viernes, octubre 27, 2006

Las manos limpias

Las manos limpias

Víctor Maldonado

La Concertación no ha estado bajo el mando de un delincuente. Por eso nos podemos dar el lujo de hacer que las instituciones hagan su trabajo. Que la justicia juzgue sin interferencias.


Un caso emblemático

Estamos en un momento muy importante para el Gobierno de Bachelet, pero también lo es para la oposición. Lo que se define en estos días es la forma como ambos reaccionan ante un caso específico de corrupción que se ha presentado en Chiledeportes.

La derecha ha encontrado una veta para articular su discurso frente a la Concertación. En esta batalla se afirma que el oficialismo se mantiene en el poder por la práctica de la corrupción. Así de simple.

En otras palabras, lo que explicaría la larga permanencia concertacionista en el gobierno sería la intervención electoral, mediante el uso de fondo públicos con la finalidad de encubrir gastos de campaña.

Da la impresión de que se tiene plena conciencia desde el Gobierno respecto de que no se puede tomar de un modo rutinario el primer caso de falta de probidad detectado. No se puede porque es la primera ocasión donde se “fija la doctrina” que se aplicará a cualquier otra ocasión que se presente.

Por lo mismo, el centro del debate no se presenta en una cuestión de montos. Para la mayoría de los chilenos, lo que supera su sueldo mensual o los ingresos familiares es, simplemente, mucho dinero, aun cuando las cantidades involucradas puedan ser “objetivamente” de dimensiones bastante diferentes.

El tipo de conclusiones que predomine en la opinión pública es determinante de lo que ocurra en lo sucesivo con la evaluación del Gobierno, orientará la estrategia que sigan los dos grandes conglomerados políticos e influirá en las elecciones próximas.

Nuevamente, lo que más importa no son las ventajas o desventajas que se obtengan en el momento sino el cómo es que el tratamiento de este tema termine por afectar al país considerado como un todo y a sus intereses permanentes.

De partida, hay que evitar los grandes errores. Es completamente perjudicial para Chile que un caso de corrupción focalizado, detectado, conocido y en proceso de investigación sea tomado como una confrontación entre oficialistas y opositores. Si así sucediera, se estarían desnaturalizando completamente las cosas.

La división es por honradez, no por bando político

Cuando inescrupulosos defraudan la fe pública, la verdadera división del país se da entre ciudadanos honrados a los que les interesa mantener un país limpio y un grupo de delincuentes.

El corte no es entre bandos políticos. Eso es absurdo y peligroso.

El que recurre al desprestigio generalizado como táctica, cree saber lo que hace. Busca una ventaja política inmediata. Tal vez no se justifique este comportamiento, pero se comprende. Lo decisivo es advertir que se está entrando en un área de peligro. Se trata de la zona más gris de la actividad política, donde no hay nada más fácil que cruzar fronteras borrosas.

Pero cuando se ataca combinando las críticas ante acciones que merecen repudio con suposiciones, generalizaciones e insinuaciones de grueso calibre, lo que ninguno de los involucrados puede decir de antemano, es adónde lo llevará este camino.

Una de las peores cosas que le puede suceder a quien ataca al bulto y sin discriminar, es que él mismo termine creyendo todo lo que dice y especula. Porque entonces entrará en una guerra santa que desemboca en lo de todas estas guerras: al final nadie se acuerda de Dios y sólo queda contar a los caídos, la mayor parte inocentes.

Hay que esperar de la oposición un comportamiento utilitario en este caso. Al menos éste ha sido su proceder inicial. Por esto es tan decisivo el comportamiento del Gobierno y los pasos que adopta de aquí en adelante.

Tan importante es lo que se hace como lo que parece que se hace. La Presidenta Bachelet ha reaccionado apenas regresó de su viaje a Alemania señalando que “a mi gobierno se entra y se sale con las manos limpias”. Acto seguido se han producido los primeros despidos y se están acelerando las indagaciones internas.

La rapidez con que se actúa tiene mucho que ver con la credibilidad. Es la fe pública el bien mayor a preservar y, para afirmarla en un momento clave nada de lo que se hace se pone en ejecución como dudando.

