viernes, octubre 26, 2007

Ganadores del bacheletismo expandido

Ganadores del bacheletismo expandido

Para Joaquín Lavín, los hechos le han significado un auténtico resurgimiento desde las cenizas. En definitiva, Sebastián Piñera salió perdiendo, Lavín ganando y el gobierno asumió la iniciativa.

Víctor Maldonado


Cooperación y diferencias

SIN DUDA, la última semana ha traído un cambio en el posicionamiento de los personajes políticos en la derecha. Partimos con un candidato indiscutido, un discurso radicalizado y una estrategia simplista de ataque sin matices hasta llegar, en pocos días, al resurgimiento de una figura nacional, a un cambio drástico de discurso y a una competencia por imponer una estrategia distinta.

Ante esto muchos se preguntan quién está ganando o, más bien, quién terminará por convertirse en el ganador principal de la mudanza de escenario. Estamos frente a un juego de inteligencia, cuyo resultado no se conoce por anticipado, porque depende de la habilidad de los jugadores para definirse.

Joaquín Lavín ha tenido razón al decir que sus objetivos políticos resultan alcanzables aprovechando las oportunidades que se le crean al colaborar en una iniciativa de Gobierno, usando una visión menos sectaria de la que hasta ahora ha mostrado Sebastián Piñera.

Es más: un político debe poder dar sustento a un discurso público demostrando consistencia en su conducta a lo largo del tiempo.

El Gobierno, por su parte, quiere que se distingan posiciones al interior de la derecha. La unificación de los opositores en una línea dura no le hace bien al país y tampoco permite que el programa presidencial sea cumplido a cabalidad en sus notas más importantes.

Pero lo que al final importa es saber si las líneas fronterizas se mantendrán nítidas aun cuando nos encontremos en un momento en que la colaboración sea posible, al menos con parte de la oposición.

Los conglomerados presentan siempre dos caras. Mantienen diferencias que hacen que los electores los distingan y, al mismo tiempo, requieren de cooperación para sacar tareas adelante. Las dos cosas son necesarias: si hay puras diferencias, nada tiene el respaldo de amplias mayorías; si hay puras coincidencias, entonces da lo mismo quien gobierna.

Se puede afirmar que de un juego de todo o nada quien más puede conseguir -sea en favor o en contra- es la oposición. Y el que más puede ganar de mantener las diferencias visibles y colaborar en temas específicos de interés nacional es el Gobierno.

Los límites no son fáciles de establecer. Están librados a la habilidad de cada cual.

Cada cual en su papel

Como siempre, es la dirigencia menos elaborada la que expresa las ideas que los más experimentados se guardan de decir. Darío Paya ha dicho que, en realidad, está surgiendo un “lavinismo-concertacionista” por la cantidad de elogios que está recibiendo el líder aliancista desde el oficialismo. Hoy, es causa de risa y de una salida poco ingeniosa. Sin embargo, es el tipo de enredos que se producirá más adelante si las fronteras pasan de tenues a casi imperceptibles.

En este juego ya es bastante difícil hacer un buen papel uno mismo como para pasarse de listo y empezar a incursionar en territorio de los otros.

Cada cual sabe perfectamente en qué se metió y por qué hace lo que hace. Aquí nadie necesita respaldos ni gestos de buena voluntad. Algunos en la derecha consideran cándido al ex alcalde, pero que alguien a estas alturas vuelva a cometer tamaño error es inexcusable.

Además, cuando Lavín declara algo se puede tener la completa certeza de que no es por una súbita inspiración o un comentario al pasar: sabe lo que hace y lo hace con habilidad.

Uno puede confiar en la reacción de los afectados. El que más sintió el golpe fue, sin duda, el senador Andrés Allamand; de otro modo no se entiende que haya dicho que “Lavín está profundamente equivocado” y que su postura significaba, nada menos, que negar “el valor de la alternancia como principio democrático”.

