viernes, agosto 10, 2007

Escogiendo batallas

Escogiendo batallas

Hay que dedicarse a las decisiones que quedan por adoptar, más que a la disección de las ya tomadas, es lo que corresponde desde el Gobierno. Mucho más tiene que responder por las rectificaciones.

Víctor Maldonado


Redes de humo

ESTÁ CLARO QUE lo que más le puede convenir a la oposición es provocar que el Gobierno se enrede en pequeñas polémicas desgastadoras. Y lo que identifica a una de estas polémicas es que ninguno de sus posibles desenlaces deja como conclusión algo positivo. Simplemente, no hay cómo ganar en algo que no conduce a ninguna parte.

De ese tipo de situaciones, lo único que queda es la sensación de desconfianza hacia la autoridad, aunque no se sabe exactamente a qué se debe este efecto.

Pero los gobiernos no se pueden dejar atrapar por estas redes de humo. Intentos de este tipo serán compañía constante y hay que acostumbrarse a responder de modo adecuado.

Cuando se cae en la tentación de responder por todo, es que se ha perdido el rumbo. Si ello sucede, el Gobierno se debe preocupar de lo que pasa en su interior, no de lo que sucede con los medios, cualquiera sean las intenciones de éstos.

Por principio, existen ciertas críticas que se descalifican a sí mismas. Son las que llegan a la descalificación personal y al insulto gratuito. Éste es el tipo de cosas que no se responde, porque no se puede contestar lo que abunda en prejuicios o emociones pero carece de argumentos.

En cambio, existen otras materias en las que no queda más alternativa que establecer una defensa formal, como en las interpelaciones parlamentarias. Pero hasta el menos astuto advierte que cuando interpelar se vuelve rutina, su efecto va del impacto a la costumbre. Además, ¿hasta dónde puede llegar la acción opositora de interpelar a los ministros sin que se haga evidente que el daño supera todo posible beneficio?

Simplemente, no parece haber graduación en las acciones emprendidas y ése es el camino corto al hastío y el cansancio de una opinión pública que no ve utilidad manifiesta en puestas en escena que consumen dedicación y esfuerzo sin agregar información adicional relevante para formar un juicio ciudadano, cuya atención nunca estuvo centrada en ninguno de estos avatares.

Con todo, los procedimientos de la democracia se deben seguir sin chistar. Mientras no se perfeccionen, se tienen que seguir al pie de la letra. Lo importante es no detener la marcha normal del sector público y la implementación de las políticas públicas.

Un vistazo a la carta de navegación

Engancharse en debates sobre lo que podría haber acontecido no tiene justificación. Es como si las tareas del momento no fueran lo suficientemente importantes como para ocuparse de ellas. Para evitar que eso pase hay que recordar cada cierto tiempo la carta de navegación del Ejecutivo para evitar desconcentraciones.

Michelle Bachelet se ha preocupado de impartir señales de orden y coordinación desde La Moneda para el resto del Gobierno. Sin duda, seguirá profundizando este camino en las semanas que siguen, puesto que no se puede pedir a los demás que sean perseverantes en sus propósitos y sus funciones si no se hace lo propio, actualizando periódicamente las directrices superiores.

Una de las mayores virtudes del Ejecutivo ha de ser la perseverancia. Ha de tener confianza en la efectividad de sus políticas. Éstas requieren un cierto tiempo para rendir frutos y más para llegar a apreciarse masivamente. Pero, si se tiene la certeza de que, al final será evaluado por resultados verificables, entonces no puede contentarse con logros mediocres, con justificaciones permanentes o con trabajos a medio terminar.

Tiene que tener el propósito de acrecentar el apoyo ciudadano a sus principales metas, porque se trata de ganar el juego democrático que se resuelve en la mente de las personas. Nunca es un puro asunto de kilómetros construidos, edificaciones levantadas y cifras en azul.

En la actualidad, las evaluaciones externas a la administración Bachelet se caracterizan por su criticidad y su pesimismo. Pero la vara con que se mida el Gobierno ha de ser un exigente calendario interno de tareas de cumplimento verificado y seguimiento al día.

Lo que termine por pasar con el Gobierno está por definirse. Hasta las encuestas parecen no decidirse entre rechazo y apoyo. Finalmente la tendencia tendrá que definirse.

Responder rectificando

Ahora, el pesimismo de la elite política convive con buenos resultados económicos, conflictos sociales y negociaciones en desarrollo, con avances constatados de las políticas sociales, con renovada confianza internacional y una inflación que resulta más que la esperada.

Cómo pesen cada uno de los factores depende de las acciones que se emprendan, en especial desde el Estado. Lo importante es la aplicación a las dificultades del momento.

Así, por ejemplo, quedarse en el esclarecimiento de cómo se produjeron las decisiones del Transantiago tiene interés, sin duda, pero no puede concentrar al Gobierno en la respuesta.

No faltan responsabilidades públicas por asumir ni el reconocimiento de los errores. Por lo demás, será asunto de debate y análisis por un tiempo prolongado. De allí que lo que corresponde es concentrarse en los avances en el transporte público y, sobre todo, en la satisfacción de los usuarios, como primera prioridad.

Hay que dedicarse de preferencia a las decisiones que quedan por adoptar, más que a la disección de las ya tomadas, al menos es lo que corresponde desde el Gobierno.

Mucho más tiene que responder por las rectificaciones urgentes que comprometió con plazos y metas conocidas. Al final, habrá que dejar a los ciudadanos el sopesar entre errores y rectificaciones. La ocupación de hoy es cumplir.

Materias para decidir aquí y ahora las hay y muchas. En los días previos, se acaba de incorporar el tema del anuncio de una ley de cuotas y la existencia de incentivos a la participación política de las mujeres. Cada cual debe pronunciarse sobre una iniciativa que requiere asumir posiciones de fondo, que aún están por definir el curso que el país adoptará y que tiene grandes implicancias para nuestro sistema democrático.

Bachelet ha defendido la idea como necesaria porque “tiene que asegurar condiciones de igualdad” para el ejercicio de la política. En la oposición, las reacciones han sido de las más diversas, desde los que están dispuestos a considerarla, hasta los que consideran la iniciativa como innecesaria y hasta oportunista.

La oposición puede darse el lujo de no saber dónde ir salvo mantener el propósito de alcanzar el poder, atacando sin descanso a quienes ejercen el Gobierno. En el Ejecutivo no se puede hacer lo mismo.

Al final, no hay forma duradera de enfrentar los temas con puras consideraciones de conveniencia o pensando en ventajas electorales. Los debates de fondo terminan por imponerse, y adquieren dinámica propia, más allá de las intenciones que pudieran tener quienes abren las puertas de la discusión.


Éste no es un buen período para la demagogia o las respuestas efectistas. En los últimos días hemos tenido la cuota habitual de intervenciones de bajo calado, intentando llamar la atención por lo altisonante de las declaraciones. Pero nadie prestó atención a estos intentos por la simple razón de que había temas de fondo sobre los cuales pronunciarse y que ya concentraban la atención ciudadana. Ésta parece una tendencia a consolidarse.

Cada cual es dueño de escoger sus batallas, aquello por lo que se jugará a fondo con tiempo y energía. Al elegir a qué se dedica, también decide qué es aquello que dejará en el camino porque no se ajusta a sus prioridades, es secundario o es insustancial. El Gobierno de Bachelet tiene que ratificar su rumbo, y sus principales figuras deben dar ejemplo de abocarse a lo principal.