Entrando al debate
Entrando al debate
La mayor prueba de la Concertación y el Gobierno estará en la capacidad de establecer acuerdos realistas, por responsabilidad y convencimiento. No existe otra alternativa.
Víctor Maldonado
Colocados y descolocados
LA DERECHA QUEDÓ descolocada luego del Mensaje presidencial del 21 de mayo. Tanto que a lo que se han dedicado después sus más importantes exponentes ha sido, precisamente, intentar diluir el efecto de este buen pasar y volver a una situación lo más parecida a la previa.
En este instante, queda claro el papel que pueden y deben jugar los mejores liderazgos de la Concertación: han de convertirse en los promotores de la confianza y de las certezas. Esto es lo más obvio precisamente en momentos en que los opositores tratan de “recuperar” la desconfianza respecto de la capacidad del Ejecutivo para resolver problemas.
Por eso parecen fuera de lugar quienes retoman el camino de la difusión amplia de las diferencias en los medios de comunicación. No porque no se puedan tener, si no porque no son éstas las que deben predominar en el momento cuando el oficialismo recupera la iniciativa.
El que quiera la unidad de la Concertación debe prepararse para el diálogo y el debate. No importando la intensidad y los episodios críticos que adquiera un proceso de confluencia interna, la clave no está en los obstáculos que se enfrentan, sino en los resultados que se obtienen.
Cuando más decisivo sea aquello sobre lo cual se dialoga, más decisiva son las formas que se ocupan y la capacidad de mantener espacios de reserva. Lo que más se debe difundir son los acuerdos, no las dificultades previas.
Mientras, la oposición parece haber optado por asociar al Gobierno a la desesperanza, y su candidato presidencial opta por adoptar un tono beligerante y hasta provocador. Sin duda, se trata de dos pasos en falso.
Sinceramente, la apuesta por difundir el pesimismo no parecer ser lo que vaya a entregar los mejores frutos a la oposición. Todos los datos de opinión pública indican que esos movimientos resultan muy contraproducentes. Pero, en el interior de la derecha, existen sectores bien influyentes que ya se han convencido de que ésta es la hora de golpear sin clemencia para impedir que el adversario se recupere. Con esto quedará claro que los sectores más influyentes en la oposición no coinciden con los más perspicaces.
Razón de más para que la Concertación no abandone la opción de encabezar el buen ánimo, dando, a cada paso, renovados motivos para mantener el optimismo. Copiar el diagnóstico -difundido más que creído- por sus adversarios sería el más grosero de los errores.
El mes en que vivimos en peligro
Con su conducta, la oposición muestra que no se ha recuperado del golpe inesperado que recibió con el Mensaje. Más que reaccionando por convicción, ahora está probando reacciones.
Lo que muestra la mala voluntad de la versión oficial opositora es que, de modo simultáneo, acusa al Gobierno de quedarse en promesas y en repetir anuncios ya hechos.
Lo primero no es efectivo. El Mensaje no estuvo lleno de “promesas” sino de anuncios, cuantificados con cronograma básico conocido y cuyo cumplimiento en cada paso es susceptible de ser verificado.
Lo segundo es más fácil aún de contestar. En una cuenta a la nación, se tiene que mencionar lo ya comprometido y realizado. Y, en complemento, se pudo mostrar cómo es que se pensaba continuar con las tareas en curso.
Lo malo de los diagnósticos a pedido del consumidor es que inhabilitan para enfrentar la realidad tal cual se presenta. Deja cazado con la alternativa de que las cosas ni mejorarán ni se enmiendan.
¿Qué pasa si, efectivamente, el Gobierno cumple con sus tareas? Entonces ya no habrá qué decir y el Gobierno ganará aún más en credibilidad.
Por eso son tan importantes los acontecimientos de las próximas semanas.
Un corte de gas domiciliario, un exceso de lluvias o la carencia completa de ellas darían razones para fundamentar el pesimismo. Les daría piso o visos de verosimilitud a los “agoreros”.
En cambio, sobrepasar dos o tres semanas sumando avances verificables dará tiempo al Gobierno para consolidar su tendencia. A veces el azar también juega un importante papel.
Los medios de comunicación de derecha -es decir, casi todos- han sido generados en el último tiempo para dar espacio a disidentes y críticos internos de la Concertación. Pero no son ellos los que generan el clima necesario para instalar una interpretación mayoritaria sobre hacia dónde vamos.
Será la capacidad de acción de Gobierno la que desequilibre la balanza. Las principales variables a controlar son internas a la gestión y a la conducción política del Ejecutivo.
Michelle Bachelet ya señaló un rumbo. Ahora es importante que la primera línea de Gobierno la siga con igual determinación. Devolver las críticas punto por punto no pareciera un esfuerzo que vaya a rendir excesivos frutos. El aspecto decisivo no está en el debate con la derecha sino al interior de la Concertación para terminar enfrentando unidos situaciones clave.
Todos tenemos algo de razón
Hemos entrado en una discusión más precisa buscando las soluciones realistas para los problemas más importantes o de más envergadura.
Esto nos va a llevar a un creciente refinamiento de la argumentación. El caso del Transantiago, desde luego no nos va a abandonar.
El ministro René Cortázar ha presentado un cronograma que promete normalizar la situación de aquí a fin de año.
A algunos esto les parece demasiado. Se entiende por qué. Pero lo que está en discusión no es la impaciencia, sino los tiempos reales y la vía efectivamente más rápida que tenemos a disposición.
Desde luego, y tal como ha dicho el senador Eduardo Frei “no podemos esperar seis u ocho meses”. Eso ni se discute. Si alguien propone esperar meses para empezar a moverse tendría que ser internado de urgencia.
Pero si se está calculando cuánto tiempo demanda resolver el problema del transporte en condiciones aceptables para los usuarios, no parece ser que estemos hablando de un período excesivo.
Esto es lo que se debatirá cada vez con mayor profundidad. En todo caso, es bastante evidente que soluciones “radicales” es bien diferente que hablar de soluciones “rápidas”.
Pongamos el caso de un sistema público manejado por el Estado. Por cierto es algo radical. Existen personas que lo preferirían al sistema actual, pensando que es la solución que se aplica en las grandes ciudades de países desarrollados.
Sin entrar en el mérito del asunto, se puede pensar que éste es el camino más largo de todos. Requeriría preparar una propuesta afinada -no se puede acusar de improvisación para caer en lo mismo-, luego hay que presentarla ante el Congreso, aprobarla e implementarla. Si todos trabajaran sin descanso, los acuerdos fueran rápidos y la implementación impecable, el sistema nunca estaría en aplicación antes de dos años.
Expongo esta argumentación porque serán de aquellas que se usarán en los próximos días con ocasión del debate sobre la aprobación de fondos para el Transantiago. Cuando el Gobierno quiere la aprobación de los recursos y los parlamentarios de la Concertación, explicitar las rectificaciones para asegurarse que las enmiendas serán efectivas, parece de toda lógica que la solución final se encontrará en la convergencia en un punto intermedio, al que se puede llegar con suficiente flexibilidad y apertura de mente por parte de todos.
La mayor prueba de la Concertación y el Gobierno estará en esta capacidad de establecer acuerdos realistas, por responsabilidad y convencimiento. No existe más alternativa que lograrlo.
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