viernes, agosto 27, 2004

Los buenos candidatos... y los otros

Los buenos candidatos... y los otros


Los mejores candidatos no son los que tienen únicamente la aceptación de su partido, sino aquellos que resultan aceptables para los partidos aliados. No basta con que estos se resignen a apoyarlo, sino que se comprometan con los esfuerzos por asegurar su triunfo.

Así, por ejemplo, en la Concertación, en particular en las competencias estrechas con la oposición, son los aliados los que abren las puertas del triunfo, puesto que los correligionarios del candidato han estado siempre dispuestos a apoyar… y no son suficientes.

Los buenos candidatos muestran una preocupación especial para que en su comando se exprese la diversidad de quienes los apoyan. Parten conquistando a los cercanos.

Quienes sólo invitan a los demás a participar en actividades públicas, sin que incidan en la definición de cómo, cuándo, dónde y por qué se realiza una actividad, estarán en serios problemas. Porque estarán utilizando sólo la mitad de la energía de su conglomerado y, por lo tanto, es probable que pierdan.

De modo que las candidaturas son engañadoras. A primera vista parece la obra de una persona, puesto que es una sola la que se destaca, la que aparece en fotografías, en la propaganda callejera y es su nombre el que se escribe en las murallas. Pero no es así, y lo peor es que un candidato lo crea así.

Los equipos de campaña se ponen a disposición de un candidato, pero no son “de su propiedad”. Claro que hay de todo, y no faltan los que están porque tienen que estar. Pero lo más valioso de una campaña es el apoyo libre y desinteresado de los ciudadanos comunes y corrientes, sin militancia muchas veces, y que están allí porque estiman que es bueno que una persona gane la elección.

Los que cuidan a los independientes y a los desinteresados son los que ganan. Les suele ir bien a los que agradecen, día a día, el tiempo y la dedicación que esa gente les entrega. Los que estiman que los demás le deben a él el infinito favor de estar en su presencia, los que se sienten predestinados a conducir a los demás y mandonean a diestra y siniestra, son los primeros sorprendidos cuando ven los resultados.

Aunque parezca extraño decirlo, en una campaña el candidato es “solo” el candidato. Es decir, ocupa el papel más destacado y es el que más gana con el triunfo, pero no puede pretender ejercer todos los papeles en una campaña.

Quien está en la primera fila de la batalla electoral durante el día completo, cumple con lo que se espera de él, pero pierde “visión de campo”, la objetividad, ve más apoyo del que realmente existe y tiende a dar por bueno cuanto hace. Por lo mismo, los candidatos no deben dirigir sus propias campañas.

Los buenos candidatos se rodean de personas leales, pero que son capaces de decirles la verdad y no lo que ellos quieren escuchar. No hay candidatos sin defectos. Lo que sí existen son los comandos que compensan lo que el abanderado no tiene como don natural.

Las campañas en Chile son enormemente desiguales. Usted cree que ha empezado a ver la propaganda política, pero en realidad no ha visto nada. Espere un poco y se convencerá.

Empezó la cuenta regresiva para los candidatos pobres (que son los más). Dentro de poco, las calles se tapizarán de colores, pero no los del arco iris, más bien, todo se verá cargado al azul y amarillo. En una proporción que suele ser de cuatro a uno o aún más. Esto sin considerar los regalos directos del tipo canasta de alimentos u otras de esta especie.

Si sirve de consuelo, recordemos que si los recursos económicos definieran las campañas electorales, la derecha nunca habría perdido una elección... y en todas las que hemos visto desde 1990 hasta acá ha sacado menos votos a nivel nacional.

Hay un punto en el que el gasto pasa a ser derroche y se torna contraproducente. Los que hagan el cálculo y lo den a conocer a sus electores no se arrepentirán. No son pocos los que se exasperan al ver como los que dicen que el país está tan mal, se aprovechen de que ellos están tan bien que no dudan en tirar -literalmente- la plata a la calle.

