lunes, junio 25, 2007

Las movilizaciones de temporada

Las movilizaciones de temporada

Víctor Maldonado


Todo menos un centro

Las movilizaciones estudiantiles se han reiniciado. Pero esta vez no parecen tener un foco central que aglutine a todos sus adherentes. Lo que está ocurriendo ahora es que las demandas que se presentan asemejan a una colección de temporada, donde es posible encontrar cuanta cosa está en la conversación cotidiana: estatizar la educación, solucionar el Transantiago, debatir la Ley Penal de Responsabilidad Juvenil, entre otros.

No cabe duda que se podrá seguir recogiendo otras demandas que vayan apareciendo en los días que sigan, pero no dan la sensación de orientarse a nada en concreto. Es lo que ocurre cuando lo que se busca son justificaciones, más que cuando se está motivado por razones profundas que se imponen como evidentes o necesarias para todos.

Así que encontramos de un cuanto hay. Menos una línea ordenadora que clarifique lo que se quiere. En este sentido, se está dando una muestra de debilidad más que de fortaleza.

Lo que tuvimos el año pasado fue una causa de fondo –creída y asumida- que llamaba a movilizarse. Ahora tenemos una movilización que busca una causa que la justifique. Pero se nota mucho dónde se encuentra el interés principal, que esta vez se encuentra más en la emulación de la efervescencia anterior, más que en los contenidos explícitos que se esgrimen.

Una diferencia notable con las movilizaciones del año pasado, se encuentra en que, con anterioridad, la mayoría estudiantil, bien dirigida y eficientemente coordinada, llegó a imponerse sobre los grupos mucho más reducidos de elementos radicalizados que parecían especializados en distorsionar las manifestaciones del grueso del estudiantado.

Este año, se había experimentado un retroceso. Nuevamente la imagen de los encapuchados empezó a predominar en la imagen televisiva. Solo recientemente se esta produciendo una reacción ante un desborde que afecta mucho más a los jóvenes que a ningún otro.

Que se movilicen de un modo más enfático las minorías, no es ninguna novedad. Lo que no ocurre con mucha frecuencia es que la mayoría ponga límites a las movilizaciones que se hacen en nombre de todos, pero que terminan por ser distorsionados sin consultarle con nadie.

Recuperar los derechos de la mayoría

Si hay algo que está sacando de quicio a las mayorías es cuando se les expropia el derecho a manifestarse.

La participación nunca es algo teórico. Algunos especulan sobre un supuesto deterioro de la capacidad de acciones colectivas en nuestra sociedad. Está claro que este no es el caso de nuestros jóvenes.

De hecho, las movilizaciones estudiantiles del año pasado no dividieron a los secundarios entre apáticos y movilizados, si no entre jóvenes que encaraban las movilizaciones de distinta manera.

El movimiento no tuvo pleno éxito hasta que la mayoría logró imponer un modo pacífico y propositivo de dar a conocer sus demandas. Otros siempre prefirieron “agudizar las contradicciones” como se decía en una época bien diferente.

El problema básico consiste en que las minorías que optan por el uso de la violencia a todo evento, no lo hacen por su cuenta. Lo que hacen es incorporarse a las manifestaciones pacíficas y cambiar su carácter en momentos clave. Actúan como un elemento parasitario que aprovecha la energía de otros para instalarse.

Esto se ha convertido casi en una costumbre unilateralidad. Nada agradable de sufrir por parte los afectados.

Pero, tal parece que hay límites. A principios de mes, en Valparaíso, una manifestación secundaria muy masiva, volvió a sufrir la interferencia de un grupo bastante más pequeño que inició los habituales disturbios. Pero esta vez no tuvieron que enfrentarse a Carabineros si no a los otros estudiantes.

Los movimientos no son fuertes porque se desbordan si no porque se autorregulan. Se gradúan y deciden alcanzar objetivos distintos a la pura catarsis. Eso es lo que está en cuestión y tiene una importancia para toda la sociedad.

Lo decisivo, no obstante, no terminan siendo las reacciones puntuales, si no quien termina por imponer la lógica que es adaptada y seguida por los diferentes líderes y organizaciones. Esto es algo que aún no se establece con claridad. En los hechos, aún existe una gran confusión que es justo el ambiente que precede a los momentos definitorios.

El movimiento estudiantil no está coordinado, a lo más está sub-coordinado por parcialidades. Esta es una obviedad.

Los intentos por producir una efervescencia muy amplia, que termine por arrastrar al conjunto de los jóvenes en una espiral cada vez mayor, han terminado en fracaso.

Pingüinos dos, el regreso

Es difícil acostumbrarse a la idea, pero las gestas épicas no se producen todos los años entre mayo y septiembre. Somos un país de regularidades, pero nunca para tanto. Lo que sigue después del entusiasmo es la necesidad de consolidar y construir. Eso tiene sus propias especificidades y hay que preparase para ellas, no para la repetición nostálgica de lo ya vivido.

De momento, han sido más los que se han preparado para una revolución pingüina segunda parte, que para el nuevo momento.

Por eso, y hasta ahora, todo se está volviendo movimientos tácticos de tomas, desalojos y retomas de los mismos puntos. Tal vez alguien tenga suficiente paciencia como para entretenerse en esto, pero lo cierto es que termina siendo cansador por inconducente.

Fue muy significativo el hecho de que el movimiento secundario tuvo la necesidad de reprogramando movilizaciones por problemas de convocatoria, y que no logren conectarse las organizaciones de la capital con las demandas secundarias de regiones.
También es una señal a considerar que el movimiento universitario haya independizado su agenda, aun cuando continúe imitando el procedimiento de los secundarios. En especial por el empleo de las tomas. Como sea, es notorio que se está volviendo a una cierta normalidad y a una recuperación de las especificidades de cada cual.

No puede ser de otra manera, cuando las movilizaciones son sobre objetivos genéricas, inevitablemente quedan a la espera las reivindicaciones particulares. Se pueden suspender por un tiempo, pero inevitablemente ellas vuelven por sus fueros.

En resumen, empezar a repetirse no es nunca bueno como señal para nadie. Pero cuando sucede entre jóvenes, repetirse es mucho peor. Un grupo de dirigentes está tratando de repetir los éxitos del año pasado, manteniendo en lo posible el libreto, pero cambiando los protagonistas principales. Pero eso no es posible.

El nuevo comienzo

El movimiento secundario tiene que tomar en cuenta los efectos que el propio movimiento tuvo y que son innegables. El gobierno cambio, las políticas públicas se modificaron, el debate público experimentó un giro.

Una movilización estudiantil por sí misma no produce una modificación tan significativa. Para que esto ocurriera era necesario que los demás quisieran poner en el centro de atención ciudadana la reforma de la educación.

Como dije, lo que toca ahora es consolidar el papel de la organización estudiantil en el nuevo contexto que ayudó a formar de un modo tan determinante.

Consolidar significa dedicarle tiempo a definir el nuevo rumbo. En este caso, se requiere demostrar capacidad de hacer propuestas, de analizar iniciativas que provienen del gobierno o de otros actores y contra-argumentar de manera solvente.

La buena noticia es que algunos han aceptado este desafío. Ya se dispone de documentos de alta calidad, que están circulando y que representan un auténtico aporte. No son todos, pero son los que han encontrado el camino correcto.

Lo que termine por pasar en medio de los jóvenes, tendrá muchas más consecuencias de las que se pueden observar en la superficie y es de alto interés nacional.