Lavín está tocando una fibra sensible en la derecha. Se puede apreciar fácilmente por la cantidad de críticas que ha recibido y por el sentido de las mismas. Acusarlo de estar confundiendo patriotismo con adhesión a la persona de la Presidenta -como ha dicho Piñera- son palabras mayores. Recordarle al ex candidato de la Alianza lo que significa ser oposición linda en la agresión.

Pero Allamand no es el único afectado. Durante la semana, se ha visto a la derecha casi perdiendo el control por momentos.

Piñera no ha estado a la altura: desafiado directamente en su liderazgo, se movió mal y en todas direcciones. Primero guardó silencio; luego censuró a Lavín; dejó que otros hablaran por él; volvió luego al silencio y habló de nuevo sólo para repetirse. Ha sido parte del enredo y no de aquellos que ayudaron a solucionarlo.

Este episodio le ha significado un costo neto. No todavía en adhesión, sino en la confianza que sus partidarios pueden depositar en sus dotes de liderazgo, que hasta ahora le eran atribuidas sin dudar.

Piñera se ha quedado en términos o conceptos que no ayudan a clarificar la situación, simplemente porque los destinatarios no modificaron su conducta. No lo podían hacer en su propio sector, porque su candidato no establecía una línea de conducta a seguir en medio del creciente desorden que se había generado.

El impacto indudable

Imperceptiblemente, el empresario abandonó el papel de conductor y asumió el de comentarista de las acciones de otro. Podía tener razón en lo que decía, pero no en lo que hacía y por eso quedó orbitando alrededor del que marcaba el ritmo de las acciones.

No cabe duda de que Lavín está contento con la respuesta que han tenido sus declaraciones. Ha podido decir que “me perciben más de centro que a Piñera”, y eso muestra que se está asentando en una buena posición y que el empresario ha dejado suficiente espacio entre su postura y la del oficialismo como para que pueda ser ocupado con soltura y comodidad por alguien.

Luego ha planteado, como al pasar, la idea política de fondo: “La Alianza debe entender que tiene que convivir en su interior con diferentes posiciones. Así como la Concertación tuvo su propio arco iris, nosotros también debemos tenerlo”.

En verdad, la “oposición colaboradora” o de “colaboración activa” es una perspectiva posible y atractiva para un número significativo de personas.

Lavín sabe que ha hecho una apuesta mayor. Lejos de amedrentarse, ha insistido con más fuerza en sus afirmaciones.

Un dato central no puede ser olvidado: hoy existen muchos en la derecha que hablan contra el ex alcalde. Otros lo han defendido. Pero lo cierto es que hace sólo un mes ninguno hablaba y ni pensaba siquiera en él.

Esto demuestra que una apelación directa a los ciudadanos tiene un efecto decisivo cuando llega a conectar con su sentido común, tanto entre quienes se identifican con la Concertación como entre los que prefieren a la oposición.

Cada cual se ha embarcado en una operación política fina, que requiere de una gran capacidad de trabajo en equipo y nadie puede continuar demasiado tiempo como una especie de ave solitaria en el firmamento político.

Los presidentes de la UDI y de RN lograron incorporarse a una comisión antidelincuencia, encabezada por los senadores Alberto Espina, Andrés Chadwick y el subsecretario Felipe Harboe que, en tiempo breve, deberá proponer una fórmula para destrabar proyectos legislativos.

Se trata de un acomodo. Jamás ha sido necesario explicarle a nadie que los partidos existen y los parlamentarios legislan. Pero han debido explicar ahora por qué llegaron después de Lavín. Eso, en cualquier parte, se entiende como perder la iniciativa. Así se vio y así fue.

Para Lavín, los hechos le han significado un auténtico resurgimiento desde las cenizas. Quedó la impresión de que el inicio de un acuerdo entre el Gobierno y la Alianza se había originado en su intermediación.