Pero esto los candidatos lo saben. La propaganda adversaria tapa, pero no ahoga. Sigue siendo cierto que al ciudadano se le convence y no se le compra. Por eso es tan importante saber interpretar las demandas y los anhelos más sentidos por la comunidad. Por eso, también, los buenos candidatos saben escuchar.

Lo que hace un buen candidato es convencer a la mayoría de que está y estará a su servicio. Que de verdad le importa mejorar la atención en los policlínicos, la educación, la seguridad en la comuna, la limpieza y hermoseamiento de los barrios. Que está allí para que la vida sea mejor.

A la elección se presenta todo tipo de gente, pero hay algo que es común a los malos candidatos. Estos se plantean la preguntan: “¿cómo recupero los votos que nos pertenecen?”. Los buenos candidatos, en cambio, se preguntan: “¿cómo convenzo a mi comunidad de que yo y los que me acompañan les pertenecemos?”.

No sé si estos últimos ganarán o perderán; lo que sí sé es que merecen ganar.

viernes, agosto 20, 2004

La campaña municipal y los presidenciables

La campaña municipal y los presidenciables



Una cierta tensión está saliendo a flote en la coalición de gobierno con motivo de la elección municipal: la oportunidad o no de activar la campaña presidencial, sobre la base del desplazamiento de los presidenciables por el país.

En la Concertación hay quienes defienden el orden cronológico para enfrentar los temas: ahora hay que concentrarse en ganar las municipales y, una vez que esta concluya, abocarse a resolver el segundo desafío. Esta lógica hace la vida más fácil a los presidentes de partido, sobre todo cuando en su tienda hay más de un candidato.
También es atendible lo que diría cualquier candidato presidencial, si pudiera hablar sin tapujos: si hace caso del orden lógico, queda fuera de la competencia.

La tensión está instalada con roces y declaraciones oblicuas que los involucrados entienden, aunque las cubran con tonos calmos y sonrisas.

Para analizar esta situación se requiere saber qué es lo mejor que pase al conglomerado, sus candidatos municipales y presidenciales y a los partidos. La Concertación tiene que superar a la derecha en votos, en propuestas y en capacidad de tomar decisiones.

De aquí a fines de octubre lo más conveniente es movilizar todos los recursos humanos y políticos en apoyo de los liderazgos locales. Todo lo compatible con esta prioridad puede ocupar un espacio en la agenda política; lo demás debe evitarse.

La Concertación no puede prescindir del trabajo de sus principales figuras en terreno, que deben entregar su apoyo a los candidatos del conglomerado y no sólo a los de su propio partido. Deben ser un elemento aglutinador. Así ha ocurrido hasta ahora.

En la polémica, los únicos que no han protestado son los candidatos municipales. Es muy posible que su deseo sea el contrario de lo que se plantea a nivel de la dirigencia nacional: ojalá las figuras presidenciales pudieran dedicarles más tiempo al apoyo en terreno.

La derecha no tiene más que un Lavín. Tuvo otras figuras que pudieron proyectarse, pero sabemos como fueron tratadas. El alcalde de Santiago no podrá ir a todos los lugares y podrá repetirse sólo en casos muy excepcionales. En cambio, en la Concertación las figuras son varias y bien recibidas por todos. Los candidatos locales deben mostrarse como candidatos de toda la coalición. Recibir a un presidenciable que no sea de su tienda es muy conveniente para la cohesión de quienes los apoyan: siempre un conjunto pluralista. Pero, sobre todo, son bien acogidas por la gente, lo que más importa.

Está claro lo que quieren los candidatos municipales. No hay reclamos, de modo que no se ve por qué los demás tengan que sobreactuar. Pero hay un punto al que se ha prestado poca atención, aunque es cada vez más evidente. No solo se quiere presencia, también es necesario el diálogo sobre el rumbo que debe tomar la comuna, la región y el país. Los líderes locales no necesitan que se les hable de su ciudad o pueblo. Creen saberlo mejor que nadie y, de seguro, mejor que quienes los visitan. Quieren reavivar la convicción de ser partícipes de una tarea de envergadura nacional, que no se agota en los límites comunales.

