viernes, marzo 26, 2004

Lavín, entre igual y peor que antes

Lavín, entre igual y peor que antes



Las medidas de fuerza despiertan la admiración de quienes gustan de las soluciones rápidas y expeditas, sin importar el costo. En la derecha, este tipo de reacción era común durante la dictadura de Pinochet y recuerda la admiración incondicional que en ciertas personas despierta aun el general.

Pero algo parece haber cambiado. La evaluación pública de la operación de Lavín para descabezar a los partidos de derecha no ha sido de las mejores. El Mercurio publicó el domingo 21 una encuesta en la que destacan tres aspectos clave para saber el efecto de los últimos acontecimientos: la imagen de Lavín se mantiene igual para más de la mitad de los entrevistados y empeora para un número importante de personas; sus posibilidades de ganar en 2005 permanecen igual -incluso, disminuyen para un tercio de los entrevistados-; y una contundente mayoría considera que la salida de Piñera y Longueira no resolverá los problemas de la Alianza.

En otras palabras: la operación para salvar la candidatura mantiene la duda sobre la calidad del liderazgo de Lavín. Subsiste la inquietud sobre sus posibilidades de ganar y, peor, se tiene el convencimiento de que no solucionó los problemas de fondo del conglomerado. Algo bien distante de la respuesta admirativa que se esperaba.

Es posible que la conducción política de la derecha haya pasado a un comando y a un candidato dentro de él (tal vez en ese orden); es decir, la responsabilidad de lo que pase fue adquirida por expropiación casi en exclusiva por un número limitado e identificado de personas.

Para quienes están envueltos en esta operación, es una apuesta sin camino de retorno. No se trata de romper lealtades, desestabilizar organizaciones políticas, dejar incógnitas fuertes sobre la corrección del propio comportamiento y luego de volver a fojas cero.

Lamentablemente, no solo han quedado atrapados en una fuerte apuesta sino en un estilo de hacer política que corrió los límites de lo que estaba permitido entre nosotros. Pero los acontecimientos en Renovación Nacional dan cuenta de que las reacciones surgen de donde menos se espera.

Tómese en cuenta que el curso de acción más esperado era que Allamand, con el aval de Lavín y sin contrapeso interno, llegaba a ordenar la casa del modo más indoloro posible. El ex diputado se disculpaba, mostraba las ventajas de una interlocución más fácil con el gremialismo. Luego se elegía una figura de consenso interno, conciliador y de confianza para calmar las aguas. Por último (pero no lo menos importante), se procedía a una rápida designación de la plantilla municipal, augurando lo mismo para la parlamentaria, y la figura de Allamand se proyectaba como la segunda en importancia de la derecha y el más probable sucesor de Lavín.

Un diseño perfecto en el papel, grosero en su implementación, pero impecable en sus resultados finales. Al fin hasta los mismos vapuleados volverían al redil, rindiéndose ante la evidencia de los buenos resultados.

Demasiado perfecto, porque no fue un diseño que se propuso sino que se impuso sin apelación, que dejó la persuasión para después. Además, desestimó la capacidad de respuesta de los que no aceptaron ser tratados como peones del juego, sujetos pasivos del designio de líderes preclaros.

Ironías de la política. Allamand desesperó de su propia obra. Le pareció que no había calado la idea de institucionalizar su partido. Por eso cambió de aliados. Y cuando lo hace, los militantes de RN se rebelan a que otros decidan por ellos. Cuando la obra maduraba -y los conversos eran muchos-, el profeta perdió la fe.

¿Qué pasará? Habrá que esperar pocos días para conocer los resultados. Pero los primeros pasos dados por la candidatura de Sergio Diez parecen atinados. Se presenta como un adherente a Lavín y un protector de la autonomía de su partido. Una posición que genera pocos anticuerpos y que resulta de aceptación interna. La lista de Baldo Prokurica tendrá que presentarse con igual prudencia.

