El bacheletismo de derecha y otras sorpresas
El bacheletismo de derecha y otras sorpresas
Víctor Maldonado R.
De tal padre…
Al parecer, las reacciones inesperadas están de moda o son contagiosas.
Los que empezaron con este tipo de declaraciones –y que no pudieron ser superados por nadie- fueron los parientes del Augusto Pinochet, tras su breve detención.
No sé si alguien había tenido dudas, pero hoy está claro que la familia Pinochet no cree en la independencia de la Justicia, ¿por qué será?
Tras su ingrata experiencia, los hijos del general acusaron al gobierno de instigar una venganza con la finalidad de obtener algún tipo de beneficios políticos. La idea era que se estaban enfrentando a personas que no se detenían ante nada.
Por supuesto, sus opiniones son respetables, pero lo que no puede dejar indiferente a nadie es que alguien se pueda denominar “perseguido político”, cuando se refiere a un país donde existe democracia y estado de derecho.
El límite a la tolerancia se alcanzó cuando una de las hijas (interesada en iniciar una carrera política), sin ninguna nota de ironía, no tuvo reparos en decir que habían vivido la experiencia de ser “presos políticos”.
En el extremo, estas mismas personas llegaron toda sonrisa de la Presidenta Bachelet en los actos públicos, se debía a las vicisitudes de su familia, lo que les parecía una tremenda crueldad. La idea de que se trataba de un día normal de trabajo, y de que las preocupaciones de la mandataria pudieran ser algo más amplias, parece que no se les pasó por la cabeza.
Qué le vamos a hacer, así es la democracia. Sus enemigos o quienes no la entienden, le rinden pleitesía sin ni siquiera pretenderlo. Es tan brutal el contraste con lo que se vivía en la dictadura, que cuesta moderar las palabras para expresarlo.
En este episodio encontramos a un grupo de personas enfrentadas a un procedimiento judicial normal e institucionalizado, que no hace excepciones ante ningún ciudadano.
Como es lógico, los afectados se defienden, libremente, pueden decir lo que quieren, expresarlo en público, verlo reproducido en la prensa, consultar con sus abogados, volver a sus casas, dormir sabiendo que nadie les aplicará el terror para acallarlos, y, al día siguiente, seguir insistiendo en que hay una colusión expresa de voluntades para perjudicarles.
Hay ocasiones en que dan ganas de alentarlos. Como cuando realizan la insólita advertencia de que recurrirían a tribunales internacionales. Están en su derecho, y siempre esclarecer la verdad es bueno… en realidad es demasiado bueno como para que se concrete.
Los golpes venían y venían
Pero no han sido el único caso de declaraciones sorprendentes. Las directivas de los partidos de derecha también protagonizaron una reacción inusual tras la intervención de Bachelet en el aniversario del Triunfo del No. En esta ocasión señaló las diferencias entre la Concertación y la derecha y las llamó a hacerse cargo de sus distintas historias.
Lo curioso es que líderes opositores se dieron por ofendidos, así, en forma genérica, sin precisar cuales de las afirmaciones presidenciales dejaba de describir aquello que efectivamente había pasado.
Lo ideal es que cada cual asuma lo que es, su pasado y sus dichos. Al menos es eso lo que la UDI y RN le recomiendan siempre a la Concertación. Sin embargo, las cosas se ven distintas cuando alguien dice que si volviera al 5 de octubre de 1988, volvería a votar como lo hice, y que “otros no pueden decir lo mismo”.
Parece que la oposición entiende el juego democrático como uno en el que la derecha puede criticar al gobierno cuanto estima conveniente, y sólo buscar los acuerdos cuando estime necesario o este de ánimo y no afecte sus intereses. Mientras, espera que su contraparte debe buscar acuerdos en toda ocasión, sin poder contra-argumentar nunca.
Es difícil que esto se deba a una extrema sensibilidad de parte de la dirigencia de la derecha. Lo que intentan es amoldar la acción del gobierno a su gusto.
En otras palabras, actúan sobre el convencimiento de que el oficialismo se encuentra en un mal momento, y por eso pueden imponerle condiciones en su trato.
En ocasiones como ésta, lo peor que se puede hacer quienes se relacionan con la derecha es amarrarse uno de las dos manos, para darle el gusto a quienes no agradecerán en absoluto el gesto, sino que verán confirmadas sus suposiciones.
La búsqueda de acuerdos jamás ha sido motivo para inhabilitarse para el debate político. Las diferencias no dejan de existir porque se deja de hablar de ellas, y menos cuando sólo uno de los actores políticos se priva de decirlo en público.
Las profecías funcionales
Pero la estrategia oficial de la derecha no se ha detenido en este aspecto. Una de las ideas constantes en el caso opositor es convencer a los demás que tienen más problemas que los que se imaginan. Que las diferencias de opinión son, en verdad, divisiones; que los debates sobre políticas a implementar son nada menos que diferencias “almas” distintas e incompatibles y que las controversias cotidianas son, en realidad, crisis.
Este discurso, que muestra un escenario negro como la noche, se ha mantenido a todo evento, y es el acompañante obligado de la agresiva propuesta del “desalojo”.
A medida que el anuncio reiterado de una próxima debacle se hace menos creíble en un determinado sector conflictivo, entonces las profecías de la destrucción se trasladan a otro sitio.
En la temporada primavera-verano que se inicia, ya no está de moda la crisis del comité político de gobierno. Lo que se lleva en la apertura nueva temporada es la pugna del comité político con ministerios sectoriales, y si es dentro del área económica, mejor.
¿A quién le sirve la lógica simplista de las confrontaciones fáciles? No precisamente a los que tienen más imaginación y pueden generar propuestas más interesantes.
Lo que rompe el cerco de la banalidad, son aquellos que proponen ideas que obligan a detenerse a pensar, aunque sea por un momento.
Basta que Lavín se defina como “bacheletista-aliancista” para levantar polvadera. Pero la idea de fondo es la misma que la propia Bachelet invoca al hablar del pacto social: que personas que discrepan se puedan poner a acuerdo en temas trascendentes con la finalidad de que el país avance.
Lo que ocurre es algo tan sencillo como que también en la derecha, hay quienes están sintiendo la estrategia electoral de Piñera, como una camisa de fuerza. Pero se trata de una camisa muy especial porque amarra a todos los dirigentes importante en una pugna fuerte con el gobierno, y sólo deja un actor libre que se beneficia de todo esto.
Por eso, cuando alguien empieza a hacer política algo más elaborada, despierta nuevamente entusiasmo. Eso ocurre con Lavín en el ámbito de influencia de la UDI. Al mismo tiempo, es en RN donde se manifiesta la preocupación.
Por que, hay que decirlo si Joaquín Lavín puede reencarnar, es porque Piñera puede decepcionar. Una cosa lleva a la otra, de allí los temores que se despiertan.
Así que no hay que llamarse a engaño. En la derecha nadie ha perdido la cordura. No están desertando para pasarse a la Concertación. Lo que están haciendo es abrir la posibilidad de nuevas alternativas presidenciales. Salir del cerco donde algunos los metieron, y atreverse a salir con voz propia.
De manera que de, de los tres actores mencionados, todos causan sorpresa, pero no están haciendo lo mismo. Los parientes de Pinochet muestran que están de visita en democracia. La dirigencia oficial de derecha muestra que su pasado les incomoda, y que esperan que pronto se deje de hablar de aquello. Y Lavín y Longueira retomaron la disputa por el liderazgo. Los más cuerdos son estos últimos.
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