La elección municipal no se da entre quienes piensan en su comuna aislada del resto. Allí se expresa un proyecto nacional, en el que la tarea en la comuna cobra pleno sentido. Quienes no conocen los municipios, creen que estos se ocupan de una agenda de problemas menudos, separados y distintos de los nacionales. Falso: la agenda nacional es una sola. El punto de vista local es uno de los más relevantes para conocer Chile.

No estamos en presencia de campañas sucesivas (municipal y luego parlamentaria y presidencial), sino de inicios simultáneos, con desarrollos y tiempos diferentes, que pueden convivir si el foco se mantiene ahora en lo municipal, mientras se tiene el tino suficiente para permitir que las siguientes decisiones se vayan modelando.

Este es el momento para que toda la Concertación salga al diálogo ciudadano sobre la patria chica y la patria grande. Los proyectos nacionales no se sacan de sombreros técnicos, ni los líderes pueden interpretar a nadie si no recorren el país, escuchan a muchos y confrontan lo que piensan. Hay que evitar que este movimiento natural sea entorpecido. Hacer cuestión del desplazamiento de los presidenciables consigue precisamente todo lo contrario: entraba la agenda de los líderes locales, hace perder tiempo, se habla de temas laterales y se pierde dinamismo. Como las demandas de las campañas son apremiantes, y los partidos no pueden entregar más que un apoyo limitado, el efecto es nulo. Es como intentar detener una avalancha poniendo un disco “pare”.

La Concertación está perfectamente capacitada para ganar las elecciones municipales. Y estará también en mejores condiciones para superar a la derecha en la presidencial. Pero no puede superarla en octubre para caer en la perplejidad en noviembre. Tiene que resolver con rapidez cómo convergerá en una sola persona que la represente. Esto no es mágico. Florecerá en primavera lo que ya esté sembrado en invierno.

viernes, agosto 13, 2004

El candidato del “casi”

El candidato del “casi”


¿Qué tan bueno es tener un candidato que “casi” gana? La respuesta es: nada de bueno. Sobre todo cuando se sabe que ésta es la mejor oportunidad que le queda. Eso es lo que muchos en la derecha están sintiendo que empieza a suceder con Lavín.

Por cierto que el comando del abanderado opositor está sumido en un típico microclima donde las preocupaciones son otras. Allí todo parece girar en torno a obtener una mayor cercanía con una sola persona.

En los comandos se hace muy vivida la posibilidad de encabezar un gobierno. No es para menos cuando se habla de lo mismo el día completo. Eso genera efectos muy explicables a nivel humano. Así, por ejemplo, donde la opinión pública ve únicamente un candidato, en un comando se ven ministros, subsecretarios, equipos políticos. Los microclimas son, por definición, limitados, y, dos pasos más allá, las preocupaciones son muy diferentes. Aun dentro del mismo sector político.

Mientras más intereses se cuiden y más pragmático se es (como es el caso el empresariado más moderno), más desapasionados son los análisis, y mayor preocupación existe por prepararse para todos los escenarios posibles.

Ese es el problema de no ser considerado ya como una carta segura. Un casi presidente no se cotiza en el mercado al valor que tenía antes. En el mundo de la política como en el de la economía, algunos se interrogan si sus intereses se ven de verdad representados por una alternativa, cercana en lo ideológico, pero nada de segura en lo político.

En efecto, no está claro para nadie que el populismo sea una buena compañía, ni a la corta ni a la larga. Mientras el candidato se mantiene como tal, muchos parten por conceder que adopte medidas populistas, a fin de aumentar sus posibilidades de ser elegido. Pero cuando las ofertas o anuncios populistas se suceden unos a otros, finalmente hasta los partidarios del inicio se empiezan a plantear dudas de fondo.

Si ahora, ante la sola posibilidad de ser elegido el candidato está dispuesto a ceder posiciones, ¿por qué habría de rectificar cuando alcance el poder? Si el populismo lo llevara al poder ¿por qué habría de abandonarlo cuando esté en el poder?