RN da una buena señal al huir de la polarización y reemplazar su dirigencia recurriendo a los canales formales. Cualquiera sea el resultado -acuerdo antes de las elecciones o definición por votos-, el paso está dado. Si sale una solución aceptable para los bandos, RN estará empezando a ser un factor moderador del gremialismo. Lo más importante ha sido el rechazo de un partido a ser subsumido por el poder de decisión de un comando de campaña.

Lo que suceda tiene interés más allá de los límites de la derecha. Si RN no logra superar la prueba, el control del comando de Lavín llevará a una polarización temprana de la campaña, pues tiene mucho que ganar, todo que perder y una sola oportunidad para lograrlo.

Pero, ¿qué pasa con los operadores de Lavín y con él mismo? Sus perspectivas no son muy tranquilizadoras. Vencieron, pero no convencieron. Ni siquiera lo primero está afianzado.

La incógnita que se abre es si el abanderado se perderá en jugadas de coyuntura o si podrá dirigir a su alianza en la presentación de un proyecto político. Las opciones están igualmente abiertas. Aunque es difícil que cometa errores gruesos, tampoco tiene aciertos notables.

El tiempo pasa, Lavín sigue donde mismo y sus adversario s mejoran posiciones y amenazan con desbordarlo. Nada tranquilizante.

viernes, marzo 19, 2004

La derecha después del golpe de fuerza

La derecha después del golpe de fuerza



La candidatura de derecha logró evitar un temprano deterioro de sus posibilidades electorales, pero pagó un costo. En el rescate deterioró bienes permanentes como la fortaleza institucional de sus partidos y la aceptación de la diversidad interna.

La derecha tiene cierta debilidad por los golpes de fuerza, pero también menos experiencia en recibir sus efectos. Sus analistas y principales líderes han visto que la candidatura corría peligro y que actuó para superar una crisis, que amenazaba con hacerse inmanejable.
Estrictamente, se salvó Lavín y su comando. Pero está por verse qué sucederá con los partidos, cuya capacidad de decisión interna, en especial RN, fue intervenida de un modo brutal.

No cabe duda que quienes participaron de esta operación creen contar con todo el tiempo a su favor para restañar las heridas y producir en sus filas la concordia o el sometimiento. A primera vista, parecen tener razón. El problema está en que incluso para someterse se requiere preservar orden y disciplina.

Paradójicamente, Lavín necesita ahora la solidez orgánica de RN para no tener nuevos problemas en el futuro. Pero precisamente fue su frágil institucionalidad -a duras penas mantenida por años- la que recibió un golpe demoledor. Si hasta ahora RN no ha podido solucionar los problemas que derivan de su inestable convivencia, menos lo hará tras la arrolladora intervención de un UDI, aunque se presente aliado con la otrora víctima predilecta del gremialismo.

El uso de la violencia en política nunca queda impune y lo que acaba de ocurrir en la derecha ha sido muy violento. Se trata de una historia que recién empieza. Pero resulta fácil de constatar que la derecha dio una clara demostración de que no sabe usar la diversidad a su favor. El candidato simplemente no supo cómo manejar la pluralidad interna. Los liderazgos partidarios lo superaron, y optó por eliminar políticamente a los que piensan distinto.

Los primeros efectos se sintieron de inmediato. En el caso del nuevo directorio de TVN, la Alianza veta a un liberal porque no se ajusta a los dictados de su comando de campaña. Esto es muy significativo porque tras la derrota de los partidos, en la oposición el centro de poder es el comando de Lavín, ni más ni menos.

Esto no es nada nuevo, porque los partidos no son reemplazables de un día para otro en su rol articulador y menos por una estructura cerrada, sin controles y con una limitada visión especializada en la contienda electoral.

El comando presidencial de la derecha significa de inmediato una mayor polarización y el inicio de la competencia política general. Esto traerá fuertes consecuencias, entre ellas, el predominio de la carrera presidencial por sobre cualquier otro proceso de corto alcance. Lavín dijo que “con esta reingeniería” -así llamó al descabezamiento de los partidos- “comenzó la campaña presidencial”.