Hay más transparencia

Cuando se hace un mal uso de fondos públicos, el primer afectado es el Gbierno y este debe ser el más interesado en que todo se aclare lo antes posible. Cuando alguien tiene un comportamiento reñido con la ética desde un puesto fiscal, empaña la labor de todos quienes actúan correctamente, con responsabilidad y eficiencia.

Es como si se atribuyera el derecho de actuar mal bajo el manto de legitimidad que otorgan los que actúan bien. Por eso es tan dañino y tan inaceptable.

La transparencia en la entrega de la información y la proactividad en las medidas que se adoptan es el comportamiento obvio a esperar.

Lo único que podría afectar de verdad al Ejecutivo es que las acciones que se emprendan tengan una tardanza innecesaria. No es una situación corriente y no debe ser tratada como tal.

No se debe pasar por alto que la situación se explica porque los controles disponibles están plenamente vigentes. Es más, se puede decir sin ninguna duda que durante el régimen militar se pueden haber cometido irregularidades de las que nunca tendremos la menor noticia.

Cuando una administración se compromete en la protección de conductas inaceptables, el comportamiento es completamente diferente. No hay quien facilite la documentación pertinente, no hay quien esté dispuesto a entregarla. Las dictaduras no sólo hacen desaparecer personas sino también antecedentes sobre sus huellas.

Aquí tenemos un caso de controles efectivos operando. Es más, los últimos años han sido los más activos de la historia nacional en la disminución de la discrecionalidad en el uso de fondos públicos.

No hay más corrupción. Hay más transparencia. Todos terminamos sabiendo lo que se hace, para bien o para mal. No hay cinismo. No hay excusas estúpidas defendiendo lo indefendible.

Y sobre todo hay otra ausencia que está pesando como nunca. No existe el ejemplo desde la cúspide que puede ser imitado por los funcionarios medianos y menores. No hay un ladrón dirigiendo los destinos del país desde la presidencia.

Hay una historia de honorabilidad de tres presidentes electos que declaran lo que tienen al entrar y al salir. Patricio Aylwin se llama sólo Patricio Aylwin y no Juan Soto. A Eduardo Frei no se le olvida declarar cuentas clandestinas con unos cuantos millones de dólares. Ricardo Lagos viaja prestigiándonos por el mundo sin temor a ser arrestado por una lista de crímenes más grande que su currículo.

La Concertación no ha estado bajo el mando de un delincuente. Por eso nos podemos dar el lujo de hacer que las instituciones hagan su trabajo. Que la justicia juzgue sin interferencias. Y podemos tratar cualquier brote de irregularidad con toda la ciudadanía honesta de un lado y los deshonestos (que no tienen color político ni militancia que les importe) del otro lado.

viernes, octubre 20, 2006

Peligra Longueira, nuestro candidato en la derecha

Peligra Longueira, nuestro candidato en la derecha

Víctor Maldonado

Hay que decir que la mejor candidata de la UDI es la actual alcaldesa de Concepción. Y tal vez sea su única opción real, desde el punto de vista ciudadano.


El pueblo no sabe lo que se pierde

Los ciudadanos están imponiendo sus términos al modo cómo se hace política en nuestro país. Uno de los hechos más recientes que comprueban esta tendencia, se puede encontrar en el giro que está teniendo la definición presidencial en la derecha. Al parecer uno que lo ha tenido que comprender es nada menos que el más mesiánico de los actores políticos de la plaza: Pablo Longueira.

Parece que al senador no lo puede derrotar ningún otro candidato si de disputar el liderazgo dentro de su partido se trata. Aunque criticado en el núcleo duro, simplemente cuenta con la mayoría. No por nada ha ayudado a construir la orgánica del gremialismo en los sectores populares y a lo largo del país.

Pero hay algo que ni sus partidarios más furibundos pueden cambiar. Y esto es que, mientras existe un número de entusiastas que lo seguirían a donde fuera, hay un sólido grupo de ciudadanos que les despierta un fuerte rechazo.

