viernes, agosto 24, 2007

El punto crítico

El punto crítico

No cabe duda de que la Mandataria ya cuenta con una cierta evaluación de lo que ha significado conducir la política chilena desde La Moneda y conocer -como muy pocos pueden decirlo- a sus principales actores.

Víctor Maldonado


Una ruta reconocible

Michelle Bachelet le concedió una importante entrevista a Carlos Peña el fin de semana pasado. No es una publicación que pueda pasarse por alto. Devela pistas importantes sobre los propósitos y perspectivas del Gobierno. Va en la misma línea dada a conocer en la reunión de gabinete de Cerro Castillo y que ha sido continuada en encuentros con subsecretarios e intendentes. Pero esta vez toca aspectos que combinan el área chica con la cancha grande de la política.

En esta ocasión, Bachelet ha afirmado dos cosas de manera simultánea: que considera a sus ministros como "mis asesores fundamentales" y que quien no asuma el rol de esta manera "no tiene el liderazgo para hacer su trabajo".

Es esta misma combinación de ratificación de confianza y exhortación a un cumplimiento cabal de responsabilidades lo que ha trascendido con mayor fuerza en Cerro Castillo.

Respecto de la autoridad presidencial, no ha dejado lugar a dudas: "Gobernaré hasta el último día".

La Presidenta hizo una aclaración importante, puesto que una cosa es que la elección municipal marca un hito destacado (porque "las luchas electorales distorsionan la capacidad de poner por encima los intereses del país", razón por la cual, a partir de ahí "el proceso legislativo perderá eficiencia") y otra cosa muy distinta es dar por terminado el Gobierno antes del 10 de marzo de 2010. Hay, pues, una clara afirmación de la propia autoridad.

No cabe duda de que la Mandataria ya cuenta con una cierta evaluación de lo que ha significado conducir la política chilena desde La Moneda y conocer -como muy pocos pueden decirlo- a sus principales actores.

De otro modo, no se explica que tenga en mente un libro que se titulará "No a la impunidad" y que versará sobre "la distancia entre las palabras y la acción" y la relación "entre discurso público y privado". El tono empleado no se caracteriza por un exceso de optimismo. Al menos es evidente que la Mandataria ha madurado una opinión sobre lo posible y lo no posible durante su gestión.

Pero tal vez lo medular está en comprobar que el más realista de los diagnósticos no le impide a Bachelet confirmar que la Concertación sigue siendo la expresión política de una mayoría plural, portadora de un proyecto progresista e inclusivo. Esto último es algo de lo que carece la derecha, "enceguecida por la competencia política".

Por su propia naturaleza, a la Concertación le queda mucho por hacer en Chile, dado que lo que busca es "ampliar la participación y asegurar la libertad con derechos garantizados por el Estado". El proyecto concertacionista puede ser expresado en pocas palabras: "Construir un Estado social y democrático de derecho, con amplia participación y derechos garantizados".

Más ocupados que preocupados

El espíritu que parece animar al Gobierno en estos días no puede ser fácilmente descrito como optimista o pesimista. Más bien, lo que predomina es el tipo de concentración característica de quienes están abocados a sacar adelante tareas difíciles y decisivas.

Ya parece haber pasado lo peor del Transantiago ("los problemas estructurales están siendo superado", ha dicho Bachelet), pero para lograr la satisfacción razonable de los usuarios, parece faltar bastante camino por delante.

De igual modo, no parece imposible poder llegar a un acuerdo con la oposición para lograr que se aprueben los proyectos oficialistas más importantes, como el de la reforma educacional. Pero lo que no claro es cuánto del espíritu original de los proyectos de esta envergadura perduren a la búsqueda de los acuerdos para su implementación. Por si fuera poco, se hace necesario un trabajo sistemático y coordinado para comunicar bien hacia fuera los logros que se van obteniendo.

Razones de más para estar ocupados más que preocupados.

Sin embargo, existe un error que no se puede cometer si el oficialismo quiere afirmar la ventaja que ha ido adquiriendo en las últimas semanas. Y es que, así como para ordenar tiene que ordenarse, no puede haber en este período ningún gesto que fomente la desunión en su base de apoyo. La razón es muy sencilla. Ha comenzado el lento proceso de preparación electoral. Esto empieza, en la cocina de la Concertación, con los primeros aprontes de la negociación sobre candidaturas a alcalde y, junto con esto, con el debate sobre la formación de subpactos. El momento es en particular delicado, más cuando la apertura de los partidos a los distintos escenarios parece estar a la orden del día.

Por si alguien cree que el ambiente no está lo suficientemente sensible a cualquier error -voluntario o involuntario- habrá que agregar que la idea de presentar varios postulantes presidenciales está siendo considerada como una de las posibilidades con mayor chance de ocurrencia, en la oposición (como ya se sabe) y en el oficialismo.

En política, hay que apostar a hacer bien las cosas, no quedarse esperando la falla del adversario. Éste es un típico error de la derecha que no necesita de imitadores. Aunque la tentación sea grande, no hay que confiarse por mucho que los antagonistas den todo tipo de señales anunciando que pueden tropezar en la misma piedra en reiteradas oportunidades. De otra forma no se explica cómo Sebastián Piñera vuelve a ser noticia por la adquisición de acciones. Eso ya está mostrando una pauta de conducta que combina el rol político con el del empresario de una manera que no exhibe intención de separar sino en el extremo y por un lapso acotado de tiempo.

Piñera parece un candidato que llama cada cierto tiempo a la desgracia hasta que, en una de esas ocasiones, la invitada acudirá a la cita.

La caja de Pandora es bonita por fuera

Por supuesto, el suicidio político existe y algunos parecen muy interesados en practicarlo. Pero, como sea, el azaroso proceder de los apostadores no puede ser el elemento que determine la conducta de los actores más estables.

En un escenario tan propenso a la dispersión y a las conductas autonomizadas, no se puede agregar ni un sólo elemento que incentive los conflictos adicionales.

En estos momentos, si hay una obligación de los líderes es ayudar a aglutinar a como dé lugar. Hay que tener sumo cuidado en no alterar las reglas del juego menos en el terreno electoral.

El tema hoy es cómo mantenemos los conglomerados para que tengan la oportunidad de enmendar, mejorando la disciplina y dedicándose a proponer acciones públicas. Todo lo demás es menos central.

El oficialismo debe proponerse obtener más votos y lograr que el apoyo que alcance se exprese en mayor cantidad de representantes efectivamente electos. Pero no a cualquier costo, porque el resultado final bien puede ser contraproducente.

No hay que confundir lo estadísticamente posible con lo políticamente probable. Por ejemplo, la Concertación podría obtener muchas ventajas si contara con dos listas en la elección de concejales. Si todos se comportaran como debieran, los resultados serían óptimos: más candidatos, menos tensiones en los partidos, posibilidades de diversificar el interés de distintos electores. Pero no cualquier escenario soporta cualquier cambio en las reglas del juego.

No se puede olvidar que los adversarios también juegan. Piénsese que en los lugares donde la derecha tiene un alcalde fuerte podría recibir una extraña instrucción superior: "Adopte una lista a concejales de la Concertación". En muchas comunas, concejales de distintos partidos competirían sin control. Se darían las combinaciones más extrañas y nadie sabría qué limites respetar. Se incentivaría al individualismo y al sectarismo. Las campañas de alcaldes no alcanzarían a ser aglutinantes.

Después de esta experiencia traumática, pocos podrían recordar qué es lo que une como coalición gobernante. Y eso sería el principio del fin.

La caja de Pandora es bonita por fuera, pero terrible por dentro.