viernes, mayo 04, 2007

Los puntos débiles de la Concertación y de la Alianza

Los puntos débiles de la Concertación y de la Alianza

Quien puede alterar el cuadro es la Concertación. Requeriría dos elementos: dar un nuevo impulso, haciendo del 21 de mayo un nuevo punto de partida, y enfrentar a la oposición con sus contradicciones.

Víctor Maldonado


Cuando se tiene más poder del que se usa

A la Concertación no le acomodan los períodos en los que acumula ventajas importantes ante la derecha. Pudiera haberse pensado que si ya lo había hecho bien ante las dificultades y los desafíos operando en desventaja, podía hacerlo mejor si la situación empezaba a ser más desahogada. Pero, la verdad, no ocurrió así.

Para convencerse, basta con ver lo que ha ocurrido en el Senado. Cuando la Concertación era minoría, la disciplina del conglomerado fue mucho más notoria y estable. La conciencia de que cada cual sabía que dependía de los demás y que cada voto contaba, era muy grande. En cambio, hoy cuando quienes fueron electos bajo el rótulo de oficialista son mayoría, la disciplina es bastante más relajada y el sentido colectivo se ha debilitado.

Se está adquiriendo la enfermedad típica de la elite, el individualismo. Una dolencia que ataca muy fuerte pero puede encontrar remedio a plazo fijo. En efecto, es un lujo que se pueden dar quienes se consideran autosuficientes. Pero difícilmente se lo puedan dar al acercarse las elecciones, cuando se requiere más apoyo que el de un número reducido de partidarios, por más enfervorizados se muestren.

Lo más típico de la Concertación, en sus momentos bajos, es que se niega a tomar en cuenta la existencia de la derecha. Es como si se interesara tanto en sus cuitas internas que no quisiera ver el efecto inevitable que tiene sacar del corral sus diferencias. Se actúa de la misma forma del que cree diferir el pago de deudas, empleando la tarjeta de crédito, pero la situación a la que finalmente llegan es idéntica.

En general, quienes gatillan estas situaciones suelen identificarse con personalidades que -aquí y ahora- no ganarían con sus ideas en una competencia en su organización política. Nadie crea un “referente” cuando puede ganar en su partido. Es más, son personas que no usan los canales disponibles para procesar diferencias. Y esto es algo sobre lo que no se hace suficiente hincapié.

Supongamos que alguien cree que una política de Gobierno tiene efectos negativos o un proyecto de ley está fuera del acuerdo programático o que se están postergando compromisos vitales. Cualquiera de estos juicios pueden ser defendido o más de alguien, de buena fe, puede abrigar legítimas dudas sobre las tareas más importantes y querer un debate a fondo.

Todos los caminos formales están disponibles para procesar la crítica, fortaleciendo de paso a la coalición. Son múltiples: pedir el pronunciamiento de las instancias de su partido, movilizar a la bancada (si se es parlamentario), o convocar -junto con otros- a un evento representativo sobre lo que le preocupa. Incluso puede pedir un encuentro amplio de la Concertación para fijar posiciones. Puede combinar algunas o todas estas iniciativas.

Pero cuando alguien avisa sobre su disenso por la prensa no actúa de un modo esperable, sino que produce un hecho más amplio que un debate acotado y toma por sorpresa a los naturales destinatarios de la propuesta. El procedimiento no es el de quien busca superar escollos, sino el de quien quiere hacerse notar.

Entre la euforia y la depresión

El tema de la Concertación está en el aglutinamiento, mientras que el de la derecha es el autocontrol.

La conducta opositora ha sido con frecuencia bipolar desde la recuperación de la democracia. Sólo en ocasiones pasa por períodos moderados en que, en el ámbito colectivo, se emplea el juicio ponderado.

La mayor parte del tiempo está sumida en emociones fuertes. Una derrota echa de inmediato por tierra el ánimo del “sector” (como suele referirse a sí misma y casi con pudor, la derecha). Entonces casi desaparece. Sus voceros logran algo casi imposible: siguen hablando pero se nota que están como a mil kilómetros de distancia. Nada de lo que dicen queda en la mente. Deprimida, es un conglomerado de vacaciones.

Lo que en esos períodos dice de sí misma es tan lacerante, los juicios adversos son tan rotundos, que los demás se sienten cohibidos de decir o aportar cualquier cosa, a riesgo de parecer optimistas empedernidos o ilusos.

Pero cuando pasa por un buen momento, cuando un adversario encuentra dificultades o ella misma tiene un acierto, entonces pasa al otro extremo.

De inmediato parece ponerse eufórica, ya se siente triunfadora y da a su adversario por perdido. Lo que tiene es un huevo, pero ya piensa en hacer cazuela con la gallina.

Tras tantos años de frustraciones, pasa sin esfuerzo a mostrarse arrogante y empieza a hablar sobre sus grandes aciertos, al tiempo que todos corren a ocupar un puesto en el que puedan hacerse visibles, dado lo inminente de su llegada al poder...

Si los estados de ánimo bastaran para producir efectos políticos, ya la Concertación habría desaparecido de la faz de esta tierra.

El problema estriba en que no se gana ni se pierde por el estado de ánimo sino por la persistencia en hacer bien las cosas o por la capacidad de no repetir errores.

En ese sentido todo está por verse y por decidirse. Para un análisis realista de la situación chilena, hay que partir de lo fundamental y decirlo sin adornos.

No sólo es cierto que la derecha puede ganar la próxima elección presidencial, es más cierto aún que ha podido ganar las dos últimas. Algo más que se puede afirmar: la oportunidad en que ha estado más cerca fue en la competencia entre Lavín y Lagos.

El diagnóstico de la pera madura

La Alianza es un conglomerado fuerte, por cierto menos que la Concertación, pero lo suficientemente importante como para plantearse la posibilidad de constituirse en mayoría.

Lo que ha fallado no son sus posibilidades electorales, sino su capacidad política de resolver acertadamente en los momentos decisivos.

En política, se suelen cometer errores cuando se combina el diagnóstico con los anhelos. Le ha pasado antes y le está pasando ahora.

La derecha está “diagnosticando” al Gobierno como terminando. No cronológicamente, sino en su capacidad de tomar iniciativas políticas relevantes. A lo más, se cree que puede darle continuidad a lo iniciado o superar parcialmente los errores cometidos.

En complemento perfecto, se ven en la coalición de Gobierno evidentes signos de deterioro. Cometen el error de considerar esos defectos como si fueran la Concertación misma y por eso comienzan a mirarla por sobre el hombro. Ven los errores del Gobierno y los proyectan sin variaciones en el tiempo, pero le niegan la posibilidad de aprender de las caídas y recomponerse. Han hecho una certeza de una creencia.

De manera que en este escenario parece bastante obvio que quien puede alterar el cuadro político es la Concertación.

Para ello requeriría dos elementos: dar un nuevo impulso a la gestión, haciendo del 21 de mayo un nuevo punto de partida, y enfrentar a la oposición al hacer presente sus contradicciones.

La derecha está dando fin a su “política de los acuerdos”, razón de más para pedirle que cumpla sus promesas de campaña. Hay que recordar que ella conserva el mismo candidato y lo menos que se puede esperar es que mantenga los mismos compromisos. Y, por cierto, los compromisos que asumió su candidato fueron muchos. Habría que ir recordándolos.

De manera que la Concertación recupera consistencia y cohesión, aun a riesgo de aceptar pérdidas, y la derecha debe prepararse para merecer lo que espera que le caiga a las manos como pera madura. El primero que lo logre habrá logrado algo decisivo.