Aquí está el problema: consiste en que Longueira puede llegar a triunfar en una decisión interna de su partido, solo para llevarlo a una derrota segura en una elección presidencial. Un comicio de este tipo la ganan la mayoría de los votantes, y todo el esfuerzo consiste en llegar a convencer a los que se mantienen como indecisos hasta casi el final.

Si alguien tiene el rechazo mayoritario antes de partir, significa que puede darse todo tipo de circunstancias en una campaña pero, al final, perderá, y eso se sabía desde el principio.

Esta es la fría verdad. Los partidarios podrán pensar lo que quieran. Serán convencidos de que disponen del mejor líder imaginable para el país. Pueden discurrir eso y, además, considerar que las alternativas disponibles no le llegan a los talones a su candidato preferido.

Todo lo que quieran. Pero eso no hace variar un ápice el resultado de las encuestas. No hay quien no lo sepa porque el cuadro político básico en Chile no tiene misterios y cualquier ciudadano percibe lo mismo que los líderes partidarios.

Es más, la situación se presenta como impermeable a variaciones sustantivas. Esto porque hay personajes de derecha que ratifican la opinión inicial que los demás tenía de ellos. Y ese es el caso del aludido.

El mejor para la minoría, el peor para la mayoría

Se puede decir que esto no es tan obvio si se piensa que Longueira resultó electo senador nada menos que en el sector oriente de Santiago. Pero esto ratifica lo que decimos.

Tiene una sólida base electoral, aunque nada espectacular (24% de los votos). Cuando los electos son varios, entonces tiene altas posibilidades de que le vaya bien. Al fin y al cabo, Longueira representa una opción dura de un ala del espectro político, sólida pero minoritaria. Y ahí está el punto clave. Porque en la presidencia se trata de conformar una mayoría. Y ese paso no lo puede dar la derecha con Longueira.

Para decirlo de un modo grafico: entre él y Piñera, gana éste como representante del sector.

Entonces, ¿qué sucederá en la derecha, sabiendo esto perfectamente bien? Todo depende del objetivo que finalmente se ponga por delante.

Si la Concertación se unifica tras un liderazgo fuerte e indiscutido, la derecha sabrá con anticipación que está perdida, nuevamente.

En este caso, tiene dos posibilidades: o apuesta a presentar alternativas presidenciales que puedan cosechar tras la elección del 2010, o, presenta sus líderes partidarios más representativos, con lo cual su votación se mantiene firme aunque sin esperanzas de crecer más allá de lo conocido.

Lo primero sería lo más responsable y, seguramente, la opción preferida desde los partidos, para aquellos que apuestan con perspectiva de largo plazo, sea que resuelta ahora o después.

Lo segundo sería el triunfo de los caciquismos y de las luchas intestinas por el poder. Lo que estaría demostrando es que la oposición no avanza, sino que empieza un retroceso respecto de etapas anteriores.

Pero cabe otro segundo escenario básico: que la Concertación no llegue a un acuerdo procedimental, por el que asegure su respaldo a un solo nombre. En este caso, las alternativas de ganar aumentan considerablemente para la derecha. Por lo mismo, sería un error grave no presentar desde ya sus mejores cartas. Y las mejores son las que obtienen más votos, no las que una minoría de ilustrados le tiene preparada al país, sacada desde algún sótano partidario.

Si no es el Mesías, al menos Juan Bautista

En este sentido, hay que decir que la mejor candidata de la UDI es la actual alcaldesa de Concepción. Y tal vez sea su única opción real, desde el punto de vista ciudadano.
Lo es no porque sea muy conocida hoy. Sino porque su grado de rechazo entre quienes la conocen es bajo. Lo que hacen las campañas es, precisamente, dar a conocer a una persona. Si ya destaca en las encuestas, sin promoción expresa de su partido, significa que lo puede hacer bien.

Hay que preguntarse qué es lo que hará Longueira en estas condiciones. Le queda en verdad, asumir la segunda mejor opción, dadas sus características irrenunciables que le hacen tender al mesianismo y a ser un señalado por los dioses.

