viernes, septiembre 07, 2007

Lo siguiente es de responsabilidad compartida

Lo siguiente es de responsabilidad compartida

Víctor Maldonado


La posibilidad de un relanzamiento

Está por concluir el invierno con el porcentaje de apoyo más bajo al Gobierno, con una desaprobación mayoritaria a la manera cómo están haciendo su labor la Concertación y la Alianza, y con una especie de recaída del Transantiago.

El tradicional peor momento del año se comporta de un modo que ratifica su fama.

De nuevo, nos encontramos con un movimiento como de marea: todos suben o bajan según la ola. Pero siempre ha de sorprender por qué es que no se ha producido -en los momentos más duros- el fenómeno más entendible de los vasos comunicantes: a medida que uno de ellos pierde líquido, el otro lo gana.

Tal vez influya que la oposición no parece dotada con el mínimo de prestigio necesario como para poder capitalizar errores ajenos. Pero la verdad es que nadie está ganando y eso, a fin de cuentas, es más importante que la ineptitud de la oposición.

Sin embargo, en política, una situación en la que nadie gana es, en realidad, un tránsito, un momento intermedio hasta que la situación termine por dirimirse.

Las encuestas no explican, constatan; no nos eximen de la necesidad de analizar los datos y sacar nuestras propias conclusiones. Lo que hay que preguntarse, sabiendo lo anterior, es qué están haciendo los diferentes actores -en especial en el oficialismo- por romper el cerco que pone techo a su posibilidad de mejorar posiciones. Y, ante todo, ha de tratarse de factores internos porque, cuando nadie crece, la culpa no es del vecino que comparte el mismo mal.

El factor que escapa y se diferencia de los anteriores es, por supuesto, el Transantiago, que ha jugado el papel de una pesada ancla que frena cualquier otra iniciativa. Pero existe el compromiso, sostenido y ratificado en el tiempo, de que el respiro para los usuarios llegará a final de año, con lo que se volverá a tener un margen de maniobra suficiente. Para un relanzamiento, se trata de una precondición de éxito.

Restablecer un funcionamiento regular y ordenado de Gobierno da la oportunidad del lucimiento de los avances de la agenda. Requiere de un esfuerzo exigente la ejecución presupuestaria de un año pródigo y, por tanto, sobredemandante.
Con todo, creo que estamos hablando hasta aquí de la línea de flotación, de hacer bien lo que bien hay que hacer de todas formas. Más que de méritos especiales, a lo que se hace referencia es a cumplimientos.

Para romper tendencias, se requiere algo más. Y ese algo más proviene del ámbito político, lo que supera y complementa la inexcusable buena gestión.

Los demandantes y sus fantasmas

Si se percibe un clamor a nivel político concertacionista es el de que se imponga la disciplina y la coherencia en la acción colectiva. A esto se lo identifica como un asunto del liderazgo y, al mencionar este aspecto, lo primero que se hace es mirar hacia La Moneda. A la cabeza del Ejecutivo se le pide de todo: que conduzca a la coalición; que controle a los díscolos; que emplee sabiamente el garrote y la zanahoria; que sea eficiente en la aprobación de proyectos de ley emblemáticos y, por supuesto, que mantenga y preserve el legado concertacionista.

El Gobierno ha de poner de su parte y mucho para imprimir un impulso adicional que no lo afecte en exclusiva, sino que impacte al resto de los actores políticos. Pero, por mucho que el avance en esto concite el aplauso de los sectores concertacionistas más responsables, no basta.

Todo depende de lo que se quiera hacer. Si estamos esperando simplemente el paso del tiempo para llegar a otra cosa (una elección, desde luego), o si se pretende, de verdad, tomar riesgos desde ya para apoyar un nuevo impulso. Para ser sinceros, es bien sospechoso que se cargue la mata tan redondamente en un solo punto. Y, sin embargo, por algo será que tantos están recurriendo a explicaciones simplistas.

