viernes, julio 09, 2004

Caso Pinto: me basta con la justicia

Caso Pinto: me basta con la justicia



En pocas horas, la noticia de la citación a declarar del alcalde de Valparaíso, Hernán Pinto, sacudió al país. El proceso fue más largo para quienes se fueron enterando, con alguna antelación, en círculos del gobierno y de la Concertación. Las reuniones de evaluación se sucedieron. De allí al momento en que la noticia fue pública, las horas transcurrieron con la lentitud que solo la tensión puede provocar en quienes la padecen.

Según las apariencias, todo desapareció con la misma velocidad con que se dio a conocer. El citado, declaró y se fue para su casa. Pero lo que fue el fin del episodio no parece ser el fin del relato, sino un remanso.

Tal vez sea por la petición de suspensión de la militancia por parte de Pinto, tal vez por lo largo de los análisis previos, quizá por la reacción de su partido, o tan solo por la renuncia a la candidatura a la reelección por Valparaíso. Por un poco de todo, esto se parece más al fin del principio. O quizá solo sea un efecto de una impresión demasiado fuerte.

En cualquier caso, resulta sorprendente lo que se puede aprender colectivamente en pocas horas cuando lo que está en juego es importante, incluso más allá de los actores que entraron en el campo de visión del escrutinio público.

Quedó claro que tenemos bastante aprendido y que no se debe reaccionar como si estuviera todo aclarado. Luego de meses en que tantas personas conocidas han sido involucradas públicamente en casos de alto impacto, sabemos que es indispensable realizar diferencias.

Sabemos que no es lo mismo una denuncia por los medios que una acusación, porque la primera ni siquiera requiere hacerse plenamente responsable de cada cosa que se presenta con características de escándalo o delito.

Hemos aprendido a distinguir entre una denuncia y tener pruebas que la sustenten y entre tener pruebas de algo y dirigir grados de responsabilidad, juicios terminados y procesos concluidos. Ahora hay que agregar que ser citado por un juez en un caso donde se investigan conductas deshonestas, no es lo mismo que saber que el citado realizó él mismo esas conductas.

También nos hemos percatado de la gran diferencia que se produce cuando el ejercicio de la justicia va desligado de la alimentación de la sospecha como práctica cultivada. Hay que alabar a Sergio Muñoz Gajardo que sea un buen juez y un hombre prudente. Hemos adquirido conciencia sobre la diferencia de llegar a declara sin estar previamente catalogado en público en un sentido u otro. Pasaron pocas horas desde que Pinto declaró y en que los medios dieron a conocer su citación.

El actuar del juez tuvo una réplica igualmente mesurada de los medios. La información que entregada “sin ponerle ni quitarle”. Por esto, Pinto declaró ante la consternación pública, pero no ante una predisposición pública, generada por alguien y amplificada por otros. Pudo responder él por lo que hubiera hecho o dejado de hacer. No su familia en el vecindario, no su esposa en la calle, no sus hijos en colegios y universidades. Alguien se preocupó de separar justicia de farándula, ¡y cómo se nota cuando pasa!

Este episodio permite preguntarnos sobre el tipo de comportamiento que puede esperarse de cada cual en futuras situaciones similares.

Repetimos: sobre el caso del alcalde Pinto nada podemos decir, porque nada sabemos. Pero, puestos en el caso futuro de una situación similar, en que un involucramiento inicial en un proceso pasara por todas las etapas que llevan a comprobar una culpa y un delito, entonces los ciudadanos tienen derecho a saber cual conductas asumen quienes tienen puestos públicos. No se puede anticipar, por cierto, cómo se sentirá cumpliendo con su deber y su conciencia, porque el dolor puede ser mucho, pero sobre las acciones a seguir no hay duda.

Humanamente la situación es de las peores. Se trata de personas a las que creemos conocer, con las que se ha compartido ideales y luchas, penas y alegrías. Si la palabra confianza tenía un significado para nosotros, es en relación a este tipo de personas. Y luego nos enteramos que tenía una vida doble. Que su otra faceta nos horroriza. El desconcierto es completo y no sabemos a qué atenernos. Los caminos se separan. Sus propias acciones dan alcance a su instigador y victima. Para el involucrado lo que sigue es la justicia y la sanción de su responsabilidad.

Para los demás, la responsabilidad recién empieza. Los otros no pueden ser corresponsables de lo que desconocen. Pero comienzan a serlo desde el instante en que son informados. En ese momento -para el país- el mayor daño que se puede provocar no se detiene en los afectados en particular; puede alcanzar a una pérdida amplia en la fe pública. Si estábamos equivocados en un caso, podemos estar equivocados en muchos.

Este es el momento decisivo. Las conductas pervertidas existen. Pero la rectitud también y, como nación, queremos que ésta predomine. La recuperación de la confianza es lo que debe conseguirse. No sirven para nada los cálculos pequeños ni ninguna consideración de política de trinchera.

Los que tienen poder lo tienen como representantes de la gente, a quien se debe servir con completa transparencia y sacando las consecuencias políticas de comparar el código de ética predicado y compartido con las conductas efectivas.

Hay algo más que decir. Esto lo entenderán quienes padecieron la dictadura más que haciéndola funcionar. Recordarán la crítica cruzada desde todos los medios cada vez que se quería denostar y destruir a un disidente. Todo se podía decir de él, nada se podía contestar.

Quienes vivieron esta experiencia desarrollaron una fuere aversión a golpear sobre seguro, estando uno postrado y a merced del que quiera agredir y escupir.

Un tipo de bajeza no se enfrenta practicando una bajeza distinta. Ahora no es el caso, pero si llegara el momento, nada bueno se podrá decir de los que gustan participar de las crucifixiones de figuras públicas.
A mi me basta con que la ley rija para todos, proteja a los débiles y alcance a los poderosos cuando corresponda. Me basta que no haya excusas, ni se intente proteger lo indefendible. Me basta la democracia vivida y la fe pública recuperada.