Lo que le resta es ser el que decide, en su partido y en la derecha, desde ya quien será la candidata, ponerse a la cabeza, mostrarse generoso y visionario. Como quien dice, sino se puede ser Jesucristo, al menos se puede ser Juan Bautista y, en el futuro… quién sabe.

Al mismo tiempo, lo que pasaría con un movimiento de estas características es que descolocaría a su rival de siempre, quien se ve cómodamente esperando su momento sin competencia real. Ya se sabe que a Piñera la competencia con mujeres con inteligencia emocional no se le da muy bien.

Pero el dato de fondo se mantiene. Lo que determina lo que está pasando en los partidos es lo que ocurre con las personas comunes y corrientes, no lo que suceda en reuniones reservadas entre dirigentes.

A éstos les queda reconocer con inteligencia lo que ocurre o resignarse a sucumbir producto de sus propios errores.

Esto nos lleva a poner el tema del espacio de maniobra que tiene la Concertación para definir su aproximación presidencial, es decir cuál es el elemento que más tiene en cuenta al momento de presentar opciones presidenciales. Puede priorizar lo que suceda con sus electores o poner antes que cualquier otra cosa un dato de relevancia interna.

Orientarse por lo primero, significa que se respalda al miembro de la Concertación que llega a tener mayor aceptación ciudadana, mediante un procedimiento transparente y expedito que se quiera. Punto.

Lo segundo significaría reemplazar esto por una definición elitista de “lo que más nos conviene”, dadas las relaciones entre partidos. Algo muy entendible y razonable. Pero es la mejor forma de perder.

Esto nos lleva a otro tema. Por ahora hay que tomar apuntes que, para la Concertación, “su” mejor candidato en la derecha, aquel al que le puede ganar sin su mejor esfuerzo, está siendo derrotado no por los suyos sino por la gente común, que decide cualquier elección en democracia.

viernes, octubre 13, 2006

Dos polarizan, dos convergen

Dos polarizan, dos convergen

Piñera propone la realización de primarias para elegir candidatos y Longueira informa que sólo será candidato si el abanderado se escoge en primera vuelta. Se puede pensar en pocos dilemas más extemporáneos.

Víctor Maldonado


La competencia presidencial en la derecha

La competencia presidencial se ha lanzado en la derecha. En adelante, las acciones de Pablo Longueira y Sebastián Piñera estarán fuertemente motivadas por qué haga o deje de hacer el otro, por la intención de ganar la iniciativa y la necesidad de adelantarse a su contendor en las preferencias de un sector político que hoy no decide cómo se enfrentará a las próximas elecciones presidenciales.

En relación directa con esto, los respectivos presidentes de los partidos no tuvieron otra cosa que hacer que ponerse a encabezar un proceso que les lleve a la agenda común y que tiene respaldo parlamentario.

Es un escenario entre cuatro actores: hay dos que trabajarán para polarizar posiciones (sea su intención o no) y otros dos que se dan cuenta que sólo si sus partidos convergen tienen algo que decir en la escena nacional.

En lo que ambos pueden coincidir es en su necesidad de atacar al Gobierno a fin de perfilarse para cualquiera de sus propósitos. Y esto en dos variantes gruesas: polemizando con la Presidenta o confrontándose con las figuras del Ejecutivo. Estas líneas de confrontación tienen nítidas diferencias entre sí.

En cuanto al comportamiento a seguir ante la Mandataria, veremos la aparición de una conducta típica. Cada vez que ella dé a conocer una opinión política, los candidatos presidenciales opositores le responderán de manera rápida y rotunda.

Se establecerá una competencia entre ambos para ver quién lo hace mejor. La idea básica, por supuesto, es intentar “ponerse a la altura” de la Jefa de Estado.

Cualquiera se pondrá feliz si es capaz de establecer una polémica a este nivel, porque significaría que se les reconoce como figura única, insustituible y privilegiada.

A los ministros, intendentes y demás figuras de Gobierno, en cambio, se les tratará de otro modo. La confrontación es mucho más directa y la búsqueda de la polémica no se caracterizará por los matices. Lo sabe muy bien la ministra de Salud, Soledad Barría, interpelada por petición de diputados RN. Además, no hay que tener dotes adivinatorias para saber que las interpelaciones serán pronto una costumbre más que una excepción.