En definitiva, Piñera salió perdiendo, Lavín ganando y el Gobierno asumió la iniciativa política, reposicionando sus prioridades. Habrá que ver cómo sigue la historia. Ya se ha visto que cambios rápidos son posibles de ver.

viernes, octubre 19, 2007

La DC y su opción presidencial

La DC y su opción presidencial

Víctor Maldonado


En el inicio del camino

El Congreso del PDC fue mucho más un acontecimiento programático que ideológico. El tema que subyacía a todo el debate era cómo fortalecer su búsqueda de la Presidencia del país, encabezando a la Concertación.

Siempre se puede confiar en el ex Presidente Patricio Aylwin para clarificar lo central, y, en este caso, él no ha dudado en declarar, en breve y en redondo, la aspiración de su partido de encabezar la próxima candidatura concertacionista.

Quien lleva la delantera y encabeza las posiciones, como es el caso de Soledad Alvear, se mostró como integradora de su partido, encarnación de las aspiraciones y los principales puntos de vista, evitando caer en ataques contra el Gobierno o el resto de la coalición que pretende llegar a liderar.

En otros casos, los mensajes marcaron más lo negativo, poniendo énfasis en los errores, en las frustraciones, en lo que no se consigue, en lo que está mal.

La razón es muy sencilla para este diferente tipo de comportamiento: cuando no se está a la cabeza de obtener la nominación partidaria, se puede aspirar a una representación fuerte de la base partidaria, que dé piso para posteriores movimientos.

El que extrema posiciones, simplifica mensajes hasta el límite y se muestra agresivo no es el que está mejor, al revés. Quien así actúa busca convencer a los demás de que habla por la DC, y a la DC, de que los demás lo escuchan.

Pero, al final, es una ilusión: aunque el número de agresiones por minuto aumente, esto no significa que crezca en igual proporción la adhesión popular. Y es esto último lo que cuenta.

En cualquier caso, está claro que el PDC, aun con debilidades y descontentos, sabe que ha dado un paso importantísimo al priorizar la mirada larga, de interés nacional y sostenido, en un esfuerzo meritorio de análisis y reflexión que le permite hablar desde otro pedestal.

Se puede decir que la ruta escogida es más valiosa y merece más atención que los resultados mismos del congreso. Al final, no son los documentos los que producen los cambios políticos, sino las conductas.

El tema presidencial

De modo que el intento de los liderazgos alternativos a Alvear es apoyarse en las dudas que puedan existir sobre lo que se hace, se dice o se prepara. En cambio, el intento de la presidenta del PDC es aportar certezas y definir un rumbo típicamente de centro y autopercibido así como camino de triunfo y de aglutinamiento de simpatizantes más allá de la Falange.

Es claro que quien tiene la primera opción es ella y los otros aspirantes tienen posibilidades en la medida en que sufra un tropiezo grave, algo que no parece estar entre las opciones reales del momento.

Lo que, sin duda, requiere de mayor elaboración y de análisis más completos son las proposiciones específicas, como las propuestas de reformas políticas y económicas; en particular la idea de un Congreso unicameral y otras como la defensa cerrada del fin del lucro en la educación o en el tema de la negociación interempresa o la AFP estatal.

No por nada el comité organizador del congreso se ha dado un plazo de 90 días para revisar y depurar los acuerdos alcanzados buscando una congruencia entre las propuestas y su viabilidad efectiva.

Pero, en cualquier caso, discutir temas como estos le hará bien a la política chilena y significará la entrada de aire fresco al debate nacional, demasiado circunscrito a polémicas más acaloradas que sustantivas.

En el tema presidencial, la DC oscila entre varias actitudes a tomar. Algunos arguyen sobre la conveniencia de que un militante de sus filas represente a la Concertación en la próxima elección. Otros suben el tono y lo presentan como la única alternativa aceptable. Unos terceros optan por decir -como Eduardo Frei Ruiz-Tagle- que la postulación presidencial se gana en la calle y no diciendo “a mí me toca”.