Cuando se empieza a sospechar que es probable que la llegada del personaje cercano pudiera significar que se agreguen problemas adicionales a los existentes y ningún avance sustantivo, entonces ocurre lo que está ocurriendo: que el comando podrá estar muy entusiasmado, pero que pocos lo acompañan en este sentimiento.

Lo más importante en una elección no es lo que ocurre con los más cercanos, sino con los indecisos. En Chile, como en otras partes, son los indecisos los que deciden. Además, a los “indecisos” les gusta mantenerse así hasta muy próximas las elecciones. Pero, hay aspectos que les atraen y les disgustan de los candidatos. También les piden cualidades distintas según el momento que vive el país.

El más importante problema de Lavín estriba en que está perdiendo atractivo entre los indecisos. Tal vez esto le ocurre por dos factores diferentes: por lo que ha dejado de ser y por lo que sigue siendo.

Las figuras políticas más atractivas para chilenas y chilenos (dejando aparte a Lagos) comparten ciertas características comunes: se diferencian del resto porque se mantienen como figuras cercanas y accesibles (no “guardan las distancias” sino que las acortan); pueden hablar con propiedad sobre temas cotidianos; y consiguen ganar credibilidad y apoyo realizando sus tareas habituales.

Las figuras públicas atractivas para los ciudadanos son comunicadores natos, pero lo primero que trasmiten no son conceptos, sino una mezcla de naturalidad y solvencia en la acción. Si no me equivoco, no hay ninguna figura de las mejor evaluadas cuya dedicación central sea la administración de organizaciones políticas o que esté centrada en la polémica de coyuntura.

Pues bien, progresivamente Lavín se acerca a la imagen de un político en su versión tradicional. No obstante, este es un fenómeno muy lento porque la anterior imagen pública llegó a estar muy consolidada.
Prueba de ello es que el actual alcalde de Santiago sigue siendo considerado como un solucionador de problemas de empleo y de seguridad ciudadana, lo que no es poco decir.

Lavín se quiere presentar a sí mismo como el mismo que casi fue presidente y ahora puede serlo. Más que madurar, Lavín se repite. Lo que una vez fue novedad ahora es la reposición del recuerdo.

Demasiado poco para un país que ha cambiado tanto. Lo que se le exige a un presidente hoy tiene como trasfondo lo que se ha visto día a día en Lagos.

Hay una vara para medir las pretensiones de quienes quieren encabezar la nación. Cada vez que enfrentamos una crisis, nos imaginamos como reaccionarían. Del abanderado de derecha se puede decir algo que suena a crítica, pero que es precisamente como él desea ser visto: como el mismo de antes, en un país que no es el mismo. Mala apuesta para alguien que tal vez termine siendo recordado como aquel que dos veces casi fue presidente.

martes, agosto 03, 2004

Lo que ha cambiado

Lo que ha cambiado


La inscripción de candidatos marcó el inicio oficial de la campaña municipal. Al mismo tiempo, señala una nueva etapa de la definición presidencial.

Por el lado de la Concertación, la característica más notable es que está dispuesta a afrontar una competencia exigente. Recuérdese que su momento de mayor debilidad lo vivió cuando llegó a instalarse en el poder como si fuera su lugar obvio y natural. Con esta actitud, vino el alejamiento de la gente, el refugio en la administración y la baja de las defensas ante un verdadero desafío opositor.

La derecha no había planteado un desafío auténtico desde la recuperación de la democracia. Pero esta situación no podía ser eterna. El cambio se produjo en la campaña presidencial pasada. Lavín intentó ganar y lo hizo utilizando técnicas que, en parte, surgieron de la observación de los éxitos de la Concertación.

Realmente exigida, la alianza de gobierno primero reaccionó con sorpresa y con desconcierto. Sólo al final de la campaña se empleó a fondo, y, con más empeño que elegancia.