El anuncio de Lavín da un tono particular de elección nacional anticipada a la definición municipal de octubre. Se entendería si la oposición fuera a obtener más votos, más alcaldes y más concejales, pero nada de eso va a ocurrir.

Para este tipo de estrategia queda solo una opción: definir algunos lugares como “emblemáticos” (comunas grandes, significativas y de figuración nacional) y concentrarse en tener resultados en ellos. Así se podrá decir que los partidos de derecha están entre 40% y 46% de los votos a nivel nacional, como se apresuran a poner como hitos aceptables. Y que sería esto lo que marca el camino del triunfo, de la alternancia en el poder y todo ese discurso que conocemos.

El riesgo que se asume es bastante alto. También el de tener caídas importantes. Aunque, ciertamente, una sabia elección de puntos significativos donde concentrar el esfuerzo le permitiría a la oposición planear una estrategia de defensa y ataque con muchas posibilidades de éxito.

Con esto, el termómetro de la competencia en algunos lugares batirá records. Se sabía que esto iba a ocurrir en la comuna de Santiago. Ahora acontecerá con mayor razón.

Por cierto la derecha no asume estos riesgos adicionales por puro gusto o porque le encante la temeridad. Ocurre que llegó a una situación de tal peligro para su abanderado que, simplemente, o tomaba el camino de provocar una competencia polarizada o renunciaba a ser una auténtica alternativa de poder.

Este nuevo cuadro debe ser asimilado con prontitud por la Concertación. Debe hacer muy bien su trabajo, evitar los errores, los entrampamientos y las pérdidas de tiempo. Entra de lleno a la competencia dura.

Esto no es malo para la Concertación. Si se hubiese estado preparando para una derecha débil, dividida y enredada en querellas que a nadie importa mucho, entonces estaríamos en un escenario poco prometedor para la alianza de gobierno. Pero sus partidos se preparan para ganar a la derecha.

La derecha es ahora más autoritaria y menos diversa. Y está dirigida por un grupo que solo subsiste si gana. Si no lo logra, habrá muchos esperándolo... no para felicitarlo.

viernes, marzo 12, 2004

El estilo integrista de la UDI

El estilo integrista de la UDI


La mayoría de las personas se esfuerza a diario por ajustar su comportamiento a los principios que profesa. Con suerte variable, pues no es fácil la consecuencia. Sabemos que las caídas abundan. Por esto, aún defendiendo una posición ética y política, somos capaces de reconocer en nuestros adversarios partes de la verdad y la rectitud.

Muchos de los que lo vivieron miran con nostalgia el pasado anterior al golpe militar. Consideran que venimos de una época donde los ideales contaban. Me parece un error de apreciación. Nos gustaría recordar una época a la que se le ven todas sus luces y sus sombras.
Lo primero que viene a la mente es la explosión de vitalidad que se experimentaba, la sensación de que los anhelos colectivos parecían tocar la realidad.

Pero si hay algo que fue moneda corriente en la etapa previa a la pérdida de la democracia, y que hoy no tenemos, es la pretensión totalitaria de ser poseedores de la verdad, de “saber para dónde va la historia” y hacer lo que queramos con los que piensan distinto.
Ahora somos menos pretenciosos y menos arrogantes. Hemos sufrido la tentación totalitaria y reconocemos los síntomas en otros.

Hoy los totalitarios son los integristas. Vale la pena recordar sus mecanismos. Para ser integrista se necesita creer que se posee la verdad. Se tiene la representación de Dios (la historia, la nación, la clase, el progreso, etc.) en la Tierra. Los demás viven en algún grado de error, a veces sin saberlo. El país y el mundo están sumidos en el pecado. Y hay que redimirlos sin reparar en pequeñeces ni detenerse a la primera dificultad.

El integrista tiene intenciones puras. Nunca deja de hacer referencia pública a sus propósitos redentores. Se emociona sinceramente con las injusticias del mundo. Semejante sensibilidad no tiene nada de raro. Robespierre, por ejemplo, lloraba conmovido al ver deshojarse una flor, para luego firmar un decreto que mandaba a la guillotina a los “equivocados”. Una cosa no quita la otra.

