Las tres tareas de la Concertación
Las tres tareas de la Concertación
Si es efectivo que la Concertación gana en disciplina cuando ve a la derecha en alza, es bien posible que el inicio del proceso electoral no sea una completa mala noticia para el oficialismo.
Víctor Maldonado
El anti-mosquetero
LA CONCERTACIÓN PUEDE y debe trabajar como equipo. Con ello superaría su momento más bajo, recuperando confianza y presencia. Para que eso ocurra han de cumplirse ciertas cosas de primera importancia, entre ellas que las mayorías partidarias actúen como tales, que la crítica interna ocupe canales constructivos para expresarse y que se enfrente con la derecha como primera prioridad.
Existe la impresión de que quedan momentos duros que afrontar y pérdidas que asumir, pero que se va en camino de emprender estas tres tareas relevantes.
En relación con el ejercicio de la mayoría partidaria, es posible que se haya llegado a un punto de saturación.
Los grandes conglomerados no se mantienen por el puro juego de intereses y la búsqueda de predominios personales. No logran permanecer si la guía del que busca imponerse es la conveniencia y no la consistencia en las acciones.
Cuando un conglomerado deja de representar una cierta guía de conducta reconocible ante los grandes temas, entonces, más allá de lo formal, deja de existir.
Por eso importa mucho transparentar el significado profundo de lo que cada cual está haciendo al asumir conductas políticas. Sólo así se puede pedir que se asuman responsabilidades y se sancionen comportamientos que dejen de considerarse como aceptables.
No hay que permitir que la conducta, tal como se la practica en lo cotidiano, a vista y paciencia de todos, se vuelva mediocre. Ni tampoco hay que dejar que dicten la línea en la Concertación precisamente los que menos se preocupan de que ella pueda seguir existiendo.
No hay que extrañarse por quienes surgen en estas contradicciones evidentes. Suelen ser los mismos que cuando son mayoría en un partido, exigen del resto la más absoluta sujeción a sus resoluciones. Pero si son minoría, no tienen empacho en informar que tomarán decisiones con independencia y en conciencia.
¿Qué ha cambiado? ¿Ha variado la necesidad de mantener la disciplina partidaria? ¿Ahora importa menos que se tomen decisiones válidas para todos, usando principios y procedimientos democráticos?
Claro que no. Lo que explica que el autoritario de ayer sea el indisciplinado de hoy no es nada que haya pasado con los principios o las necesidades partidarias.
Lo único que ha cambiado es que este tipo de personajes tienen menos poder y aumentarlo es lo que los guía antes que cualquier otra consideración, incluidas, por cierto, las referencias al bien común.
Un lema reformulado parecen tener esta inusual versión de los mosqueteros: “Todos para uno, y uno para sí mismo”.
La disciplina partidaria no es opcional, sino un prerrequisito exigible para integrar una organización que se comporta como tal.
La puerta abierta
En segundo lugar, hay que afirmar -sin remilgos- que la crítica interna es parte del proceso de toma de decisiones. Pero a condición de que se corresponda con procedimientos efectivamente internos, destinados a construir acuerdos.
Aquel que explicita su posición con argumentos abre la puerta a los acuerdos. Más si lo que da a la publicidad es una presentación amplia de los puntos en debate. Es precisamente lo que ha ocurrido, por ejemplo, con quienes han firmado el documento “La disyuntiva”.
Puede que el documento conocido sea preliminar. Pero, como supera con mucho a un borrador, da una idea bastante aproximada de los principales planteamientos que se entregarán a la Concertación luego del mensaje presidencial del 21 de mayo.
Lo que hay que ubicar, desde ahora, son los auténticos puntos de disenso. Porque hay aspectos que se presentan como crítica y que, más bien, pueden llegar a concitar amplia coincidencia.
Así también puede ocurrir con el predominio unilateral de la tecnocracia, que no es otra cosa que una defensa del papel de la política en la conducción del Estado.
Es probable que una mayoría significativa considere que la calificación técnica permite entregar respuestas solventes al identificar los mejores caminos para lograr objetivos políticos. Pero que no califica ni habilita sola para escoger los objetivos en sí mismos.
Las decisiones políticas son irreemplazables y deben quedar en manos de quienes fueron electos para la dirección del Estado. Nadie parece haber expresado ninguna duda al respecto.
De modo que adaptar este punto de vista está lejos de presentar un callejón sin salida para el diálogo. Al contrario es precisamente la salida. En la Concertación, fortalecer el rol político de conducción gubernamental es respaldar a la Presidenta.
En realidad, lo que se pide no es un cambio ministerial, sino una redefinición de las prioridades presidenciales. Visto así, el debate se enriquece y se deja de centrar en las características de personalidad de tal o cual actor. Pero también requiere acotarse en la crítica. Los maximalismos quedan fuera de lugar en este marco y las decisiones últimas son precisamente -y como se pide- presidenciales.
Nadie se adelanta en períodos cortos
El tercer punto es igual de importante. El hecho de que se hayan iniciado los preparativos de la competencia presidencial no es un dato menor.
Antes que todo, porque no está claro que la competencia por La Moneda se está “adelantando”. Hemos establecido un período de cuatro años sin reelección, lo que ajusta los comportamientos de todos a las nuevas condiciones.
Cuando se llega a tener mandatos breves, el incentivo es para partir lo antes posible. Incluso quienes saben que no tienen posibilidades de ser electos en esta ocasión, pueden plantearse con sensatez y quedar en situación expectante para la ocasión subsiguiente.
En realidad, lo curioso no es que existan candidatos tomando posiciones, sino el que la mayor parte de los que observan el acontecer político hayan dado por sentado que todo esto debiera estar ocurriendo el próximo año.
En otras palabras, salvo para el período inmediatamente posterior a una elección, las reglas del juego vigentes impulsan a la competencia sin tregua porque, en la práctica, nunca resulta demasiado pronto para dar la señal de partida.
En todo caso, en la derecha Sebastián Piñera ya está actuando en su rol de candidato y Pablo Longueira se cree en la obligación de renunciar a su opción.
Con esto el debate político gana en intensidad y crudeza. Con toda razón los partidos oficialistas han acusado a la derecha de adoptar una actitud de “permanente obstrucción” y, en verdad, se trata de una postura poco imaginativa, que no puede ser sostenida sin variaciones durante un tiempo prolongado, en especial porque atenta contra los mismos objetivos que quiere alcanzar la oposición.
Pero, tal vez, no todo sean puras dificultades. Si es efectivo que la Concertación gana en disciplina cuando ve a la derecha en alza, es bien posible que el inicio del proceso electoral no sea una completa mala noticia para el oficialismo. Puede ser tomada como una invitación a recuperar la disciplina.
En resumen, no parece que ninguno de los problemas de la Concertación vaya a desaparecer por arte de magia en el futuro. Pero parece que nos encontramos en el inicio de una reacción sana. Las direcciones de los partidos quieren conducir y tienen amplias mayorías que los apoyan; los que quieren enmendar errores y corregir conductas buscan argumentar y convencer; la derecha está haciendo recordar que existe y que quiere “desalojar” al oficialismo.
Tal parece que la Concertación está de vuelta.
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