Sin embargo, el impacto de la experiencia fue profundo y perdurable. Bastante tiempo después del triunfo, la Concertación aún parecía en estado de shock. Simplemente se negaba a la idea de que la derecha hubiera estado tan cerca de ganarle. En ese momento el estado de ánimo no era el de los mejores, porque se pensaba que era improbable escapar dos veces por un pelo y que la oposición venía en alza.

¿Qué sucedió por el camino que tanto las condiciones como el estado de ánimo variaron significativamente?

Que la Concertación dejó de buscar justificaciones y retomó su vocación política. Contrariamente a lo que podía esperarse, lo que sacó al conglomerado de su estupor han sido las sucesivas crisis que ha enfrentado.

Lo cierto es que en las crisis la Concertación está en su elemento. No por nada las ha superado todas por más de una década. Y si llegó al poder fue porque supo escoger el improbable camino de la sensatez, superando las astutas barreras que le habían puesto los administradores de la dictadura.

A medida que enfrentó grandes problemas, la Concertación fue recuperando confianza y seguridad. También cosechaba reconocimiento público. Cuando dejó de pensar en la derecha y se centró en sus tareas, empezó la recuperación.

La otra razón importante es que Lavín hace mejor campaña que política, y eso lo notan todos.

Durante la última competencia presidencial, el alcalde de Santiago supo ponerse en el mejor escenario posible para un contendor con posibilidades de triunfo; es decir, encarnar la esperanza del cambio en un período de crisis económica, de aumento del desempleo y pesimismo generalizado. Además, se había producido una mutación importante entre los electores: la disminución de los que dan su apoyo incondicional a los mismos partidos y alianzas.

Por eso, la opción de Lavín resultó atractiva para personas que no tenían su voto decidido. Hizo una presentación simple, sencilla y amigable, que había pocas razones para rechazar.

Nunca nadie había tenido el camino tan despejado como Lavín, mientras las crisis golpeaban al gobierno una tras otra. Sólo una cosa falló. Y es que, incluso en su mejor momento, en la derecha a Lavín siempre se le reconoció que tenía votos, pero nunca se le reconoció que tuviera suficiente autoridad.

Algunos consideraron que tuvo un gran acierto al dar el golpe de autoridad contra los presidentes de RN y la UDI. No lo creo así. De alguien que oscila entre hablar en susurros y eliminar políticamente a ciertas personas no se puede decir que sea un político de manejo fino y experimentado. Y eso es lo que debería ser a estas alturas.

Ahora ya es tarde para que Lavín enmiende su imagen con operaciones comunicacionales. Él mismo construyó su imagen y “vendió” un producto; ahora que este empezó a cansar, no resulta tan fácil deshacerse de la imagen pública construida.

La encuesta CEP detectaba, en junio del 2001, que Lavín concentraba el 76% de opinión positiva y un limitado 9% de evaluación negativa, siendo el primero en la lista de mejor evaluados. En la última medición del mismo CEP, Lavín llega al 54% de evaluación positiva y al 26% de evaluación negativa. Y es ahora el quinto mejor posicionado luego de cuatro figuras de la Concertación: Bachelet, Alvear, Lagos y Trivelli.

Los problemas de Lavín se reflejan en la secuencia de encuestas que se han realizado desde la elección presidencial hasta ahora. Allí se aprecia claramente una tendencia declinante -situación francamente mala para él-, y un futuro en el que no se ven posibilidades de recuperación.

Lo fundamental es que la Concertación está pensando lo que viene como una competencia estrecha, en la que no puede cometer errores graves. Y Lavín está volviendo a ser visto como un personaje de derecha, y está aumentando su margen de derecha entre los indecisos y los que no se identifican con la oposición.

Lavín entra al inicio de la campaña con alivio, porque encuentra que en ella puede desplegar mejor sus habilidades. Pero lo que la política no da, las campañas no lo prestan.

La Concertación entra sabiendo que supera a la derecha, pero por margen estrecho. Y que si quiere ganar el futuro, debe conquistarlo desde ahora. Por eso en octubre las elecciones municipales serán mucho más que eso.