Lo único que muestra el conjunto de estas reacciones es que la DC aún no adquiere suficiente seguridad en su propia opción presidencial y que debe seguir trabajando intensamente en ello en los meses que siguen.

Basta echar un vistazo en las actitudes mencionadas para cerciorarse de lo que decimos.

La idea de la conveniencia de un abanderado DC no encuentra muchos detractores en la Concertación. La experiencia de muchos falangistas es que al empezar a argumentar en este sentido con sus aliados, son interrumpidos por el interlocutor, que complementa y ahonda por su cuenta en los puntos que demuestran lo positivo que resultaría que tal cosa ocurriera. El punto está en que todos sabemos que eso no basta.

Los menos convincentes son los que declaran desde ya que no aceptarán otra alternativa que no sea DC. El problema aquí no reside únicamente en que quienes la adoptan esta conducta muestran, a las claras, que con ellos la diplomacia nacional no ha perdido ningún gran valor cuando decidieron dedicarse a otra cosa. El problema es que suena a falso.

De la flecha roja al perro del hortelano

La DC fue decisiva en la construcción de la Concertación. Sabe también cómo se mantiene. Y sabe que con ese tono no se hubiera llegado nunca a conformar una coalición mayoritaria.

El tono que se adopta es inverso al poder que se tiene. Mientras más fuerte es la Democracia Cristiana, más suave y comedido es el tono que emplea.

En el inicio de la transición, cuando tenía un peso incontrarrestable, fue cuando más espacio cedió a sus socios. Fue una actitud generosa, pero también era exactamente lo que correspondía que hiciera. Cuando estaba en situación de imponer condiciones, fue cuando menos quiso hacerlo.

Así que si se adoptan actitudes públicas mirando la reacción de los militantes enfervorizados, no se gana nada. Adoptando actitudes de chico rosquero no se avanza un paso. Con seguridad, ocurre al revés. Gente favorablemente dispuesta a darle la razón a la DC, no tiene otra alternativa que retroceder ante muestras de una inusitada arrogancia incompatible con cualquier noción de autorrespeto.

En la Concertación, el intento puro y simple de imponerse vía ultimátum está condenado al fracaso y al desastre. Por lo tanto, se trata de un callejón sin salida, por donde sería estúpido internarse.

El punto está en que exigir a los cuatro vientos que se lleva al candidato, no basta. Y todos lo sabemos.

La tercera actitud, ganar la opción presidencial por el apoyo popular es, por supuesto, la más sensata, aun cuando de momento la DC la está aplicando al caso de la competencia interna. Pero esto se trata obviamente de la primera parte de un proceso.

Porque lo que para todos es decisivo dentro y fuera de la DC, aún más que el procedimiento con que la Concertación escoja a la persona que la represente, es que ella tenga la opción de superar al candidato mejor posicionado de la oposición. Si él o la candidata DC resulta competitivo, tiene muy buenas opciones de conseguir la nominación unitaria.

Pero si no logra una opción indiscutible, y otros están mejor posicionados, entre las alternativas que queden al momento de tener que elegir, ¿por qué se habría de entender como opción cerrada?

Para que la Democracia Cristiana pueda competir necesita tiempo y unidad.

La falange ya tiene experiencia en eso de ir al ritmo de su candidato menos posicionado. Éste no podía ganar, pero con la demora podía hacer que se quedara con pocas opciones al competir fuera.

Este proceder es letal. Si la propia DC duda demasiado en escoger su candidato, ¿por qué habría de convencer a los demás de sus cualidades?

La DC tiene que tomar decisiones que comprometan a todos sus militantes. Tuvo un buen congreso pero ha tenido una mala semana poscongreso por no cuidar su presentación pública como día. Salió el que quiso, diciendo lo que quiso y del modo que quiso. No puede volver a pasar. No si quiere ganar como partido el liderazgo de la Concertación.

viernes, octubre 12, 2007

El bacheletismo de derecha y otras sorpresas

El bacheletismo de derecha y otras sorpresas

Víctor Maldonado R.


