viernes, octubre 26, 2007

Ganadores del bacheletismo expandido

Ganadores del bacheletismo expandido

Para Joaquín Lavín, los hechos le han significado un auténtico resurgimiento desde las cenizas. En definitiva, Sebastián Piñera salió perdiendo, Lavín ganando y el gobierno asumió la iniciativa.

Víctor Maldonado


Cooperación y diferencias

SIN DUDA, la última semana ha traído un cambio en el posicionamiento de los personajes políticos en la derecha. Partimos con un candidato indiscutido, un discurso radicalizado y una estrategia simplista de ataque sin matices hasta llegar, en pocos días, al resurgimiento de una figura nacional, a un cambio drástico de discurso y a una competencia por imponer una estrategia distinta.

Ante esto muchos se preguntan quién está ganando o, más bien, quién terminará por convertirse en el ganador principal de la mudanza de escenario. Estamos frente a un juego de inteligencia, cuyo resultado no se conoce por anticipado, porque depende de la habilidad de los jugadores para definirse.

Joaquín Lavín ha tenido razón al decir que sus objetivos políticos resultan alcanzables aprovechando las oportunidades que se le crean al colaborar en una iniciativa de Gobierno, usando una visión menos sectaria de la que hasta ahora ha mostrado Sebastián Piñera.

Es más: un político debe poder dar sustento a un discurso público demostrando consistencia en su conducta a lo largo del tiempo.

El Gobierno, por su parte, quiere que se distingan posiciones al interior de la derecha. La unificación de los opositores en una línea dura no le hace bien al país y tampoco permite que el programa presidencial sea cumplido a cabalidad en sus notas más importantes.

Pero lo que al final importa es saber si las líneas fronterizas se mantendrán nítidas aun cuando nos encontremos en un momento en que la colaboración sea posible, al menos con parte de la oposición.

Los conglomerados presentan siempre dos caras. Mantienen diferencias que hacen que los electores los distingan y, al mismo tiempo, requieren de cooperación para sacar tareas adelante. Las dos cosas son necesarias: si hay puras diferencias, nada tiene el respaldo de amplias mayorías; si hay puras coincidencias, entonces da lo mismo quien gobierna.

Se puede afirmar que de un juego de todo o nada quien más puede conseguir -sea en favor o en contra- es la oposición. Y el que más puede ganar de mantener las diferencias visibles y colaborar en temas específicos de interés nacional es el Gobierno.

Los límites no son fáciles de establecer. Están librados a la habilidad de cada cual.

Cada cual en su papel

Como siempre, es la dirigencia menos elaborada la que expresa las ideas que los más experimentados se guardan de decir. Darío Paya ha dicho que, en realidad, está surgiendo un “lavinismo-concertacionista” por la cantidad de elogios que está recibiendo el líder aliancista desde el oficialismo. Hoy, es causa de risa y de una salida poco ingeniosa. Sin embargo, es el tipo de enredos que se producirá más adelante si las fronteras pasan de tenues a casi imperceptibles.

En este juego ya es bastante difícil hacer un buen papel uno mismo como para pasarse de listo y empezar a incursionar en territorio de los otros.

Cada cual sabe perfectamente en qué se metió y por qué hace lo que hace. Aquí nadie necesita respaldos ni gestos de buena voluntad. Algunos en la derecha consideran cándido al ex alcalde, pero que alguien a estas alturas vuelva a cometer tamaño error es inexcusable.

Además, cuando Lavín declara algo se puede tener la completa certeza de que no es por una súbita inspiración o un comentario al pasar: sabe lo que hace y lo hace con habilidad.

Uno puede confiar en la reacción de los afectados. El que más sintió el golpe fue, sin duda, el senador Andrés Allamand; de otro modo no se entiende que haya dicho que “Lavín está profundamente equivocado” y que su postura significaba, nada menos, que negar “el valor de la alternancia como principio democrático”.