Ni juntos ni revueltos

Lo curioso es que en este sector político existe una tendencia a victimizarse que resulta notable. La derecha considera de lo más normal atacar y sacar al ruedo a dar cuenta de sus acciones a quien se le ocurra del Gobierno. Pero cuando, de tarde en tarde, ocurre al revés, se escandaliza por recibir ataques. Parece una interpretación muy antojadiza de la exhortación del Padre Alberto Hurtado de “dar sin recibir”.

Está claro que la templanza no es una de las virtudes más difundidas en este medio. El solo anuncio de una sesión especial de la Cámara por la compra accionaria de Piñera motivó todo tipo de reacciones del involucrado y sus escuderos, pero, ni por asomo, con el dominio de sí con que viéramos comportarse a Lavín en similares circunstancias.

Cómo se ve, la oposición se ordena pero no tras un bloque monolítico, sino por bandos en disputa por el control del sector. Ésta es una señal positiva en el sentido de que se ha recuperado la capacidad de buscar objetivos más allá de lo inmediato. Pero es una señal negativa, porque será difícil, incluso para sus partidarios, saber cómo orientarse entre tantas señales que se darán en lo sucesivo, a veces en direcciones divergentes.

La verdad es que entrar en una espiral de polarización entre partidos no costaría nada. Sólo habría que seguir el camino de los precandidatos presidenciales. Pero sería un suicidio para un dirigente partidario que priorice lo que suceda con la organización que conduce, porque en la pugna entre figuras, son únicamente ellas las que brillan, los partidos en sí mismos quedan en un más que discreto segundo plano.

No obstante, si se le ha de hacer algún caso a la historia reciente, esto sería un pésimo procedimiento para la oposición.

Si todo se apuesta al resultado presidencial, y se llega a perder, entonces hay que volver a empezar construyendo desde cero, nuevamente.

Claro, ser derrotados es sólo una posibilidad, pero es un grave error no considerarlo como una alternativa para lo cual prepararse. Mal que mal es lo que siempre ha pasado hasta hoy.

El tercer intento

En la derecha se está intentando cubrir un déficit histórico: realizar una construcción política sólida que dé sustento a su aspiración al liderazgo.

Los actores que están a la cabeza de esto buscan que los beneficios de esta “inversión” sean catalizados por ellos mismos. Es, en parte, una apuesta generacional, que va para su tercera versión luego de los intentos de Lavín y de Piñera. Ahora se lo quiere intentar con más profesionalismo, con menos inspiración del momento y con mayor rigurosidad.

La derecha se está ordenando o, si se quiere, la demanda de orden es tan fuerte que se hace sentir como una exigencia de amplios sectores que quieren practicar política en serio. No es para menos. Cualquiera que quiera tener perspectiva de un mejor futuro para la oposición sabe que no puede seguir marcando el paso.

Claro que nunca se puede saber a ciencia cierta. En esta área del espectro político se tiene la muy mala costumbre de celebrar los primeros atisbos de buena conducta como si fueran hechos consolidados.

Es increíble lo poco que necesitan los dirigentes de ambos partidos para entregarse a una ronda de declaraciones sobre la nueva etapa histórica a la que estarían entrando. Cuando empiezan los problemas aún hacen declaraciones, las que cambian abruptamente al más negro de los pesimismos apenas se asoman las naturales dificultades.

El error consiste en exagerar en las buenas y en las malas, mientras se dedica tan poco tiempo al esfuerzo sistemático y silencioso.

Por eso no da lo mismo quién termine por imponer su lógica en la oposición. Los candidatos presidenciales, por necesidad más que por vocación, tienden a poner la carreta antes que los bueyes. Cambian el orden en el que deben ser tocados los temas e incorporan a la agenda decisiones a destiempo que abren flancos innecesarios.

Ahora mismo, Piñera propone la realización de primarias para elegir candidatos y Longueira informa que sólo será candidato si el abanderado se escoge en primera vuelta.

Se puede pensar en pocos dilemas más extemporáneos. Se trata del quinto piso de un edificio que aún no tiene cimientos.

