Los puntos sobre las íes
Los puntos sobre las íes
Aylwin ha señalado que sin unidad la Concertación no tiene opción presidencial. Se puede ampliar a que, sin mantenerse como un todo reconocible, ella no es una opción para algo importante.
Víctor Maldonado
Sin eufemismos
PATRICIO AYLWIN ha declarado hace poco que “sin reforma educacional y previsional, es muy probable que la Concertación se venga abajo”.
Con esto ha querido decir que el conglomerado de Gobierno depende ahora de sus logros efectivos antes que de sus referencias al pasado. Antes que todo, hay que justificarse por los aportes al país.
Respecto de la próxima elección presidencial, Aylwin es igual de claro: “El próximo candidato va a ganar siempre que tenga el apoyo de los cuatro partidos de la Concertación”. Se requiere, pues, que no falle ninguno en el apoyo.
Por último, considera que “los partidos no están cumpliendo con sus funciones de Gobierno” y que “del Gobierno no hay suficiente orientación hacia los partidos”.
Se trata de un diagnóstico duro, exigente y al hueso. Podrían incorporársele numerosos matices y precisiones. Pueden agregársele excepciones e intentos de rectificación.
Pero lo que importa, a la postre, es saber si el ex Presidente ha apuntado a lo medular. Y, aun a riesgo de herir susceptibilidades, hay que reconocer que se trata de un diagnóstico certero.
Lo bueno que tiene es que permite pensar en rectificaciones en los puntos donde marca las tintas.
Aylwin pone en primer lugar el tema de los logros efectivos y de la obligación de sacarlos adelante.
Todos sabemos que existen debates en que lo que importa son las diferencias y los principios que se defienden. Se puede perder una votación, pero se han de mantener las convicciones en alto contra viento y marea. Marcar la frontera con los otros es lo que cuenta en estos casos. Lo que se busca es ser uno mismo, cueste lo que cueste.
Estos momentos son indispensables, pero son relativamente escasos porque, pese a ser intensos, su propósito se agota en el mismo momento en que se expresan. En el resto de las ocasiones lo que se busca es aprobar una legislación que signifique un progreso real ante lo que se tiene hoy.
Hay que negociar, porque lo que importa es obtener el mejor resultado posible y se parte de la base de que nadie puede conseguir todo lo que quiere por sí solo, sino que tiene que tomar en consideración a otros sectores que opinan distinto y que incorporarán sus puntos de vista en el producto final.
Son equipos los que ganan
Todos consiguen lo que quieren y, por definición, no hay quién pueda quedar satisfecho por completo con lo que logra. Es el precio por ser efectivos.
Aylwin quiere decir que el Gobierno de Bachelet será juzgado por sus logros más que por sus intenciones, así como la Presidenta es evaluada por su desempeño más que por características personales. Este punto es decisivo.
Negociar leyes fundamentales no tiene nada de malo y es un procedimiento imprescindible en democracia cuando se necesitan acuerdos amplios.
Esto, con la condición obvia y básica de que quien propone una iniciativa no parte transándolo todo a gusto del interlocutor. Identificando los irrenunciables de su proyecto, se puede defender lo sustantivo y ser flexible en todo lo demás.
Se puede sostener que el problema decisivo no radica en negociar, sino en conseguir entrar con prioridades claras a la negociación, actuar coordinadamente y como equipo.
En todos los casos importantes los logros son colegiados y las victorias nunca son personales. Quien lo intenta en solitario, sólo se queda y agrega un nuevo ingrediente a los obstáculos para llegar a buen puerto.
Por supuesto, los interlocutores siempre tienen el derecho de esperar al frente un comportamiento coherente, convergente y colaborativo que les resulte comprensible. Conseguirlo es un mínimo exigible.
Aylwin ha señalado que sin unidad, la Concertación no tiene opción presidencial. La justa afirmación del ex Mandatario se puede ampliar a que, sin mantenerse como un todo reconocible, no es una opción para algo importante.
Siempre han existido, junto con una agenda de acción común, agendas individuales de quienes quieren perfilar su liderazgo personal. Pero, últimamente, dicho aspecto está rebasando todos los límites de la prudencia. Casi parece una epidemia.
El intento de destacar a todo evento, sin consideraciones de bien común, no es otra cosa que una explosión de liderazgos mediocres, exhibidos sin control ni pudor. Si el egoísmo y la vanidad campean en política no es por casualidad. Ha de ser porque las barreras al descriterio han sido levantadas y, también, porque los encargados de imponer mayores grados de racionalidad no están cumpliendo a cabalidad con su cometido.
¿Por qué será que parecemos desordenados?
Estará de más decir que la mejor prédica consiste en dar el ejemplo. En este sentido no es la existencia de candidatos presidenciales el problema. En gobiernos de cuatro años y sin reelección, la presencia de aspirantes a encabezar el Ejecutivo es una constante, no un hecho excepcional. Así que lo que está en cuestión es el tipo de comportamiento que los líderes más relevantes están teniendo al momento de competir.
En el caso del oficialismo, si un candidato apoya al Gobierno, adopta una actitud constructiva y propone acciones aglutinantes, en verdad no se ve por qué tendría que ser considerado indeseable. Un sector político cohesionado tras conductores definidos, que ajustan tiempos y procedimientos, son aliados para producir la gobernabilidad del sistema.
Hay que advertir que las tendencias a la diáspora política no tienen causas únicamente coyunturales. Rectificarlo requerirá del esfuerzo mancomunado de todos los políticos responsables que estén disponibles. El tiempo nunca corre con neutralidad y tiempo que se deja pasar es un lapso que se pierde para enmendar rumbos y que se suma al acostumbramiento de un cierto desorden instalado.
Aylwin ha llamado la atención sobre el incumplimiento de funciones de Gobierno por parte de los partidos y de orientación gubernamental hacia los partidos.
Esta afirmación se hace eco de una opinión ampliamente difundida sobre la existencia de una falla en las dos direcciones. Puede que la realidad no se ajuste completamente a una afirmación tan rotunda; no obstante, más de algo estará pasando como para que, en un número tan significativo de gente informada, se haya consolidado una opinión tan compartida.
Hay que considerar, sin embargo, un matiz importante. El epicentro de la crítica se puede concentrar en el Congreso mucho más que en los partidos. Los presidentes de las tiendas políticas de la Concertación son un grupo homogéneo, de buen nivel y que suele actuar como equipo.
Las diferencias se expresan en el Legislativo. Y son los congresistas los que reclamarán una actuación más constante, unívoca e intensa de parte del Ejecutivo. Si el reclamo existe, es mejor atenderlo que justificarse.
En la actual circunstancia, tres cosas parecen muy deseables: debiera ser más difícil enterarse de las diferencias entre los ministros; cada cual podría dedicarse a hablar en exclusiva de lo que le compete; y cada quien debiera hacer más presente que pertenece a un mismo equipo bajo la dirección presidencial. Esto es tal como suena: tan básico como imprescindible.
Aylwin ha tenido la virtud de decir mucho con pocas palabras. Se ve que no ha perdido esta cualidad.
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