La Concertación siempre ha contado con una elite, no como un grupo de personas acostumbradas a ejercer cargos (que, por cierto, también existe); lo que ha forjado a la Concertación es la existencia de un número significativo de líderes capaces de combinar los intereses de sus partidos con el cuidado de la coalición. La preservación del interés general ha estado presente en las más encarnizadas discusiones interpartidarias. Por supuesto, no es lo único presente, pero nunca ha faltado a la hora de resolver.

Para estos líderes “por partida doble”, en ningún caso ha sido fácil mantener posiciones que no se atienen estrictamente a los intereses inmediatos de los partidos. Siempre tuvieron la amenaza de ser devorados por los cultivadores del descontento, de los que están convencidos de que “los otros siempre nos perjudican”, acompañados de los que, simplemente, no supieron mirar más lejos cuando correspondía. Pero, por años, fue esta elite la que impuso sus términos.

Y eso es lo que se ha perdido. No es una fatalidad. No es un proceso sin salida. Pero lo primero que hay que hacer para encontrar algo es darnos cuenta de que se nos perdió.

La chance de la gobernabilidad

Hoy, la Concertación cuenta con buenos y prestigiados presidentes de partido. No obstante, ninguno de ellos puede decir que disciplina al conjunto de las figuras de su partido. Existe un grupo de irreductibles a estas disciplinas. Lo serían bajo cualquier directiva y lo peor sería tenerlos a ellos mismos en una.

De las bancadas parlamentarias, se puede esperar todavía menos. Allí la situación es tal, que cuando por excepción se logran acuerdos respetados por todos se abrazan. ¡Tan extraordinario se ha vuelto lo que antes fue un comportamiento habitual!

De manera que nadie está logrando en su ámbito de acción y responsabilidad lo mismo que se reclama al Gobierno. Los liderazgos integradores están teniendo problemas donde quiera se encuentren, así que es mejor que colaboren unos con otros antes de desgastarse en la crítica o caer en la añoranza de los buenos tiempos.

Lo cierto es que hoy los incentivos juegan en favor de díscolos, permitiendo sortear las mayorías y las institucionalidades partidarias y hay que hacerse cargo de las nuevas circunstancias.

Ningún parlamentario se tendrá que jugar su elección antes del término del período presidencial y eso no había ocurrido ¡nunca! El que antes se salía de la fila, tenía que vérselas con la figura presidencial y el Gobierno en algún momento durante su gestión. Ahora, nunca se cobrarán la cuenta de las deslealtades.

Los candidatos a parlamentarios o municipales se financian por los votos que consiguen, y si alguien tiene muchos votos en su partido tendrá pocos controles sobre lo que diga y opine. Porque no es fácil de reemplazar y porque se puede ir.

En la anterior campaña municipal, 15% de los candidatos se presentaron por fuera de los partidos (¡y no pocos resultaron electos!). Ahora se espera que esta cifra se duplique.

Sin embargo, ha llegado el momento de reaccionar. De otro modo, las instituciones políticas no recuperarán prestigio y la calidad de la actuación política que vemos a diario seguirá en deterioro.

Tal vez resulte sano acostumbrarse a mayores niveles de disenso, pero no al punto de desdibujar las líneas divisorias entre Gobierno y oposición allí donde importa.

Quien transgreda los acuerdos básicos ha de sentir la presión simultánea desde el Gobierno, el Congreso y su partido.

Los líderes integradores van a tener que aprender a hablar más y seguido, sosteniendo y apoyando las opiniones más sensatas. De otra forma, serán sobrepasados todos y poco importará la distribución interna de culpas.

Desde el Gobierno hay algo más que hacer: lo primero que tiene que perder un Gobierno corto son sus pretensiones excesivas. Llegó el momento que dedicarse a lo medular y marcar la línea de la Concertación hacia fuera, más que las particularidades hacia dentro. Además, algo más de política bien hecha no le vendría mal a nadie. Pero no hay que olvidarlo: en la etapa que viene las responsabilidades son compartidas.