viernes, marzo 30, 2007

Restablecer el eje de la Concertación

Restablecer el eje de la Concertación

El cambio de gabinete (cuando ya no se esperaba, y cuando la elite y los más connotados comentaristas lo habían sancionado como inconducente) marcó un nuevo comienzo, con el consiguiente tiempo adicional, a la espera de que las nuevas autoridades tuvieran tiempo para asumir sus responsabilidades.

Víctor Maldonado


Tras el momento de duda

Sin duda, el Gobierno acaba de enfrentar su momento más crítico y supo hacerlo bien. No es que los problemas se hayan solucionado. Al contrario, hay una amplia conciencia de que no existen soluciones inmediatas a los más acuciantes. Pero lo decisivo está en que cada cosa volvió a su cauce, la situación se sinceró en cuanto a responsabilidades y errores y se retomó la iniciativa política.

Es difícil exagerar la importancia de lo ocurrido. En la etapa previa al cambio de gabinete y a las palabras de la Presidenta Michelle Bachelet, el oficialismo parecía estar en un callejón sin salida. La implementación del Transantiago había despertado un amplio malestar ciudadano; la televisión y la prensa acentuaban la sensación de crisis un día sí y otro día también; los partidos de la Concertación clamaban por una intervención de fondo; y, la derecha -en su más amplia extensión- había encontrado en el tema de la “humillación” de los más pobres la más fácil y desgastadora de las críticas.

En este cuadro, el cambio de gabinete (cuando ya no se esperaba, y cuando la elite política y los más connotados comentaristas lo habían sancionado como inconducente), marcó un nuevo comienzo, con el consiguiente tiempo adicional, a la espera de que las nuevas autoridades tuvieran tiempo para asumir sus responsabilidades. Pero no es mucho el tiempo de que dispondrán, aunque sí el suficiente.

No dice nada en contra de quienes salieron de sus puestos en el Gobierno el reconocimiento de que hay etapas que se agotan y que los cambios abren nuevas posibilidades.

Todos los gobiernos de la Concertación han llegado a una encrucijada decisiva por la que han debido atravesar. Ahora, todos sabemos el itinerario que siguieron las ocasiones anteriores y eso, en retrospectiva, nos hace olvidar el dramatismo y la incertidumbre que acompañaron a esas ocasiones. Recordamos lo que ya aconteció desde el éxito de un desenlace conocido, y eso es siempre recordar con tranquilidad.

Lo que acaba de ocurrir tiene algo de inédito, puesto que enfrenta a la Concertación con sus propias obras y decisiones. No se trata de amenazas externas, que hacen cerrar filas como reacción obvia. Por eso importa más e importa tanto la superación del punto de inflexión en esta crisis.

Eso que llaman autoridad

No todos parecen haber comprendido lo que ha estado en juego. Tal vez esto ocurra porque si bien el Gobierno puede meterse en un enorme problema cuando interviene a una ciudad completa en su tránsito, todo esto se combina con una tendencia general a la dispersión política. Esto último resulta aún más peligroso y es a lo que hay que poner atajo de modo consciente y deliberado.

El síntoma más obvio de la tendencia a la dispersión es la dificultad para reconocer la autoridad en otros. Cuando cada cual se guía por sus intereses, no hay costo que no se esté dispuesto a que paguen… los demás.

Se habrá notado que las declaraciones altisonantes han ido en alza y que algunos parecen estar participando en un concurso internacional de descriterio. Pero esto ya pasa de la anécdota. Está afectando a todas las organizaciones políticas. No puede extrañar el desprestigio creciente del conjunto de actores del espacio público.

Los héroes del descriterio están sacrificando la autoridad a la popularidad del día. Eso está generando un efecto acumulado en la convivencia política de progresivo deterioro.

Veamos si no las últimas encuestas y se verá el deterioro. En la oposición, ¿quiénes son las figuras en puestos clave que pesan menos? Por supuesto, los presidentes de partido. ¿Y en la Concertación? El deterioro se está repartiendo entre el Congreso y las figuras de Gobierno (aunque el cambio de gabinete puede llegar a alterar este dato).

¿Hay algo de fondo que haya cambiado? Sí: la marea de la desaprobación está sacando a la oposición del fondo de la tabla de posiciones. La está poniendo a flote, pese a su falta de méritos propios. En paralelo, los atributos reconocidos de la Concertación han descendido en forma notoria.

Es natural que no se mantenga lo que no se cuida. Pero esto no lo entienden quienes juegan al desgaste. Los deslenguados nunca han hecho buena política.

Para mantener el liderazgo, el conglomerado oficialista depende del sentido de responsabilidad que logre imprimir a sus acciones y de su comportamiento de equipo.

Las decisiones políticas tienen una parte racional y otra instintiva. Pero para la oposición no cabe ninguna duda que este es el momento de adelantar las principales piezas en el tablero. En este sector todo apuesta a Sebastián Piñera. Las otras figuras representan opciones de otro tipo, pero no presidenciales.

Es de una torpeza infinita tratar de competir con la derecha en quién le hace la peor crítica al Gobierno y a la Presidenta. Cuando la oposición toma palco es porque alguien está haciendo su trabajo y ese alguien no está actuando de un modo tan astuto como se imagina.

Para que la Concertación sea gobernable

Los que sólo critican es porque no tienen nada positivo que aportar. Son los miopes de la temporada que se ponen a la altura de sus rivalidades. Son los dirigentes que encuentran que no hay nada más importante que decirle a otros dirigentes qué opinan sobre un tercer grupo de dirigentes. Pero este tipo de discusiones (obsesivas, trasnochadas e insustanciales) son siempre un mal acotado a pequeños círculos. Se trata de una especie de autismo focalizado.

No es este tipo de personajes el que debe marcar la pauta política. Se necesita volver a centrarse en autoridades legítimas y de peso. Pero para que eso ocurra, para restablecer el orden interno, hay que hacer pesar la autoridad.

La disciplina política no se logra con puros premios. Cada acción debe obtener una reacción si no equivalente al menos consonante. Las críticas políticas al interior del conglomerado de Gobierno no sólo son aceptables, sino que necesarias. Pero hay que cuidar forma y fondo. Cuando la crítica involucra a las personas atacadas entonces las buenas palabras no bastan.

Las minorías, los que pierden la discusión, no tienen por qué perder también los modales.

Esto no tiene que ver, circunstancialmente, con la militancia de quienes ejercen la crítica desmedida. Se trata de establecer una norma de buen comportamiento, más bien de volver a ponerla en vigencia para que cada cual se acuerde que los límites existen.

Quienes se oponen a la continuidad de la Concertación señalan sus debilidades pero no su alternativa. Dicen que no se consigue tanta igualdad como se debiera, pero consiguen el aplauso de la derecha.

En el fondo, quieren confluir mayoritariamente hacia el centro, dejando a quienes más les disgustan en los polos.

Sólo que no han podido explicar por qué están tan interesados en desmontar una mayoría política que ha podido dar tantos éxitos al país y dónde es que piensan conseguir la tremenda energía social y política capaz de superar las apuestas personales de endeble envergadura.

La Concertación se tiene que cuidar a sí misma. Hay que autogobernarse para gobernar. Y la autoridad hay que ejercerla en todas sus facetas. Todas éstas parecen las pruebas del momento.