El gigante egoísta
El gigante egoísta
El candidato solitario
Pablo Longueira ha renunciado a su candidatura presidencial. Y esto tiene un significado más profundo que el explicito reconocimiento de la inviabilidad de su opción presidencial. Describe muy bien lo que está ocurriendo con la UDI, y el progresivo deterioro de sus características distintivas.
Lo que ha quedado en evidencia en el pasado consejo directivo ampliado de la UDI es que este partido tiene fracturas internas que lo alejan definitivamente de la imagen de un partido “leninista” de derecha que una vez tuvo. Fue esta impronta la que hizo que este movimiento despertara grandes odios y amores, pero que le permitía considerarse así mismo como un caso aparte.
Ahora resulta que un candidato presidencial del partido les dice, a la dirigencia nacional reunida, que tiene que abandonar una carrera porque no ha recibido el apoyo que esperaba de todos ellos. Es decir, que lo que antes hubiera sido una misión colectiva, termino presentándose como una aventura personal, sin respaldo y sin destino.
Lo peor es que, tras el anuncio de la bajada de Longueira, el presidente del gremialismo trasmite un par de mensajes muy centrales: el primero es insólito: “sabemos que podremos contar con Pablo cuando el partido lo requiera” (¿qué estaba haciendo entonces hasta ahora?); y, el segundo, que el partido llevará candidato presidencial hasta la primera vuelta “a todo evento”.
Esto es muestra de una importante confusión o de un momento muy deprimente para una organización partidaria. En todo caso, la situación de la UDI no se condice con su condición de partido más votado.
Todo porque la palabra que no se menciona pero que está implícita en conjunto de las intervenciones del gremialismo es una sola: negociación.
Tener un candidato a como de lugar no significa que este candidato en verdad aspire a ganar la presidencial. Es solo que es incomprensible, el no tener figuras posicionadas para poder aspirar a encabezar a la oposición, justo en un momento en que se recupera la confianza en un futuro triunfo.
No sólo no tienen esas figuras, sino que el nivel de rechazo que alcanza su liderazgo más perfilado llegó a ser superior a su apoyo.
En realidad, lo que se está procurando es tener una personalidad aglutinante que impida una perjudicial entrega por anticipado de apoyo a Piñera. Pero cuando la mística inicial es reemplazada por el cálculo se nota. Sobre todo en el orden de las preocupaciones partidarias.
Lenin se fue a su casa
Es difícil no darse cuenta que situaciones como la que esta viviendo el gremialismo se producen únicamente después de un largo período en que cada cual ha estado trabajando en lo suyo, pero sin una auténtica coordinación de esfuerzos. Y si explota del modo más visible que se pueda pensar, significa que los canales internos para remediar las situaciones a tiempo, no están en funcionamiento y no lo han estado desde hace mucho.
Lo que está mostrando Longueira es un reclamo por el abandono al que se vio sometido por un período prolongado.
Claro que para que la historia se escriba correctamente, hay que preguntarse si este es el caso de un dirigente que salió a dar la cara por instrucción partidaria o, más bien, es el caso de un líder interno acostumbrado a tomar por sí solo las definiciones fundamentales y que no duda que terminará arrastrando a los demás, tras sus pasos.
En cualquiera de las dos alternativas, es el partido el que queda en mala posición.
En cualquiera de ambos casos, la UDI queda sin estrategia única y en ambas alternativas convierte un debate interno en un festín medial.
Lo incongruente es que el mismo Longueira siga justificando la necesidad de presentar un candidato presidencial que muestre la peculiaridad popular de la UDI, que es algo que precisamente se está empezando a desperfilar y que su misma renuncia evidencia.
Las faltas a la disciplina partidaria, o a lo menos a las formas de buena convivencia, parecieran ir en aumento en el gremialismo. Y esa es una mala señal no para el futuro inmediato sino al mediano plazo.
En efecto, en un primer momento, la fragmentación partidaria aumenta la capacidad de enfrentar situaciones acotadas bajo direcciones locales que no requieren instrucciones para actuar.
Pero, al final, resulta letal el mantener este expediente porque las grandes causas no pueden sobrevivir en espacios demasiado pequeños y parcelados.
Con el tiempo, lo que era una unidad de propósitos termina siendo una sociedad de intereses limitados, con todo los motivos para mantenerse unidos, relegados al pasado y con todo el presente para dividirse.
Queda flotando una duda sobre la capacidad de la directiva de la UDI de ordenar a su partido en el escenario complejo que se abre. Todos saben que con una directiva más integradora un candidato presidencial no necesita presentar la renuncia.
Pero, si resulta suficientemente hábil, Hernán Larraín debiera aprovechar la oportunidad de volcar a su partido tras conseguir mejores resultados en las elecciones municipales.
Es lo que debiera ocurrir. Pero un cierto descontento íntimo anda rondando en la UDI y esto incluye, hay que empezar a presentarlo así, a sus distintas fracciones.
Lo de Longueira es un síntoma, no la enfermedad. Y lo que se ve es que seguirá avanzando con nuevas manifestaciones.
En política, las decisiones definitivas se dan en muy contados casos. El “nunca jamás” no se emplea… ¡nunca! y siempre se puede reconsiderar una resolución, “porque las condiciones han cambiado”.
Poco importa si Longueira retoma, en definitiva, su campaña presidencial o si no lo hace. El presenta la opción dura por un partido, y ahora ha perdido la plena identificación con su organización. El mesianismo no es tan sutil para entender de sutilezas y recuperarse sin más.
Para marcar la política chilena con las notas distintivas de un partido, primero hay que haberse preocupado de mantener esas notas distintivas vigentes y eso no es lo que ha ocurrido.
En la reunión más importante la UDI hubo de todo: anuncios, debates, análisis, posicionamientos personales y declaraciones cuidadas. Lo que no hubo fue amistad. Y eso, en política, es como quedar sin alma.
La UDI es un gigante egoísta. Cada vez menos gigante, cada vez más egoísta.
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