viernes, junio 29, 2007

...Y se movió hacia arriba

...Y se movió hacia arriba

Si la oposición no ha capitalizado el descontento, ya no lo hará. Una confesión de ineptitud extrema. En la Concertación se puede ver una prueba antes de las encuestas.

Víctor Maldonado


Los aciertos y la fortuna

JUNIO ERA EL MES en que se inclinaba la balanza en política. Respecto de los principales actores, las tendencias en las encuestas parecían oscilar en la duda, sin decidirse a las subidas o bajadas. Los principales líderes, los partidos y las coaliciones se movilizaron por entero para que las tendencias giraran en su favor.

Luego de que trascurriera casi todo el mes no se puede decir que haya habido un cambio dramático. Tampoco se esperaba que ocurriera eso. En cambio, lo que se sabía que iba a acontecer era que se presentaría una pequeña inclinación inicial en favor de un sector y éste tendría la primera opción de consolidarse en los meses siguientes.

Y lo que sucedió es que la pequeña inclinación de la que hablamos favoreció a la Concertación.

Claro que nada es definitivo y vendrán nuevas oportunidades para todos. Pero da la impresión de que, nuevamente, la oposición se farreó una de sus grandes oportunidades.

Cuando el Gobierno es fuertemente criticado por la intervención en la vida de la ciudad que significó el Transantiago y la alternativa política de reemplazo no experimenta ningún apoyo adicional significativo es, simplemente, porque se ha errado el camino.

La derecha no tiene excusa posible. A nadie puede culpar por su incompetencia, puesto que el socorrido recurso de explicar sus derrotas por el intervencionismo electoral, no tiene aplicación alguna en este caso. Para ser sinceros y coherentes con lo señalado a principios de mes, la situación se presentaba tan frágil para el oficialismo que cualquier acontecimiento podía ser desequilibrante. No sólo no podía cometer errores significativos, sino que requería buena fortuna.

Una falla en el suministro de gas desde Argentina, un accidente, una crisis mal llevada, un acontecimiento fortuito y negativo, en fin, cualquier evento de ese tipo había que tenerlo en cuenta. Pequeñas cosas podían tener repercusiones amplias.

Pero el azar no jugó en contra y todas las pruebas propiamente políticas fueron, finalmente, superadas. En el trayecto, se cometieron errores, no siempre se pudo apreciar un buen trabajo de equipo y no faltó la ocasión en que un acuerdo parlamentario era detenido -hasta la exasperación- por consideraciones menores.

Sin embargo, nada de esto predominó. Hay que acostumbrarse a reconocer los méritos cuando los hay.

Esperando que pase el cadáver del enemigo

La derecha jugó a dejar solo al oficialismo a fin de que éste se enredara tanto en sus desacuerdos que hiciera una demostración práctica de ingobernabilidad. No pasó nada así.

En una votación clave se desmarca el senador Zaldívar del oficialismo, pero también Bianchi de la oposición y Flores se allanó a un acuerdo.

Desde ahora, se sabe que las individualidades pesan, pero también que los bloques existen y pueden mostrar una amplia consistencia en sus acciones. El primero que se adaptará a las nuevas condiciones, mucho más flexible y con menos certezas, ganaría una ventaja apreciable.

Los resultados están a la vista: la derecha se puso a esperar el fracaso ajeno y la Concertación trabajó activamente por el éxito propio. ¡Qué más se puede agregar!
Lo que le pasa a la oposición es que no se gradúa. Ha pasado de estar plenamente disponible para los acuerdos, a oponerse a ellos casi como dogma. Se trata del simplismo hecho conducta.

Y una actuación así requiere de un diagnóstico no menos simplón. La oposición ha concluido que, en el pasado, ha sido ella misma la que ha sacado a la Concertación de los atolladeros. Ahora se arrepiente amargamente del pacto Insulza y Longueira en el Gobierno de Lagos. Ha hecho un giro en 180 grados a la espera de que el oficialismo se hunda ante las dificultades para que luego quedar a su merced.

En el fondo, lo que quiere es administrar una lenta agonía oficialista, procurando entregar justo el oxígeno necesario para que el moribundo pueda entregar la banda presidencial. Y tanto se convenció de que estábamos en un escenario con destino único y conocido que se quedó esperando en la UTI a un paciente que nunca llegó.

La nueva línea de conducta requería de una persistencia implacable. Todo lo que el Gobierno hacía saldría mal o terminaría en fracaso. Los éxitos debían brillar por su ausencia.

Al mismo tiempo, se necesitaba capitalizar el malestar ciudadano, mostrándose rotundo en la crítica. A tanto se llegó, que la propuesta opositora más perfilada del período se llama, con simpleza y sin modestia, “el desalojo”.

Pesimismo y optimismo

Ni siquiera la encuesta Casen, que mostraba una fuerte disminución de la pobreza y de la indigencia pudo sacar a la oposición del escepticismo radical.

De manera que ya uno podía saber por anticipado cuál iba a ser la actitud ante lo que viniera: la decisión anticipada era considerar que no iba a funcionar, no resultaría o iba directo al fracaso.

La verdad es que la derecha no avanza. Justo en el momento en que tenía que remontar, se estancó. Hasta parece que su candidato presidencial ha retrocedido en la evaluación pública pese a que no existe duda de que ya no tiene competencia al interior de su sector.

Tal parece que por estos lados las lecciones son asimiladas con lentitud. El estancamiento de Piñera ha coincidido con su esfuerzo sistemático por marcar las críticas de un modo bastante apreciable. Pese a eso, ha mantenido esta misma línea de conducta, lo que se explica más por inercia que por sensatez.

El Gobierno está evitando cometer errores. Incluso está recuperándose de la caída en el apoyo popular en la capital, y no es poco decir. A nadie se le puede ocurrir empezar a celebrar.

Para que remonte tendrá que seguir mejorando. Pero ya está visto que puede hacerlo.

Se ha dicho que el Gobierno ha debido pagar costos altísimos durante la negociación parlamentaria. La imaginación de muchos ha ido más lejos que los hechos verificados. La verdad es que si se hubieran pagado costos inaceptables ya se hubiera sabido, porque éste no es un país donde los secretos se guarden y se cuiden.

El cambio fundamental experimentado no va por ese lado. Lo que se ha sincerado es que no existe una mayoría automática de la Concertación.

A partir de ahora, cada nueva votación requerirá un esfuerzo grande de convencimiento. ¿Habría sido mejor seguir actuando como si se fuera mayoría?, ¿estaríamos en mejor posición por guardar las apariencias?, ¿a quién se estaría convenciendo de la ausencia de dificultades?

Si se ha de construir algo sólido, no será sobre la base de sostener el decorado de una mayoría de papel. No es así como se puede convencer a un país.

De momento, lo seguro en la oposición es que se puede apreciar el fracaso de una estrategia que no ha rendido frutos.

El domingo pasado un matutino titulaba de esta benévola forma el desempeño de la Alianza: “Bachelet frena descenso y oposición sigue sin capitalizar crisis del Transantiago”.

La verdad se puede decir de un modo más directo: si la oposición no ha capitalizado ese descontento, ya no lo logrará. Es una confesión de ineptitud política extrema.

En la Concertación, se puede anticipar una prueba aun antes de conocer los resultados de las encuestas más conocidas. Estoy convencido de que los liderazgos que se fortalecerán en el oficialismo son los que más apoyan a Bachelet y que se han mantenido en un mismo discurso y acción constructiva referido al país y no a sí mismos. Creo que el país premiará las opciones más positivas. Otros opinarán distinto. Queda poco para salir de dudas.