De tal padre…

Al parecer, las reacciones inesperadas están de moda o son contagiosas.
Los que empezaron con este tipo de declaraciones –y que no pudieron ser superados por nadie- fueron los parientes del Augusto Pinochet, tras su breve detención.

No sé si alguien había tenido dudas, pero hoy está claro que la familia Pinochet no cree en la independencia de la Justicia, ¿por qué será?

Tras su ingrata experiencia, los hijos del general acusaron al gobierno de instigar una venganza con la finalidad de obtener algún tipo de beneficios políticos. La idea era que se estaban enfrentando a personas que no se detenían ante nada.

Por supuesto, sus opiniones son respetables, pero lo que no puede dejar indiferente a nadie es que alguien se pueda denominar “perseguido político”, cuando se refiere a un país donde existe democracia y estado de derecho.

El límite a la tolerancia se alcanzó cuando una de las hijas (interesada en iniciar una carrera política), sin ninguna nota de ironía, no tuvo reparos en decir que habían vivido la experiencia de ser “presos políticos”.

En el extremo, estas mismas personas llegaron toda sonrisa de la Presidenta Bachelet en los actos públicos, se debía a las vicisitudes de su familia, lo que les parecía una tremenda crueldad. La idea de que se trataba de un día normal de trabajo, y de que las preocupaciones de la mandataria pudieran ser algo más amplias, parece que no se les pasó por la cabeza.

Qué le vamos a hacer, así es la democracia. Sus enemigos o quienes no la entienden, le rinden pleitesía sin ni siquiera pretenderlo. Es tan brutal el contraste con lo que se vivía en la dictadura, que cuesta moderar las palabras para expresarlo.

En este episodio encontramos a un grupo de personas enfrentadas a un procedimiento judicial normal e institucionalizado, que no hace excepciones ante ningún ciudadano.

Como es lógico, los afectados se defienden, libremente, pueden decir lo que quieren, expresarlo en público, verlo reproducido en la prensa, consultar con sus abogados, volver a sus casas, dormir sabiendo que nadie les aplicará el terror para acallarlos, y, al día siguiente, seguir insistiendo en que hay una colusión expresa de voluntades para perjudicarles.

Hay ocasiones en que dan ganas de alentarlos. Como cuando realizan la insólita advertencia de que recurrirían a tribunales internacionales. Están en su derecho, y siempre esclarecer la verdad es bueno… en realidad es demasiado bueno como para que se concrete.

Los golpes venían y venían

Pero no han sido el único caso de declaraciones sorprendentes. Las directivas de los partidos de derecha también protagonizaron una reacción inusual tras la intervención de Bachelet en el aniversario del Triunfo del No. En esta ocasión señaló las diferencias entre la Concertación y la derecha y las llamó a hacerse cargo de sus distintas historias.

Lo curioso es que líderes opositores se dieron por ofendidos, así, en forma genérica, sin precisar cuales de las afirmaciones presidenciales dejaba de describir aquello que efectivamente había pasado.

Lo ideal es que cada cual asuma lo que es, su pasado y sus dichos. Al menos es eso lo que la UDI y RN le recomiendan siempre a la Concertación. Sin embargo, las cosas se ven distintas cuando alguien dice que si volviera al 5 de octubre de 1988, volvería a votar como lo hice, y que “otros no pueden decir lo mismo”.

Parece que la oposición entiende el juego democrático como uno en el que la derecha puede criticar al gobierno cuanto estima conveniente, y sólo buscar los acuerdos cuando estime necesario o este de ánimo y no afecte sus intereses. Mientras, espera que su contraparte debe buscar acuerdos en toda ocasión, sin poder contra-argumentar nunca.