El integrista plantea los límites de acción en estos términos: siendo yo y mis amigos tan buenos, conociendo la verdad y queriendo que ella se practique en todo lugar, ¿qué haremos con los que se nos resisten?
Siempre se llega a la vieja pregunta “¿cuáles son los derechos del error?” Desde la perspectiva integrista, bien pocos. Por el propio bien del “equivocado”, del país y de las nuevas generaciones, hay que forzarlos -les guste o no- a entrar en la buena senda.

El integrista es fanático en el pensamiento y el mesiánico en la acción. Lo que lo hace tan malo es el creerse tan bueno. Se da licencias de conducta que no se permitiría ninguna persona con una opinión más matizada sobre sí misma.

Acabamos de ser testigos de un ejemplo de este modo de pensar y actuar. Los integristas solo triunfan si convencen a los demás de que están en una guerra santa. “Vamos a la guerra” se escuchó en la UDI cuando decidieron “eliminar” a Piñera. Este lenguaje no es casual.
Requieren de la más fuerte de las polarizaciones para manejarse como pez en el agua. Pero en Chile queremos vivir sin soluciones autoritarias. No creemos que la forma de demostrar autoridad sea destruir personas o líderes.

Quienes hayan visto a Lavín dar su golpe a la cátedra, habrán quedado con la impresión de que dirigió un movimiento maestro que lo repone en el liderazgo. En realidad, el mérito es de la salida y del rescate del atolladero al que lo habían llevado sus propios errores y los de su equipo cercano.

El precio que pagó Allamand por esto fue alto: sacarse fotos con el equipo de confianza de Lavín, mientras su amigo Piñera era lapidado. Lavín estaba en una trampa, porque el mismo se había involucrado (y lo reconoció) en una operación censurable que derribaba a Piñera y hería a Allamand. Durante dos meses le dirigió la sonrisa que le conocemos, mientras otro participante de las pequeñas reuniones de confianza, a las que era invitado, preparaba traicionarlo al tiempo que le palmoteaba la espalda. Simplemente repulsivo.

Era perfectamente entendible que Allamand actuara frente a una traición involucrándose en el enfrentamiento colectivo. Pero no lo hizo. Actuó encontrando la mejor salida política posible para ambas partes. Al hacerlo, “blanqueó” a Lavín e hizo imposible que Piñera se defendiera.

Si Allamand hizo lo correcto solo el tiempo lo dirá. Por ahora, el efecto será rápido y contundente. Tras cinco meses de continuo conflicto y años de refriega, con pequeños armisticios, la derecha firmará un tratado de paz. Ello la reposicionará en el escenario electoral y le dará nuevos ánimos.

El gremialismo mostró que en el abanico de opciones política que utiliza se incluye la “destrucción del aliado indeseable”. Esto es muy lamentable. Mostró su peor rostro. Perfectos y crueles.

Sonrientes y prepotentes. Pulcros y despiadados. Tan modernos en el uso de los medios, tan antiguos en su modo de actuar.
Piden la alternancia para hacer el bien... como solo ellos saben hacerlo.

viernes, marzo 05, 2004

El arte de negociar

El arte de negociar



Si la Concertación ha sido capaz de resolver habitualmente sus diferencias es porque en su seno han predominado las posiciones políticas por sobre las simples ambiciones o apreciaciones personales.

No tiene nada de malo que quienes se dedican a la actividad política intenten ganar posiciones y aspirar a determinados cargos. Es más, es necesario que lo hagan si queremos escoger entre las mejores opciones disponibles.

Pero no a cualquier precio. El límite está en la preservación de los objetivos comunes que justifiquen que todos, del primero al último, se dediquen a algo que, no por nada, se denomina “servicio público” y no “servirse del público”, que es algo bien distinto.
Como se ha respetado esta orientación, las negociaciones entre los partidos parten hoy de una cierta sabiduría acumulada.