La Concertación no se hubiera conformado nunca si hubiera empezado por los mecanismos de distribución del poder antes que nada. En su caso, el trabajo conjunto estuvo primero, los lazos de amistad después, en seguida se establecieron propósitos más precisos compartidos, a ello siguieron las acciones conjuntas y, luego de un tiempo, los primeros triunfos. Después, y solo después, cuando la competencia por el poder no podía contra todo lo avanzado, se llegaba a lo más duro de la política.

La derecha no tiene esa escuela. Es el problema de dirigentes que vivieron la dictadura desde el poder o desde sus incubadoras. Desde un punto de vista, es una lástima, pero los que conocieron La Moneda con Pinochet fueron desalojados de allí en democracia y todavía no encuentran el camino de regreso.

viernes, octubre 06, 2006

Dos cumplen 16 años, pero sólo uno celebra

Dos cumplen 16 años, pero sólo uno celebra

Si la Concertación llega a mirar a su Gobierno desde la galería es allí donde se quedará. Nada reemplaza ser fiel a lo que somos.

Víctor Maldonado


La gran diferencia

LA DIFERENCIA ENTRE la derecha y la Concertación es que la primera nunca ha llegado al poder por ser mayoría y la segunda únicamente gobierna porque lo es. En los últimos 32 años, han dirigido el país por igual número de años, pero todos sabemos que en condiciones totalmente diferentes.

No puede ser casualidad que, en democracia, la derecha nunca haya sacado más votos que la Concertación a nivel nacional en ninguna elección popular, sean éstas presidenciales, parlamentarias o municipales.

Parece ser que el actual conglomerado de Gobierno tiene mayores méritos políticos y que por eso ha podido triunfar en tantas ocasiones. Pero esto sólo en parte es efectivo. La verdad completa es que no tiene otra alternativa.

La Concertación es exclusivamente una construcción política. Tiene el poder porque, pese a sus defectos y deficiencias, sabe que al final debe confluir en consensos explícitos, básicamente aceptables para todos.

En cambio, la derecha es tres cosas de una vez: un fuerte poder económico, una poderosa presencia en los medios y, también, la expresión política que conocemos a través de dos partidos políticos. Esto es, al mismo tiempo, bendición y maldición.

Maldición, porque nunca ha tenido que esforzarse demasiado para hacerlo bien. Se da largas vacaciones en que deja de hacer un buen trabajo político. Se dedica con deleite a cultivar sus querellas internas, a tratarse mal entre dirigentes y entre partidos, a hablar de todo y de nada.

Está acostumbrada a que esto suceda. Porque -y es la parte de bendición del cuento- la oposición lo puede hacer todo mal hasta cerca de una elección, pudiendo recuperarse en tiempo muy breve. Siempre hay quien la financia y quien divulga a los cuatro vientos qué bien lo hace. Por eso la derecha no es hija del esfuerzo y la constancia sino de las oportunidades y las imposiciones del momento.

Si la Concertación se comportara unas pocas semanas como lo hace la oposición, se destruiría. Para llegar a acuerdos se necesita haber cultivado mucho tiempo el respeto mutuo, la confianza y la resolución pacífica de diferencias.

Sería un espejismo pensar que eso se da por un especial regalo divino o una especie de mandato de la naturaleza. No es cierto que al oficialismo los acuerdos le resulten fáciles. No tendría ninguna gracia si así hubiera sido siempre.

El secreto de la Concertación

Quienes ganaron el 5 de octubre de 1988 forjaron una obra política que se sostiene sobre sus propios pies. No depende de padrinos, mecenas ni de campañas de imagen. No se puede dar vacaciones ni recreos. Debe ser responsable siempre, porque no tiene muletas en las que apoyarse en caso de fallar. Derrotó a Pinochet y ha seguido venciendo a la derecha en cada ocasión no porque lo haga mejor que la derecha. Eso no le ha bastado nunca, porque cuando lo hace mejor que sus adversarios recién está contrarrestando en parte a una oposición que se sostiene en tres patas. Para ganar ha necesitado hacerlo muy bien, siempre. Y es eso lo que ha logrado hasta ahora. Pese a errores, caídas y negligencias.