Lavín está tocando una fibra sensible en la derecha. Se puede apreciar fácilmente por la cantidad de críticas que ha recibido y por el sentido de las mismas. Acusarlo de estar confundiendo patriotismo con adhesión a la persona de la Presidenta -como ha dicho Piñera- son palabras mayores. Recordarle al ex candidato de la Alianza lo que significa ser oposición linda en la agresión.

Pero Allamand no es el único afectado. Durante la semana, se ha visto a la derecha casi perdiendo el control por momentos.

Piñera no ha estado a la altura: desafiado directamente en su liderazgo, se movió mal y en todas direcciones. Primero guardó silencio; luego censuró a Lavín; dejó que otros hablaran por él; volvió luego al silencio y habló de nuevo sólo para repetirse. Ha sido parte del enredo y no de aquellos que ayudaron a solucionarlo.

Este episodio le ha significado un costo neto. No todavía en adhesión, sino en la confianza que sus partidarios pueden depositar en sus dotes de liderazgo, que hasta ahora le eran atribuidas sin dudar.

Piñera se ha quedado en términos o conceptos que no ayudan a clarificar la situación, simplemente porque los destinatarios no modificaron su conducta. No lo podían hacer en su propio sector, porque su candidato no establecía una línea de conducta a seguir en medio del creciente desorden que se había generado.

El impacto indudable

Imperceptiblemente, el empresario abandonó el papel de conductor y asumió el de comentarista de las acciones de otro. Podía tener razón en lo que decía, pero no en lo que hacía y por eso quedó orbitando alrededor del que marcaba el ritmo de las acciones.

No cabe duda de que Lavín está contento con la respuesta que han tenido sus declaraciones. Ha podido decir que “me perciben más de centro que a Piñera”, y eso muestra que se está asentando en una buena posición y que el empresario ha dejado suficiente espacio entre su postura y la del oficialismo como para que pueda ser ocupado con soltura y comodidad por alguien.

Luego ha planteado, como al pasar, la idea política de fondo: “La Alianza debe entender que tiene que convivir en su interior con diferentes posiciones. Así como la Concertación tuvo su propio arco iris, nosotros también debemos tenerlo”.

En verdad, la “oposición colaboradora” o de “colaboración activa” es una perspectiva posible y atractiva para un número significativo de personas.

Lavín sabe que ha hecho una apuesta mayor. Lejos de amedrentarse, ha insistido con más fuerza en sus afirmaciones.

Un dato central no puede ser olvidado: hoy existen muchos en la derecha que hablan contra el ex alcalde. Otros lo han defendido. Pero lo cierto es que hace sólo un mes ninguno hablaba y ni pensaba siquiera en él.

Esto demuestra que una apelación directa a los ciudadanos tiene un efecto decisivo cuando llega a conectar con su sentido común, tanto entre quienes se identifican con la Concertación como entre los que prefieren a la oposición.

Cada cual se ha embarcado en una operación política fina, que requiere de una gran capacidad de trabajo en equipo y nadie puede continuar demasiado tiempo como una especie de ave solitaria en el firmamento político.

Los presidentes de la UDI y de RN lograron incorporarse a una comisión antidelincuencia, encabezada por los senadores Alberto Espina, Andrés Chadwick y el subsecretario Felipe Harboe que, en tiempo breve, deberá proponer una fórmula para destrabar proyectos legislativos.

Se trata de un acomodo. Jamás ha sido necesario explicarle a nadie que los partidos existen y los parlamentarios legislan. Pero han debido explicar ahora por qué llegaron después de Lavín. Eso, en cualquier parte, se entiende como perder la iniciativa. Así se vio y así fue.

Para Lavín, los hechos le han significado un auténtico resurgimiento desde las cenizas. Quedó la impresión de que el inicio de un acuerdo entre el Gobierno y la Alianza se había originado en su intermediación.

En definitiva, Piñera salió perdiendo, Lavín ganando y el Gobierno asumió la iniciativa política, reposicionando sus prioridades. Habrá que ver cómo sigue la historia. Ya se ha visto que cambios rápidos son posibles de ver.