viernes, julio 27, 2007

Aunque usted no lo crea

Aunque usted no lo crea

Se puede llegar a concordar con evitar los acercamientos al adversario por temor a que éste pueda obtener beneficios mientras uno obtendría sólo perjuicios. Eso no es muestra de autoconfianza.

Víctor Maldonado


Los despistados son siempre dispersos

COMO SUELE OCURRIR antes de cualquier hecho importante, el acontecer político parece haberse diluido en una serie de sucesos de poca monta. Parecen predominar las pequeñas agendas individuales y de grupo.

Algunos como Sebastián Piñera tratan de dar vuelta la página sobre su cuestionada operación económica protagonizando episodios mediáticos insustanciales. Tal vez lo más permanente que ha quedado del episodio es constatar que existen límites para lo que se puede hacer, y que ellos no son sólo legales. También cuenta lo éticamente correcto y aceptable, aspecto que está pesando y seguirá pesando cada vez más.

Pero algo sucede con el devenir constante de superficialidades: produce la sensación de vacío. Al final, se hace sentir la necesidad de diálogos conducentes, discusiones de fondo, debates sobre lo medular. De modo irremediable, surge un clamor de protesta cada vez menos contenida ante la persistencia de las conductas narcisistas de varios personajes públicos y ante el comportamiento autorreferido de los partidos. Está faltando diálogo político destinado a llegar a acuerdos.

En vez de eso, cada vez que aparece el tema o se hace un llamado a asumir una conducta más constructiva, aparece un nuevo motivo para una colección de monólogos, esta vez especulando sobre qué condiciones se deben cumplir antes de que sea posible llegar a acuerdos.

La mayor insistencia en superar el nivel del puro conflicto verbal ha provenido de la Concertación y el Gobierno.

Aunque parezca raro, eso ha confirmado a los opositores más duros en la necesidad de persistir en su crítica. El recuerdo de la negociación entre Insulza y Longueira es tan fuerte que cualquier llamado es interpretado como signo de debilidad, de petición de apoyo indiscriminado, como intento de llegar a negociaciones generales o, incluso, como cazabobos.

Pese a las suspicacias, es fácil comprobar que no se trata de la adopción de una nueva estrategia o una hábil maniobra destinada a ganar tiempo. Se trata de hacer política con todas las facetas que requiere la democracia para funcionar adecuadamente. Cuando sólo se marcan las diferencias, pierde el país. De eso se ha dado cuenta la opinión pública con meridiana claridad.

La mala moneda ha desplazado a la buena

Hay que producir un cambio, porque el rechazo ciudadano de esta práctica tiene que ser obligatoriamente recepcionado por los actores políticos y debe modificar su conducta.

De otro modo, la actividad política se degrada por inadaptación a las necesidades de la sociedad a la cual se debe servir.

Existe un déficit de diálogo y acuerdo, resultado de una evaluación de conveniencias y de mejores oportunidades de parte de la oposición. Lejos de ser una fatalidad, es la consecuencia de decisiones políticas.

Es la persistencia de una opinión ciudadana sólida la que explica el inicio de un cambio de conducta en la derecha. Los resultados se parecen mucho a un tiro por la culata. Puede que el objetivo sea el producir un desgaste en el Gobierno, pero lo que ha producido es un desgaste de la convivencia y de la propia oposición.

La derecha no ha avanzado nada en relación con el punto de partida, en cuanto a la adhesión partidaria. De los desencantados de la política casi dos de cada tres provienen de personas que antes adherían a la oposición. Como diría el general Pirro: “Otra victoria como esta y perdemos la guerra”.

La pura crítica y el rechazo al Gobierno no habilitan para ganar La Moneda. La derecha tiene buenos políticos y estrategos, pero no son ellos los que están predominando y marcando la pauta. Los que ponen el tono son los exaltados y los personajes con menos matices de pensamiento, de vocabulario más reducido y que se exaltan con rapidez.

Los resultados parciales no permiten abrigar dudas respecto al camino escogido.

Se puede llegar a concordar con evitar los acercamientos al adversario por temor a que éste pueda obtener grandes beneficios mientras uno obtendría sólo perjuicios. Pero eso no es una muestra de autoconfianza. Hay que rectificar.

Como siempre, lo que permite los acercamientos no son los prejuicios o las puras conveniencias, sino las coincidencias objetivas entre los planteamientos de los otros y los propios.

Competir construyendo

Pese a lo fácil que resulta simplificar, no hay que errar en el juicio ni suponer intenciones.

El Gobierno no está pidiendo apoyo para que se le otorgue respaldo a su gestión. Lo que está pidiendo es apertura para concordar iniciativas específicas de importancia nacional. No es un curso de acción que está adoptando en este último período, sino la reiteración de un llamado que se ha hecho desde el inicio de esta gestión y que ha tenido siempre el mismo propósito.

Así, por ejemplo, más allá de lo que cualquiera puede opinar, lo cierto es que Chile ha hecho una apuesta de largo plazo por llegar al desarrollo, mejorando su educación.

Estamos aquí ante un típico caso en que la prioridad no permite decidir por cálculo pequeño. Incluso por conveniencia hay que evitar que iniciativas clave queden rezagadas por consideraciones menores, a riesgo de ser penalizados por la mayoría ciudadana.

Se trata de establecer un modo de proceder, según el cual ningún bando pierde, pero sobre todo, es el país el que gana.

Por eso la derecha ha empezado la presentación sistemática de propuestas e iniciativas en áreas especialmente sensibles: ya sea la reforma de la ley general de educación, la reforma electoral o más adelante, la seguridad ciudadana.

Con esto, el debate cambiará, puesto que llegará a una contraposición de perspectivas, punto a punto.

Pero no se trata de tener permanentemente a disposición un contrapunteo por algún gusto argumental. O como un modo de ir acumulando puntos para llegar mejor apertrechando a la carrera presidencial.

Se requiere producir efectos prácticos y eso implica afectar y modificar la legislación hoy. No dejarlo para un eventual futuro.

Proceder de esta forma es el triunfo de los matices y las conductas consistentes.

En el caso del oficialismo también el desafío es grande. En todas las coaliciones existen quienes creen que la política se puede practicar a punta de puros golpes tácticos. Hay otros que creen necesario establecer rumbos definidos que permitan optar.

Los primeros son los que han perdido la brújula, porque quien vive para la táctica trabaja para sí y ni siquiera eso lo hace bien.

Está claro que la importancia creciente que está ganando la generación de planteamientos no permite un manejo de día a día, caso a caso, personaje a personaje.

El juego en base a propuestas es un juego de equipos y esto implica que ya no se busca vencer por un golpe de mano, sino ser sólido y sistemático. Para eso, la condición es que cada cual logre el control de los disidentes, de los desplazados, de los disconformes y de los pendencieros que, a decir verdad, no son pocos.

Simplemente porque se está tratando de apoyar una idea no se puede quedar al arbitrio de las innumerables opiniones personales de cada uno de los líderes y al vaivén de cada cambio de circunstancias.

El control de la agenda pública es un autocontrol. Dialogar parece fácil, pero es muy exigente. Requiere trabajo de equipo, coordinación y tener definido desde el inicio qué es lo vital e intransable de la propia iniciativa y qué se puede aceptar de los otros. Pero por exigente que resulte, es lo único responsable como conducta. Al final, hay que presentar resultados y no explicaciones.