Es difícil que esto se deba a una extrema sensibilidad de parte de la dirigencia de la derecha. Lo que intentan es amoldar la acción del gobierno a su gusto.

En otras palabras, actúan sobre el convencimiento de que el oficialismo se encuentra en un mal momento, y por eso pueden imponerle condiciones en su trato.

En ocasiones como ésta, lo peor que se puede hacer quienes se relacionan con la derecha es amarrarse uno de las dos manos, para darle el gusto a quienes no agradecerán en absoluto el gesto, sino que verán confirmadas sus suposiciones.

La búsqueda de acuerdos jamás ha sido motivo para inhabilitarse para el debate político. Las diferencias no dejan de existir porque se deja de hablar de ellas, y menos cuando sólo uno de los actores políticos se priva de decirlo en público.

Las profecías funcionales

Pero la estrategia oficial de la derecha no se ha detenido en este aspecto. Una de las ideas constantes en el caso opositor es convencer a los demás que tienen más problemas que los que se imaginan. Que las diferencias de opinión son, en verdad, divisiones; que los debates sobre políticas a implementar son nada menos que diferencias “almas” distintas e incompatibles y que las controversias cotidianas son, en realidad, crisis.

Este discurso, que muestra un escenario negro como la noche, se ha mantenido a todo evento, y es el acompañante obligado de la agresiva propuesta del “desalojo”.

A medida que el anuncio reiterado de una próxima debacle se hace menos creíble en un determinado sector conflictivo, entonces las profecías de la destrucción se trasladan a otro sitio.

En la temporada primavera-verano que se inicia, ya no está de moda la crisis del comité político de gobierno. Lo que se lleva en la apertura nueva temporada es la pugna del comité político con ministerios sectoriales, y si es dentro del área económica, mejor.

¿A quién le sirve la lógica simplista de las confrontaciones fáciles? No precisamente a los que tienen más imaginación y pueden generar propuestas más interesantes.

Lo que rompe el cerco de la banalidad, son aquellos que proponen ideas que obligan a detenerse a pensar, aunque sea por un momento.

Basta que Lavín se defina como “bacheletista-aliancista” para levantar polvadera. Pero la idea de fondo es la misma que la propia Bachelet invoca al hablar del pacto social: que personas que discrepan se puedan poner a acuerdo en temas trascendentes con la finalidad de que el país avance.

Lo que ocurre es algo tan sencillo como que también en la derecha, hay quienes están sintiendo la estrategia electoral de Piñera, como una camisa de fuerza. Pero se trata de una camisa muy especial porque amarra a todos los dirigentes importante en una pugna fuerte con el gobierno, y sólo deja un actor libre que se beneficia de todo esto.

Por eso, cuando alguien empieza a hacer política algo más elaborada, despierta nuevamente entusiasmo. Eso ocurre con Lavín en el ámbito de influencia de la UDI. Al mismo tiempo, es en RN donde se manifiesta la preocupación.

Por que, hay que decirlo si Joaquín Lavín puede reencarnar, es porque Piñera puede decepcionar. Una cosa lleva a la otra, de allí los temores que se despiertan.

Así que no hay que llamarse a engaño. En la derecha nadie ha perdido la cordura. No están desertando para pasarse a la Concertación. Lo que están haciendo es abrir la posibilidad de nuevas alternativas presidenciales. Salir del cerco donde algunos los metieron, y atreverse a salir con voz propia.

De manera que de, de los tres actores mencionados, todos causan sorpresa, pero no están haciendo lo mismo. Los parientes de Pinochet muestran que están de visita en democracia. La dirigencia oficial de derecha muestra que su pasado les incomoda, y que esperan que pronto se deje de hablar de aquello. Y Lavín y Longueira retomaron la disputa por el liderazgo. Los más cuerdos son estos últimos.

viernes, octubre 05, 2007

La Concertación y la lección del 5 de octubre

La Concertación y la lección del 5 de octubre

Víctor Maldonado R.


