aprobase una ley sobre divorcio, o que no se atendiera como es debido a las familias tal como las tenemos hoy en Chile. Estas cosas se suponía que podían esperar, porque las prioridades del país no las ponen los ciudadanos, sino los que parecen saber qué es lo importante. Tal desajuste es más evidente en el tema de las candidaturas presidenciales.

Las personas que se ven más favorecidas en las encuestas son las que menos impresionan a la ya antigua clase política. Es notable cómo algunos de sus integrantes se refieren a las ministras. “¿Qué haremos con las niñas?” es algo que se escucha y no en tono de broma, sino de auténtica desazón. Este es el caso de percepción más notable entre los instalados con comodidad en la dirección del sistema y quienes creen que aún hay innovaciones por llevar a cabo.

Quienes hacen del pasado su norma de conducta, han dictaminado que las ministras o las figuras más jóvenes mejor posicionadas no pueden llegar a la jefatura del Estado. Son “liderazgos inviables”, porque parecen dudar, porque no se les atribuye el tonelaje político de otros, porque no tienen equipos de respaldo. Tienen el íntimo convencimiento de que se trata de espejismos, que se parecen a liderazgos, pero que no lo son. Por esto, son –para ellos- opciones que no llegarán al final, quedando en el camino apenas las condiciones cambien; es decir, apenas se acerquen las decisiones propiamente tal. En ese momento se develarían como efímeros fenómenos mediáticos, sin los puestos que le dan existencia visible, pero como en préstamo.

Con esta visión, no falta la figura política que se prepara para el escenario del vacío de poder, en el que se tenga que recurrir a los más experimentados de los que queden en pie y no a los mejor posicionados. Pero esta aproximación tiene como dificultad de fondo que lo que se analiza no es lo que pasa, sino lo que ciertas anteojeras permiten ver. Sucede que en su visión simplemente no puede ser que “las niñas” o “este cabro” los superen en ningún aspecto y ¡menos en lo propiamente político!

Pero hay una constatación que no se puede escabullir. Las figuras de la Concertación mejor posicionadas en las encuestas no están allí por casualidad, sino porque tienen los méritos para destacar. Siempre hay algo de enigmático en el apoyo a una persona en particular. Pero el mayor enigma nacional no es este, sino por qué otras figuras opacas y deslucidas han podido alguna vez ocupar primeros planos.

Dado que estas figuras tienen merecimientos suficientes, lo que queda por ver es si llegarán al final de la carrera. Y la respuesta -para el que quiera ver- es, por supuesto, que sí llegarán. Primero, porque es simplemente notable que hayan tenido la suficiente habilidad para convencer a tantos que aún están en la duda. Segundo (pensando sólo en las ministras): ¿alguien ha apreciado algún movimiento en ellas que no se dirija o sea compatible con llegar a la Presidencia?

Tanto Soledad Alvear como Michelle Bachelet se han dado cuenta de que la principal aliada para sus aspiraciones no son los cercanos o los amigos, sino precisamente la otra. Al ser figuras emergentes, no faltan quienes en sus respectivos sectores tratan de cooptarlas o de ayudarlas a nadar poniéndole anclas alrededor del cuello. ¿Hay algún momento en que hayan actuado sin coordinación?

El país quiere la aparición de nuevos liderazgos, aunque no calcen bien con el contexto anquilosado en el que se desenvuelven. Los dirigentes políticos tradicionales perciben este peligro. Saben perfectamente que terminarían desplazados si el cuadro político se ordena a partir de las nuevas figuras.

Se suele escuchar que las figuras emergentes son débiles. No lo son. Se trata de liderazgos cercanos, empáticos, telegénicos, experimentados y hábiles. Aparte de las figuras conocidas, ¿cuántas otras tienen las mismas características? Pocas. La pregunta que predominará, al final, será qué harán las “niñas” con ellos y no qué harán ellos con ellas.

No es fácil percibir la fuerza de las ausencias. En la buena política ocurre que las carencias se empiezan a acumular. Los temas importantes sin resolver penan. La falta de comunicación efectiva con los ciudadanos generaliza un cierto malestar hasta el día en que no dé para más. El problema es que ese día está cerca.