Se sabe, en todo caso, que no es cierto que sólo cuentan los intereses comunes, porque, si fuera así, ni siquiera sería necesario establecer negociaciones. Pero, al mismo tiempo, sabemos que nunca ha sido positivo que un partido se juegue su futuro y sus proyecciones a una sola carta y en una sola oportunidad. No lo es porque la sobrevivencia en política tiene que ver con muchos más factores que los éxitos electorales del momento o, incluso, una serie de derrotas. Por eso, cada cual termina cediendo en parte y moderando sus aspiraciones, lo cual permite los acuerdos.

Por ejemplo, en el caso concreto del PDC, si fuera por la simple percepción de amenaza, hace tiempo que debiera haberse considerado a sí mismo en grave riesgo, por lo que pudo haber perdido toda flexibilidad en el trato con los demás partidos. Por lo general, su conducta colectiva no ha sido esa. Sus temores no han predominado al momento de tener que llegar a acuerdos con el resto de la Concertación.

Esto muestra que el PDC tiene una razón de ser que lo sostiene en los momentos malos y que permite que se modere en el momento en que llegan los triunfos. Al menos sobre este punto, sus aliados tendrán que coincidir que, en el momento de “las vacas gordas”, es decir, cuando ha tenido el liderazgo indiscutible en la Concertación, en varias ocasiones ha actuado de un modo políticamente muy generoso.

Era lo que correspondía, pero no siempre las organizaciones ni las personas actúan como deben y como se espera. No quiere decir que no le haya costado. Los debates internos fueron muy intensos para mantener los compromisos asumidos con los aliados. Pero, pagando los costos, actuó como debía. Esas son las fortalezas a que debe apelar ahora cuando quiere recuperar su anterior posición.

Las elecciones municipales son importantes, pero en un cierto rango.
Definen en parte importante las elecciones que vienen, pero no determinan por completo el futuro de las colectividades. Por esto, no se debe buscar en las negociaciones lo que las propias fortalezas no pueden dar. La negociación no entrega lo que el respaldo ciudadano no otorga. Quien en la negociación se fija objetivos más allá de sus posibilidades, termina por conseguir menos de lo que debería, en el doble de tiempo y abriendo un flanco de crítica a su desempeño tan innecesario como contraproducente.

Una negociación dura no tiene porqué ser una negociación llevada al extremo. De hecho, una de las pruebas a las que están sometidos los negociadores es, precisamente, defender las posiciones de su organización hasta el punto en que la tensión empieza a generar más inconvenientes que los que existían al principio.

Se puede defender mal los propios intereses. De allí que los tonos beligerantes sean poco útiles en este tipo de situaciones. El problema que tienen es que adicionan a lo que se conversa tal tono imperativo que, en poco tiempo, no se puede ya ni retroceder ni avanzar.

No hay nada más fácil que quedar atrapado en una red tejida por uno mismo. Cuando se produce el estancamiento, hay dos alternativas. O se flexibiliza la posición de unos y otros, o se cambian los interlocutores. Ambas cosas permiten recuperar espacios de maniobra.

El arte de la política no consiste en meterse en líos (cosa para la cual estamos todos capacitados de antemano) sino en encontrar vías de salida en situaciones complejas.

Nada de esto es fácil. Pero hay diferencias en las alianzas. Mientras la Concertación tiene dificultades para encauzar las pretensiones partidarias en la mesa de negociación, la derecha tiene dificultades para constituir la instancia misma para poder debatir.

En la Concertación se pone el acento en atenuar las discrepancias; en la derecha, en cambio, parece estar siempre presente la tentación de intentar eliminar políticamente al interlocutor. Es cosa de preguntarle a Sebastián Piñera.

El lugar donde con mayor periodicidad se han encontrado los representantes de los partidos de la Concertación es la sede común; en la derecha últimamente se han visto más en los tribunales que en alguna instancia fraternal.

En la Concertación cuando la negociación política empieza a personalizarse, es usual que se ponga el grito en el cielo porque se esta “desvirtuando la negociación”. La cuestión es enfrentar las diferencias con espíritu unitario. Por eso la negociación municipal es una prueba que la Concertación debe pasar con éxito.