La falla en el cálculo de un dictador

Hoy es un día en que la Concertación celebra su primer y más importante triunfo. Ahora que el ambiente aparece como enrarecido, por la baja en las encuestas, las dificultades del momento y el constante hostigamiento opositor, es bueno saber si la dirigencia oficialista es capaz de reconocerse en lo que tiene de más valioso el conglomerado de Gobierno.

No puede ser de otro modo, porque la Concertación necesita remontar y mejorar su desempeño y siempre las recuperaciones son precedidas por una decisión interna de cultivar de preferencia lo mejor que se hace. Antes de ganar, hay que merecer ganar.

Todos debieran entender que dedicarse a vaticinar desastres no conduce a nada, y equivale a adoptar el punto de vista del adversario.

Todavía la Concertación no había terminado de nacer cuando los representantes de la dictadura la diagnosticaron como caso perdido. De hecho la estrategia política de Augusto Pinochet se basaba en la imposibilidad de que la disidencia del momento se uniera bajo una sola bandera. Bastaba alimentar sus diferencias, incentivar la división, hacer uso de los medios que entrega el poder discrecional en todas sus facetas, y todo quedaba en las manos de un dictador acostumbrado a controlarlo todo.

Lo que se hizo fue un cálculo preciso: no habría unidad y acuerdo -se dijo y planificó- y sobre esta base Pinochet hizo su apuesta del plebiscito. El hecho fue que la única falla en la arquitectura autoritaria, respaldada por tantas figuras civiles que hoy suelen dictar cátedra de democracia, fue la que se empleó para recuperar la libertad.

La Concertación no nace ni del cálculo, ni de la ambición, ni menos del azar. Nació de la decisión generosa de superar grandes diferencias y antagonismos personales, en pos de conseguir un bien superior. De allí la épica que supo encarnar en la alborada de la democracia.

Desde el comienzo, la Concertación recibió de la derecha una constante andanada que destacaba tres puntos: que las diferencias de opinión harían que nunca fuera un verdadero conglomerado, sino que estaría condenada a las luchas intestinas; que, dada la heterogeneidad de sus componentes, nunca podrían darle gobernabilidad al país y que se carecía de un proyecto que pudiera dar estabilidad económica y asegurara el desarrollo del país. Es decir, que se le pronosticó vida corta, muchas querellas y poca capacidad de conducción: un auténtico desastre.

Lo que se dijo, se repitió y se sigue diciendo es que quienes dirigieron la campaña del No eran más hijos del pasado que padres de un futuro mejor. Eran unos inadaptados a ese mundo maravilloso, a ese porvenir dorado que los amantes del autoritarismo ofrecían y del que se consideraban únicos propietarios.

A alguien se le olvidó disolver la Concertación

El conglomerado que derrotó a Pinochet y a la derecha se negó a verse con los ojos de sus detractores. A nadie se le ocurrió tamaña insensatez. Lo que hizo fue proponerle al país otro punto de vista, algo diferente y propio, y que hoy podemos identificar en sus elementos centrales.

Porque la Concertación, en lo medular, ha sido tres cosas: que las tareas del momento pueden ser enfrentadas por una mayoría que hace de la diversidad su riqueza característica; que las tareas cambian a medida que se alcanzan las metas propuestas, pero que siempre se avanza hacia una sociedad más integrada, más igualitaria y más desarrollada; y que se tiene la opción preferencial por el bienestar de las personas y el respeto de su dignidad, antes que el privilegio asignado a la acumulación de bienes, el adelanto técnico o el amor por las estadísticas de exportación.

Cometen un grave error los que consideran que lo propio de la Concertación es, por definición, algunos de los logros obtenidos en su largo proceso. Como si lo verdaderamente importante fuera los éxitos concretos ya obtenidos, y no la capacidad de fijarse siempre nuevos objetivos, a partir de lo que ya se logra.

