El que cambia para mejor, gana
El que cambia para mejor, gana
El problema para que la UDI levante una candidatura en forma no se restringe sólo a la evidente ventaja inicial de Piñera. También cuenta el hecho de actuar como un partido dividido.
Víctor Maldonado
Buscando desempatar
Por supuesto nadie puede gobernar con las encuestas, pero tampoco es sensato no aprovechar al máximo la información que ellas entregan. Y lo que nos están diciendo los estudios es que se ha establecido un virtual empate entre los conglomerados políticos. Es como si el país completo estuviera en la duda, esperando a formarse un juicio más definitivo sobre las cosas.
En el caso del Gobierno, el punto neurálgico no se localiza tanto en el tema de la gestión. En la evaluación pública influye aún de manera decidida el caso de Transantiago y se puede contar con que un alivio en la presión en esta área traerá consigo una recuperación en el cómo se evalúa al Ejecutivo en general.
Lo cierto es que desde el Mensaje Presidencial del 21 de mayo, el Gobierno detuvo su caída constante en el apoyo, pero tampoco se puede esperar una recuperación de forma constante siguiendo la pura inercia.
La oposición se ofrece como alternativa, pero no concita interés adicional.
En estas circunstancias, cada cual se está moviendo en una línea horizontal, con leves oscilaciones, pero manteniendo una situación que aún no se dirime.
Un escenario de relativo empate no se puede mantener por un tiempo indefinido. Las primeras señales apuntan a que es el Gobierno quien tiene las mayores posibilidades de remontar, a condición de mantener la iniciativa política. Y, sin duda, con un apoyo más completo de la Concertación esto es lo que ocurriría. Pero lo efectivo es que la disidencia en los partidos y en el Congreso pesa, se nota y juega en contra.
La oposición tampoco está en condiciones de mostrar una completa unidad, aunque esto ocurre más en la relación entre partidos que en el Legislativo.
En otras palabras, estamos en plena competencia. Existe un factor que está pesando en el momento en que se dirimen tendencias. Mientras la derecha se ha estado preparando casi exclusivamente para el peor desempeño de la Concertación y del Gobierno, no parece estar aconteciendo lo mismo en sentido inverso. La Concertación siempre ha sabido competir con la derecha porque nunca ha caído en la tentación de menospreciarla y se ha preparado para enfrentarla considerando la posibilidad de que ésta alcance su mejor desempeño.
Así que si bien la falta de flexibilidad para adaptarse a la contingencia (incluso a lo bueno que haga el adversario) es el punto débil de la oposición, su principal fortaleza consistía en tener un candidato indiscutido tras el cual ordenarse, quiérase o no. Como se sabe, esto duró hasta que al abanderado no se le ocurrió nada mejor que ponerse en entredicho.
Despertando candidatos
No cabe duda de que Sebastián Piñera ha tenido un retroceso debido a una operación económica cuestionable de la que es por entero responsable.
Aun cuando el traspié no se ha notado de inmediato en las encuestas, su problema no es numérico, sino político. Lo que ha sucedido es que despertó la competencia con la UDI y en la UDI. El gremialismo está pasando de una cierta resignación a una resistencia activa, alentada por los errores ajenos.
Pero éste ya no es el monolítico partido de antaño. No está reaccionando como un todo, las fracciones internas son cada vez más conscientes de serlo y la confianza mutua entre sus integrantes va en retroceso.
No podía ser de otra manera. Todavía está fresca en la memoria la oposición interna a la candidatura presidencial de Pablo Longueira. Las razones esgrimidas por los que compiten ahora por sustituirlo fue que no habría que adelantar un proceso que debía esperar hasta después de los comicios municipales.
Al parecer, la idea de no adelantarse sólo pareció tener vigencia mientras Longueira estuvo a la cabeza. Cuando salió de circulación, las mismas cosas antes cuestionadas empezaron a verse con otros ojos por Evelyn Matthei y Hernán Larraín.
Sin embargo, existe una diferencia entre ellos. Larraín no se mueve en las encuestas, a pesar de que ha entrado en una campaña no reconocida, pero reconocible. En cambio, Matthei ha quedado ubicada en un importante segundo lugar después de Piñera entre las personas que se definen de derecha y centroderecha. Y eso es algo que está causando efectos dentro del gremialismo.
El problema para que la UDI levante una candidatura en forma no se restringe sólo a la evidente ventaja inicial de Piñera. También cuenta el hecho de actuar como un partido dividido.
La prensa que le es afín gusta de mostrar a Longueira como un líder visionario, que supo desde el inicio que había que competir desde ya para tener alguna opción de revertir las cosas. Sin embargo, esto no es lo más destacable.
Lo que impresiona más es que, a diferencia del pasado reciente, el otrora líder indiscutido del gremialismo hoy plantea su postulación dentro del círculo directivo y no concita ni apoyo ni respaldo. De hecho, resulta aislado y su breve carrera a la Presidencia queda condenada a morir de inanición.
No sólo de la Presidencia vive el político
A todo esto, ocurre que ningún partido responsable juega su destino a una sola carta. Se puede apostar al premio mayor y perder (la derecha sabe qué es eso). Los partidos saben que no quieren ser por completo absorbidos por la contingencia presidencial. No quieren que su agenda sea capturada por las iniciativas de un comando presidencial o de un candidato, menos cuando el postulante se ve propenso a cometer errores.
Como ya se ha visto, el candidato más posicionado puede ponerse a sí mismo en posición de peligro. Y no falta el que se da perfecta cuenta de que quien puede hacer esto una vez puede volver a tener nuevas reincidencias.
La oposición tiene que dedicarse a realizar la mejor acción política de la que sea capaz, en todas las facetas relevantes. Algo que no se ha hecho bien si se ha de hacer caso a la opinión mayoritaria de los ciudadanos.
El unilateral predominio de la confrontación y de la búsqueda del desgaste del adversario no dan el ancho de lo que se necesita para empezar a adquirir renovada credibilidad.
En democracia, la actividad política es un instrumento en el que hay que saber tocar todas las teclas para que el resultado sea armonioso. No existe oposición exitosa que no llegue a acuerdos prácticos con el oficialismo, de vez en cuando. Es cierto que llegar a ellos por principio puede terminar por beneficiar al adversario, pero no es menos cierto que no llegar a acuerdos nunca, puede terminar con el mismo resultado.
Por lo demás, apostarlo todo al desgaste resulta ser un simplismo, que pone al juego político muy por sobre el centrarse en las personas y de las consideraciones de bien común.
Lo que termine ocurriendo con la Concertación se relaciona mucho más con lo que le suceda internamente que con lo que pueda hacer la derecha. Por mucha habilidad y astucia que despliegue del otro lado de la valla.
La derecha no puede ser un bloque de oposición cerrada a lo que sea que provenga del Gobierno. Si lo hace, perderá porque merecerá perder.
La Concertación ha de hacer un buen Gobierno, y la oposición a sus iniciativas debe provenir de fuera de sus filas, no de su interior. Puede haber desertores e individualistas, pero no se ha de perder del objetivo principal. Y eso requiere que la mayoría ordene sus propias filas. De otro modo no va a ganar de nuevo.
Ahora veremos quiénes cumplen mejor, y desde ahora, con sus obligaciones.
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