La UDI y RN dicen que piensan parecido, pero terminan por lo general actuando por separado. Los partidos que componen la Concertación reconocen que piensan distinto, pero terminan actuando unidos. Es toda la diferencia.

El pluralismo y las discrepancias son la fortaleza de los partidos de Gobierno. Por algo escogieron el arco iris como símbolo hace 18 años. El arco iris es lo que es porque se aprecian sus colores, no porque desaparezcan. Cuando en la derecha se constatan diferencias ocurren dos cosas: o bien llega alguien y se impone con rudeza o se va cada uno por su lado. Ésa es la diferencia.

Pero no hay que equivocarse. Si las sonrisas ante las cámaras fuera lo primero en aflorar, significaría que el supuesto pluralismo del oficialismo no sería tal. Parecerían diferentes, pero serían lo mismo.

Basta conocer los partidos un poco para tener la certeza de que las diferencias existen entre ellos y -cada vez pesa más- al interior de cada uno.

El secreto de la Concertación consiste en saber ponerse límites. Puede disentir, puede diferenciarse y polemizar muy duramente. Pero al final cada quien se limita, se detiene antes de los puntos de quiebre.

Si se aprende del dolor y los errores es justificable la conducta concertacionista. Ha sido fundada por personas que saben muy bien lo que significa gobernar sin ser mayoría, defender las posiciones propias con intransigencia, estirar la cuerda para saber cuánto resiste. Las equivocaciones fueron compartidas, tanto como hoy lo es la capacidad de llegar a acuerdo. Lo que se extrema no es la diferencia, lo que se valora es la prudencia y se avanza sobre coincidencias básicas.

La derecha no ha aceptado competir en los mismos términos de calidad de la acción política impuesta por su antagonista. Aunque parezca increíble, ha esperado que el problema termine por despejarse solo.

En realidad, los opositores siempre han esperado que la Concertación le ahorre el trabajo de tener que derrotarla. Desde se formó, siempre espera a que las diferencias la destruirían, que será derrotada o, por último, que no sabrá gobernar. Todavía sigue esperando que suceda.

Cada gobierno de la Concertación ha sido recibido del mismo modo. Todos sabemos cómo terminó su gestión Ricardo Lagos. Lo que se nos suele olvidar es que durante su primer y segundo año, la oposición no dejó de repetir unas cuantas afirmaciones que conviene recordar.

De calamidades a héroes

Se decía que Lagos tenía un problema con su estilo de gobernar; que había creado expectativas que ni él ni sus colaboradores estaban en condiciones de cumplir; que la gestión era ineficiente y que las metas no se iban a cumplir de ninguna manera al ritmo en que se estaba operando.

Enseguida se afirmaba que las autoridades se contradecían constantemente y la capacidad de reactivar la economía estaba por completo ausente.

Para rematar, se afirmaba que, lejos de cumplir su misión de dar y entregar seguridad, era el propio Gobierno el que estaba generando incertidumbre y que la coalición que apoyaba al Presidente mostraba constantes discrepancias internas y que su desgaste era cosa segura.

Los mismos que lo decían, terminaron ovacionando a quien por meses presentaron como una especie de desgracia nacional.

Ese comportamiento no ha tenido nada de raro. Todo Presidente de la Concertación ha sido comparado con su antecesor y la derecha ha dicho que el cambio no era sólo de estilo y énfasis, sino que se había retrocedido. Todos han salido en andas, rodeados del respeto de una amplia mayoría.

La Presidenta Bachelet ha dicho con razón que “la derecha lo hace mejor mirando hacia atrás, que hacia delante”.

Si la Concertación se deja guiar por las opiniones ajenas nunca hubiera merecido el liderazgo que ha sabido mantener. Si llega a mirar a su Gobierno desde la galería es allí donde se terminará quedando.

Nada reemplaza el ser fiel a lo que somos. La Concertación es la expresión pluralista de la mayoría convertida en capacidad de transformar al país. Es relevante recordar siempre que es parte del patrimonio de Chile, no propiedad de dirigentes y partidos.