Los que creen que cuando la coalición de centro izquierda cumple las metas del momento pierde su razón de ser, muestran que han quedado sin norte y que no entienden de qué se trata su apuesta política fundamental.

De ser cierto, la Concertación debió haber sido disuelta hace mucho, puesto que si lo que unía era la derrota de la dictadura, eso se logró bien temprano. Tal vez se pudo estabilizar la democracia, pero no había para qué mantener al conglomerado tal cual lo conocemos hoy, tras este logro reconocido por todos. Pero este modo de pensar no se sostiene mucho tiempo.

Por definición las tareas se agotan, pero no ocurre lo mismo con las orientaciones, los criterios, los propósitos y las perspectivas. Cuando se representa una línea política siempre podrá extraer de sus lineamientos nuevas tareas. Así operan las más importantes coaliciones conocidas en las democracias consolidadas.

Los errores y los erráticos

La tontería más grande en la que se puede pensar es en que la Concertación se vea a sí misma, a partir de los ojos que le presta la derecha. Nada bueno puede venir de “externalizar” la mirada. Hay formas más rápidas de suicidarse que ésta.

Se puede afirmar que la derecha nunca ha entendido a la Concertación, por la sencilla razón que nunca se puede entender lo que nunca se ha sido capaz de construir. La oposición sueña con tener algo parecido a lo que tiene al frente, pero nunca ha conseguido que la suma de intereses provea la generosidad necesaria para construir algo trascendente a las ambiciones del momento.

Por algún motivo, en cada alianza se están presentando personajes que insisten en declarar al conglomerado completo en crisis, sin ideas y mal preparados para competir.

Sin embargo, las opiniones no sólo hay que contarlas, sino que ponderarlas. Si hay alguien que puede hacer detectar errores con propiedad, es aquel tipo de personas que se han destacado en el trabajo de prestigiar la política, supeditar sus intereses a los del bien común y han dado demostraciones de prudencia y visión de futuro.

Lo que ocurre es que este tipo de liderazgo no se queda en la detección de faltas. La capacidad de un liderazgo no se mide tanto por la cantidad de problemas que puede adicionar a la agenda del día, como por la calidad de las propuestas y soluciones practicables, en las que se puedan involucrar.

Para un liderazgo constructivo, los obstáculos y los errores no se relevan porque sí, sino en función de los aspectos que se quieren mejorar.

De allí que el tema no es si se critica o no, más bien lo que importa es saber si la crítica es el punto de llegada tras el cual no se encuentra nada más, o si es un punto de partida desde el cual establecer los aportes que se quieren entregar.

En la Concertación hay quienes les están hablando al país por la boca de sus líderes de mirada más parcial. Eso hay que corregirlo, porque no conducen, no orientan ni construyen. Al contrario.

La Concertación es una construcción política; es el producto de lo que cada cual aporta para obtener propuestas comunes y tareas que realizar. Es el resultado del trabajo tesonero que se acumula. No se “agota” como si fuera una pila o una batería. Es más o menos prioritaria; con más o menos contenido, según el aporte cotidiano que se le asigne.

La idea, francamente irritante, del agotamiento debido al ejercicio del poder no resiste análisis. ¿Acaso la oposición es más fuerte, más sólida y más consistente porque no ha ganado nunca una elección presidencial?

Lo importante, pues, no es si se gana o se pierde, sino qué es lo que se hace con el triunfo y la derrota. Al final, lo que importa es la calidad de las personas que hacen política, no la suerte electoral. Pero en política es el pueblo quien decide quien pierde o gana, no los que se cansan y dejar de competir y de querer ganar. Que serán pocos, pero hablan mucho.

Lo que hay que recomendar es no hacer de las carencias personales problemas políticas. Quizá lo que corresponda es dejar espacio para que tomen la palabra los que tienen más propuestas que lamentos.